"En esencia, el Arte de la Guerra es el Arte de la Vida"
Sun Tzu fué un general
chino que vivió alrededor del siglo V antes de Cristo. La colección de ensayos
sobre el arte de la guerra atribuida a Sun Tzu es el tratado sobre dicho tema
más antiguo que se conoce. A pesar de su antiguedad, esta obra domina sobre
cualquier otra sobre el tema.
La obra de Sun Tzu llegó por primera vez a Europa en el periodo anterior a la
Revolución Francesa, en forma de una breve traducción realizada por el
sacerdote jesuita J. J. M. Amiot. En las diversas traducciones que se han hecho
desde entonces, se nombra ocasionalmente al autor como Sun Wu o Sun Tzi.
El núcleo de la filosofía de Sun Tzu sobre la guerra descansa en estos dos principios:
Todo el Arte de la Guerra se basa en el engaño.
El supremo Arte de la Guerra es someter al enemigo sin luchar.
Las ideas de Sun Tzu se extendieron por el resto de Asia hasta llegar a Japón.
Los japoneses adoptaron rápidamente estas enseñanzas y, posiblemente, añadieron
algunas de su propia cosecha. Hay constancia de que el principal libro japonés
sobre el tema, "El libro de los Cinco Anillos", está influido por la
filosofía de Sun Tzu, ya que su autor, Miyamoto Mushashi, estudió el tratado de
"El Arte de la Guerra" durante su formación como Samurai.
Habitualmente se hace referencia a las culturas orientales como culturas de
estrategia y no es pequeña la influencia de Sun Tzu en este desarrollo
cultural. Hoy en día, la filosofía del arte de la guerra ha ido más allá
de los límites estrictamente "militares", aplicándose a los negocios,
los deportes, la diplomacia e incluso el comportamiento personal. Por ejemplo,
muchas frases clave de los manuales modernos de gestión de empresas, son prácticamente
citas literales de la obra de Sun Tzu (cambiando, por ejemplo, ejercito
por empresa, o armamento por recursos, sin ir más lejos).
Las ideas siguen siendo completamente válidas a pesar de los 25 siglos
transcurridos desde que se escribieron.
La guerra es
un asunto de importancia vital para el Estado; un asunto de vida o muerte, el
camino hacia la supervivencia o la destrucción. Por lo tanto, es imperativo
estudiarla profundamente.
Hay que valorarla en términos de cinco factores fundamentales, y hacer
comparaciones entre diversas condiciones de los bandos antagonistas, de cara a
determinar el resultado de la contienda.
El primero de estos factores es la política; el segundo, el clima; el tercero,
el terreno; el cuarto, el comandante; y
el quinto, la doctrina.
La política significa aquello que hace que el pueblo esté en armonía con
su gobernante, de modo que le siga donde sea, sin temer por sus vidas ni a
correr cualquier peligro. El clima significa la noche y el día, el frío
y el calor, días despejados o lluviosos, y el cambio de las estaciones. El terreno
implica las distancias, y hace referencia a dónde es fácil o difícil
desplazarse, y si es campo abierto o lugares estrechos, y esto influencia las
posibilidades de supervivencia. El comandante ha de tener como
cualidades: sabiduría, sinceridad, benevolencia, coraje y disciplina. Por
último, la doctrina ha de ser comprendida como la organización del
ejército, las graduaciones y rangos entre los oficiales, la regulación de las
rutas de suministros, y la provisión de material militar al ejército.
Estos cinco factores fundamentales han de ser conocidos por cada general. Aquel
que los domina, vence; aquel que no, sale derrotado. Por lo tanto, al trazar
los planes, han de compararse los siguiente siete factores, valorando cada uno
con el mayor cuidado:
Mediante el
estudio de estos siete factores, seré capaz de adivinar cual de los dos bandos
saldrá victorioso y cual será derrotado.
El general que siga mi consejo, es seguro que vencerá. Ese general ha de ser
mantenido al mando. Aquel que ignore mi consejo, ciertamente será derrotado.
