Entre 1890 y 1914, la economía y la sociedad argentina tuvieron como eje el sector exportador. Entre 1880 y 1910 el valor de sus exportaciones se sextuplicó. Por sobre todo, había surgido una sociedad de características sociales y políticas peculiares. Veamos en líneas generales, cuáles eran los principales elementos constitutivos de la sociedad argentina: su clase social dominante, el papel que en ella cumplía el capital extranjero, y, por último, la estructura de la sociedad urbana.
El auge de las exportaciones fue en buena medida el resultado de la expansión del mercado inglés de productos alimenticios y del desarrollo de la industria británica en el último cuarto del siglo XIX. A cambio de los alimentos importados de la Argentina, Gran Bretaña exportaba a dicho país un gran número de productos industriales. Así pues, la economía argentina estaba modelada en líneas generales, de acuerdo con los preceptos clásicos del Libre Cambio y de la especialización internacional.
La expansión de las exportaciones agropecuarias tuvo lugar en una época en que la estructura básica de la propiedad de la tierra ya estaba configurada. La pauta de las grandes heredades, propia de la época colonial y del siglo XIX, continuó en el siglo XX. A diferencia de lo ocurrido en Estados Unidos y en Australia, en la Argentina no hubo una gran subdivisión de la tierra;. Uno de los efectos más señalados del auge de las exportaciones fue el aumento del valor de la tierra y de su renta, que junto con la creciente importancia de la carne luego de 1900 garantizó la supervivencia de grandes unidades productivas. La consecuencia fue la consolidación de la estructura latifundista y el surgimineto de una élite poderosa.
Históricamente, la élite terrateniente surgió como consecuencia de las actividades mercantiles de Buenos Aires, que se remontaba al siglo XVIII. A medida que fue aumentando el comercio exterior, la riqueza adquirida a través de aquél fue canalizada en la acumulación de tierras. Como al principio estas tierraas poseían muy escaso valor, y muy pocos tenían los medios o la visión necesaria para adquirirlas, se distribuyeron divididas en extensiones muy amplias.
El orden del liderazgo político de la élite terrateniente argentina debe buscarse entonces en la forma en que un sector bien arraigado, compuesto en gran medida (aunque no exclusivamente) de familias criollas tradicionales, aprovechó las favorables condiciones económicas externas posteriores a 1870 para convertirse en una éltie local aliada a los intereses británicos.
El grupo más poderoso era el de los criadores de ganado que atendían el mercado interno e internacional. El núcleo de la élite estaba formado por 400 familias, estrechamente entrelazadas a través de ciertos clubes y asiciaciones privadas.
A causa de la concentración bastante estable del poder económico, el período comprendido entre 1880 y 1912 se dio en llamar el período de la oligarquía.
El capital extranjero provenía de Gran Bretaña. Estas inversiones se realizaban primordialmente de tres formas. Antes de 1880 la más común eran los empréstitos oficiales. De los ingleses provino, asimismo, una oleada masiva de inversiones en ferrocarriles, que se prolongaron hasta 1913, a cuyo fin el país contaba con uno 30.000 kilómetros de vías. Por último, antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, mientras se completaba el sistema de transportes, los ingleses y otros europeos omenzaron a invertir en servicios públicos. Hubo también grandes inversiones extranjeras en bancos, compañías inmobiliarias y obras portuarias.
Existía una estrecha complementariedad de intereses entre los sectores más poderosos de la élite y los comerciantes e inverores británicos. Eso no significaba que no hubiera discrepancias y conflictos entre ellos; pero lo que se cuestionaba en tales casos no era la relación en sí misma, sino la distribución de los beneficios.
En 1900 la idea de abandonar el Libre Comercio en favor del proteccionismo y del desarrollo industrial gozaba de muy poco apoyo en la élite. Cierto es que existían tarifas de importación, pero éstas perseguían como fin fundamental dotar de recursos al fisco. Había algunas industrias, pero las únicas rgandes unidades productivas eran las ligadas al sector exportador, como los frigoríficos. En 1914, la cantidad de obreros en la industria nacional era realmente muy baja.
