This page hosted by
Get your own Free Home Page
Número 1
Junio de 1997
Córdoba/Buenos Aires
República Argentina
The Budoka
E-zine
9.2 kb kanji Shorin ryu Karate Do 92 x 35 pixels shrknj1.giflogorevi.gif Logotipo de la revista 70 pixls x 70 pixls9.2 kb kanji Shorin ryu Karate Do 92 x 35 pixels shrknj1.gif
Revista
El Budoka
page5 icon pag.gif 40 x 100 pixels 1.5kb
<Pág. Previa · Pág. Siguiente>
<Back · Next>

Los Libros del Budoka
"El Zen no tiene caminos"reza un antiguo provervio del Zen,
que aludía a la necesidad de ser flexibles, innnovadores,
a la hora de buscar el conocimiento.
La sabiduría, esa materia tan esquiva, puede hallarse y encontrarse
en el lugar más inesperado, en la charla ordinaria, o en la cita
de un riguroso impreso. Por eso traemos aquí una bibliografía,
en definitiva un intento, de acercar textos cuyos contenidos provoquen,
estimulen, empujen y den palabras a nuestra búsqueda,
la búsqueda del Guerrero.

RICHARD BACH
es escritor y aviador. Ha escrito Stranger to the Ground -reconocido ya como un clásico-. Biplane y Nothing by Chance; estos tres títulos los publicó también Pomaire. Otros títulos del autor son: Ilusiones, Ningún lugar está lejos, El don de volar, El puente hacia el infinito, Uno, y Alas pra vivir. Durante los últimos veinte años, Bach se dedicado a escribir artículos y cuentos para las revistatas de aviación y tambièn para las no especializadas. Ex piloto de guerra de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, continúa volando aviones de su propiedad y participa continuamente en torneos de vuelo acrobático y en competencias de cross- country aéreo.


ÍNDICE ESQUEMÁTICO

--------------------
Okinawa Shorin Ryu
Karate Do
SHIN SHU KAN
Argentina
--------------------
¡Bienvenidos!
Índice Principal
Quiénes somos
Una presentación personal
Sensei Héctor González Cevallos
7º Dan Kioshi
El Hombu Dojo
Listado de Filiales y Dojos
en la Argentina
Programa de graduaciones
¡Mes Aniversario!
Salutaciones
Calendario Deportivo 1997
Circular
6 de Octubre de 1997
Otros puntos de encuentro
¡Direcciones interesantes
para seguir conociéndonos!
En Contacto
Escriba aquí su mensaje
--------------------
EL BUDOKA
Magazine Electrónico
--------------------
Nº1 Edición Julio de 1997
EN ESTE NÚMERO:
TAPA
Edición Marzo/Abril de 1997
Editorial Hombu Dojo
"INTRUCTOR"
por Héctor Gonzalez Cevallos
Nota de Tapa
Historia de Okinawa
Editorial Filial Buenos Aires
"Tributo Al Maestro"
por Félix H. Galván
Bushido: El código del guerrero
por Héctor G. Cevallos
Los Libros del Budoka
"Juan Salvador Gaviota"
de Richard Bach
"Yo no descargo el golpe, Yo SOY el golpe"
artículo de Hideo Tsuchiya y Dalmiro Sáenz
Deportología
El exceso de entrenamiento
Bokuden y sus tres hijos
El increíble Chi
una narración tradicional
breve sobre artes marciales
CONTRATAPA
KARATE BAR
Staff, colaboradores y ayudantes
Formulario para Mensajes
***
Aparición del próximo número de
EL BUDOKA:
DICIEMBRE DE 1997
JUAN SALVADOR GAVIOTA
un relato
Richard Bach
"Richard Bach con este libro
hace dos cosas.
Me da Vuelo.
Me hace Joven.
Y por ambas le estoy agradecido"
Ray Bradbury

