Del Canto II

Pues el madero súbito traído,
(no me atrevo a decir cuánto pesaba),
que era un macizo líbano fornido
que con dificultad se rodeaba:
Paicabí le aferró menos sufrido,
y en los valientes hombros le afirmaba;
seis horas lo sostuvo aquel membrudo,
pero llegar a siete jamás pudo.

Cayocupil al tronco aguija presto,
de ser el más valiente confiado,
y encima de los altos hombros puesto
lo deja a las cinco horas de cansado;
Gualemo lo probó, joven dispuesto,
mas no pasó de allí; y esto acabado,
Angol el grueso leño tomó luego,
duró seis largas horas en el juego.

Purén tras él lo trujo medio día
y el esforzado Ongolmo más de medio;
y cuatro horas y media Lebopía,
que de sufrirlo más no hubo remedio.
Lemolemo siete horas le traía,
el cual jamás en todo este comedio
dejó de andar acá y allá saltando
hasta que ya el vigor le fue faltando.

Elicura a la prueba se previene,
y en sustentar el líbano trabaja;
a nueve horas dejarle le conviene,
que no pudiera más si fuera paja.
Tucapelo catorce lo sostiene,
encareciendo todos la ventaja;
pero en esto Lincoya apercibido
mudó en gran silencio aquel rüido.

De los hombros el manto derribando
las terribles espaldas descubría,
y el duro y grave leño levantando,
sobre el fornido asiento lo ponía:
corre ligero aquí y allí mostrando
que poco aquella carga le impedía:
era de Sol a Sol el día pasado,
y el peso sustentaba aún no cansado.

Venía aprisa la noche, aborrecida
por la ausencia del Sol; pero Diana
les daba claridad con su salida,
mostrándose a tal tiempo más lozana;
Lincoya con la carga no convida,
aunque ya despuntaba la mañana,
hasta que llegó el Sol al medio cielo,
que dio con ella entonces en el suelo.

No se vio allí persona en tanta gente
que no quedase atónita de espanto,
creyendo no haber hombre tan potente
que la pesada carga sufra tanto:
la ventaja daban juntamente
con el gobierno, mando, y todo cuanto
a digno general era debido,
hasta allí justamente merecido.

Ufano andaba el bárbaro contento
de haberse más que todos señalado,
cuando Caupolicán a aquel asiento,
sin gente, a la ligera, había llegado:
tenía un ojo sin luz de nacimiento
como un fino granate colorado,
pero lo que en la vista le faltaba,
en la fuerza y esfuerzo le sobraba.

Era este noble mozo de alto hecho,
varón de autoridad, grave y severo,
amigo de guardar todo derecho,
áspero y riguroso, justiciero;
de cuerpo grande y relevado pecho,
hábil, diestro, fortísimo y ligero,
sabio, astuto, sagaz, determinado,
y en casos de repente reportado.

Fue con alegre muestra recebido,
aunque no sé si todos se alegraron:
el caso en esta suma referido
por su término y puntos le contaron.
Viendo que Apolo ya se había escondido
en el profundo mar, determinaron
que la prueba de aquél se dilatase
hasta que la esperada luz llegase.

Pasábase la noche en gran porfía
que causó esta venida entre la gente
cuál se atiene a Lincoya, y cuál decía
que es el Caupolicano más valiente;
apuestas en favor y contra había:
otros, sin apostar, dudosamente,
hacia el oriente vueltos aguardaban
si los febeos caballos asomaban.

Ya la rosada Aurora comenzaba
las nubes a bordar de mil labores,
y a la usada labranza despertaba
la miserable gente y labradores,
y a los marchitos campos restauraba
la frescura perdida y sus colores,
aclarando aquel valle la luz nueva,
cuando Caupolicán viene a la prueba.

Con un desdén y muestra confiada
asiendo del troncón duro y ñudoso,
como si fuera vara delicada,
se le pone en el hombro poderoso.
La gente enmudeció, maravillada
de ver el fuerte cuerpo tan nervoso;
la color a Lincoya se le muda,
poniendo en su vitoria mucha duda.

El bárbaro sagaz de espacio andaba,
y a toda prisa entraba el claro día;
el sol las largas sombras acortaba,
mas él nunca decrece en su porfía;
al ocaso la luz se retiraba
ni por esto flaqueza en él había;
las estrellas se muestran claramente,
y no muestra cansancio aquel valiente.

Salió la clara Luna a ver la fiesta
del tenebroso albergue húmido y frío,
desocupando el campo y la floresta
de un negro velo lóbrego y sombrío:
Caupolicán no afloja de su apuesta,
antes con mayor fuerza y mayor brío
se mueve y representa de manera
como si peso alguno no trujera.

Por entre dos altísimos ejidos
la esposa de Titón ya parecía,
los dorados cabellos esparcidos
que de la fresca helada sacudía,
con que a los mustios prados florecidos
con el húmido humor reverdecía,
y quedaba engastado así en las flores,
cual perlas entre piedras de colores.

El carro de Faetón sale corriendo
del mar por el camino acostumbrado:
sus sombras van los montes recogiendo
de la vista del Sol, y el esforzado
varón, el grave peso sosteniendo,
acá y allá se mueve no cansado,
aunque otra vez la negra sombra espesa
tornaba a parecer corriendo apriesa.

La Luna su salida provechosa
por un espacio largo dilataba;
al fin, turbia, encendida y perezosa,
de rostro y luz escasa se mostraba;
paróse al medio curso más hermosa
a ver la extraña prueba en qué paraba,
y viéndola en el punto y ser primero,
se derribó en el ártico hemisfero.

