El origen de la historia argentina puede extenderse hacia los pueblos que habitaron su superficie antes de la conquista española. Restringiendo un poco la mirada, se lo puede establecer a partir de la conquista española, como ha sido bastante habitual en algunos estudios.
Lo más común es considerar que la historia argentina propiamente tal comienza en 1810 o 1816, si se toma en cuenta el derrumbe de hecho de la admisión colonial.
Pero la caída de un orden colonial es condición necesaria pero no suficiente para la constitución de naciones en el territorio que estaba bajo su dominio.
La caducidad del imperio español provino principalmente de sus propias debilidades, profundizadas por la expansión de los imperialismos británico y francés, que resultaron las potencias mundiales dominantes en el siglo XIX. Difícilmente las frágiles sociedades coloniales hubieran podido derribar por sí solas el imperio español, y por ello no es de extrañar que no lograran concretar de un modo rápido y enérgico las condiciones suficientes para costituir naciones.
La unificación del mercado interno es un requisito de las naciones modernas, sea de carácter más bien federativo o de modos más bien centralizados.
En Argentina la disputa aduanera entre el Estado de Buenos Aires y la Confederación argentina se planteaba acerca de si las rentas de la aduana debían estar bajo un poder verdaderamente federado y nacional o debían continuar bajo control porteño, como venía sucediendo desde la época de Rosas (1829/1852) y antes de que el pacto de San Nicolás y la constitución de 1853 establecieran jurídicamente, la unificación del mercado interno.
La resolución a favor de la segunda opción significó sin dudas una falta de vigor del mercado interno y, con ella, un carácter débil e incompleto de la entidad nacional en formación.
Esa comprobación agrega peso a la perspectiva de no considerar propiamente "nacional" la historia anterior a la Constitución de 1853, en lo jurídico, y al trazado de la red ferroviaria, en lo material; ambas condiciones del establecimietno de un mercado interno que, si bien defectuoso, no existía con anterioridad.
Para una mayor claridad sobre la cuestión, necesitamos un esquema del desarrollo productivo de la humanidad, una caracterización de la época actual y otra acerca del modo como el imperio español y su derrumbe influyeron en nuestra situación.
La historia de nuestra especie es moderna en relación con la historia de los mamíferos y ésta lo es en relación con la historia del reino animal Estamos hablando de millones de años que, a su vez, son tiempos breves respecto de los desarrollos estelares del universo. Sobre esta estructura más basta de la materia estelar recién estamos comenzando a atisbar su posible desarrollo, como se ve en la precariedad de hipótesis como la del big-bang. Limitándonos a los seres vivos, señalamos dos fuertes contrastes.
El primero es el reconocimiento muy reciente de esa duración de millones de años frente a las creencias religiosas que postulaban la existencia del universo de apenas unos miles de años. El segundo contraste reside en que una de las últimas creaciones de ese relativamente largo proceso de desarrollo de vida, nosotros mismos -la especie humana-, ha alcanzado un enorme poder para influir en su propio curso, como lo mustran ya las clonaciones y otros avances de la biotecnoilogía.
La forma más aguda de este contraste es que, conflicto nuclear mediante, laa humanidad estaría en condiciones de destruir la mayor parte de los efectos del desarrollo de la vida en el planeta en un lapso muy corto. La historia es, a la vez, el conocimiento acerca de cómo ha llegado esta especie tardía o moderna de seres vivos a ese punto y a ese poder y la reflexión acerca de qué futuro posible encierra tal realización.
Nuestra evolución biológica se completó hace treinta o cuarenta mil años atrás. Es verdad que, antes de que se completara la evolución cerebral del hombre, la conducta inteligente ya había incorporado a la sociedad logros importantes, como el uso del fuego. Pero los cambios más dignificativos, aquellos que pueden considerarse como desarrollo sociocultural, se verifican todos luego de completado el desarrollo cerebral.
