Alfa. Revista de la AAF.


Hacia una filosofía crítica de la ciencia y de la tecnología.

Antonio Sánchez Millán (*)


SANMARTÍN, José: Tecnología y futuro humano.
Anthropos, Barcelona, 1990

Con frecuencia se ha llamado a la ciencia "el gran mito de nuestro tiempo", pero no sospechábamos que el fervor de esta idolatría contemporánea se nutría de su trasunto tecnológico. No basta, aunque ya sea bastante, estudiar la génesis histórica de las teorías tenidas por científicas, ni tener en cuenta el contexto en que se descubren. Todavía se trata de un análisis que distingue entre ciencia pura y ciencia aplicada, interesado en las teorías constituidas. A lo sumo, cuando se introducen consideraciones externas -sociológicas, psicológicas, históricas-, éstas se refieren a "la comunidad de hacedores de la ciencia" y no se estiman en relación a "la comunidad de padecedores de la ciencia", a la sociedad en general. En su Autobiografía intelectual(1), José Sanmartín se pregunta:

"¿Por qué reducirme al análisis de bata blanca de la parte más aséptica del edificio científico, sus teorías, dejando fuera del objeto de la reflexión sus implicaciones éticas y sus costos sociales?"

Esta sería la propuesta -elaborar una filosofía crítica de la ciencia y de la tecnología- que están llevando a cabo los miembros del grupo INVESCIT (Instituto de Investigaciones sobre Ciencia y Tecnología), del que nuestro autor es director y, junto a Manuel Medina, uno de sus principales inspiradores.

Si de esta manera tan novedosa se abordan cuestiones de interés para nuestra época -las relaciones entre ciencia, tecnología y sociedad-, la extrañeza que provoque sólo puede combatirse con una buena dosis de didáctica. Tampoco hay que dejar de ser polémicos, si por esto entendemos el arte de provocar, la reflexión, por supuesto. Como reza en su Introducción, el libro analiza críticamente la cobertura teórica de la técnica -"el cinturón de distractores" se le llama-, una tarea imprescindible para afrontar adecuadamente la evaluación de una tecnología concreta. Lo que denomina Sanmartín "evaluación filosófica de la tecnología" facilitaría, una vez despojado el emperador de sus vestiduras, el acceso hacia una efectiva evaluación de tecnologías, algo que en sus escritos posteriores(2) llama "evaluación estratégica de tecnologías".

Para el tecnofanatismo, desde luego, la evaluación de tecnologías es una cuestión de expertos y, en todo caso, los informes elaborados para la toma de decisiones políticas irían dirigidos a favorecer una percepción pública positiva de la tecnología en cuestión, favoreciendo así su implantación(3) . Sin duda, a aquellos que vean las cosas de este modo, la lectura de este libro les hará sentirse aludidos. Pero es precisamente ese modo de proceder el que está haciendo que algunos sectores sociales caigan en el otro extremo de un peculiar movimiento pendular que, en estos momentos, está llevando a una visión tecnocatastrofista que amenaza con "tirar el niño con el agua de la bañera". La razón de fondo, como analiza Sanmartín en su libro, reside en comprometer a la tecnología con pseudoutopías -de "cantos de sirena" los califica- como el mito ilustrado del progreso social sin límites.

Tópicos Típicos

En el tema clásico de las relaciones entre Ciencia y Tecnología abundan los tópicos. De entre los que señala Sanmartín, algunos ya han sido desenmascarados, como la reducción de la racionalidad a la racionalidad científica (Heidegger, Escuela de Francfort, Apel-Habermas ...), la confusión de lo técnico con el maquinismo (Lewis Munford), la pretensión de que la ciencia es teoría y, en cuanto tal, neutra y objetiva (Kuhn, Lakatos, Feyerabend ...). Sin embargo, otros tópicos han pasado desapercibidos la mayoría de las veces.

Así, la idea de que las teorías son independientes de sus consecuencias prácticas(4) (4). Las teorías científicas residirían en el mundo platónico del pensamiento objetivo sin sujeto cognoscente, como diría Popper. Por lo tanto, no cabe pedirles responsabilidad, en todo caso habría que hacerlo a quienes las hubiesen aplicado, por extraer de ellas tecnologías inapropiadas.

Las tecnologías, por su lado, también son, en sí, inocuas. Habría que distinguir entre factores internos, relativos al diseño y desarrollo del proyecto tecnológico, que sería competencia exclusiva del especialista, y factores externos, que tienen que ver con los usos que se haga de esa tecnología. Y, por supuesto, de éstos ya no es responsable el tecnólogo ni su proyecto, sino los políticos, las empresas, etc. De manera que esta sucesiva dilación de responsabilidades conduce a una cada vez mayor impotencia a la hora de poder modificar o sustituir, si es el caso, aquella tecnología que ha producido, o sería mejor decir, que pudiera producir impactos medioambientales o sociales no deseables.

