A partid de la irrupción del peronismo, la relación entre sindicatos, partidos "obreros" y Estado adquiere en la Argentina una configuración particular, que se podría sentetizar así:
Como historiadores lo único que podemos aportar en esta discusión es un intento de explicar cómo y por qué ocurrió lo que ocurrió. Lo que intentaremos en este trabajo es rastrear en la historia del movimiento obrero argentino los antecedentes de esa peculiar relación entre sindicatos, partidos obreros y Estado, que se consolidó durante la década del gobierno peronista.
El problema de la relación entre los sindicatos y los partidos "obreros" se planteó en el movimiento obrero argentino desde sus comienzos, construyendo el eje y la línea principal divisoria hasta la aparición del peronismo.
2.1. Anarquistas vs. Socialistas
En un principio, el tema enfrentó a socialistas y anarquistas. Para los socialistas debía existir una estrecha cooperación entre los sindicatos y el PS puesto que ambos perseguían los mismos fines de mejoramiento de la condición obrera. Además, para bregar más eficazmente por sus objetivos específicos, los sindicatos debían tratar de agrupar a todos los trabajadores, sin distinción de ideología, y por eso no debían embanderarse en una determinada posición. Así el primer congreso de la Unión General de Trabajadores (UGT) (1903) recomendaba dar los votos a los partidos que tienen en sus programas reformas concretas en pro de la legislación obrera. La UGT ha declarado que persiste en declarar que no pertenece a partido político alguno (ni al PS) ni preside sus deliberaciones ningún espíritu partidista.
Para los anarquistas "organizadores", en cambio, el sindicato era sobre todo el terreno más propicio para la difusión de la idea liberadora que llevaría a la revolución social, de la que las luchas reivindicativas no eran más que esbozos y gimnasia preparatoria. Las organizaciones gremiales debían proclamar abiertamente su filiación ideológica, como lo hizo la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), en su 5to. Congreso (1905), al querer inculcar en los obreros los principios económicos y filosóficos del comunismo anárquico.
Partiendo, pues, de posiciones tan opuestas, la convivencia de socialistas y anarquistas en una misma organización resultaba imposible y, de hecho, fracasaron todos los intentos de fusión. Por otra parte, los socialistas sólo tenían influencia sobre una minoría de los trabajadores organizados: en 1904 la UGT contaba con 7.400 adherentes frente a los casi 33.000 de la FORA.
Este amplio predominio anarquista responde a diverso tipo de razones: la mayoría de los obreros simplemente trasladaba las actitudes e ideologías predominantes en sus países de origen; el individualismo propio del inmigrante se veía reforzado por las posibilidades de ascenso social (de la ilusión del enriquecimiento individual, muchos pasaban a la utopía de la revolución social). Sólo una minoría de inmigrantes era portadora de una tradición obrera más arraigad. Fue principalmente entre ellos que el reformismo parlamentario predicado por el PS encontraba sus adeptos. Pero incluso este sector le sería pronto disputado por un nuevo rival: el "sindicalismo revolucionario".
2.2. Aparición del sindicalismo
La nueva corriente, surgida en el seno del PS, ya había impuesto su punto de vista en el 3er. Congreso de la UGT, sacando una resolución según la cual la reprsentación parlamentaria socialista sólo tenía un papel "secundario y complementario", "y que ella no puede nunca atribuirse la dirección del movimiento obrero". Expulsada del partido (socialista) al año siguiente, esta tendencia predominó en cambio desd eentonces en la UGT: la central minoritaria sólo había estado vinculada con el PS durante 4 años.
Los sindicalistas se presentaban al principio como una alternativa revolucionaria clasista frente al reformismo parlamentario y la tonalidad pequeño-burguesa del PS. Pero pronto evolucionó también hacia posiciones anti-estatales y anti-políticas que la acercaban a los anarquistas. De ellos la separaba sin embargo, su concepción del sindicato: en lugar de un ámbito más de difusión ideológica, los sindicalistas los consideraban como la única forma de organización específicamente obrera, apta no sólo para la lucha económica cotidiana sino también para conducir la revolución social, identificada con ellos por la huelga general. Sostenían también que los sindicatos deberían ser ideológicamente neutrales, lo que también los alejaba de los anarquistas.
En la década de 1910, sin embargo, la influencia anarquista comenzaba a declinar. Esto reflejaba, por un lado, el debilitamiento de esa corriente en el plano mundial, pero también cierta transparencia de las condiciones locales. El paso del tiempo convencía a muchos inmigrantes de que debían asumir como definitiva su condición de asalariados y de que, ya que la revolución social se mostraba menos inminente, era necesario luchar también por el mejoramiento inmediato de sus condiciones de vida y de trabajo. Quienes capitalizaron esta decadencia del anarquismo fueron los socialistas y no los sindicalistas.