Publicado hacia principios de la década del 70, este hermoso libro permanece incólume, tan válido y tan poético como al momento de su aparición. Por aquellos días el libro se hizo muy popular tanto en los EEUU como aquí; inclusive se llegó a filmar una película homónima -con algunos ligeros retoques en el guión-, y la banda de sonido ,editada por separado, se hizo por entonces muy escuchada. El libro editado contiene hermosas fotos y una encuadernación original y creativa. Se trata de una narración breve, -se lee en minutos-, y está disponible en las librerías en dos tipos de encuadernación: la más económica, de bolsillo, edición en rústica con tapas blandas en cartulina; y otra, más difícil de conseguir, de tapas duras, formato cuaderno, la que recomendamos desde El Budoka ya que tiene una muy buena y hermosa presentación de fotos. Aquí les ofrecemos las primeras escenas del relato y dejamos al lector interesado la adquisición del libro y su lectura final.

Hemos elegido a Juan Salvador Gaviota por su fina metáfora, tan universal, que puede adaptarse perfectamente a nuestro arte marcial, a cualquier arte marcial, y desde y a partir de allí, incoporarse como parte del camino. Así es. Juan Gaviota es una gran parábola, comprimida en una narración corta pero rica en matices, infinita en ideas y sugestiones, profunda en sus contenidos pero amena: filosofía en imágenes, filosofía sin intelectualismos, filosofía en parábolas, parábola en filosofía. Deja sugerido, insinuado, mucho más que lo expresado. Y dejamos a cada practicante, a cada buscador de sabiduría, a cada caminante del Budo, que saque a luz sus propias imágenes, sus propias comparaciones y paralelos, los mensajes más ocultos, los más bellos.


Título de la obra
JUAN SALVADOR GAVIOTA
un relato
Autor
Richard Bach
Título original
JONATHAN LIVINGSTON SEAGULL
Editorial Pomaire s.a. 1972

PRIMERA PARTE

Amanecía, y el nuevo sol pintaba de oro las ondas de un mar tranquilo.

Chapoteaba un pesquero a un kilómetro de la costa cuando, de pronto, rasgó el aire de la voz llamando a la Bandada de la Comida y una multitud de mil gaviotas de aglomeró para regatear y luchar por cada pizca de comida. Comenzaba otro día de ajetreos.

Pero alejado y solitario, más allá de barcas y playas, estaba practicando Juan Salvador Gaviota. A treinta metros de altura, bajó sus pies palmeados, alzó su pico, y se esforzó por mantener en sus alas esa dolorosa y difícil torsión requerida pra lograr un vuelo pausado. Aminoró su velocidad hasta que el viento no fue más que un susurro en su cara, hasta que el océano pareció detenerse allá abajo. Entornó los ojos en feroz concentración, contuvo el aliento, forzó aquella torsión un... solo... centímetro... más... Encrespánronse sus plumas, se atascó y cayó.

Las gaviotas, como es bien sabido, nunca se atascan, nunca se detienen. Detenerse en medio del vuelo es para ellas una vergüenza, y es deshonor.

Pero Juan Salvador Gaviota, sin avergonzarse, y al extender otra vez sus alas en aquella temblorosa y ardua torsión -parando, parando, y atascándose de nuevo-, no era un pájaro cualquiera.

La mayoría de las gaviotas no se molesta en aprender sino las normas de vuelo más elementales: cómo ir y volver entre playa y comida. Para la mayoría de las gaviotas, no es volar lo que importa, sino comer. Para esta gaviota, sin embargo, no era comer lo que le interesaba, sino volar. Más que nada en el mundo, Juan Salvador Gaviota amaba volar.

Este modo de pensar, descubrió, no es la manera con que uno se hace popular entre los demás pájaros. Hasta sus padres se desilusionaron al ver a Juan pasarse días enteros, solo, haciendo cientos de planeos a baja altura, experimentando.

No comprendía por qué, por ejemplo, cuando volaba sobre el agua a alturas inferiores a la mitad de la envergadura de sus alas, podía quedarse en el aire más tiempo, con menos esfuerzo; y sus planeos no terminaban con el normal chapuzón al tocar sus patas en el mar, sino que dejaba tras de sí una estela plana y larga al rozar la superficie con sus patas plegadas en aerodinámico gesto contra su cuerpo. Pero fue al empezar sus aterrizajes de patas recogidas -que luego revisaba paso a paso sobre la playa- que sus padres se desanimaron aún más.