El primer cambio global fue pasar de una conducta puramente recolectora a otra productiva, que consiste en multiplicar la vida de otras especies vegetales o animales útiles al hombre, principalmente desde el punto de vista alimentario pero también para cubrir otras necesidades, a travás de las formas iniciales de agricultura y la ganadería. Este cambio revolucionó la vida social y produjo la primera explosión demográfica, visible por la multip´licación de los restos humanos y de utensillos. Esta transformación no fue universal -pues han llegado hasta nuestros días pueblos meramente cazadores- pero sí creciente, dadas las mayores posibilidades de sobrevida que brinda. Esto, a su vez, generó una dura competencia por las tierras fértiles y los campos de pastoreo y, con ellos, la proliferación de la guerra como relación externa entre los pueblos.
El segundo gran cambio fue el paso a la producción excedentaria que posibilitó la estratificación social de castas y produjo la segunda explosión demográfica y la aparición de esos grandes conglomerados físicos de población que son las ciudades.
Esta producción luego fue complicada y revolucionada por la producción excedentaria mercantil, que contrapuso las clases sociales a las castas de estirpes y generó tanto tensiones y luchas sociales internas a cada pueblo o estructura social como el arbitraje político y jurídico para estabilizar transitoriamente esos conflictos. En lo externo, la producción mercantil extendió al ámbito marítimo las guerras terrestres.
Podemos decir que, teniendo como precondición la expansión mercantil interoceánica europea y como estallido productivo inicial -lo que se conoce como Revolución Industrial en Inglaterra desde mediados del siglo XVIII- el presente histórico indica un nuevo salto cualitativo en la relación entre el hombre y la naturaleza y de los hombres entre sí. En esta mitad del siglo XX se vive un momento de horror cósmico material y concreto ante el propio poder humano
Siendo históricamente nuevo, puesto que nace de las explosiones en Hiroshima y Nagasaki al fin de la Segunda Guerra Mundial, es una torsión cultural de enorme envergadura y, aún así, sin embargo, no es más que una parte de los cambios que se viven.
Todo cambio fundamental de etapa en la historia de nuestra especie ha ido acompañado de una brusca expansión de la población. Con la Revolución Industrial Gordon Childe planteó la cuestión como argumento a favor de recuperar la idea de progreso, muy desprestigiada en el siglo XX luego de haber tenido amplio consenso en el siglo XX. El tema del progreso es complejo, pues encierra valores polémicos en el mundo actual. El arguemento numérico de la explosión demográfica, de incontrastable objetividad, no es suficiente para respónder a los variados interrogantes propios de esa complejidad y ese debate.
Nos referiremos a la explosión demográfica
Gráfico 1 | Gráfico 2 | Gráfico 3 |
El primero muestra que, si a mediados del siglo XIX la población mundial apenas sobrepasaba los mil millones de habitantes, en 1925 ya llegaba a los dos mil millones y a fin del siglo XX se acercaba rápidamente a los seis mil millones. El segundo muestra que mientras en los 75 años que van desde 1850 a 1925, el crecimiento aún no había duplicado la cifra inicial, en los subsiguientes setenta y tres años el crecimiento se multiplica casi tres veces.
Estos grandes crecimientos para lapsos históricos tan breves son impresionantes y sin dudas el efecto se refuerza si advertimos realizaciones cualitativas como las obras culturales de Marx y Engels, Pasteur, Darwin, Freud, Einstein y otros.
Pero aún permaneciendo en el nivel cuantitativo de la explosión demográfica, hemos elaborado un tercer gráfico, poniendo la marca en relación con un pasado de las especie más vasto, de treinta mil años antes, cuando ya es seguro que ella había pasado de la evolución biológica a la productiva y sociocultural. La estructura global del gráfico muestra una línea casi horizontal entre veintiochomil años antes de Cristo y el siglo XIX y una línea casi vertical desde 1850 hasta el momento actual.