Una especie de determinismo irresistible nos acucia, al parecer, a los seres que no podemos sobrevivir sin usar y fabricar instrumentos y, recientemente, sin tecnología: "lo que se puede técnicamente hacer, hay que hacerlo" (imperativo tecnológico). No se puede ir contra el progreso; lo que cabe hacer es adaptarnos socialmente a sus impactos y no al revés. Así rezaba el lema de la Exposición Universal de Chicago (1933), que podría haber sido perfectamente acogido, si no hubiera estado ya inventado, por la de Sevilla de 1992:

"la ciencia descubre, el genio inventa, la industria aplica y el hombre se adapta o es moldeado por las cosas nuevas".

El trasunto tecnológico de la ciencia

La erradicación de los tópicos anteriores y de sus perniciosas consecuencias requiere, en primer lugar, comprender la ligazón interna entre la ciencia y la tecnología, y en segundo lugar, desentrañar una serie de ideas que dan carta de naturaleza a esos tópicos.

Históricamente, no puede sostenerse la opinión generalizada de que la ciencia explica y la técnica aplica. La vocación tecnológica de la ciencia moderna puede rastrearse fácilmente en ideólogos como Bacon, Galileo, Descartes o Comte: la ciencia busca explicar la naturaleza para poder controlarla y dominarla. Este origen de la ciencia moderna es algo que está mucho más arraigado en ella de lo que suele pensarse. En este punto, Sanmartín introduce una descripción de las teorías científicas que puede resultar a muchos chocante e incluso parcial. Sin embargo, conforme se van siguiendo sus argumentaciones lo que se vislumbra es una nueva clave interpretativa útil para unificar la diversidad que existe en eso que llamamos "teorías científicas", una especie de a priori tecnológico de la ciencia.

Según José Sanmartín, cabría hablar de tres clases de teoría de lo que mejor deberíamos denominar tecnociencia: a) técnicas teorizadas o tecnologías: "elucidaciones de por qué una técnica preteórica ha tenido, o no, éxito". Así, la teoría de la fermentación por la acción de microorganismos da razón del porqué habían tenido éxito técnicas como las de hacer pan o cerveza; b) teorías de segundo nivel: "entramados lingüísticos que, basados sobre alguna tecnología, tratan de explicar de manera análoga (cuando no, idéntica) eventos pertenecientes a distintos dominios". Esto es lo que ocurre, por ejemplo con la tecnología de los ordenadores y los conceptos de "información" y "sistema procesador de información". La unificación teórica consistente en identificar ordenadores y cerebros humanos, conduce a legitimar la aplicación sin reservas de la tecnología informática a la psicología de la memoria, la psicolingüística o la educación; c) superteorías o "programas metafísicos de investigación", de nuevo, otro tipo de reflexión sobre la tecnología. Entramados lingüísticos de gran generalidad, cosmovisiones, que parecen explicarlo todo y que son difícilmente refutables. Por ejemplo, los Principia de Newton o las Teorías de la evolución darwiniana y neodarwinismo, cuyos contenidos serían las teorías de segundo nivel. Así pues, afirma Sanmartín, los científicos, o bien son tecnólogos, o bien son metafísicos.

Pero, además, estas superteorías frecuentemente se engarzan a una filosofía general de nuestro tiempo, a saber, la ya aludida idea de progreso. La revolución social consistiría entonces en la introducción de una determinada tecnología en más y más campos. "Cantos revolucionarios", entonados al abrigo de esta filosofía por aquellos tecnofanáticos, entre los que se encuentran muchos políticos y periodistas científicos, y que impiden una evaluación preventiva que considere no sólo impactos, sino también riesgos y no sólo económicos, sino también sociales y ecológicos.

Los ropajes del emperador

Lo mismo que en aquel famoso cuento (ninguno de los presentes en el desfile, salvo la inocencia infantil, fue capaz de ver al emperador tal y como estaba, desnudo, al dejarse llevar por sus prejuicios), el anterior tinglado teórico envuelve a una determinada técnica, hasta tal punto que condiciona la valoración de la misma en sus justos términos.

Ahora cobra nuevo sentido aquel tópico, el imperativo tecnológico: cumple la función de justificar cualquier innovación tecnológica, puesto que sería irracional impedir que se aplique, industrialmente, si se puede. Aunque más bien, en opinión de Sanmartín, habría que modificar la política tecnológica. El orden correcto sería primero "fijar metas socialmente y favorecer, luego, las tecnologías que se estimen socialmente más oportunas para favorecerlas". De esta manera, la tecnología no se convertiría en un fin en sí misma, autónoma en su desarrollo, donde el medio sería el mensaje (McLuhan).