Así, el 9no. Congreso de la FORA (1915) proclamó la neutralidad ideológica y adminió la pluralidad de tendencias en su interior. La neutralidad ideológico, sin embargo, no significaba lo mismo para sindicalistas y socialistas. Si para los primeros era la condición necesaria para la existencia de los sindicatos, para los segundos era toda una barrera. LA convivencia de ambas corrientes en la FORA del 9no. Congreso no tardaría entonces en hacerse conflictiva.
Luego de la desocupación provocada por la guerra, la recuperación económica favoreció el estallido de las demandas acumuladas y la proliferación de movimientos huelguísticos, a través de los cuales el movimiento sindical creció y se reforzó considerablemente. La mayoría sindicalista -sobre todo los dirigentes de los dos gremios claves de la época: marítimos y ferroviarios- comenzaban a defenderse ásperamente ante las pretensiones de socialistas y comunistas.
Respecto a los socialistas el conflicto salió a la luz en el 11 Congreso de la FORA (1921) con el rechazo del delegado de los curtidores, Agustín S. Muzio, por el hecho de ser diputado. Se argumentaba que había dejado de se "obrero en actividad", como exigían los estatutos. Desde entonces, y hasta el congreso constituyente de la CGT (Confederación General de Trabajadores) en 1936, el rechazo de credenciales de diputados y concejales será ritual en todos los congresos y revelará la persistencia de una mayoría anti-política en el movimiento sindical. Con respecto a los comunistas, que habían planteado la adhesión de la central a la Internacional Sindical Roja (ISR) de Moscú, la mayoría sindicalista impuso el rechazo de la moción, que se repetirá también en todos los congresos hasta que los comunistas se retiren de la Unión Sindical Argentina (USA), en 1929.
La ortodoxia sindicalista había llegado a su apogeo con la constitución de esta última central (USA) en 1922. Su declaración de principios partía de constatar "la inutilidad de la política colaboracionista, del recurso parlamentario y de la táctica corporativista limitada a la simple obtención de mejoras". Resolvía "desconocer todo derecho de intervención y tutelaje a las fracciones organizadas en partídos políticos en las cuestiones que atañen e interesan al proletariado argentino que milita en las filas de la USA.
El sectarismo sindical de la USA conduciría finalmente al retiro de los socialistas, que constituyeron la Confederación Obrera Argentina (COA) en 1926, y de los comunistas, que formaron en 1929 el Comité de Unidad Sindical Clasistas (CUSC). Al terminar, pues, la década del 20´ la cuestión dindicatos-partidos segúi dividiendo al movimiento obrero como en sus comienzos: dos centrales anti-políticas -la FORA anarquista y la USA- se oponían a dos centrales "políticas", a la vez que, dentro de cada uno de esos campos, los sectores más moderados (ya que el radicalismo verbal de la USA estaba lejos de traducirse en hechos) se oponían a los más externos.
2.3. 1930, sure la CGT
Esta fragmentación pareció atenuarse en 1930 con la convergencia de las dos centrales moderadas en la CGT. Pero la convivencia de socialstas y sindicalistas fue posible mientras la recesión económica y la desocupación, con represión, obligaron al movimiento obrero a mantener una existencia puramente vegetativa. Reducidos ya los anarquistas los enfrentamientos se desarrollarían ahora entre sindicalistas, socialistas y comunistas, caracterizándose por la paulatina declinación de los sindicalistas y el crecimiento de la influencia de los socialistas y comunistas.
Puede decirse que la decadencia del sindicalismo comienza en 1922, cuando el congreso constituyente de la USA cuestiona la delegación de los ferroviarios y el tipo de organización que están adoptando. Esto mitivó que al consituirse la Unión Ferroviaria (UF) (el sindicato más importante de la época) no adhiera a la USA, y que en 1926 se integrara, en cambio, a la COA, haciendo que sus filas resultase más nutridas que las de su rival.
La dirección de la UF no era socialista, y su enfrentamiento con los sindicalistas de la USA había sido más bien sircunstancial, de modo que al constituirse el Comité NAcional Sindical de la CGT ambos grupos hicieron causa común, formando una mayoría anti-política que comenzó por rechazar la incorporación del diputado socialista F. Pérez Leirós. Pero esa mayoría anti-política ya no reflejaba cabalmente la relación de fuerzas real en los sindicatos. Fueron perdiendo durante esos años el control de los sindicatos tan importantes como el de trabajadores del Estado, gráficos, etc, que pasaron a reforzar el bloque socialista nucleado alrededor de La Fraternidad (LF), la Unión Tranviaria (UT), municipales y empleados de comercio.
