La veloz inflación que privó derante la guerra y el período de posguerra llegó a su fin con la depreseión de 1921. Esta depresión sirvió de telón de fondo al siguiente período presidencial, y se continuó con una prolongada fase de recuperación que llegó hasta 1929.
Las importaciones argentinas superaron a las exportaciones, como aconteció antes de 1914, y el déficit se cubrió con nuevas inyecciones de capital extranjero; pero cada vez fue mayor la proporción de este último proveniente de los Estados Unidos. Un cierto número de empresas norteamericanas se establecieron por primera vez en el país, orientando sus actividades hacia el campo de la energía y de los bienes duraderos de consumo.
La presencia de los norteamericanos se vinculaba también al crecimiento industrial. El lapso que estamos estudiando conincidió con un cambio importante en la posición internacional de la Argentina. Aunque el dominio británico todavía era notorio en cuanto a la magnitud de la inversión bruta y del comercio, no se extendía en las áreas de mayor crecimiento económico. El síntoma principal de una rivalidad anglo-americana cada vez más evidente era la creciente competencia entre los automóviles importados de EEUU y los ferrocarriles británicos.
La simple relación bilateral con Gran Bretaña sufrió una erosión aún mayor. La Argentina siguió vendiendo a Gran Bretaña sus artículos primarios, pero en materia de importaciones tendía a encaminarse hacia EEUU. A fines de la década del 20, esto ya comenzó a originar divisiones entre los grupos terratenientes. Los ingleses mostraban creciente inquietud y empezaron a solicitar a Argentina que concediera condiciones de compra más favorables para sus productos. Poco a poco se desató el temor de que se desquitaran suprimiento la importación de carne argentina. El problema es que si esto acontecía, no se encontraría en EEUU un mercado alternativo para las expos.
Pero este problema no se agudizó hasta fines de la década. En el interín, la Argentina gozó un nuevo auge exportador y sus sectores urbanos disfrutaron de una renovada prosperidad. Pese al crecimiento industrial, el sector primario siguió siendo el elemento rector del desarrollo social, lo cual implicó un parente resurgimiento de las condiciones anteriores a la guerra, un aumento en las inversiones extranjeras, la inmigración y la urbanización, así como la consolidación de la estructura urbana existente.
A lo largo de esta década la política siguió dominada por las relaciones entre los terratenientes y las clases medias. Entre el punto más bajo alcanzado por la depresión en 1922 y el comienzo del auge exportador en 1926, los salarios reales aumentaron un 10%. Fue abandonada la política de los grupos de presión propia de la época de Yrigoyen, con los sindicatos de un lado y los empresarios del otro.
El sindicato más importante en esta época fue el sucesor de la FOF, la Unión Ferroviaria (UF), fundada en 1922. Hubo pocas huelgas de envergadura, y el nuevo gobierno no se preocupó por fomentar la influencia de los sindicatos.
En 1922 los radicales ganaron las elecciones sin mayores dificultades. En muchas de las provincias, donde la oposición era mayoría, Yrigoyen allanó el camino al sufragio mediante intervenciones federales. Yrigoyen eligió para sucederlo en el cargo a MArcelo T. de Avlear, que antes era Cónsul en París. Alvear pertenecía al grupo del patriciado que fundara el PArtido Radical; eso indicaba que Yrigoyen desaba conservar el apoyo de los principales grupos de la élite, apoyo que se había visto amenazado por las huelgas y el auge de la Liga Patriótica. A causa de su larga ausencia del país, el nuevo presidente carecía de influencia dentro del partido y aparentemente no mantenía contactos con los grupos disidentes. Yrigoyen pensó que Alvear iba a necesitare de él. Sin embargo, Alvear parecía rechazar los aspectos más aventurados y progresistas que presentaba la política de Yrigoyen.
No obstante, el nuevo gobierno enfrentó agudos problemas, derivados directamente de su dificultad para lograr un equilibrio entre los grupos de la élite y de la clase media dentro del partido. Como condición para cooperar con Alvear los grupos aristocráticos exigieron que se retornase a lo que ellos denoiminaban la legalidad constitucional: debían cesar las intervenciones federales en las provincias por simple decreto del Ejecutivo; sólo el Congreso estaría autorizado a resolver la necesidad de una intervención. La segunda condición era que el gasto público estuviera también bajo el control estricto del Congreso, poniendo fin a la práctica yrigoyenista de 1919.
