El día que comparezcas
ante el tribunal de Dios
a dar cuenta de mi vida
que me complicaste vos;
el día que francamente
tenga yo que declarar
la verdad pura y palpable
que a Dios no puede escapar,
y le digas que he faltado
a su Ley de mala fe,
al hacer de vos mi culto,
al amarte más que a Él,
que robé por tu cariño,
que maté ciego de amor.
¡Pueda ser que el Dios piadoso
quiera darme su perdón!
Desdeñé mi vida entera
en la hoguera de tu amor,
esperando lo que fuera,
sin decirte ni siquiera
que es mi pena y mi dolor.
Sin embargo ante el Eterno
será el mismo mi desdén,
y en mi amor profundo y tierno,
por seguirte hasta el Infierno
yo despreciaré el Edén.
Pero el día de tu juicio
yo no sé qué le dirás
cuando sepan que has pecado
por capricho y vanidad;
cuando sientas la mirada
penetrante del Señor,
que te llegará hasta el alma
como un rayo escrutador,
y te acuse tu conciencia
al mirar aquel puñal
que vos misma tan cobarde
le entregaste a mi rival;
que, no contenta con eso,
me mandaste a la prisión.
¡Por más que vos te arrepientas
no podrás tener perdón!