Volver a los diecisiete
después de vivir un siglo
es como descifrar signos
sin ser sabio competente;
volver a ser, de repente,
tan frágil como un segundo,
volver a sentir profundo
como un niño frente a Dios.
Eso es lo que siento yo
en este instante fecundo.
Mi paso ha retrocedido
mientras el de ustedes avanza;
el Arco de las Alianzas
ha penetrado en mi nido.
Con todo su colorido
se ha paseado por mis venas,
y hasta la dura cadena
con que nos ata el destino
es como un diamante fino
que alumbra mi alma serena.
Se va enredando, enredando
como en el muro la hiedra,
y va brotando, brotando
como el musguito en la piedra.
Lo que puede el sentimiento
no lo ha podido el saber,
ni el más claro proceder,
ni el más ancho pensamiento.
Todo lo cambia el momento;
cual mago condescendiente
nos aleja dulcemente
de rencores y violencias.
¡Sólo el amor con su ciencia
nos vuelve tan inocentes!
El amor es torbellino
de pureza original;
hasta el feroz animal
susurra su dulce trino.
Detiene a los peregrinos,
libera a los prisioneros;
el amor con sus esmeros
al viejo lo vuelve niño,
y al malo sólo el cariño
lo vuelve puro y sincero.
De par en par la ventana
se abrió como por encanto;
entró el amor con su manto
como una tibia mañana.
Al son de su bella diana
hizo brotar al jazmín;
volando cual serafín
al cielo le puso aretes;
mis años en diecisiete
los convirtió el querubín.