En la doliente sombra de mi cuarto al esperar
sus pasos que quizás no volverán,
a veces me parece que ellos detienen su andar
sin atreverse luego a entrar.
Pero no hay nadie, y ella no viene;
es un fantasma que crea mi ilusión,
y que al desvanecerse va dejando su visión,
cenizas en mi corazón.
En la plateada esfera del reloj,
las horas que agonizan se niegan a pasar;
hay un desfile de extrañas figuras
que me contemplan con burlón mirar.
Es una caravana interminable
que se hunde en el olvido con su mueca espectral;
se va con ella tu boca que era mía,
sólo me queda la angustia de mi mal.