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En esta atmósfera impregnada de los ideales de justicia y responsabilidad social del emperador Meiji, Morihei Ueshiba comenzó su búsqueda de la esencia del Budo. Estudió los diversos estilos clásicos de bujutsu: sable, bastón, lanza y técnicas de manos libres. Llegó a dominarlas con una rapidez sorprendente, indagando en el corazón mismo de la disciplina. Modestia, sinceridad, y abnegación fueron rasgos permanentes de su carácter y los profesores le confiaron los secretos del arte. Estudió sable en las escuelas Yagyu e Itto y lanza en la escuela Hozoin. Pero una de las más destacadas influencias que recibió fue la del sensei Sagaku Takeda, descendiente directo de Takeda Shingen (1), quien le transmitió los conocimientos de esta antigua familia de guerreros. Takeda inició a Ueshiba en el otome waza, los celosamente guardados del ryu Daito. Además de cumplir con las responsabilidades que exigía la comunidad de Shirakati, Ueshiba se reservó tiempo par dedicarse a la estricta vida de discípulo y velar por el bienestar de su sensei. Con un pasado de guerrero a sus espaldas, Takeda Sensei era particularmente sensible a los detalles de la vida cotidiana, especialmente la comida. Considerando la cantidad de enemigos que se había ganado, temía ser envenenado. Sólo Morihei Ueshiba había ganado su confianza y cada día, aunque también estaba a cargo de su familia, que residía a cierta distancia, acudía a la casa de su maestro para preparar la comida y velar por su cuidado. Ueshiba tuvo oportunidad de comprobar la dimensión de la paranoia e infelicidad de su maestro quien, habiendo matado varias veces con sus propias manos, vivía obsesionado porel recuerdo de sus crímenes. Estas experiencias tuvieron gran influencia en el posterior desarrollo de Ueshiba. Profundamente impactado por su maestro, le manifestó una lealtad y abnegación absolutas que le valió el respeto yla admiración de maestros de Budo de todo Japón. Sin embargo, en cada una de las disciplinas marciales faltaba una dimensión espiritual. El Budo enseñaba un conocimiento profundo y forjaba la fortaleza de la voluntad, aunque siempre basados sobre la destrucción. Concebido y desarrollado pra proteger la vida y promover la prosperidad, el sentido inicial de la palabra bu era claro, pero el egoísmo y la agresividad la habían deformado. La aparición de una técnica nueva y más eficaz que las precedentes entrañaba forzosamente la elaboración de otroa forma superior que venía a imponerse sobre la primera. Siempre surgía un adverdario más fuerte o más rápido. El Budo sólo ofrecía las alternativas primarias de la victoria o la derrota. Y puesto que ninguna de las partes podía alcanzar la victoria en la destrucción, la derrota era la respuesta última a la competición eterna. El ego personal que el ryu procuraba dominar se manifestaba escurridizamente bajo la forma de lealtad u honor. En su análisis de la evolución del bujutsu, O Sensei descubrió una consciencia más elevada que trataba de desprenderse de estas enseñanzas. Sin embargo, aún restaba un largo camino por andar. Sólo se trataba del comienzo. En las enseñanzas secretas de lso ryu subyacía una esencia que no era una técnica, una percepción orientada a la creación antes que a la destrucción y a la unión de las fuerzas antes que a la oposición. Se percibía una promesa vaga que sugería la armonía suprema. El entrenamiento duro causaba muchos sufrimientos a O Sensei, pero las pruebas espirituales suponían un tormento mayor. Poco a poco comenzó a dibujarse una idea, pero en cuanto trataba de asirla se le escapaba. Parecía una luz vacilante sumergida en las profundidades de un sueño borroso, una visión periférica desenfocada. O Sensei, convencido de su necesidad de orar y buscar la esencia divina de su espíritu, se retiró a la montaña. Se entrenó concienzudamente, forzando el límite de sus fuerzas físicas. Una vez vacíos y purificados su cuerpo y su mente, la luz cegadora de la realidad inundó su alma: había alcanzado la verdad y dejaba que sus sentidos se sumergieran hasta la saciedad en esta delectación suprema. Había entablado comunicación directa con la naturaleza, percibía el canto de los pájaros como si hablasen su misma lengua y, al contemplar la bóveda celeste, sentia el movimiento y la vibración de las galaxias en su interior. NO era sólo un hombre sino la expresión de la verdad yel poder divino del universo. Las lágrimas de alegría y consuelo que surcaron su rostro significaban que había comprendido que el Budo es la protección de toda forma de vida, que el amor y la voluntad de Dios se expresaban a través de los movimientos del cuerpo yla pureza del espíritu. El espíritu de todo lo viviente era parte de Dios; la Inteligencia Universal era la fuente unificadora de toda la creación. No podía haber enemigos, uno mismo era su propio enemigo. Puesto que la humanidad no había comprendido dicha verdad, la evolución del hombre había significado la evolución de la violencia y las luchas de poder que resultaban en la destrucción propia y ajena, en al destrucción de las bases fundamentales de la vida. Los mecanismos de defensa se habían exhacerbado y la humanidad avanzaba por la senda del autoaniquilamiento. Muchos creían que la violencia era inevitable y defendían que, sin otra opción, estábamos dominados por el instinto. Sin embargo, vincular la violencia actual al instinto animal constituye un acto de irresponsabilidad que niega aquellos rasgos que nos diferencian del resto del reino animal. La misma Inteligencia Creativa que dota a toda vida de la capacidad de supervivencia, también dispone qeu el hombre posea un espíritu creativo y compasivo así como el poder de aprender y razonar. Desafortunadamente, el desarrollo espiritual de la humanidad no pudo conservarse a la altura del desarrollo intelectual. La historia demuestra