Ese debe ser destituido.
Tras prestar atención a mi consejo y planes, el general debe crear una
situación que contribuya a su cumplimiento. Por situación quiero decir
que debe tomar en consideración la situación del campo, y actuar de acuerdo con
lo que le es ventajoso.
El arte de la guerra se basa en el engaño. Por lo tanto, cuando es capaz
de atacar, ha de aparentar incapacidad; cuando las tropas se mueven, aparentar
inactividad. Si está cerca del enemigo, ha de hacerle creer que está lejos; si
está lejos, aparentar que se está cerca. Poner cebos para atraer al enemigo.
Golpear al enemigo cuando está desordenado. Prepararse contra él cuando está
seguro en todas partes. Evitarle durante un tiempo cuando es más fuerte. Si tu
oponente tiene un temperamento colérico, intenta irritarle. Si es arrogante,
trata de fomentar su egotismo. Si las tropas enemigas se hallan bien preparadas
tras una reorganización, intenta desordenarlas. Si están unidas, siembra la
disensión entre sus filas. Ataca al enemigo cuando no está preparado, y aparece
cuando no te espera. Estas son las claves de la victoria para el estratega.
Ahora, si las estimaciones realizadas antes de la batalla indican victoria, es
porque los cálculos cuidadosamente realizados muestran que tus condiciones son
más favorables que las condiciones del enemigo; si indican derrota, es porque
muestran que las condiciones favorables para la batalla son menores. Con una
evaluación cuidadosa, uno puede vencer; sin ella, no puede. Muchas menos
oportunidades de victoria tendrá aquel que no realiza cálculos en absoluto.
Mediante todo esto, uno puede adivinar el resultado final de la batalla.
En
operaciones bélicas, cuando se requieren mil carros rápidos de cuatro caballos,
mil carros pesados, y mil soldados; cuando han de transportarse provisiones
para un millar; cuando existen gastos en casa y en el frente, y estipendios
para enviados y consejeros, el coste de materiales como goma y laca, carros y
armaduras, asciende fácilmente a mil piezas de oro al día. Un ejército de cien
mil hombres puede ser puesto en campaña solo cuando este dinero está en la
mano.
Una victoria rápida es el principal objetivo de la guerra. Si la victoria tarda
en llegar, las armas pierden el filo y la moral decae. Si las tropas atacan
ciudades, su fuerza se desgasta. Cuando un ejército se implica en una campaña
prolongada, los recursos del estado disminuyen rápidamente.
Cuando tus armas están melladas y el ardor decae, tu fuerza exhausta y el
tesoro gastado, los jefes de los estados vecinos tomarán ventaja de la crisis
para actuar. En ese caso, ningún hombre, por sabio que sea, será capaz de
evitar las desastrosas consecuencias que de ello resulten. Por todo ello,
mientras que hemos oído mucho acerca de despilfarros estúpidos en tiempo de
guerra, no hemos visto aún una operación inteligente que fuese prolongada.
Nunca ha existido una guerra larga que haya beneficiado al país.
De todo esto se deduce que aquellos incapaces de comprender los peligros
inherentes al empleo de tropas, son igualmente incapaces de comprender cómo
emplearlas ventajosamente.
Aquellos expertos en hacer la guerra no necesitan una segunda leva de reclutas,
o más de dos aprovisionamientos. El equipo militar se transporta desde casa,
pero se confía en el enemigo en cuanto a las provisiones. Así, el ejército
estará plenamente provisto de comida.
Cuando un país se empobrece a causa de operaciones militares, es debido al
transporte distante; llevar suministros a largas distancias deja al pueblo
desamparado. Mientras las tropas están reunidas, los precios suben. Cuando los
precios suben, la riqueza del pueblo baja. Cuando la riqueza baja, el pueblo
sufre duras exigencias. Con esta pérdida de riqueza y fuerzas, los que tienen
recursos se ven extremadamente empobrecidos, y siete décimas partes de sus
recursos se disipan. Y entre los gastos del gobierno, aquellos debidos a
reponer carros rotos, caballos agotados, armaduras y cascos, arcos y flechas,
escudos, manteletes, y carros de suministros, consumen hasta un 60 por ciento
del total.