Las intervenciones federales y el creciente gasto público se habían convertido en los dos pilares básicos del sistema de patronazgo mediante el cual Yrigoyen manejaba el partido. El control por parte del Congreso implicaba una severa limitación en tal sentido, y por ende una amenaza directa contra los grupos de profesionales y funcionarios de clase media en los que había venido a basarse el Partido Radical.
Habían surgido, entonces, dos facciones en el partido: los "alvearistas", antiguos opositores a Yrigoyen, y los "Yrigoyenistas", adictos de los comités, pertenecientes a la clase media.
Tan pronto asumió el nuevo gobierno, los grupos de clase media comenzaron a quejarse por las designaciones ministeriales. Sólo un acólito de Yrigoyen obtuvo un ministerio. En 1922 los miembros más conservadores del gobierno de Alvear promovieron reducciones del gasto público. La situación se complicó por el hecho de que las recaudaciones fiscales provenían en su mayoría de los impuestos a la importación, y con la interrupción de las importaciones durante la guerra tales recaudaciones habían mermado en grado significativo. La cuestión se tornó grave desde la depresión de 1921 en adelante. La declinación de la actividad económica y el desempleo hicieron que los grupos de clase media presionaran al gobierno para que instensificara dicho gasto.
Para cubrir su déficit, que crecía con rapidez, el gobierno debió recurrir a gran catidad de préstamos de corto plazo de bancos nacionales y extranjeros. Como resultado de esto se creó una enorme deuda flotante. El propio Alvear estaba decidido a reducir esta deuda. A principio de 1922 parecía que el nuevo gobierno estuviera a punto de hechar a todos los empleados públicos como medio de hacer economía. Hubo una ráfaga de despidos y de acusaciones de corrupción, pero en 1923 se comenzó a obrar con más cuidado. En lugar de reducir bruscamente el gasto público, aislándose de su principal fuente de apoyo partidario, el gobierno adoptó la vía alternativa de tratar de invrementar sus ingresos fiscales, dando los primeros pasos a fines de ese año, cuando el Congreso aumentó en un 60% los aforos aduaneros de los bienes importados.
Esto implicaba la reintroducción de una política proteccionista, que aparentemente era contraria a la tradicional inclinación de los terratenientes por el Libre Cambio. No obstante, el propósito de la medida era ampliar, en un grado limitado, la industrialización nacional. La motivación principal de Alvear al aplicar esta política arancelaria era que el fisco obtuviera ingresos inmediatos, amén de su objetivo de salvaguardar la unidad de la UCR.
Otro de los aspectos que ofreció el repliege financiero oficial en 1923 afectó la situación de la clase obrera. El Congreso autorizó al Poder Ejecutivo a procurar los medios para consolidar la deuda flotante. Aun que al cabo logró consolidar una pequeña parte de la deuda, las tentativas de obtener préstamos externos fracasaron, lo cual a fin de año llevó al gobierno a adoptar un nuevo plan: propuso un sistema jubilatorio para la clase obrera, que se aplicaría a los obreros industriales, los empleados de comercio y bancarios, los portuarios y los tipógrafos. La idea era utilizar los fondos para la consolidación de la deuda.
Los esfuerzos tendientes a llevar esta medida a cabo originaron la única acción política de envergadura que efectuaron los obreros durante el período de Alvear. En mayo de 1924, cuando el plan iba a ponerse en práctica, se declararon una serie de huelgas como las de 1921, que no pudieron consumarse. Finalmente el plan de jubilaciones fue abandonado en 1925, sobre todo porque los empleadores se opusieron a él. Además de revelar cuál era la posición del gobierno respecto de la clase obrera, fue un ejemplo más de su intento de resolver la cuestión fiscal sin recortar el gasto público, fuente de patronazgo.