La primacía del sector exportador se reflejaba en la distribución de la población. El Tercer Censo Nacional de 1914 estimó la población total del país en 7.885.237 habitantes. Casi tres cuartas partes de esa cifra se situaba en la zona pampeana, dentro de un radio aproximado de 300 a 450 kilómetros de Bs.As.
Sin embargo, la simplicidad de la economía exportadora fue quebrada por la alta tasa de urbanización en la zona pampeana. Ya en 1895 casi una cuarta parte de la población del país vivía en ciudades de más de 20.000 habitantes.
Este veloz crecimiento urbano fue más agudo todavía en la ciudad de Buenos Aires. A fines del siglo pasado, Buenos Aires había llegado a constituir la paradoja central de la economía primario-exportadora: en tanto que el sistema productivo real del país era geográficamente amplio y descentralizado, estaba dominado política y estructuralmente por la ciudad y las zonas circunvecinas de la provincia homónima.
La estructura social de la urbe era muy compleja, con grandes sectores de clase obrera y de clase media. Esta última estaba compuesta por industriales y propietarios de establecimientos comerciales, profesionales, funcionarios y empleados administrativos; la clase obrera, por los rtabajadores ferroviarios y portuarios, los obreros de los frigoríficos de Avellaneda, los trabajadores de la industria y de las actividades de servicios privados, y, por último, los trabajadores de los servicios y del Estado.
El último de los rasgos que caracterizaron a la sociedad argentina de estos años fue la inmigración. Desde 1857 hasta 1916 ingresaron al país un total de 4.758.729 inmigrantes, de los cuales permanecieron en él 2.575.021. Más de un millón de inmigrantes vinieron de Italia y algo menos de España; en 1914 había en el país casi 100.000 rusos, muchos de ellos judíos, y una cifra similar provenientes del Imperio Otomano y de otros Estados de los Balcanes.
El origen de esa inmigración masiva debe buscarse en la demanda de mano de obra para las cosechas y de arrendatarios rurales. Más adelante, a medida que la economía se fue haciendo más compleja, hubo también oportunidades de trabajo para los obreros ferroviarios y poruarios y para comerciantes e industriales.
Sin embargo, otras condiciones indican que la Argentina distaba de ser un paraíso para los inmigrantes. Aunque la movilidad estaba muy difundida, un gran número de inmigrantes seguían quedando entre las filas de la clase obrera. Había franca explotación en muchos aspectos, sobre todo en materia de vivienda y alquileres.
El rasgo sobresaliente de la economía argentina era su inestabilidad: estaba fuertemente condicionada por factores estacionales y por los caprichos del ciclo económico, influencias ambas que desestabilizaban la demanda de mano de obra y el nivel del salario real.
A medida que transcurría el tiempo, cada vez se tornaba más difícil dejar de pertenecer a la clase obrera, y abandonar la miseria y la inseguridad que ella implicaba, para pertenecer a la clase media.
A la vez, la inmigración fue activamente alentada por el Estado en apoyo de la élite terrateniente. Se organizaron campañas para el reclutamiento de inmigrantes en Europa, y era corriente que se subsidiaran pasajes de vapor para pasajeros de tercer clase. Tales medidas tenían la clara finalidad de mantener los salarios lo más bajos que fuera posible y contar con una fuerza de trabajo abundante y de fácil desplazamiento.
Los intereses de los inmigrantes y de la élite exportadora también chocaban entre sí (al menos durante el S.XIX) en la cuestión de la política monetaria. En gran medida, los booms de la tierra de fines del siglo XIX, que gestaron las fortunas de la élite, se lograron por medio de una estructura liberal de crédito y el uso de un papel moneda depreciado. La inflación incrementaba los precios internos, pero los salarios a menudo iban a la zaga de aquellos con lo cual el papel moneda se convirtió en un instrumento de distribución del ingreso en favor de la élite y en perjuicio de los asalariados, y de hecho sirvió para disminuir el salario real.
