Se va ciñiendo el sendero
al vientre de las arenas;
así va mi corazón
culebreando entre las penas.
El opaco redoblar
de las uñas de las mulas
se agolpa en mi corazón
con repicar de amargura.
Rosa colorada,
¿quién te deshojó?
¿Por qué no esperaste, mi vida,
que llegara yo?
La larga fila de mulas
polvorientas y cansadas
se derrama sobre el verde
corazón de la quebrada.
El pueblo parece un piño
de vicuñas escarchadas;
y el humo de los fogones,
su aliento en la madrugada.
¿De qué le sirve al arriero
llegar al fin del sendero,
si no ha de encontrar en él
alegría ni consuelo?
Su consuelo está en la tropa,
en su eterno caminar,
y el crujir de los arneses
cantando en la soledad.