-¿Por qué, Juan, por qué? -preguntaba su madre-. Por qué te resulta tan difícil ser como el resto de la Bandada, Juan? ¿Por qué no dejas los vuelos rasantes a los pelícanos y a los albatros? ¿Por qué no comes? ¡Hijo, ya no eres más que hueso y plumas!

-No me importa ser sólo hueso y plumas, mamá. Sólo pretendo saber qué puedo hacer en el aire y que no. Nada más. Sólo deseo saberlo.

Mira, Juan -dijo su padre, con cierta ternura-. El invierno está cerca. Habrá pocos barcos, y los peces de superficie se habrán ido a las profundidades. Si quieres estudiar, estudia sobre la comida y cómo conseguirla. Esto de volar es muy bonito, pero no puedes comerte un planeo, ¿sabes? No olvides que la razón de volar es comer.

Juan asintió obedientemente. Durante los días sucesivos, intentó comportarse como las demás gaviotas; lo intentó de verdad, trinando y batiéndose con la Bandada cerca del muelle y los pesqueros, lanzándose sobre un pedazo de pan y algún pez. Pero no le dió resultado.

Es todo tan inútil, pensó, y deliberadamente dejó caer una anchoa duramente disputada a una vieja y hambrienta gaviota que le perseguía. Podría estar empleando todo este tiempo en aprender a volar. ¡Hay tanto que aprender!

No pasó mucho tiempo sin que Juan Gaviota saliera solo de nuevo hacia alta mar, hambriento, feliz, aprendiendo.

El tema fue la velocidad, y en una semana de prácticas había aprendido más acerca de la velocidad que la más veloz de las gaviotas.

A una altura de trescientos metros, aleteando con todas sus fuerzas, se metió en una abrupto y flamante picado hacia las olas, y aprendió por qué las gaviotas no hacen abruptos y flamantes picados. En sólo seis segundos voló a cien kilómetros por hora, velocidad a la cual el ala levantada empieza a ceder.

Una vez tras otra le sucedió lo mismo. A pesar de todo su cuidado, trabajando al máximo de su habilidad, perdía el control a alta velocidad.

Subía a trescientos metros. Primero con todas sus fuerzas hacia arriba, luego inclinándose, aleteando, hasta lograr un picado vertical. Entonces, cada vez que trataba de mantener alzada al máximo su ala izquierda, giraba violentamente hacia ese lado, y al tratar de levantar us derecha para equilibrarse, entraba, como un rayo, en una descontrolada barrena.

Tenía que ser muco más cuidadoso al levantar esa ala. Diez veces lo intentó, y las diez veces, al pasar a más de cien kilómetros por hora, terminó en un montón de plumas descontroladas, estrellándose contra el agua.

Empapado, pensó al fin que la clave debía ser mantener las alas quietas a alta velocidad; aletear, se dijo, hasta setenta por hora, y entonces dejar las alas quietas.

Lo intentó otra vez a setecientos metros de altura, descendiendo en vertical, el pico hacia abajo y las alas completamente extendidas y estables desde el momento en que pasó los setenta kilómetros por hora. Necesitó un esfuerzo tremendo, pero lo consiguió. En diez segundos, volaba como una centella sobrepasando los ciento treinta kilómetros por hora. ¡Juan había conseguido una marca mundial de velocidad para gaviotas!.

Pero el triunfo duró poco. En el instante en que empezó a salir del picado, en el instante en que cambió el ángulo de su alas, se precipitó en el mismo terrible e incontrolado desastre de antes y, a ciento trinta kilómetros por hora, el desenlace fue como un dinamitazo. Juan Gaviota se desintegró y fue a estrellarse contra un mar duro como un ladrillo.

Cuando recobró el sentido, era ya pasado el anochecer, y se halló a la luz de la Luna y flotando en el océano. Sus alas desgreñadas parecían lingotes de plomo, pero el fracaso le pesaba aún más sobre su espalda. Débilmente deseó que el peso fuera suficiente para arrastrarle al fondo, y así terminar con todo.