Derivando de este marco cuantitativo conclusiones cualitativoas o estructurales, el quiebre de la priemra línea del gráfico hacia la cuasi verticalidad indica:
La historia del imperio colonial españól es un capítulo de la expansión ultramarina europea occidental, colonial y mercantil que terminó por unificar el mundo. Esta expansión es la última de la historia, en un doble sentido: cronológicamente y porque ya no habrá ninguna otra. Se ha consumado sobre la faz de la tierra el totalitarismo de lo mercantil, y se han eliminado virtualmente todos los restos de comunismo primitivo y de sociedades con excedente económico que se distribuye de modo directo o de sociedades mixtas, como la feudal europea. Aunque en estas últimas, l a servidumbre o el esclavismo no fueron incompatibles con la expansión mercantil; como el arribo a la plenitud capitalista supone la mano de obra asalariada, la forma-casta, cuyo último bastión importante, el apartheid sudafricano, está cayendo ahora.
A diferencia del pasado, hoy nadie puede evadirse hacia alguna tierra virgen para intentar sobrevivir por medio de un nuevo intercambio con la naturaleza, escapando de una sociedad que no le satisface. En África, India y Brasil mueren millares de personas al lado de las selvas, pues los únicos frutos para calmar el hambre de los indigentes no están en los árboles, sino en los escapartes de los supermercados.
Los movimientos de la expansión mercantil y estatal -dos cara de la misma moneda- han llenado el recipiente terráqueo que nos ha puesto a los miles de millones que somos cara a cara frente a una situación sin escape.
En el corto plazo y ante las actuales generaciones de cada país y de cada región, se hará presente la necesidad de solucionar los desequilibrios más fuertes e inmediatos generados por las supervivencias del pasado en medio de esta enorme eclosión transformadora.
En verdad, la última expansión marítimo-mercantil de la historia -que comienza con los viajes de Colón y Vasco da Gama- sólo termina en las vísperas de la Primera Guerra Mundial, efecto y síntoma de que se había completado virtualmente el reparto colonial del mundo.
España y Portugal fueron los pioneros en la expansión marítima, seguidos de cerca por Holanda y finalmente por Gran Bretaña, que terminó siendo la potencia dominante del proceso a partir de mediados del siglo XVIII, cuando coincide la eclosión de su revolución industrial con la consumación de su dominio de la India.
La expansión de ambos países ibéricos perteneces enteramente a la priemra etapa. Se debe señalar que su detenimiento no se debió a la resistencia de los pueblos a ser colonizados sino a la exitosa competencia de los holandeses y, sobre todo, de los británicos. España, salvo en el casod e las Filipinas, limitó su conquista al territorio americano, del que debió ceder buena parte a Portugal como consecuencia del arbitrio papal y del TRatado de Tordesillas.
Durante toda esa primera fase de la expansión colonial y mercantil europea, la España impuerial fue una de las potencias militares de la Europa occidental: intervenía en Italia y en los Países Bajos y rivalizaba con Gran Bretaña y Francia, desplegando poderosos ejércistos terrestres y armadas navales.
Al comenzar el siglo XVIII, ese papel estaba virtualmente liquidado. Cien años después al desastre de las guerras napoleónicas, España era uno de los escenarios europeos de la rivalidad franco-británica, que se estaba configurando desde la Revolución Francesa de 1789 y que sería el eje de la política europea y mundial hasta fines del siglo XIX. Su imperio colonial americano estaba asentado en dos patas: el poder militar y naval y la explotación minera de metales preciosos, principalmente de plata.
La primera estaba en una declinación definitiva y la segunda se había debilitado hasta casi su extinción, por agotamiento de los filones: así el Imperio estaba en condiciones óptimas para derrumbarse estrepitosamente. Las guerras de la Independencia le dieron el empujón definitivo en menos de una década. Inicialmente hubo una guerra de resultado incierto entre 1810 y 1818. Pero fue con los dos cruces cordilleranos emprendidos a partir de ese año por San Martín y Bolívar, cuando comenzaron las campañas que quebraron definitivamente el poder realista españól. Este proceso culminó en la batalla de Ayacucho, el 8 de diciembre de 1824.