Por ello, un general inteligente hace que sus tropas se aprovisionen del
enemigo, pues una medida de provisiones enemigas es equivalente a veinte de las
propias, y una medida de la comida del enemigo equivale a veinte de las
propias.
De cara a incrementar el coraje de los soldados al atacar al enemigo, ha de
encolerizarles. De cara a capturar más botín del enemigo, ha de recompensarlos.
Por ejemplo, en una lucha de carros de combate en la que diez carros enemigos
han sido capturados, recompensad al que ha tomado el primero. Reemplazad las
banderas enemigas con las propias, mezclad los carros capturados con los
vuestros, y montadlos. Tratad bien a los prisioneros de guerra, y cuidad de
ellos. Esto es llamado vencer una batalla y salir reforzado.
Por todo esto, y dado que lo único valioso en la guerra es la victoria, no
prolongueis las operaciones. Y el general que comprende como emplear las
tropas, es el árbitro del destino de la nación.
Generalmente,
la mejor política en la guerra es tomar un estado intacto; arruinarlo es
inferior. Capturar el ejército enemigo entero es mejor que destruirlo.Tomar
intacto un regimiento, una compañía o un escuadrón, es mejor que destruirlo.
Conseguir cien victorias en cien batallas no es la medida de la habilidad: someter
al enemigo sin luchar es la suprema excelencia.
De este modo, lo que es de máxima importancia en la guerra es atacar la
estrategia del enemigo. Lo segundo mejor es romper sus alianzas mediante la
diplomacia. En tercer lugar viene atacar a su ejército. Y la peor de todas las
estrategias es atacar ciudades.
Atacar ciudades es algo que solo ha de hacerse cuando no hay ninguna otra
alternativa, ya que la preparación de escudos y su transporte, y tener
preparadas las armas y el equipo necesario, requiere al menos tres meses, y
montar las máquinas de asedio y las escalas para asaltar las murallas, requiere
otros tres meses adicionales. El general, incapaz de controlar su impaciencia,
ordenará a las tropas cargar contra las murallas, con el resultado de que un
tercio de ellas perecerá sin haber tomado la ciudad. Así de calamitoso es
atacar ciudades.
Así pues, los verdaderamente hábiles en la guerra someten al ejército enemigo
sin batallar. Capturan las ciudades enemigas sin asaltarlas, y se apoderan del
estado enemigo sin campañas prolongadas. Su meta es tomar intacto todo cuanto
hay bajo el cielo, mediante consideraciones estratégicas. Como resultado, sus
tropas no se desgastarán, y las ganancias serán completas. Este es el arte de
la estrategia ofensiva.
En consecuencia, el arte de usar tropas es éste: Si se es diez veces superior
al enemigo, rodeadle. Si se es cinco veces más fuerte, atacadle. Si se tiene el
doble de fuerzas, divididle. Si se está a la par, superadle mediante un buen
plan. Si se está en inferioridad numérica, sed capaces de mantener abierta una
vía de retirada. Y si se está en desventaja en todos los aspectos, sed capaces
de eludirle, pues una fuerza pequeña no es nada excepto botín para una más
poderosa, si se enfrenta a ella temerariamente.
El general es el asistente del soberano del estado. Si esta asistencia es
estrecha, el estado será fuerte sin duda; si es débil, el estado será
ciertamente débil.
Hay tres formas en que un soberano puede llevar a la derrota a su ejército:
Si el
ejército está confuso y suspicaz, los gobernantes vecinos tomarán ventaja de
ello, y causarán problemas. Esto es lo que significa la frase: Un ejército
confuso lleva a la victoria del contrario.
