La guerra más sangrienta de la historia del continente americano fue la Guerra de la Triple Alianza, también conocida como Guerra del Paraguay, y que enfrentó al Paraguay contra las fuerzas combinadas de Argentina, Brasil y Uruguay.
Hacia mediados del siglo XIX, Paraguay se había convertido en un estado muy poderoso dentro del continente. Contaba con una economía fuerte y diversificada, modernos ferrocarriles, una flota mercante nacional, y una importante industria siderúrgica, todo esto en manos del estado. Además tenía el mejor ejército de América del Sur (con oficiales capacitados en Europa), lo que le valió el apodo de "la Prusia de América".
A Inglaterra no le gustaba en absoluto esta pequeña potencia que construía su futuro sin inversiones extranjeras, sin empréstitos de la banca inglesa y sin las bendiciones del comercio libre y que para colmo contaba con una fuerte presencia alemana en sus industrias. Tampoco Argentina y Brasil le tenían simpatía al estado guaraní. El primero temía las ideas expansionistas del presidente paraguayo Francisco Solano López mientras que el Brasil, único estado monárquico de América del Sur, veía con preocupación las ideas republicanas de los estados del sur.
Sin embargo ni argentinos ni brasileños se atrevieron a enfrentar al Paraguay. Si bien Argentina no tenía problemas en movilizar su ejército hacia la frontera, El Imperio del Brasil tenía como obstáculo la selva del Matto Grosso. Por eso se le hacía necesario contar con el puerto de Montevideo, el mejor del Río de la Plata, si quería realizar con éxito tal operación militar. Otro obstáculo era la alianza del estado paraguayo con el Uruguay, lo que podía alargar la guerra por un largo tiempo ya que su posición geográfica era determinante en el conflicto.
Afortunadamente para Buenos Aires y Río de Janeiro surgió una solución a sus problemas cuando estalló la guerra civil en Uruguay entre el gobierno del Partido Blanco y la oposición del Partido Colorado. Tanto el presidente argentino Mitre como el emperador Pedro II dieron apoyo al caudillo colorado Venancio Flores. Tras haber vencido Flores, tanto Argentina como Brasil ven asegurada la neutralidad uruguaya ante un posible conflicto. Solano López, consciente de la situación a la que se ve enfrentado, decide comenzar la guerra contra Brasil.
Es el Paraguay quien, sobreestimando su ejército, da comienzo a las hostilidades invadiendo la provincia brasileña del Matto Grosso. Tiempo después Solano López le pide al gobierno argentino que le dé permiso para atacar a Brasil a través de la provincia de Corrientes. Ante la negativa argentina, le declara la guerra a ésta también e invade Corrientes. El ejército paraguayo toma exitosamente las ciudades argentinas de Corrientes y Goya y más tarde comienza una campaña en la cual, dividiendo su ejército en dos columnas, comienza su avance hacia el sur por ambos márgenes del río Uruguay. Tras tomar las ciudades brasileñas de San Borja, Itaquí y Uruguaiana y la Argentina Paso de los Libres, el gobierno uruguayo se siente amenazado y firma el tratado de la Triple Alianza junto a Argentina y Brasil (mayo de 1865), bajo auspicios del gobierno británico que quería derribar el antiliberal gobierno de Solano López.
El 13 de agosto de 1865 todo el ejército aliado se encontraba en Santa Ana. En ese momento había 20 mil argentinos, 17 mil brasileños y 5 mil uruguayos. Se le dio el comando del ejército al presidente uruguayo Venancio Flores. Las principales armas usadas fueron el fusil de chispa y el sable. Por otro lado los paraguayos contaban con 20 mil soldados, bien armados y bien preparados, pero que poco podían hacer ante los 42 mil soldados aliados. El 11 de junio del 65, en el Riachuelo, las fuerzas navales brasileñas tuvieron una importante victoria, lo que complicó aun más las cosas a Solano López.
El primer enfrentamiento ocurrió a orillas del arroyo Yatay, el 17 de agosto, batalla en la que venció Flores al general paraguayo Duarte, quien murió en combate. Un día después el ejército paraguayo superviviente se rendía en Uruguaiana. Los brasileños llevaron sus prisioneros a su país, donde servirían como esclavos, mientras que los uruguayos y argentinos unieron los suyos a sus respectivos ejércitos. Poco tiempo después Flores atraviesa el río Paraná, invadiendo el territorio paraguayo, donde la guerra cambiaría significativamente. Los esteros paraguayos fueron un suplicio para los aliados, que sufrieron una serie de reveses a comienzos de 1866, pero que en mayo vencieron en la decisiva batalla de Tuyutí, bajo el mando del presidente argentino Mitre.