Esos procesos de estructuración y desestructuración del imperio colonial español que terminan con su desmembramiento se explican dentro del marco mayor del proceso de la expansión mercantil europea y el menor de la estructuración de la sociedad metropolitana españóla dentro de esa evolución y como cabeza del Imperio.
El rasgo global de ese proceso ha sido una enorme transferencia de riquezas desde la periferia colonial de Asia y América (y en menor medida de África) hacia los centros europeos, por la vía del saqueo directo, la explotación brutal de sus recursos humanos y naturales, el tráfico de esclavos y el comercio desigual. Pero sólo algunos de los países centrales europeos fueron beneficiarios finales de ese período de acumulación de capital, que implicaba una transformación interna que dejaba atrás el feudalismo y el poder de las aristocracias de casta mediante la unificación de sus mercados internos bajo monarquías absolutistas o constitucionales, el predominio de la manufactura y el comercio sobre la producción rural y, desde luego, la mercantilización de la mano de obra y de la tierra como propiedad.
El país pionero en este proceso de modernización fue Holanda, el protagonista principal Gran Bretaña y su primer gran rival, Francia. España no sólo estuvo lejos de emprender este camino, sino que su unificación puramente dinástica bajo Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, luego de la victoria contra los árabes y la conquista de Andalucía, más bien consolidó estructuras económicas, sociales, políticas y culturales contrarias a esa posibilidad. España no unificó su mercado interno sino que lo mantuvo fracturado en siete reinos con sus respectivos derechos de paso, a los que deben sumarse los impuestos en alguna ciudades.
A su vez, el desarrollo agrario y mercantil logrado por los árabes en Andalucía fue destruido por la conquista católica, que extendió a la empobracida nueva zona el predominio feudal de la nobleza castellana. Las persecuciones religiosas destruyeron a las burguesías comerciales árabe y judía: pero esto, lejos de favorecer a la burguesía española, dejó el comercio en manos de mercaderes italianos, flamencos y de otros orígenes europeos.
España no fue una proveedora de manufacturas y compradora de materia prima sino lo contrario, asumiendo así un papel caracetrístico de las periferias coloniales y no de los centros. En verdad, la única actividad productiva que protegió la Corona española fue la ganadería ovina transhumante, que formaba una coproración presidida por el Honrado Consejo de la Mesta
Mesta: Asociación formada en el siglo XVI por los grandes propietarios de gnados de Castilla, León y Extremadura, para poner fin a las cuestiones de los ganaderos de la plana (riberiegos) y los de la montaña (serranos). Pretendía el libre paso de los ganados a través de los campos de cultivo, ejercía el derecho de justicia, pues tenía legislación propia y gran consejo además, pero como estos privilegios es}ran perjudiciales para la agricultura, Fernando VI y Carlos IV los suprimieron, y la Mesta fue abolida en 1836. |
Asociada a la Mesta ovinera, y a través de ella, la Corona adquiría fuerzas para la unificación dinástica y recursos económicos dentro de una sociedad empobrecida y estancada, en general sin desarrollo manufacturero y con una agricultura exigua. Esta situación resultó reforzada por las actividades y las relaciones esntabladas por la metrópoli con sus colonias de América. En efecto la principal actividad emprendida por los españoles en América fue la minería de la plata que, igualmente, constituyó el principal tráfico desde ese continente a España.