Por otra parte, hay cinco casos en los que puede predecirse la victoria:
Es en estos
cinco puntos en los que se conoce el camino a la victoria.
Por tanto os digo: Conoce a tu enemigo y conócete a ti mismo; en cien batallas,
nunca saldrás derrotado. Si eres ignorante de tu enemigo pero te conoces a ti
mismo, tus oportunidades de ganar o perder son las mismas. Si eres ignorante de
tu enemigo y de ti mismo, puedes estar seguro de ser derrotado en cada batalla.
Los
guerreros expertos de los tiempos antiguos, en primer lugar se hacían a si
mismos invencibles, y entonces aguardaban un momento de vulnerabilidad por
parte del enemigo. La invensibilidad depende de uno mismo, pero la
vulnerabilidad del enemigo depende de él. De esto se deduce que quien es
experto en la guerra puede hacerse a si mismo invencible, pero no es seguro que
sea capaz de hacer que el enemigo sea vulnerable. Dicho de otra forma: uno
puede saber cómo vencer, pero esto no significa necesariamente que vaya
a vencer.
Defiéndete cuando no puedas derrotar al enemigo, y ataca al enemigo cuando
puedas vencerle. Uno se defiende cuando su fuerza es inadecuada; ataca cuando
es abundante. Aquellos que son hábiles en defenderse se ocultan a si mismos
como bajo nueve capas de tierra; aquellos que lo son en ataque caen como un
relámpago desde el cielo. Por tanto, aquellos hábiles en atacar y en defenderse
son capaces tanto de protegerse a si mismos como de lograr una victoria
aplastante.
Prever una victoria que un hombre ordinario puede prever, no es el espíritu de
la excelencia. No importa si triunfas en la batalla y eres aclamado
universalmente como "experto", pues levantar una hoja caída no
requiere tener gran fuerza, distinguir entre el día y la noche no es prueba de
gran visión, oír un trueno no es muestra de oído agudo.
En los tiempos antiguos, aquellos que eran llamados "hábiles en la
guerra" conquistaban a enemigos fácilmente conquistables. Y las victorias
conseguidas por uno de esos "maestros de la guerra" no significaban
ni reputación de sabiduría ni coraje meritorio, pues salían victoriosos sin
riesgos. Sin riesgos, ciertamente se consigue la victoria: se puede conquistar
a un enemigo ya derrotado, sin necesidad de planear el combate.
Por lo tanto, el comandante hábil toma una posición en la que no puede ser
derrotado, y no pierde la oportunidad de vencer a su enemigo. Un ejército
victorioso siempre busca batalla después de que sus planes le indiquen que la
victoria es posible, mientras que un ejército destinado a la derrota lucha con
la esperanza de vencer, pero sin ningún plan. Los que son expertos en la guerra
cultivan sus políticas y se adhieren estrictamente a las reglas trazadas. De
este modo, tienen en su poder el control de los acontecimientos.
Los elementos del arte de la guerra son: primero, la medida del espacio;
segundo, la estimación de las cantidades; tercero, los cálculos; cuarto, las
comparaciones; y quinto, las posibilidades de victoria. La medida del espacio
deriva del terreno. Las comparaciones se hacen a partir de las cantidades y los
cálculos, y se determina la victoria según estas comparaciones. Así pues, un
ejército victorioso equivale a un saco en equilibrio contra un grano de arroz,
y un ejército derrotado es como un grano de arroz en equilibrio contra un saco.
Es a consecuencia de las disposiciones tomadas, que un general es capaz de
hacer que sus soldados luchen con el efecto de las aguas que, súbitamente
liberadas de una presa, caen sobre un abismo sin fondo.
Generalmente,
mandar un gran ejército es lo mismo que mandar a unos pocos hombres. Es una
cuestión de organización. Y dirigir un gran ejército es lo mismo que dirigir a
unos pocos hombres. Es una cuestión de formación y señales.
