Volvió una noche,
no la esperaba,
había en su rostro
tanta ansiedad
que tuve pena
de recordarle
su felonía
y su crueldad.
Me dijo humilde:
"Si me perdonas
el tiempo viejo
otra vez vendrá;
la primavera
de nuestra vida,
¡verás que todo
nos sonreirá!"
"¡Mentira, mentira!",
yo quise decirle,
"las olas que pasan
ya no vuelven más,
y así mi cariño
al tuyo enlazado
es sólo un fantasma
del viejo pasado,
que ya no se puede
resucitar".
Callé mi amargura,
y tuve piedad,
sus ojos azules
muy grandes se abrieron;
mi pena inaudita
pronto comprendieron,
y con una mueca
de mujer vencida
me dijo "¡es la vida!"
y no la vi más.
Volvió esa noche,
nunca lo olvido,
con la mirada
triste y sin luz,
y tuve miedo
de aquel espectro
que fue locura
en mi juventud.
Se fue en silencio,
sin un reproche,
busqué un espejo
y me puse a mirar;
había en mi frente
tantos inviernos
que también ella
tuvo piedad.