Francisco Báez Rodríguez
Erase que se era una época en la que los cuentos clásicos infantiles fueron considerados como "demasiado fuertes" por la sociedad. Les parecía cruel y poco formativo que el lobo se comiera a los dos cochinitos que hicieron casas endebles; que otro lobo se zampara a la abuelita de Caperucita Roja y luego tuviera que ser abierto en canal para salvar a la viejita; que las hermanas de Cenicienta se cortaran los dedos de los pies para poder calzar las zapatillas de cristal.
Erase que se era otra época en la que, en algunos países, ni siquiera los cuentos corregidos eran aceptables: se trataba de imaginerías basadas en supersticiones y los héroes eran, a menudo, aristócratas. Había que inculcarles realidades a los niños, y poner como ejemplo a trabajadores productivos y revolucionarios.
Erase que se es una época en la que las caricaturas de la tele, especialmente si son japonesas (y, por tanto, raras) causan preocupación por los efectos malignos que pueden tener y por la gran cantidad de violencia superficial que muchas veces en ellas se observa.
En lo que respecta a los cuentos clásicos de hadas, llegó Bruno Betthleim y mandó a parar. Resulta que, según su análisis, la sabiduría popular había creado en ellos subtextos fundamentales para la formación emocional de los niños. En las versiones que más conocemos, las disneyanas, hechas al gusto de los padres bienpensantes, esos subtextos desaparecen y el cuento se vacía de gran parte de su contenido real.
Algo similar sucede con las caricaturas basadas en los manga, que no sólo tienen ese subtexto, sino que éste corresponde a la versión japonesa de valores y formación emocional.
Ese es, desde mi punto de vista, el caso de Pokémon, la serie, producida por razones comerciales por Nintendo, que está causando furor en todo el mundo (y que por sus efectos de luz, según reportes de agencias, ha causado cinco casos de ataques epilépticos entre infantes).
En Pokémon, el mundo está lleno de monstruos de bolsillo (pocket monsters) que son como animalitos muy diferentes entre sí y con distintos poderes especiales cada uno. Diversos equipos, conformados casi exclusivamente por niños, compiten por hacerse de sus pokémones, entrenarlos y hacerlos pelear unos con otros. Suena cruel en principio: niños que coleccionan monstruos para entrenarlos y ponerlos a combatir.
Los principales personajes de la serie con Ash y Mindy, unos niños que coleccionan y entrenan a los pokémones y uno de los animalitos, Pikachu. Los niños no tienen idea de cómo entrenar al simpático monstruito que, aunque lanza unos rayos poderosísimos, es torpe y tierno. Hay otros equipos, los malos de la serie, que no gustan de entrenar pokémones, sino que pretenden robarse a los ya entrenados.
En realidad los monstruos de bolsillo, cada uno con su poder, equivalen a las habilidades prácticas o emocionales que van adquiriendo los niños a lo largo de su crecimiento. Con ellas compiten y competirán contra otros, en lo individual y en equipo. Pikachu y su tierna torpeza es el personaje con el que los pequeños más se identifican porque los refleja: sienten que tienen poderes (el principal, su cerebro) y que no los han desarrollado lo suficiente. Los malos están destinados a perder (aunque no lo hagan en todas las batallas) precisamente porque no entrenan a los pokémones, porque no se entrenan y lo que les interesa es apropiarse de las habilidades ajenas.
A la serie le veo tres problemas: el primero es de principio, ya que se apropia de un manga para convertirlo en vehículo de venta de juguetes (en particular, de un videojuego); el segundo, de contenido, que presenta un mundo de competencia feroz y desde el principio (a Pikachu, mal entrenado, le han dado unas tranquizas terribles); el último, común a toda serie dirigida al público infantil, es que Pokémon necesita no de la condena apriorística sino de cierta presencia de los padres frente al aparato (que no puede sustituir a una niñera y mucho menos al progenitor) para saber guiar al niño, responder a sus cuestionamientos, estimularlo
Francisco Báez Rodríguez es subdirector del periódico
Crónica.
Correo electrónico: fbaez@cronica.com.mx