Que un ejército sea capaz de soportar el ataque enemigo sin sufrir la derrota
se debe a las operaciones conjuntas de fuerzas normales y fuerzas
extraordinarias. Las tropas cargando contra el enemigo como una piedra de
molino contra un montón de huevos, es un ejemplo de una sólida actuación contra
una vacía.
Generalmente, en la batalla, se usa la fuerza normal para resistir, y las
fuerzas extraordinarias para vencer. Los recursos de aquellos que son expertos
en el uso de fuerzas extraordinarias son tan infinitos como el cielo, tan
inagotables como el fluir de los grandes ríos, puesto que terminan y
recomienzan -cíclicamente, como los movimientos del sol y la luna-. Pueden morir
y renacen -recurrentes, como es el paso de las estaciones-. Las notas musicales
son como las estaciones. Son solo cinco en número, pero sus combinaciones son
tan infinitas que nadie puede visualizarlas todas. Los sabores son solo cinco
en número, pero sus mezclas son tan variables que nadie puede degustarlas
todas. En la batalla, solo existen las fuerzas normales y las extraordinarias,
pero sus combinaciones tampoco tienen límite, nadie puede comprenderlas todas.
Pues estas dos fuerzas se reproducen mutuamente. Es como el movimiento sin fín
en un círculo. ¿Quién puede agotar las posibilidades de sus combinaciones?
Cuando las aguas torrenciales arrastran las piedras, es a causa de su impulso;
cuando el vuelo de un halcón rompe el cuerpo de su presa, es a causa de su
precisión. Así pues, el impulso de aquel experimentado en la guerra es
aplastante, y su ataque extremadamente preciso. Su potencial es el de un carcaj
lleno; su precisión, el soltar la cuerda del arco.
En medio del tumulto, la batalla parece caótica, pero no debe existir desorden
en las propias tropas. El campo de batalla puede parecer confusión y caos, pero
el bando propio debe permanecer ordenado. Así será a prueba de derrotas. La
confusión aparente es el resultado de una buena ordenación; la cobardía
aparente, del coraje; la debilidad aparente, de la fuerza. Orden y desorden
dependen de la organización y la dirección; coraje y cobardía, de las
circunstancias; fuerza y debilidad, de las disposiciones tácticas.
Así pues, el que es capaz de hacer moverse al enemigo, lo hace creando una
situación, de acuerdo con la cual el enemigo actuará. Tienta al enemigo con
algo que desea alcanzar. Mantenle en movimiento sosteniendo ese algo fuera de
su alcance, y entonces, atácale con tropas escogidas.
Un comandante experto obtiene la victoria de la situación, y no la exige de sus
subordinados. Selecciona los hombres adecuados y explota la situación. El que
es capaz de usar la situación, usa a sus hombres en la lucha como rodillos o
como bloques de piedra: la naturaleza de un rodillo es tal que en suelo llano
permanece estático; en pendiente, se mueve. Un bloque cuadrado de piedra
detiene cualquier cosa; si es redondo, arrolla.
Así pues, la energía de las tropas hábilmente dirigidas en la batalla puede
compararse al impulso de una rueda de molino que se deja rodar desde lo alto de
una pendiente de mil metros de altura.
Generalmente,
el que ocupa primero el campo de batalla y espera al enemigo puede descansar, y
aquel que llega más tarde a escena y se precipita a la lucha, comienza cansado.
De este modo, el que es experto en la guerra atrae al enemigo al campo de
batalla, y no se deja llevar allí por el enemigo.
El que es capaz de hacer que el enemigo llegue al campo propio lo consigue
ofreciendo a éste algún tipo de ventaja. Y el que es capaz de retardar la
llegada del enemigo lo consigue haciendo que éste se detenga por precaución.
Así pues, cuando el enemigo está descansado, sé capaz de agotarle; cuando está
bien alimentado, sé capaz de hacerle pasar hambre; cuando está descansando, haz
que se mueva.
Toma los lugares que sea incapaz de rescatar; desplázate suavemente en la
dirección por donde seas menos esperado.