Esta distribución del ingreso perjudicial para los asalariados se veía reforzada por la índole de los lazos de la élite con el capital extranjero. Para las compañías extranjeras, como para los terratenientes, cuan to menor era el salario promedio, menor era el costo de la mano de obra y mayor la ganancia.>
La inmigración fue en la Argentina un proceso fluido e inestable. La mayoría de la población oriunda de Europa trabajaba en las estancias como arrendatarios agrícolas. Sobre todo después del gran aumento en los precios de la tierra producido a fines de siglo, el arrendatario rural quedó expuesto a la inestabilidad y en muchos casos a la miseria.
Fueron los inmigrantes los que dieron el gran impulso al crecimiento de las grandes urbes. Representaban el 40% de la población urbana total de la provincia de Bs.As. Así, se enfrentaban con dos situaciones básicas: por un lado estaba el deseo de la élite terrateniente de promover la inmigración pero impidiendo que los salarios alcanzaran su nivel real, por el otro, los inmigrantes estaban sometidos al fuerte influjo de la sociedad urbana, donde había comparativamente más oportunidades de movilidad social y de adquisición de propiedades que en las zonas rurales.
Los consiguientes resultados de la inmigración masiva fueron la saturación del mercado de trabajo y la creciente concentración de la población en las urbes. No obstante, debido a la gran movilidad de la fuerza de trabajo y a la facilidad con que se podía eliminar la mano de obra excedente mediante el artificio de reenviar a los inmigrantes a su país de origen, la desocupación casi nunca fue más que un fenómeno pasajero. La gran excepción a esta regla se dio durante la Primera Guerra Mundial.
En la Argentina existían especiales condiciones que conspiraban contra la voluntad de los inmigrantes de radicarse para siempre: la imposibilidad de adquirir tierras, la inestabilidad ocupacional y la vida nómade que muchos de ellos debían llevar. Pero hay también otra razón fundamental: La clase dirigente argentina mal podía tener interés en alentar la naturalización de los inmigrantes cuando (a diferencia de EEUU) no estaba en condiciones de hacer de ella el instrumento de control político para promover la aceptación y apoyo del orden establecido.
Las relaciones entre la élite y la clase media urbana eran más complejas. Podrían buscarse en ésta última signos de oposición a la élite y a la economía primario-exportadora como los que aparecen en las clásicas luchas europeas entre los intereses industriales urbanos y los intereses agrarios rurales. Pero, pese a la existencia de un sector industrial, la estructura de clases urbanas estaba enraizada en los sectores del comercio internacional y de los servicios.
El sector industrial estaba dominado por grandes estructuras productivas, como los frigoríficos, integradas a la estructura primario-exportadora. Las actividades artesanales menores se desarrollaban allí donde la disponibilidad de materias primas nacionales y la ventaja proveniente de los costos de transporte hacían que los precios fueran inferiores a los de los artículos importados similares. También en estas actividades había, más que un conflicto, una conplementariedad con la economía primario-exportadora.
Los sectores urbanos favorecían la estructura del Libre Cambio por temor de que los intentos de diversificación industrial produjesen presiones inflacionarias que afectarían el costo de vida. Es interesante observar que la campaña de expansión cualitativa del sector industrial iniciada en la década del treinta recibió su mayor impulso, no de los grupos urbanos, sino de la élite. El objetivo primordial era corregir los déficit de la balanza de pagos mediante un programa de sustitución de importaciones. No obstante, hasta 1930 hubo amplio consenso entre los terratenientes y urbanos, lo cual robusteció considerablemente la posición cuasicolonial de la Argentina y los principios tradicionales de la política estatal, tales como el Libre Cambio y la dependencia de los ingleses en materia de intercambio comercial e inversión de capitales.
Lo que llevó a minar ese consenso fue la tendencia intrínseca de la economía primario-exportadora a concentrar el poder y la riqueza en manos de los terratenientes extranjeros. Y esto no afectó únicamente a la clase obrera. A comenzos del siglo XX ya había indicios de que estaba afectando seriamente la estructura y composición de la clase media urbana, y, como consecuencia, sus vínculos políticos con la elite. Dada la falta de un sector industrial bien desarrollado y maduro, había poco margen en la Argentina para el surgimiento de grupos de empresarios y gerentes de alto status.