A medida que se hundía, una voz hueca y extraña resonó en su interior. No hay forma de evitarlo. Soy gaviota. Soy limitado por naturaleza. Si estuviese destinado a aprender tanto sobre volar, tendría por cerebro cartas de navegación. Si estuviese destinado a volar a alta velocidad, tendría alas cortas como un halcón, y comería ratones en lugar de peces. Mi padre tenía razón. Tengo que olvidar estas tonterías. Tengo que volar a casa, a la Bandada, y estar contento de ser como soy: una pobre y limitada gaviota.

La voz se fue desvaneciendo y Juan se sometió. Durante la noche, el lugar para una gaviota es la playa y, desde eses momento, se prometió ser una gaviota normal. Así todo el mundo se sentiría más feliz.

Cansado, se elevó de las oscuras aguas y voló hacia tierra, agradecido de lo que había aprendido. Soy una gaviota como cualquier otra gaviota, y volaré como tal.

Así es que ascendió dolorosamente a treinta metros y aleteó con más fuerza luchando por llegar a la orilla.

Se encontró mejor por su decisión de ser como otro cualquiera de la Bandada. Ahora no habría nada que le atara a la fuerza que le impulsaba a aprender, no habría más desafíos ni más fracasos. Y le resultó grato dejar ya de pensar, y volar, en la oscuridad, hacia las luces de la playa.

¡La oscuridad!, exclamó, alarmada, la hueca voz. ¡Las gaviotas nunca vuelan en la oscuridad!

Juan no estaba alerta para escuchar. Es grato, pensó. La Luna y las luces centelleando en el agua, trazando luminosos senderos en la oscuridad, y todo tan pacífico y sereno...

¡Desciende! ¡Las gaviotas nunca vuelan en la oscuridad! ¡Si hubieras nacido para volar en la oscuridad, tendrías los ojos del búho! ¡Tendrías por cerebro cartas de navegación! ¡Tendrías las alas cortas de un halcón!

¡Alas cortas! ¡Las alas cortas de un halcón!

¡Esta es la solución! ¡Qué necio he sido! ¡No necesito más que un ala muy pequeñita, no necesito más que doblar la parte mayor de mis alas y volar sólo con los extremos! ¡Alas cortas!

Subió a setencientos metros sobre el negro mar, y sin pensar por un momento en el fracaso o en la muerte, pegó fuertemente las antealas a su cuerpo, dejó solamente los afilados extremos asomados como dagas al viento, y cayó en picado vertical.

El viento le azotó la cabeza con un bramido monstruoso. Cien kilómetros por hora, ciento treinta, ciento ochenta y aún más rápido. La tensión de las alas a doscientos kilómetros por hora no era ahora tan grande como antes a cien, y con un mínimo movimiento de los extremos de las alas aflojó gradualmente el picado y salió disparado sobre las olas, como una gris bala de cañon bajo la luna.

Entornó sus ojos contra el viento hasta transformarlos en dos pequeñas rayas, y se regocijó. ¡A doscientos kilómetros por hora! ¡Y bajo control! ¡Si pico desde mil metros en lugar de quinientos, ¿a cuánto llegaré...?

Olvidó sus resoluciones de hace un momento, arrebatadas por ese gran viento. Sin embargo, no se sentía culpable al romper las promesas que había hecho consigo mismo. Tales promesas existen solamente para las gaviotas que aceptan lo corriente. Uno que ha palpado la perfección ensu aprendizaje no necesita esa clase de promesas.

Al amanecer, Juan Gaviota estaba practicando de nuevo. Desde dos mil metros los pesqueros eran puntos sobre el agua plana y azul, la Bandada de la Comida una débil nube de insignificantes motitas en circulación.