Cuando eres capaz de desplazarte mil li sin cansarte, es debido a que
viajas por lugares donde no hay enemigos. La forma de asegurarte de tomar
aquello que atacas es atacando el lugar que el enemigo no defiende o no puede
proteger. La forma de asegurarte de mantener la posición que defiendes es
defender una posición que el enemigo teme o no es capaz de atacar. Por lo
tanto, contra aquellos hábiles en ataque, el enemigo no sabrá cómo defenderse,
y contra aquellos expertos en la defensa, el enemigo no sabrá cómo atacar.
Sutil e insustancial, el experto no deja huella. Tan divinamente misterioso que
es inaudible. Así es el dueño del destino del enemigo. Su ofensiva será
irresistible si la lanza contra las posiciones débiles del contrario. No puede
ser sobrepasado cuando se retira, si se mueve rápidamente. Cuando yo decido
presentar batalla, mi enemigo, incluso protegido por altos muros y profundos
fosos, no puede evitar enfrentarse a mi, pues ataco una posición que debe
defender. Cuando yo deseo evitar la batalla, puedo defenderme simplemente
trazando una línea en el suelo: el enemigo será incapaz de atacarme, pues he
hecho que se desplazase a un lugar distinto del que él deseaba.
Si soy capaz de determinar las disposiciones del enemigo mientras que, al mismo
tiempo, oculto las mías, entonces puedo concentrar mis fuerzas, y las suyas han
de dividirse. Y si yo me concentro mientras él se divide, puedo usar toda mi
fuerza para atacar una fracción de la suya. Por tanto, seré superior
numéricamente. Si soy capaz de usar a muchos para golpear a unos pocos en un punto
seleccionado, aquellos caerán sin remisión.
El enemigo no debe conocer donde intentaré presentar batalla. Pues si él no
sabe donde intento batallar, debe hacer preparativos en muchos lugares
diferentes. Y cuando él se prepara en muchos lugares, aquellos con los que
tendré que luchar serán menos. Si se prepara en el frente, su retaguardia será
débil, y si prepara su retaguardia, su frente será frágil. Si refuerza su
izquierda, su derecha será vulnerable, y si refuerza su derecha, le quedarán
pocas tropas para la izquierda. Y si envia tropas a todas partes, será débil en
todas partes. La inferioridad numérica deriva de tener que resguardarse contra
los ataques posibles; la superioridad numérica deriva de forzar al enemigo a
hacer este tipo de preparativos contra nosotros.
Si uno sabe donde y cuando se librará la batalla, sus tropas pueden marchar mil
li y llegar al lugar. Pero si uno ignora cual será el campo de batalla o
el día en que se librará, la izquierda será incapaz de ayudar a la derecha y la
derecha será incapaz de ayudar a la izquierda, y la vanguardia será incapaz de
apoyar a la retaguardia, y viceversa. Mucho más aún si se hallan separadas por
decenas de li o, incluso, por solo unos pocos. A pesar de estimar las
tropas del contrario como numerosas, ¿de qué le beneficia esta superioridad
respecto al resultado final de la guerra?. Así pues, la victoria puede aún
alcanzarse, pues incluso si el enemigo es numéricamente superior, puede
evitarse el encuentro directo con su totalidad.
Analiza los planes del enemigo de forma que puedas averiguar sus puntos débiles
y sus puntos fuertes. Agítale de cara a identificar las pautas de sus
movimientos. Ponle señuelos para que revele sus disposiciones, y determina su
posición. Lanza un ataque de prueba para aprender donde es fuerte y donde es
deficiente. El principal objetivo en la disposición de las tropas propias es
situarlas sin que presenten una forma identificable. De este modo, ni el más
penetrante de los espías puede entrometerse, ni el mas sabio puede trazar
planes contra ti.