Pese a su posición negociadora y a que en definitiva no restringió el gasto público, el gobierno de Alvear comenzó a tener cada vez peores relaciones con el Partido Radical. El período crítico fue el año 1923; ya en enero Alvear se vio asediado por los caudillos de barrio, quienes le reprochaban no concederles suficientes cargos como para apuntalar sus respectivas posiciones. En febrero tuvo lugar un altercado de dominio público entre el PResidente y Elpidio Gonzáles, y el resto del año transcurrió en una franca pelea entre Loza, y el único yrigoyenista del gabinete, con su demanda de un amplio plan de obras públicas, y los otros ministros, decididos a mantener la ortodoxia financiera. Por otra parte, las concesiones de Alvear le enajenaron velozmente las simpatías de los ministros conservadores. Pero las renuncias de los ministros no consiguieron frenar la creciente posición de los yrigoyenistas. Los comités del partido se dividieron: por un lado los que apoyaban al Presidente, y por el otro los que estaban con Yrigoyen.
La ruptura final, en 1924, sobrevino luego del intento de Alvear de consolidar su posición estableciendo lazos más firmes con la élite partidaria. En vista de la oposición extrema a Gallo, nuevo ministro, que ofrecían los yrigoyenistas, resultó imposible mantener unido al partido. En las elecciones internas de 1924, en muchas partes del país compitieron dos listas rivales. Por último Gallo anunció la creación de un nuevo partido, la Unión Civica Radical Antipersonalista. Con el término antipersonalismo se quiso significar el desdén por las técnicas de patronazgo empleadas por Yrigoyen, pero era un rótulo engañoso, ya que el propio Gallo demostró tener el mismo apego de Yrigoyen a los métodos tradicionales de obtención del apoyo popular.
Alvear desechó este curso de acción, confiando lograr con su indulgencia la reunificación partidaria. En junio de 1925 el propio Gallo fue obligado a renunciar. El surgimiento del antipersonalismo fue el fruto final de rivalidades partidarias que ya eran evidentes incluso antes de 1916.
El frecaso del antipersonalismo en 1924 y 1925 debe atribuirse fundamentalmente a que Gallo fue incapaz de lograr la adhesión de los ministros de tendencia conservadora respecto de sus métodos tendientes a erradicar el ascendiente de Yrigoyen. El mismo Alvear tuvo un papel decisivo en el fracaso del antipersonalismo; nunca pudo superar las contradicciones iniciales de su posición. Su fracaso como Presidente de la República señala una de las realidades básicas de la política argentina: la única vía posible de establecer o mantener la alianza entre el patriciado y las clases medias era adoptar una postura flexible en cuanto al gasto público y manipular con fines partidarios la expansión burocrática. En la depresión de posguerra la élite comenzó a ver con disgusto el incremento del gasto público, y fue sumamente difícil preservar dicha alianza. |
Tan pronto los yrigoyenistas vieron fortalecida su situación en el Congreso, después de las elecciones de 1926, volvieron a combatir al gobierno. Impusieron a Alvear un ultimátum: debía nombrar a determinados yrigoyenistas en puestos claves, suprimir a los opositores de Yrigoyen en el gabinete y eliminar mediante una intervención el gobierno demócrata progresista de Córdoba.
Como antes de 1916, Yrigoyen procuró constantemente identificarse con los intereses de la clase media dependiente. Los discursos de sus adeptos en el Congreso estuvieron dominados por la demanda de mayores sueldos para el personal del Estado, ampliación de los beneficios sociales, y, sobre todo, el aumento del gasto público. Nuevamente comenzaron a florecer las actividades de los comités. Tambiébn se hizo un sostenido esfuerzo para ganarse la adhesión de la clase obrera.
