Me persigue implacable
su boca que reía,
acecha mis insomnios
ese recuerdo cruel.
¡Mis propios ojos vieron
como ella le ofrecía
el beso de sus labios
rojos como un clavel!
Un viento de locura
atravesó mi mente;
deshecho de amargura
yo me quise vengar.
Mis manos se crispaban,
mi pecho las contuvo;
su boca que reía
yo no pude matar.
Fue su amor de un día
toda mi fortuna;
conté mi alegría
a los campos
y a la luna.
Por quererla tanto,
por confiar en ella
hoy hay en mi huella
sólo llanto y mi dolor.
Doliente y abatido
mi vieja herida sangra,
¡bebamos otro trago,
que yo quiero olvidar!
Pero estas penas hondas
de amor y desengaño,
como las hierbas malas,
son duras de arrancar.
Del fondo de mi copa
su imagen me obsesiona,
¡es como una condena
su risa siempre igual!
Coqueta y despiadada,
su boca me encadena;
se burla hasta la muerte
la ingrata en el cristal.