Es de acuerdo con la situación, el cómo los planes llevan a la victoria, pero
la mayoría no entiende ésto. Aunque cualquier puede ver los aspectos externos,
nadie comprende cómo se ha alcanzado realmente la victoria. Cuando se gana una
batalla, las tácticas no deben repetirse. Uno debe siempre responder a las
circunstancias en una infinita variedad de modos.
Ahora, un ejército puede ser semejante al agua, pues al igual que el agua que
fluye evita las alturas y se dirige al llano, un ejército debe evitar la fuerza
y atacar sobre la debilidad. Y al igual que el agua fluye y toma forma de
acuerdo con el terreno, así un ejército se dirige a la victoria de acuerdo con
la situación del enemigo. Igual que el agua no tiene una forma constante, no
hay condiciones constantes en la guerra. Al que es capaz de conseguir la
victoria modificando sus tácticas de acuerdo con la situación del enemigo, bien
puede llamársele divino.
De los cinco elementos (agua, fuego, metal, madera y tierra), ninguno predomina
siempre; de las cuatro estaciones, ninguna dura para siempre; de los días,
algunos son largos y otros cortos, y la luna crece y mengua. Esta es también la
regla que rige en el empleo de tropas.
Normalmente,
en tiempo de guerra, el general recibe sus órdenes del soberano del estado.
Durante el proceso de organización de las tropas y movilización de sus hombres,
para convertir su ejército en una entidad armoniosa y colocarla en posición,
nada es más difícil que el arte de maniobrar hasta posiciones ventajosas. Lo
complejo del tema es convertir la ruta más intrincada en la ruta más directa, y
distraer al enemigo con señuelos. Para lograrlo, debes ponerte en marcha
después de que lo haga el contrario, y llegar al campo de batalla antes que él.
Quien es capaz de hacer esto muestra su conocimiento del artificio de la
distracción.
La ventaja y el peligro son materias inherentes ambas al hecho de maniobrar
para alcanzar una posición ventajosa. Aquel que pone en movimiento al ejército
entero, junto con su impedimenta, persiguiendo una posición ventajosa, no la
obtendrá. Si abandona el campamento y toda la impedimenta en la lucha por
obtener ventaja, perderá todo su equipo. Si ordena a sus hombres realizar
marchas forzadas sin armadura, sin detenerse día y noche, para cubrir el doble
de la distancia usual en un desplazamiento, y cubriendo cien li en la
lucha por la ventaja, es posible que vea como sus comandantes son capturados.
Los hombres más fuertes y resistentes llegarán primero, y los más débiles
estarán aún atrás; así pues, si se emplea este método, tan solo la centésima
parte del ejército llegará a su destino. En una marcha forzada de cincuenta li,
el comandante de la vanguardia caerá probablemente, pero la mitad de sus
hombres llegarán. En una marcha forzada de treinta li, solo llegarán dos
tercios. Esto significa que un ejército en el que se deje atrás el equipo
pesado, suministros, comida y equipajes estará perdido.
Aquel que no está de acuerdo con los designios de sus vecinos, no debe entrar
en alianzas con ellos. Aquellos que no conocen las condiciones de montañas y
bosques, desfiladeros peligrosos, marismas y pantanos, no pueden dirigir la
marcha de un ejército. Aquellos que no emplean guías locales son incapaces de
obtener ventajas del terreno.
La guerra se basa en el engaño. Muévete cuando sea ventajoso y crea cambios en
la situación dispersando y concentrando tus fuerzas. Cuando entras en campaña,
sé rápido como el viento; haciendo marchas normales, majestuoso como el bosque;
en las incursiones y saqueos, feroz como el fuego; cuando te detienes, firme
como las montañas. Si te escondes, sé tan insondable como las cosas más allá de
las nubes; en movimiento, cae como el rayo. Para saquear una región, dispersa
tus fuerzas. Cuando conquistas un territorio, defiende los puntos estratégicos.
Sopesa la situación antes de efectuar movimiento alguno. Aquel que domina el
artificio de la diversión saldrá victorioso. Así es el arte de maniobrar.