Pero en ningún caso estas enormes masas de metal precioso quedaron en España para apuntalar la acumulación de capital, puesto que la debilidad de su actividad manufacturera y el déficit crónico de su comercio exterior hicieron derivar tales riquezas hacia los países europeos manufactureros, sirviendo a la acumulación de capital a aquellos. Mientras duró el flujo, la España imperial pudo armar poderosos ejércitos terrestres y armadas navales, desempeñando el papel de potencia mundial. Cuando este recurso se agotó, España entró al mundo moderno como un país semicolonial y dependiente; ya no pudo ser cabeza efectiva de un vasto imperio colonial propio.
La herencia de España con sus colonias americanas generalmente se divide en dos grandes etapas, la de la conquista y la de la colonia. Mientras la primera implicó acciones de exploración, guerra contra los pueblos autóctonos y un primer e inestable dominio sobre ellos, la segunda desarrolló relaciones económicas importantes y una administración estable por parte de la Corona, aunque no faltaron ni las rebeliones indígenas ni las guerras entre europeos por disputas coloniales.
Desde finales del S. XVII y durante el S.XVIII y decaídos la explotación y el tráfico de la plata, se verificaron algunos cambios tanto en la actividad económica como en la administración colonial española que, si bien no impidieron el derrumbe del Imperio, se constituyeron en antecedentes de las naciones hispanoamericanas políticamente independientes, además de posibilitar el mantenimiento por parte de España de algunos restos de su dominio, como Cuba y Puerto Rico (perdidas en 1898).
Defraudados en sus esperanzas de encontrar ebundante oro en forma rápida, los colonos españoles pretendieron vivir parasitariamente de la economía de subsistencia de los indios, que apenas alcanzaba malamente para éstos. El único cambio económico de importancia que se propusieron en esos comienzos fue dedicar gran parte de la mano de obra indígena a la reclolección de metales preciosos. Pero, desde luego, esto no haría sino agravar la situación. En tales condiciones, el resultado no podía ser otro que el hambre generalizado de toda la población y un continuo empeoramiento económico. Señala fray De las Casas que nada alegraba tanto a los pobladores de las Antillas como la llegada de barcos con provisiones de Castilla, pues sus aflicciones básicas provenían del hambre (...) el dominio español se encontraba en un círculo vicioso: sin ninguna organización ni voluntad para obtener una mayor producción de alimentos y otros elementos básicos, mal provistos por la metrópoli, los colonos obligaron a los indios a suministrarles alimentos, provocando en ellos miseria y rebelión. La respuesta española era aumentar la represión, lo cual, a su vez, aumentaba la miseria y la rebelión indígena. Dentro de este círculo civioso, la superioridad española era tan sólo la militar, la fuerza bruta que aplicaron ada vez con más saña, las piedras del molino de dicho círculo vicioso, que no haría sino triturar definitivamente la carne indígena. (Vazeilles, La conquista española de América, Bs.As., CEAL, 1970). |
Esto que ocurrió con los pueblos de las Antillas contrasta con la situación de aquellas otras sociedades, como la inca y la azteca, que ya tenían una producción excedentaria, pues en ellas los españoles pudieron ocupar el lugar de los señores y lograr que las comunidades indígenas los sostuvieran.
Las plantaciones esclavista en América Latina fueron típicas de los cultivos tropicales, lo que explica que en la última etapa que hemos mencionado del imperio colonial español (XVIII) esta fomra productiva no se desarrollara en lo que es el actual territorio argentino. En esa etapa, en ese escenario se verifica la decadencia de todo un conjunto de actividades que había florecido para atender el mercado del Potosí y el lento ascenso de la explotación de los vacunos en el litoral.
Como ha señalado Tulio Halperín Dongui, en la época del auge de la mina, Potosí se había convertido en una de las mayores ciudades del mundo occidenta. Según Pierre Villar, llegó a contar con 160.000 habitantes. Este mercado no podía ser abastecido desde España ni desde Europa en general salvo con mercancías de lujo, a causa de los costos de transporte. Por lo tanto, su existencia indujo el desarrollo de ganaderías, cultivos y manufacturas en un vasto territorio que va desde la actual provincia argentina de Mendoza hasta la actual República de Ecuador.