Y el bárbaro, en el hombro la gran viga,
sin muestra de mudanza y pesadumbre,
venciendo con esfuerzo la fatiga,
y creciendo la fuerza por costumbre.
Apolo en seguimiento de su amiga
tendido había los rayos de su lumbre;
y el hijo de Leocán, en el semblante
más firme que al principio y más constante.

Era salido el Sol, cuando el inorme
peso de las espaldas despedía,
y un salto dio en lanzándose disforme,
mostrando que aún más ánimo tenía:
el circunstante pueblo en voz conforme
pronunció la sentencia y le decía:
"Sobre tan firmes hombros descargamos
el peso y grave carga que tomamos".

Del Canto XXXIV

No dijo el indio más, y la respuesta
sin turbacón mirándole atendía,
y la importante vida o muerte presta
callando con igual rostro pedía;
que por más que fortuna contrapuesta
procuraba abatirle, no podía,
guardando, aunque vencido y preso, en todo
cierto término libre y grave modo.

Hecha la confesión, como lo escribo,
con más rigor y priesa que advertencia,
luego a empalar y asaetearle vivo
fue condenado en pública sentencia.
No la muerte y el término excesivo
causó en en su semblante diferencia,
que nunca por mudanzas vez alguna
pudo mudarle el rostro la fortuna.

Pero mudóle Dios en un momento,
obrando en él su poderosa mano,
pues con lumbre de fe y conocimiento
se quiso baptizar y ser cristiano:
causó lástima y junto gran contento
al circunstante pueblo castellano,
con grande admiración de todas gentes
y espanto de los bárbaros presentes.

Luego aquel triste, aunque felice día
que con solemnidad le baptizaron,
y en lo que el tiempo escaso permitía
en la fe verdadera le informaron.
Cercado de una gruesa compañía
de bien armada gente, le sacaron
a padecer la muerte consentida,
con esperanza ya de mejor vida.

Descalzo, destocado, a pie, desnudo,
dos pesadas cadenas arrastrando,
con una soga al cuello y grueso ñudo,
de la cual el verdugo iba tirando,
cercado en torno de armas, y el menudo
pueblo detrás, mirando y remirando
si era posible aquello que pasaba,
que, visto por los ojos, aún dudaba.

Desta manera, pues, llegó al tablado,
que estaba un tiro de arco del asiento
media pica del suelo levantado,
de todas partes a la vista exento;
donde con el esfuerzo acostumbrado,
sin mudanza y señal de sentimiento,
por la escala subió tan desenvuelto
como si de prisiones fuera suelto.

Puesto ya en lo más alto, revolviendo
a un lado y otro la serena frente,
estuvo allí parado un rato viendo
el gran concurso y multitud de gente,
que el increíble caso y estupendo
atónita miraba atentamente,
teniendo a maravilla y gran espanto
haber podido la fortuna tanto.

Llegóse él mismo al palo, donde había
de ser la atroz sentencia ejecutada,
con un semblante tal, que parecía
tener aquel terrible trance en nada,
diciendo: "Pues el hado y suerte mía
me tienen esta muerte aparejada,
venga, que yo la pido, yo la quiero,
que ningún mal hay grande, si es postrero".

Luego llegó el verdugo diligente,
que era un negro gelofo mal vestido,
el cual viéndole el bárbaro presente
para darle la muerte prevenido,
bien que con ánimo paciente
las afrentas demás había sufrido,
sufrir no pudo aquella, aunque postrera,
diciendo en alta voz desta manera.

"¿Cómo? ¿Qué en cristiandad y pecho honrado
cabe cosa tan fuera de medida,
que a un hombre como yo tan señalado
le dé muerte una mano así abatida?
Basta, basta morir al más culpado,
que al fin todo se paga con la vida;
y es usar deste término conmigo
inhumana vergüenza y no castigo".

"¿No hubiera alguna espada aquí de cuantas
contra mí se arrancaron a porfía,
que usada a nuestras míseras gargantas
cercenara de un golpe aquesta mía?
Que aunque ensaye su fuerza en mí de tantas
maneras la fortuna en este día
acabar no podrá que bruta mano
toque al gran general Caupolicano".

Esto dicho, y alzando el pie derecho
(aunque de las cadenas impedido)
dio tal coz al verdugo, que en gran trecho
le echó rodando abajo mal herido;
reprehendido el impaciente hecho,
y él del súbito enojo reducido,
le sentaron después con poca ayuda
sobre la punta de la estaca aguda.

No el aguzado palo penetrante,
por más que las entrañas le rompiese
barrenándole el cuerpo, fue bastante
a que al dolor intenso se rindiese:
que con sereno término y semblante,
sin que labio ni ceja retorciese,
sosegado quedó de la manera
que si asentado en tálamo estuviera.

En esto, seis flecheros señalados,
que prevenidos para aquello estaban,
treinta pasos de trecho desviados
por orden y de espacio le tiraban;
y, aunque en toda maldad ejercitados
al despedir la flecha vacilaban,
temiendo poner mano en un tal hombre
de tanta autoridad y tan gran nombre.

Mas fortuna crüel, que ya tenía
tan poco por hacer y tanto hecho,
si tiro alguno avieso allí salía,
forzando el curso le traía derecho,
y en breve, sin dejar parte vacía,
de cien flechas quedó pasado el pecho,
por do aquél grande espíritu echó fuera,
que por menos heridas no cupiera.

Paréceme que siento enternecido
al más crüel y endurecido oyente
deste bárbaro caso referido,
al cual, señor, no estuve yo presente,
que a la nueva conquista había partido
de la remota y nunca vista gente;
que si yo a la sazón allí estuviera,
la cruda ejecución se suspendiera.


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