Cada vez que azota el viento
la tranquera, y a mi oído
llega de noche el crujido
que más parece un lamento,
siento un estremecimiento
de muerte, y me quedo fría
como me quedé aquel día
que me enteré de quién era.
¡Ay, si hablase la tranquera,
las cosas que contaría!
Ella sola fue testigo
de aquel falso juramento
que me dio, de que al momento
se casaría conmigo.
Yo le di en mi pecho abrigo,
le di cuanto me pedía,
y se marchó al otro día
sin despedirse siquiera.
En ella están mi inicial
y la suya entrelazadas,
que un día dejó grabadas
con la punta del puñal.
Allí estaba su bagual
que ansina me veía;
como que me conocía,
se arrascaba en mi pollera.