Para el potosí producían sus telas de algodón el interior y el Paraguay, su lana el interior, su yerba el Paraguay y Misiones, sus mulas Buenos Aires, Santa Fé y el interior. Buenos Aires comenzó por ser el puerto clandestino de la plata potosina, aldea miserable por donde una parte de esa riqueza buscaba acceso ilegal a Europa. (Tulio Halperín Dongui, Revolución y guerra, Bs.As., Siglo Veintiuno, 1972) |
Esto es lo que explica que, aun en decadencia, durante el Virreinato del Río de la Plata el interior concentrara la mayor parte de la población; según Aldo Ferrer, 250.000 habitantes sobre un total de 350.000, quedando el resto para el litoral y la zona misionera. A su vez, la región noroeste habría tenido la mayor concentración dentro del interior (130.000), mientras Cuyo 70.000 y el centro 50.000.
Mientras el noroeste, Cuyo y la región mediterránea experimentaron este proceso de auge "potosino" y se encontraban en la decadencia igualmente potosina en el siglo XVIII, un litoral extremadamente pobre en la época de auge comenzaba un modesto ascenso cuando el interior decaía.
El impulso de la explotación colonial minera de plata provino de las necesidades monetarias del capitalismo europeo en escenso, favorecidas por el parasitismo atrasado de la Corona española y la nobleza castellana, es decir, una causa enteramente colocada en las necesidades y dinámicas de los centros europeos, externa a las estructuras productivas de la colonia.
El modesto ascenso litoral se deberá también a una causa externa, a saber: la demanda mundial de cueros vacunos, impulsada por el desarrollo manufacturero europeo y más todavía por su posterior progreso industrial. Claro está que, como la plata es un recurso natural no renovable, no ha dejado consecuencias productivas en la Argentina de hoy. Las vacas son, en cambio, un recurso natural renovable y, por tanto, las actividades emprendidas durante el modesto ascenso dieciochesco del litoral han tenido continuidad.
Las primeras corrientes colonizadoras españolas trajeron al Río de la Plata varias especies ganaderas, entre ellas, vacas y caballos. Algunos ejemplares escaparon y encontraron un hábitat natural muy favorable en la mesopotamia, la zona chaqueña y, sobre todo, en la enorme pradera natural que constituye la pampa húmeda.
Vaquerías: incrusiones por los campos para cazar el ganado cimarrón que pastoreaba libremente. El procedimiento resulta peculiar: se reunía un grupo de hombres con abundante número de perros; salían todos a la campaña y al toparse con vacunos cimarrones los rodeaban ayudados por los perros; corriendo tras ellos, los herían en el garrón con un instrumento especial, el desjarretadero. Terminada esta etapa volvían los jinetes sobre sus pasos y mataban las reses, sacándoles el cuero, sebo y lengua: el resto quedaba sin aprovechar para alimento de fieras. Las vaquerías eran empresas de riesgo, por el peligro del indio y la combatividad del ganado cimarrón; en ellas no participaban los esclavos, cuya escasez elecaba grandemente su valor comercial. Como la empresa era arriesgada y poco el apogeo del trabajo, se debió recurrir a elementos de dudosa vida, que fueron así dispersándose por la campaña. Son los antecesores del gaucho. |
Así confluyeron criollos e indios y conformaron a esos cazadores transhumantes de vacas, hombreas de a caballo, que más tarde recibirían el nombre de gauchos.
Al acentuarse el comercio legal o ilegal de cueros, aparecieron los comerciantes acopiadores del producto, que lo compraban a partidas de cazadores o a cazadores aislados y, también, titulares de patentes realengas para vaquear, que realizaban esta explotación organizadamente y en gran escala. Tales expediciones merecieron el nombre de vaquerías.