Tuyutí pasaría a la historia como la batalla más grande y más sangrienta de América del Sur. Murieron alrededor de 12 mil combatientes en ambos lados. "El campo quedó repugnante de cadáveres mutilados y caballos despanzurrados" escribió un coronel uruguayo en su Diario. Sin embargo Mitre no realizó el ataque que pudo ser decisivo, lo que permitió que el ejército paraguayo se reorganizara en Paso Pacú.
Los paraguayos vencieron en Boquerón el 18 de julio, pero fueron derrotados en Curuzú el 3 de septiembre por las fuerzas brasileñas. Tras esta derrota, a pedido del presidente paraguayo, se realizó una conferencia con el presidente argentino Bartolomé Mitre con tal de acordar el fin de las hostilidades. Pero Mitre buscaba derribar a López del poder, por lo que el intento quedó frustrado. Una semana después, el 22 de septiembre de 1866 los ejércitos se vuelven a enfrentar en Curupayty. En esta batalla, los aliados tienen la posibilidad de acabar la guerra, pero Mitre, que nuevamente demostró ser un pésimo estratega, dio la orden de atacar a 17 mil soldados argentinos y brasileños. Los paraguayos, que se mantuvieron en sus trincheras, dejaron fuera de combate a 10 mil aliados, mientras que las bajas guaraníes no llegaban a 100.
Tras el desastre de Curupayty, Flores regresó a Uruguay reduciendo al ejército uruguayo a tres batallones y un escuadrón de artillería. Flores se había dado cuenta del crimen que era la masacre del pueblo paraguayo y se arrepentiría de su error por el resto de sus días. Por aquellos días comenzó una epidemia de cólera que atacó tanto a soldados aliados como a paraguayos, y que se extendió por Argentina hasta llegar a Buenos Aires, causando miles de muertos.
En 1867, durante la ausencia temporal de Mitre, el Brasil tomó una serie de medidas con miras a terminar la guerra en victoria. Se cubrieron las bajas incorporando al ejército un gran número de libertos, compró armas y municiones y envió al frente al Marqués de Caxías, quizás el mejor jefe militar que disponía Brasil. Mitre regresó a la batalla dispuesto a retomar el mando, pero tras una nueva derrota en Tuyutí el 3 de noviembre de 1867, dejó el frente definitivamente. Caxías, tras un tiempo al mando de las tropas, le aconsejó al emperador que firmara la paz, debido al heroísmo de las fuerzas paraguayas, que hacía a la guerra una tarea imposible. Siendo ignorado su consejo por Pedro II, presentaría su renuncia, por lo que el mando pasó a Gastón María de Orleáns, yerno del emperador.
En enero de 1869, tras la batalla de Lomas Valentinas, en la que por el lado paraguayo pelearon tanto hombres como niños, los brasileños entraron y saquearon Asunción, lo que significaba el fin de la guerra. Todo lo de valor de la capital paraguaya fue cargado en barcos y enviado a Brasil. No contento, Pedro II ordenará la "cacería" de Solano López, quién seguía combatiendo. Las fuerzas brasileñas arrasaron todo a su paso y degollaron a los soldados paraguayos capturados.
Finalmente se da la última batalla, el 1 de marzo de 1870 en Cerro Corá. López, que había rehusado huir a Bolivia, fue herido de muerte. "Muero por mi patria", fueron sus últimas palabras. El vicepresidente, de ochenta años y el hijo de López, de 15, también fueron ejecutados. Solo se salvó su esposa, por ser inglesa.
De 1.250.000 paraguayos que había al comienzo de la guerra, solo quedaron 250 mil, en su mayoría mujeres y ancianos. Por décadas la poligamia fue un hecho común en el campo paraguayo. Muchos niños fueron enviados a trabajar como esclavos al Brasil. Se destruyeron las industrias y se obligó al Paraguay pagar indemnizaciones por "gastos de guerra" a los vencedores: 900 millones a Brasil, 400 a Argentina y 90 a Uruguay. Además Paraguay perdió prácticamente la mitad de su territorio, que pasó a formar parte de Brasil y de Argentina (las actuales provincias de Misiones y Formosa).
En 1883 el Uruguay renunció a cobrar los gastos de guerra y devolvió los trofeos de guerra al Paraguay. Argentina hizo lo mismo recién durante el gobierno de Juan Perón, un siglo después. Brasil aún los conserva.
Marcos Rodríguez