que el conocimiento ha estado al servicio de la destrucción y que los grandes descubrimientos e invenciones están ligados a las ansias de dominación y poder. Nuestros instintos de agresividad, grabados en nuestro código genético, han de hallar una forma de expresión que el individuo puede escoger. Esta libertad impone una responsabilidad muy pesada, puesto que la ausencia de lucha por la supervivencia, somos nosotros mismos quienes hemos de crear nuestros desafíos. O Sensei solía maravillarse ante los progresos tecnológicos y decía: "En el siglo pasado el concepto de la armonía mundial, según las enseñanzas de los grandes líderes espirituales, era un mero ejercicio de lógica, una visión espiritual. ¿Cómo podía la gente comprender que a 2000 km de distancia existía una cultura con costumbres y creencias diferentes a la suya? Ahora, en el siglo XX, la perspectiva es otra y, en virtud de la tecnología, podemos analizar la formación de los continentes, comprender civilizaciones distintas, estudiar sus lenguas y problemas. Desandar lo andado es imposible, debemos hacernos cargos de semejante estrechamiento del mundo. El concepto de armonía no pertenece a la lógica sino a la realidad. La tecnología nos brinda dos alternativas: realizar el sueño de una familia humana enorme, de una comunidad que reúne a todos los pueblos de la tierra, o bien decidimos por la destrucción del planeta y la humanidad que lo habita. Las armas modernas no permiten que impere la agresión. Los nacionalismos habrían de ser desterrados a medidad que descubrimos el sentido de la dependencia mutua. Debemos comprender la verdad que encierra la armonía". O Sensei creía que, según los principios del Kannagara (2), cada individuo es el creador de su propio paraíso o infierno. A propósito de esto existe un antiguo cuento japonés qeu relata la historia de un joven aventurero interesado en descubrir la diferencia entre el paraíso y el infierno. En primer lugar, lo condujeron hasta las puertas del infierno. Allí pudo ver que había muchos comensales sentados alrededor de una mesa con los mas delicados manjares. Sus caras eran enjutas, dominadas por una expresión siniestra. Lloraban desesperadamente. Al observarlos desde más de cerca, descubrió que sus manos tenían solo dos dedos que terminaban en forma de hashi, los palillos japoneses, de un metro de longitud. A pesar de que podían coger los alimentos, sus dedos eran tan largos que no los podían acercar a sus bocas. Alterados por la frustración, usaban los utensillos como armas, peleando egoístamente por una comida que no podían comer. Después, el joven aventurero visitó el paraíso. Allí descubrió la misma mesa grande, con los mismo manjares delicadamente presentados, los mismos dedos grandes. Sin embargo, todos los comenzales sonreían, sus rostros irradiaban salud y alegría. Ninguna disputa disputa alteraba el festín, pues alargando los palillos, el uno alimentaba al otro. En suma, ¿cuál es la diferencia entre el paraíso y el infierno? La compasión, la consciencia y la cooperación. La pintura, la escultura, la música y la literatura son las manifestaciones creativas y positivas del instinto de agresividad. Sin éste, no existiría un gran amor, no se hubiera conquistado la cumbre del Everest ni puesto el pie en la luna. A esta constante sed de explorar nuestros orígenes y el funcionamiento del Universo que nos rodea debemos los grandes descubrimientos científicos y tecnológicos. Se han abolido las distancias, en pocas horas pueden recorrerse miles de kilómetros y en escasas fracciones de segundo una imagen o una voz se reproduce en un punto remoto del planeta. Los sistemas de comunicación e información abren múltiples horizontes culturales y permiten el enriquecimiento de nuestro conocimiento. La tecnología, utilizada en beneficio de la humanidad, sirve para canalizar la agresividad humana en forma creativa y positiva. Sin embargo, de la misma forma que las herramientas fabricadas por el Homo Sapiens influyeron en su evolución, las técnicas modernas no transforman sólo actitudes y el estilo de vida, también modifican y transforman los instintos. Así como la tecnología enriquece el nivel de vida, su uso desmedido provoca la destrucción de las habilidades humanas y el medio ambiente. Desafiamos a la naturaleza, nos empeñamos en doblegar su poder. Seducidos por las comodidades que ofrecen los avances tecnológicos, parece que nos olvidamos el poder del cuerpo y la mente. Observada desde el espacio, la Tierra es una piedra preciosa brillante, con matices de verde y azul. No se observan líneas rojas divisorias. ¿Dónde comienza China y dónde acaba Rusia? Dios no ha dado a ningún hombre, a ninguna organización, el derecho a trazar fronteras. La tecnología aplicada al nacionalismo militar devora al planeta. Un simple gesto y en pocos minutos millones de seres humanos perecerían, ciudades enteras serían literalmente borradas del mapa y la tierra quedaría contaminada por decenas de años. Nuestras manos están limpias, sin manchas de sangre, pero nuestro espíritu está mancillado. Me pregunto si aún estamos a tiempo para aprovechar las lecciones de los samurais de Tokugawa Ieyasu y renunciar a las armas. Si el conflicto fuese inevitable, ¿podríamos regresar a los tiempos de los campos de batalla en los que sólo resonaba el grito de los soldados, a los tiempos en que las ciudades no encerraban el horror de los cuerpos mutilados y carbonizados de los inocentes? Para la moderna sociedad occidental, la guerra, el hambre y el sufrimiento no son mas que palabras, ya no pueden verse las lágrimas del enemigo. El enemigo ha dejado de ser humano. El enemigo ya no siente dolor. (1) Se lo puede ver
personificado en la pelicula de Akira Kurosawa "Kagemusha". Takeda
apodado "La Montaña" era el jefe de un poderoso clan en el Japón
feudal.
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