La demanda de bienes de inversión y productos industriales por parte de la élite era satisfecha en su mayor parte por el exterior; en el plano interno, su mayor demanda era la mano de obra y servicios, y entre estos últimos, sobre todo jurídicos, administrativos y, en menor medida, educacionales. Todos estos eran roles propios de los "trabajadores de cuello blanco" de la clase media, y exigían cierto nivel intelectual y educativo. La demanda de tales servicios fue una influencia decisiva en la formación de la clase urbana.
Un rasgo significativo es que la mayoría de los profesionales urbanos y funcionarios eran argentinos nativos, no inmigrantes. La pauta de movilidad social más corriente en los años previos a la Primera Guerra Mundial era que los hijos de obreros o comerciantes inmigrantes fuesen profesionales o funcionarios, de manera tal que si ser inmigrante equivalía en general a ser un obrero o un pequeño propietario de industria o comercio, se podía afirmar que con mayor exactitud aún que ser profesional o funcionario equivalía a ser nativo. Por lo demás, la tasa de crecimiento de esta clase media profesional fue en rápido aumento durante los 50 años que precedieron a 1914.
Las aspiraciones de movilidad social de la clase media no se canalizaban en oposición directa a la clase terrateniente y en apoyo del desarrollo de un sector industrial, sino que estaban regidas por el deseo de acceder a carreras profesionales y a ocupaciones que nada tenían que ver con ese sector. En la medida en que la élite terrateniente se opuso al acceso de la clase media a dichas posiciones, ambas clases entraron en colisión.
Hacia fines del siglo, la rápida tasa de urbanización, junto con el escaso crecimiento del sector industrial, alentaron la aparición de intensas presiones culturales en pro del desarrollo de los grupos dependientes de la clase media. Cuando surgió la nueva generación de hijos de inmigrantes, ésta tendió a apartarse de los roles de sus padres (obreros o pequeños comercianres) y a competir vigorosamente por ocupar un lugar entre las profesiones liberales. Ello generó poco a poco en los grupos de clase media nativos lo que llevó a ser una obseción por la educación secundaria y universitaria, el medio con el cual podían asegurarse el ingresoa dichas profesiones.
Aún antes de fines de siglo se hizo evidente que algunos sectores de la clase gobernante advirtieron este proceso, y sus resultados distaban bastante de satisfacerlos.
Tal fue en esencia la índole de la relación política entre los grupos de la clase media y la élite. Esta última, según el modelo liberal ortodoxo, trataba de minimizar el gasto público, en tanto que la clase media dependiente, cada vez mayor, trataba de incrementarlo pari passu con su propio crecimiento. La élite controlaba el aparato estatal, que era árbitro principal en cuanto a la suerte que correrían los grupos de clase media. Dos eran las esferas de mayor conflicto: la élite podía tratar de frenar la tasa de gasto público y limitar el número de servidores del Estado, o bien podía tratar de detener el crecimiento de las clases profesionales restringiendo la matrícula universitaria, de modo de reservar tanto las universidades como los cargos públicos para sus propios miembros.
Este conflicto era en esencia relativamente superficial. No se trataba de que los grupos de clase media atacasen en forma directa la base de la fortuna de la élite terrateniente. No pretendían imponer cambios estructurales al marco básico en que se desenvolvía la economía primario-exportadora. Lo que más les interesaba eran los aspectos cuantitativos y cualitativos del gasto público, y esto sólo podía llegar a ser un peligro para la élite si dichos obtenían el control total del Estado.
Pero, ¿cuánto tiempo podría durar un acuerdo con las clases medias? El rasgo más definitorio de la sociedad argentina era que cuanto más alentaba la economía primario-exportadora el desarrollo de una compleja sociedad urbana, más probable era que la ausencia de un sólido sector industrial promoviera un ulterior crecimiento de los grupos dependientes de clase media. La cuestión residía, entonces, en saber hasta qué punto podía el Estado seguir sirviendo a la vez a los intereses agrarios y urbanos, y hasta qué punto se romperían los lazos entre ellos.