¿Qué sabes de cordillera,
si tú naciste tan lejos?
Hay que conocer la piedra
que corona al ventisquero;
hay que recorrer callando
los atajos del silencio,
y cortar por las orillas
de los lagos cumbrereños.
¡Mi padre anduvo su vida
por entre piedras y cerros!
La Viuda Blanca en su grupa,
la maldición del arriero
llevó a mi viejo esa noche
a robar ganado ajeno.
Junto al paso de Atacalco,
a la entrada del invierno,
le preguntaron a golpes,
y él respondió con silencios.
Los guardias cordilleranos
clavaron su cruz al viento.
Los Ángeles, Santa Fe,
fueron nombres del infierno.
Hasta mi casa llegaba
la ley buscando al cuatrero.
Mi madre escondió la cara
cuando él no volvió del cerro,
y arriba en la cordillera
la noche entraba en sus huesos.
Él, que fue tan hombre y solo,
llevó a la muerte en su arreo.
Nosotros cruzamos hoy
con un rebaño del bueno;
arriba en la cordillera
no nos vio pasar ni el viento.
¡Con qué orgullo me querría
si ahora llegara a saberlo!
Pero el viento no más sabe
dónde se durmió mi viejo
con su pena de hombre pobre
y dos balas en el pecho.