Conscientes de la debilidad de sus bases de sustentación, los dirigentes sindicalistas se aferraron a los cargos directivos de la central, postergando durante cinco años la reunión del congreso constituyente que pondría en peligro su hegemonía. Pero todo eso no hacía más que confirmar las acusaciones de burocratización y oficialismo sobre las que se centraba el crecimiento de la oposición socialista, favorecido desde 1934 por el resurgimiento de las luchas reivindicativas que ponían más en evidencia la pasividad de la dirección cegetista.
Dentro de este marco general, la definición del enfrentamiento pasaba concretamente por el control de la UF, que con sus 75.000 afiliados representaba alrededor de un tercio de los efectivos de la CGT y, aliada con los otros gremios del transporte, dominaba la central. Aprovechando el debilitamiento del grupo que la dirigía desde su fundación, producto de un largo e infructuoso plaito con las empresas, una coalición dirigida por socialistas logró desplazarlo.
Con eso, la relación de fuerzas se volcaba decididamente en contra de los sindicalistas, que sin embargo seguían negándose a reconocerlo y sólo pudieron ser desalojados de la cúpula de la CGT por un golpe de mano protagonizado por los principales dirigentes sindicales socialistas a fines de 1935. Esto produjo la división de la central, pero, por primera vez en la historia del movimiento obrero argentino, los anti-políticos de la CGT-Catamarca sólo representaban una pequeña minoría frente a los "políticos" de la CGT-Independencia.
2.4. Segunda división de la CGT
Este predominio de los partidos "obreros" sobre el movimiento sindical sólo durará cerca de una década, y aunque durante la misma la oposición socialistas-comunistas tiene a sustituir a la vieja contraposición políticos-antipolíticos, esta última no dejará de reaparecer bajo nuevas formas y es la que, en definitiva, llevará a la segunda división de la CGT, en 1943.
En 1935 un nuevo viraje de la Comitern lanzó la consigna del frente popular y los sindicatos comunistas disolvieron el CUSC y pidieron ingresar en la CGT. La dirección sindicalista puso una serie de condiciones para la admisión, entre ellas, que los sindicatos "no aceptarán ni tolerarán ninguna consigna que emane de grupos externos". Sólo después de la deposición de la cúpula sindicalista pudieron entrar los comunistas en la CGT, pero tampoco los socialistas los recibirían con los brazos abiertos: el congreso de 1936 reservó el derecho de votar y ser elegido miembro de los cuerpos directivos a los sindicatos que tuvieran un año de afiliación a la central, excluyendo a los comunistas. Recién en el primer congreso participaron, obteniendo el 38% de los cargos en el Comité Central Confederal (CCC).
Pero cuando el CCC volvió a reunirse en octubre de 1942, luego de haber sido impedido de hacerlo por varios años, los comunistas estaban empeñados en una campaña destinada a desplazar al grupo de ferroviarios dirigido por José Domenech, que dominaba los cuerpos directivos desde 1936 y se mostraba reticente a estrechar vínculos con los partidos obreros. Al ser afectado por esta actitud, el PS -encabezado por F. Pérez Leirós y Angel Borlengui- terminó por alirase con los comunistas.
La situación hizo crisis en la reunión del CCC encargada de elegir a las nuevas autoridades de la central: la paridad de fuerzas era tal que las dos listas enfrentadas -la N°1 encabezada por Domenech, y la N°2, por Pérez Leirós- se proclamaron ganadoras, lo que llevó a una nueva división de la CGT. Era fundamentalmente la vieja cuestión de la relación entre sindicatos y partidos la que reaparecía bajo nuevas formas. La N°1 retomaba en los hechos la tradición sindicalista de prescindencia política y defensa exclusiva de los intereses corporativos; la N°2 intentaba reforzar los vínculos del movimiento sindical con los partidos "obreros", y llevar a la CGT a desempeñar un papel mucho más activo en la política nacional, con vistas a la formación de un frente popular capaz de aspirar incluso al poder político.