La intensificación de la cacería organizada de vacunos cimarrones, incentivada por la exportación legal e ilegal de cueros, iba a llevar necesariamente a su cancelación y fue reemplazada por nuevas formas de explotación, dado que amenazaba con la desaparición de la materia prima y generaba tensiones fortísimas entre los diversos tipos de cazadores.
Estos factores indujeron a la aparición de la propiedad tanto de la tierra como del ganado vacuno, en este último caso implicando la redomesticación de las manadas cimarronas: la estancia colonial y la adopción de normas sobre marcas y señales para los animales.
Aparecieron las concesiones realengas de peonías de tierra para las gentes consideradas de inferior condición social y de caballerías para las de mayor alcurnia. Las disputas por la riqueza vacuna no sólo introdujeron la demarcación de la propiedad entre los integrantes de la sociedad colonial, sino también la de fronteras entre ellos y las tribus indias, que vivían crecientemente de la misma explotación.
Haciéndose eco de las indudables presiones de estancieros y ganaderas, Félix de Azara recomienda al virrey Pedro de Melo extender la frontera "porque con ella se gana terreno y en él se aseguran muchos cuernos para el comercio".
Los millones de cuernos, entonces, provocaron luchas entre propietarios y aspirantes a tales, luchas por la misma riqueza con las tribus indias y, en medio de las inseguridades generadas por esas tensiones (y la ausencia de cercamientos eficaces y bien definidos), la generación de una tercera tensión: entre los propietarios y la mano de obra rural acostumbrada a considerar las vacas como propiedad de quien lograra cazarlas, los caballos de quien los enlazara y adiestrara y al campo mismo como un mar libre a cruzar a lomo de caballo.
Por esa razón fueron típicas las normas de los titulares del nuevo virreinato destinadas a perseguir a los denominados "vagos y malentendidos", así como la exigencia por parte de las partidas militares rurales a los habitantes de portar una "papeleta" firmada por algún propietario que certificara que trabajara a su servicio. Tempranamente, también, el castigo para el carente de "papeleta" solía ser el enganche forzoso para servir militarmente en los fortines que señalaban la frontera con los indios.
Los conceptos que acabamos de exponer muestran que el litoral ganadero en ascenso contaba con una trama social en extremo débil, con escasa capacidad productiva y densidad de población; mientras las zonas del interior, con mayor densidad de población, tradiciones productivas y disciplina sociál más acentuadas, estaban en una irremediable decadencia, arrastrada por el agotamiento del Potosí.
El dominio territorial colonial del litoral dejaba fuera el 80% sureño de la Provincia de Buenos Aires y más de la mitad del norte de Santa Fe. A esto debe sumarse una parte del sur de Córdoba, la mitad sureña de San Luis y las tres cuartas partes de MEndoza, también al sur. De ahí para el sur, todo; mientras en el norte, además del Chaco santafesino, todo el resto de la zona chaqueña.
El Virreinato del Río de la Plata fue creado por los Borbones en razón de este ascenso del litoral, y debido a la comprobada experiencia de que Buenos Aires era la vía fundamental del contrabando de la plata potosina y la más reciente prueba de que gran parte de los cueros vacunos eran también contrabandeados.
La historia argentina, entonces, como historia nacional o, si se quiere, nacional con defectos, pertenece enteramente al período actual.
Nuestra época, cuando el gran cambio está ya inexorablemente desatado, en la que la actividad científico-técnica organizada (la cara verdadera de la revolución apresuradamente llamada "industrial") seguirá generando poderes crecientes, cuya combinación con las ideologías y culturas anteriores seguirá trayendo graves problemas y peligros, tiene la necesidad de la otra cara del conocimiento -el de la sociedad humana sobre sí misma- que se hará creciente.
En este marco el estudio de las ideologías, las visiones del mundo y las conciencias de clase es uno de los capítulos centrales: la conciencia de su papel en el pasado y de su inadecuación presente para contener la explosión poblacional y productiva es condición para que dejen de ser síntoma, como fracaso, de esa contradicción.