A mi ventana cerrada
muy suave llamaban;
una paloma torcaza
herida, gemía.
Yo era un poeta dormido;
nunca al amor le canté.
Y a esa paloma torcaza,
cuidando su herida,
mi amor le entregué.
¡Quiéreme, torcacita ingrata!
¡Tú me enseñaste a amar!
Y al que te hirió
con saña en el alma
hoy tienes que olvidar.
¡Quiéreme, torcacita ingrata!
Tu amor al norte fue.
¡Olvida ese palomo
que no merece tu corazón!
¡Pobre paloma enferma,
te vas muriendo de soledad!
En la ventana florida
sus penas tejía;
de tanto sentir aquello
sus ojos morían.
Nunca hubo tanta tristeza;
se le olvidó su canción.
Ya ves, paloma torcaza,
no existe remedio
para el mal de amor.