Estaba vivo, y temblaba ligeramente de gozo, orgulloso de que su miedo estuviera bajo control. Entonces, sin ceremonias, encogió sus antealas, extendió los cortos y angulosos extremos, y se precipitó directamente hacia el mar. Al pasar los dos mil metros, logró la velocidad máxima, el viento era una sólida y palpitante pared sonora contra la cual no podía avanzar con más rapidez. Ahora volaba recto hacia abajo a trescientos veinte kilómetros por hora. Tragó saliva, comprendiendo que se haría trizas si sus alas llegaban a desdoblarse a esa velocidad, y se despedazaría en un millón de partículas de gaviota. Pero la velocidad era poder, y la velocidad era gozo, y la velocidad era pura belleza.

Empezó su salida del picado a trescientos metros, los extremos de las alas batidos y borrosos en ese gigantesco viento, y justamente en su camino, el barco y la multitud de gaviotas se desenfocaban y crecían con la rapidez de una cometa.

No pudo parar; no sabía aún ni cómo girar a esa velocidad.

Una colisión sería la muerte instantánea.

Así es que cerró los ojos.

Sucedió entonces que esa mañana, justo después del amanecer, Juan Salvador Gaviota se disparó directamente en medio de la Bandada de la Comida marcando trescientos dieciocho kilómetros por hora, los ojos cerrados y en medio de un rugido de viento y plumas. La Gaviota de la Providencia le sonrió por esta vez, y nadie resultó muerto.

Cuando al fin apuntó su pico hacia el cielo, aún zumbaba a doscientos kilómetros por hora. Al reducir a treinta y extender sus alas otra vez, el pesquero era una miga en el mar, mil metros más abajo.

Sólo pensó en el triunfo. ¡La velocidad máxima! ¡Una gaviota a trescientos veinte kilómetros pr hora! Era un descubrimiento, el momento más grande y singular en la historia de la Bandada, y en ese momento una nueva época se abrió para Juan Gaviota. Voló hasta su solitaria área de prácticas, y doblando sus alas para un picado desde tres mil metros, se puso a trabajar en seguida para descubrir la forma de girar.

Se dio cuenta de que al mover una sola pluma del extremo de su ala una fracción de centímetro, causaba una curva suave y extensa a tremenda velocidad. Antes de haberlo aprendido, sin embargo, vio que cuando movía más de una pluma a esa velocidad, giraba como una bala de rifle... y así fue Juan la primera gaviota de este mundo en realizar acrobacias aéreas.

No perdió tiempo ese día en charlar con las otras gaviotas, sino que siguió volando hasta después de la puesta del Sol. Descubrió el rizo, el balance lento, el balance en punta, la barrena invertida, el medio rizo invertido.

Cuando Juan Gaviota volvió a la Bandada ya en la playa, era totalmente de noche. Estaba mareado y rendido. No obstante, y no sin satisfacción, hizo un rizo pra aterrizar y un tonel rápido justo antes de tocar tierra. Cuando sepan, pensó, lo del Descubrimiento, se pondrán locos de alegría. ¡Cuánto mayor sentido tiene ahora la vida! En lugar de nuestro lento y pesasdo ir y venir a los pesqueros, ¡hay una razón pra vivir! Podremos alzarnos sobre nuestra ignorancia, podremos descubrirnos como criaturas de perfección, inteligencia y habilidad. ¡Podremos ser libres! ¡Podremos aprender a volar!..........


Hay quienes no pueden imaginar un mundo sin pájaros;

Hay quienes no pueden imaginar un mundo sin agua;

En lo que a mí refiere, soy incapaz de imaginar un mundo sin libros.

A lo largo de la historia del hombre ha soñado y forjado un sinfín de instrumentos.

Ha creado la espada y el arado, prolongaciones del brazo del hombre que los usa.

Ha creado el libro, que es una extensión secular de su imaginación y de su memoria.

Jorge Luis Borges
Escritor Argentino (1899-1986)

There are who can not imagine a world without birds;

There are who can not imagine a world without water;

Respecting to me, I am uncapable of imaging a world without books.

Along man's history has dreamed and forged endless instruments.

Has created the sword and the plow, arm's prolongations from the man who use them.

Has created the book, wich is a secular extention from his imagination and memory.

Jorge Luis Borges Argentine Writer (1899-1986)

1