Alfa. Revista de la AAF.


Incitación al aforismo.

José Biedma López (*)

"Sentencias", "máximas", "dichos", "adagios", "preceptos", "reglas", "axiomas", "fragmentos", "epigramas", "oráculos", "aforismos"..., diversos nombres para un género minoritario y difícil, pero con una larga historia desde los tiempos de Hipócrates. Andrés Sánchez Pascual ha definido sus tres características: concisión didáctica, agilidad crítica y tendencia ilustrada.

El aforismo es una forma filosófica, pero también un juego de palabras y un arte poético, la expresión rotunda, breve y relativamente autónoma de una risa perfectamente seria, de una mueca del espíritu sinceramente trágica, como la de un loco que da en el clavo, como la de un prudente que reconoce al idiota que habita en él.

El mejor de los aforismos es una herida abierta en la piel del discurso, una fisura perpetrada en la lógica por la que vislumbrambos la extrema complejidad del mundo, la identidad de los opuestos..., o que todas las cosas valen un poco por lo mismo, una mismidad tan propia como extraña; una raja por donde se nos revela el rostro enigmático de la verdad que las rutinas del lenguaje disfrazan y enmascaran. En el aforismo, el el sentido de las palabras rebosa como buscando trascender el corsé que les ciñe la propia semántica del lenguaje. Es la "impropiedad" de la ironía, la feroz crueldad del sarcasmo, la perplejidad de la paradoja o la jocundia amable de la conformidad con el destino. Todas estas cosas constituyen la sal y la pimienta con que se adoba de ingenio la enjundia filosófica: el aforismo tiende su rutilante arco iris desde la lógica a lo insondable, o desde el abismo a la lógica, en esa tensión entre el nihilismo y el dogmatismo en que se ha construido siempre la filosofía como una invitación al humor y a la aventura. Como ha dejado escrito Savater, el humor preserva la reversibilidad del discurso...: la ironía nos resguarda de la Iglesia. También nos distancia de la nueva Orden de la Suprema Tecnología.

Lo que parece una broma es, en realidad, el enunciado de un problema. Para quienes se animen a practicar con el género, Lichtenberg aconseja: "Si lo poquito que dices no tiene en sí nada extraño, dilo al menos un poquito extrañamente" (E, 243). Emilio López Medina, en sus Elementos de filosofía prêt-à-porter (V), es más explícito: "Las cosas se describen o explican mediante la novela o mediante un tratado filosófico. Mediante el aforismo se transmite su sentido". Claro que todo depende entonces de lo que entendamos por "sentido", "pues para nosotros es una fuente universal de desdichas el que creamos que las cosas son realmente lo que sólo significan" (Lichtenberg, A, 114).

El aforismo suele ir desde la ocurrencia jovial y ligera, como ese instinto de la fluidez verbal que es el ingenio, a la fórmula lapidaria que adopta la iracundia cínica y la facundia profética... Entonces vemos a Nietzsche --como dice Machado-- sacándose las tripas de curita castigado por la sífilis, alucinado por el opio, y apedreando con sus entrañas al prójimo, eso sí, con talento y malicia de verdadero psicólogo y con la unción de todos los grandes sofistas para halagar y engreír al lector (Ortega), ¡ese patético superhombre! El expediente contra la lógica del lenguaje es de una racionalidad no menos dudosa: "en cada momento tenemos tan sólo el pensamiento para el que disponemos de palabras capaces de expresarlo aproximadamente" (Aurora, 257). Violencia sublimada. Erecciones de la inteligencia. Voluptuosidad intelectualizada. Sadismo refinado. El fragmento y el enigma gustan a las épocas decadentes, constituyendo axiomas de perpleja elocuencia y tópicos obsesivos, como huevos morales en que repose condensado el germen del mundo. ¿Quién no soñó alguna vez, como Heráclito, como Parménides, con hallar la fórmula del mundo y escribir en cifra el universo? ¿Qué es en realidad el sentido de la existencia? El engendro del Entendimiento en mitad de una vivencia intensa... La asunción de la validez de un código con que descifrarla.

A falta de arquitectos, la filosofia echa manos de jardineros. A falta de vigor y capacidad de trabajo para emprender la construcción megalómana de una catedral en que reposar muerto, diseñamos como anacoretas de la palabra pequeñas ermitas y alquerías, chozas y chabolas en las que pronunciar pequeñas verdades que griten a voz en cuello, como las que dictaba el diablo a Ambroce Bierce, al Barón de Hakeldama o a don Lope de Bisejo... "Filosofía: camino de muchos ramales que conduce de ninguna parte a la nada". A fin de cuentas, filosofar no es más que la forma precavida y abstracta, educada e ilustrada, de hacer teología; filosofar no es tan distinto de rezar. Es como contarle el teorema de Tales a un extraterrestre. Es como asistir a un carnaval en cueros pero armado de razones: ¡razones!, esos cuernos defensivos y agresivos desarrollados por los hombres para su supervivencia y que, como los rinocerontes, raramente emplean.

El que escribe aforismos corre el riesgo de que, como las brillantes paradojas de Oscar Wilde, sus frases acaben haciéndose famosas, esto es, notoriamente miserables. Acabarán tal vez dando que pensar, o sea, servirán para "pesar posibilidades en la balanza del deseo" y para que el pensar abandone inocuamente su rutina (ese preservativo de la locura). Ciorán definió bien a los grandes aforistas que como Pascal "dan la impresión de ser reporteros de la eternidad" mientras dejan caer el vitriolo de sus ocurrencias sobre los errores del tiempo.

Educativamente, lo más urgente es justamente esto: disolver mentiras, precaver contra la falsedad, inmunizar ante el delirio en que la vida se recrea, preservar la conversación al margen de la administración y sus reglamentos (esa metafísica para uso de monos), reconstruir la intimidad socrática a despecho de la política con su infierno de salvadores, deshacerse lúcidamente del hastío dejando hablar a nuestros particulares y personales demonios.

Invitamos a todos los lectores de ALFA a colaborar en esta sección (¿"Fragmentos"? ¿"Filosofía mínima"?), poblándola de alegres ditirambos, festivos interludios, de trágicas voces y profundos murmullos, o de agudos lamentos.

(*)Vocal de la AAF por Jaén. Co- director de ALFA. Doctor en Filosofía, Profesor del IB "Francisco de los Cobos" de Úbeda, Jaén, y del Centro Asociado de la UNED de Jaén.


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