Otro modo de distraer la atención, ante el incumplimiento de las promesas de paraíso tecnológico, consistiría en afirmar que, en todo caso, el fracaso de hecho se debe a las imperfecciones del ser humano, que no ha podido desarrollar adecuadamente las posibilidades de una tecnología. Es decir, la responsabilidad recae en quien la usa, ¡aunque tenga que ser la Humanidad entera!

El apoyo teórico más influyente de estos distractores lo constituye la superideología del progreso -como en otras épocas lo han sido el eterno retorno o el providencialismo-, opina Sanmartín. El progreso de nuestra cultura, a diferencia de otras, se ha basado en la innovación tecnológica permanente; por tanto, hay que aplicar toda innovación tecnológica. Y, si "algo sale mal", no se debe a la tecnología misma, sino a imprevistos secundarios. Pero no hay de qué preocuparse, los impactos negativos de una tecnología se resuelven con otra mejor. En todo caso, el progreso, se dice, exige ciertos sacrificios en aras de una sociedad final mejor. Así se justificarían como necesarios los inconvenientes del desarrollo.

La eugenesia y el paraíso prometido

La decepción social, sin embargo, no se ha hecho esperar y nos encontramos con un mundo en crisis. Las salidas a esta situación han cobrado diversas formas. Podemos comentar una reacción, a la que Sanmartín aplica su análisis con mayor detenimiento: la eugenesia, ¡que ataca de nuevo! Si hay contaminación ambiental, una respuesta posible a este problema consistiría, sintonizando con la ideología del progreso, en desarrollar una tecnología mejor, por ejemplo, hacer que los individuos fuesen resistentes a ella. La posibilidad, ya real, de intervención en el interior de la célula, y la poca paciencia que parecen mostrar estos nuevos redentores para confiar en estrategias socioculturales, está consiguiendo que se relegue a un segundo plano ese sano interaccionismo entre biología y ambiente, al que con tanto trabajo y sacrificio se consiguió llegar.

Este tipo de actitudes puede tener, a juicio de nuestro autor, dos consecuencias: por un lado pueden ocasionar discriminaciones(5) de tipo laboral y social a personas sensibles a determinados ambientes o que tengan propensión a contraer alguna enfermedad - constituirían una nueva clase de "sanos-enfermos"(6) ; por otro lado, no se hace nada para cambiar esas condiciones ambientales perniciosas.

En definitiva, cabría transformar aquel imperativo tecnológico y decir, mejor, que "hay que hacer no lo que puede hacerse sino lo que debe hacerse". Y para esto habría que contar con la participación de los ciudadanos, de aquellos que van a padecer los efectos de la tecnología de que se trate(7) .

(*)Profesor de Filosofía en el IES de Vélez-Málaga.


NOTAS.

(1)José Sanmartín, "Autopercepción intelectual de un proceso histórico", Anthropos (Barcelona), marzo-abril (1988), p. 32.
(2) Véase José Sanmartín, "Evaluación de tecnologías", en J. Sanmartín, S. Cutcliffe, S. Goldman y M Medina (eds.), Estudios sobre sociedd y tecnología, Barcelona: Anthropos (Nueva Ciencia), 1972, 42-67. Un tipo de evaluación de tecnologías emparentada con la llamada "evaluación constructiva" o "evaluación social", desarrollada en los Países Bajos a partir de la década de los ochenta, por ejemplo, en la Universidad Técnica de Twente y en la Netherlands Organization of Tehcnology Assessment (NOTA)
(3)José Sanmartín analiza esta estrategia en relación a las sondas génicas, en "Ingeniería genética humana: evaluación pública de las tecnologías genéticas", en J. Sanmartín et alli (eds.), Op. cit. 224-265, y J. Sanmartín, "Genética, medicina y trabajo: consideraciones sobre el Proyecto Genoma Humano y su entorno político", Ludus Vitalis (México), 1, 1993, 190-211.
(4)Esta idea ha sido puesta en tela de juicio convenientemente por Stephen Jay Gould, La sonrisa del flamenco, Herman Blume, 1987, 339-355.
(5)Este tipo de impactos ya se están produciendo y van en aumento. Por citar algún ejemplo, la Academia de Ciencias de EEUU advertía en 1993 contra las discriminaciones por razones genéticas (según una información recogida por el diario El País, 6 de noviembre): "algunos trabajadores estadounidenses han perdido ya su trabajo y otros su seguro sanitario por la información obtenida a través de análisis genéticos."
(6)José Sanmartín, "Genética, medicina y trabajo: consideraciones sobre el Proyecto Genoma Humano y su entorno político", Ludus Vitalis (México), 1, 1993, p. 206.
(7)Algunas sugerencias para desarrollar esta idea pueden verse en mi artículo "Ciencia, tecnología y racionalidad", en J. A. Sánchez y F. J. Rodríguez (eds.), Ciencia y tecnología para la paz, Universidad de Granada, (en prensa)


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