2.5. Perón: unificación sindicalista
Estas dos corrientes que recorren la evolución del movimiento obrero argentino desde sus conmienzos encontrarían finalmente su síntesis, inesperada y paradójica, en el peronismo. Perón empezó, efectivamente, retomando el discurso de la prescindencia, apoyándose en la CGT N°1 y en el gremio ferroviario -es decir en la vieja tradición de desconfianza e independencia frente a los partidos "obreros"- para eliminar a la más reciente influencia socialista y comunista sobre el movimiento sindical. Pero terminó llevando al mismo a la casi absoluta identificación con un partido y al desempeño de un papel protagónico en la política nacional, concretando así prácticamente los objetivos perseguidos por los partidos "obreros". Logró así la unificación del movimiento sindical.
Las etapas de predominio anarquista, sindicalista y social-comunista en el movimiento obrero cincidieron aproximadamente con las tres formas que adopta el Estado durante ese período y que podríamos denominar oligárquico-represiva (hasta 1916), populista-liberal (1916-1930) y oligárquico-intervencionista (1930-1943). La cuestión de las relaciones sindicatos-Estado tiene un desarrollo más lineal y que desemboca más naturalmente en la solución peronista.
3.1. El Estado oligárquico-represivo (hasta 1930)
Para el obrero anarquista, el Estado era el polícia que allanaba y clausuraba el local de su sindicato o la imprenta de su periódico; el funcionario que resolvía deportarlo en función de lay de residencia. Frente a esta realidad cotidiana los socialistas había podido introducir un diputado en el parlamento. El estado no era en esta etapa para la mayoría de los obreros organizados más que una maquinaria represiva al servicio del capital, imposible de reformar o de conquistar y que simplemente había que destruir.
La expresión gráfica de este enfrentamiento entre la mayor parte del movimiento obrero y el Estado son los episodios violentos de "la semana roja" de 1909 y la reacción del Centenario.
3.2. El Estado populista-liberal (1916-1930)
Pero la actitud del Estado cambió con la llegada al poder del radicalismo, que debía pagar tributo al origen popular de su mandato y diferenciarse del "Régimen" oligárquico haciendo gala de una mayor sensibilidad social. A esto se sumaba, en el caso de Yrigoyen, una concepción del Estado como árbitro de los problemas sociales, con una inclinación humanitaria y paternalista hacia los sectores menos favorecidos. Estas predisposiciones iniciales desembocaron en las mayores contradicciones y ambigüedades durante su primera presidencia.
Para los anarquistas el gobierno de Yrigoyen no se diferenciaba en nada de sus predecesores y la actitud del Estado hacia la clase obrera no cambiaría jamás. La posición sindicalista, en cambio, era mucho más matizada. Al comenzar su presidencia, Yrigoyen había puesto en práctica sus ideas sobre el papel arbitral del Estado, actuando como mediador en los conflictos que sostenían marítimos y ferroviarios, y había obtenido beneficios para los huelguistas. Paa los socialistas el yrigoyenismo no era más que una variante demagógica de la "política criolla".
3.3. El Estado oligárquico-intervencionista (1930-1943)
Con Uriburu, la situación pareció retrotraerse, agravada, a la etapa del Estado represor: fusilamientos, deportaciones, cárcel y allanamientos recayeron principalmente sobre anarquistas y comunistas. La política de Justo, en cambio, fue mucho más sutil. Ya el Partido Conservador de la prov. de Bs.As. había incluido en su lista de candidatos a diputados nacionales a dos importantes derigentes de la UF. Justo recibía periódicamente a los dirigentes de la CGT. Esta política de acercamietno e institucionalización no excluía el uso de la represión. Así, la huelga genereal convocada en 1936 por los comunistas fue severamente reprimida. Con Ortiz la tendencia intervencionista del Estado rebasa ya el terreno laboral para penetrar en el ámbito sindical.
3.4. Perón y los sindicatos
Si desde el punto de vista sindical el peronismo se presenta entonces como una síntesis de sus dos principales corrientes, partiendo de la "prescindencia" que lo alejaba de los partidos obreros para llegar a involucrarlo plenamente en la política nacional como éstos pretendían, desde el punto de vista de la actitud del Estado frente al movimiento sindical también podemos hablar de una síntesis de las tendencias insinuadas durante las tres décadas anteriores.
Pensamos entonces que, lejos de aparecer como un exabrupto histórico, producto del azar o del cerebro maquiavélico de Perón, los elementos constitutivos de esa peculiar relación entre sindicatos, partidos "obreros" y Estado se habían ido acumulando lentamente durante décadas para cuajar rápidamente en los intensos años de 1943-46 al calor de una crisis generalizada que recomponía el sistema político argentino sobre nuevas bases.
La diferencia más evidente entre el sindicalismo pre-peronista y el peronista es la creiente pérdida de autonomía de este último frente al Estado y al liderazgo centralizador y autoritario de Perón.