El éxito logrado por los comités entre los obreros a mediados de la década ilustra hasta qué punto habían declinado las lealtades de clase desde la guerra con el fin de la inflación y el retorno de la prosperidad. Los sindicatos cedían lugar ahbora a entidades multiclasistas. Todo ello reflejaba el crecimiento de una sociedad más abierta y las mayores oportunidades de movilidad social en comparación con el período de la guerra. Este importante cambio coincidió con la creciente debilidad del PS en la segunda mitad de la década: al recobrarse los yrigoyenistas en 1926, aquellos volvieron a escindirse: un grupo continuó apoyando el reformismo legalista de Juan B. Justo, en tanto que el otro pasó a denominarse Partido Socialista Independiente (PSI). Éstos comenzaron a estrechar los lazos con la clase media urbana creando un aparato partidario semejante al de los radicales, basado fundamentalmente en el reparto de beneficios personales. Pero su presencia se hizo sentir recién después de 1928.
Los yrigoyenistas mostraron creciente preocupación por justificar su demanda de un mayor gasto público sobre bases más constructivas y positivas que el mero peculado. Pablo Torello, ex ministro de Obras Públicas, comenzó a apoyar la expansión del sector industrial y una actitud menos liberal que en el pasado en cuanto a los recursos naurales del país. Lo que provocó este gradual apartamiento de los principios tradicionales del Libre Cambio por los yrigoyenistas fue la admisión a medias consciente de la verdadera naturaleza de la "dependencia" de los grupos de clase media. Comenzaron a aceptar de manera tácita que era objetivamente imposible continuar incrementando en forma indefinida el gasto público y l burocracia oficial. Alguna solución debía encontrarse para el problema básico del crecimiento de los sectores terciarios improductivos.
Esto vaticinaba un cambio fundamental en el caracter del radicalismo argentino y en el inicio de un abandono de su ideología tradicional de defensa de los consumidores y del Libre Comercio, para encaminarse hacia un nacionalismo económico; pero este viraje nunca se completó ni se tornó definitivo. Lo que se hizo fue poner énfasis en un desarrollo industrial limitado, con el fin de beneficiar a los grupos dependientes dentro de las clases medias, y aprestarse en mayor medida a dejar de lado los moldes estrictos de la economía primario-exportadora, aunque sin constituirse en una amenaza directa para ella.
Esta transición cristalizó en el fuerte respaldo dado por los yrigoyenistas a la nacionalización de los recursos petroleros del país y el monopolio estatal de su destilación y distribución. Gracias al énfasis en el monopolio estatal, la burocracia y os grupos directa o indirectamente vinculados a ella podrían canalizarse hacia una nueva gama de actividades.
La claridad con que se desarrolló y enunció este programa marca un notable contraste con el carácter amorfo e indefinido de las doctrinas radicales anteriores a 1922. Por primera vez los yrigoyenistas tenían algo práctico y concreto sobre lo cual basar su campaña.
Durante el gobierno de Yrigoyen los radicales estuvieron divididos en torno del problema del petróleo. Algunos propugnabas su explotación por parte del capital extranjero; otros urgían a crear una entidad semiestatal apoyada con inversiones del capital nacional; y un número mayor aún deseaban que se estableciera una asociación entre el Estado y los inversores extranjeros, por la cual aquel se hiciera cargo de la exploración y organizara luego la adjudicación de conseciones privadas. El gobierno se había inclinado por esta última opción.
Varias eran las razones por las cuales el monopolio estatal del petróleo se convirtió en un slogan tan popular entre los yrigoyenistas:
Finalmente, la campaña mostró a los yrigoyenistas con su antiguo atuendo de protectores de los intereses terratenientes de las pampas. El movimiento antitrust de 1927 estuvo dirigido exclusivamente contra los norteamericanos y la Standad Oil; casi no se levantaron voces de protesta contrra los ingleses, quienes también se movían activamente en este campo.
Así pues, hacia 1927 los yrigoyenistas habían descubierto un estandarte popular ideal. Podía ahora montarse a horcajadas de una posición dual: en un frente, el nacionalismo económico, en el otro, el internacionalismo liberal tradicional, permitiendo así el restablecimiento de cierta comparabilidad entre los intereses respectivos de exportadores y de los sectores urbanos.
Entre 1926 y 1928 esto tuvo como efecto producir un vuelco triunfal en favor de Yrigoyen. Logró neutralizar la oposición de los terraenientes y exportadores conservadores, y ganarse el apoyo de los votantes de clase media y de clase obrera.