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Adam Smith y el Laissez-Faire
por Jabob Viner
Extracto del libro "Adam Smith and Laissez-Faire" publicado en 1927 por Jacob Viner (1892-1970) |
Adam Smith no fue un abogado doctrinario del laissez faire. Vio un ámbito amplio y elástico de actividad para el Gobierno, y estaba preparado para ampliarlo más aún si el Gobierno, mediante la mejora de sus standards de competencia, honestidad y espíritu público, se mostraba merecedor de detentar más amplias responsabilidades.
Atribuyó gran capacidad para servir al bienestar general a la iniciativa individual aplicada de modo competitivo para promover fines individuales. Dedicó más esfuerzo a su exposición de la libertad individual que a explorar las posibilidades de servicio a través del Gobierno.
Contribuyó en gran medida a liberar a Inglaterra de los lazos de un conjunto de medidas regulatorias que habían estado siempre mal aconsejadas y basadas en ideas económicas falaces, pero no previó que Inglaterra necesitaría pronto un nuevo conjunto de regulaciones para proteger a sus masas obreras contra nuevos, y para ellas peligrosos, métodos de organización y técnica industrial.
Smith disfrutó de un sentido común superior al general, pero no era un profeta. No obstante, incluso en su propia época, cuando no era fácil verlo, Smith se dio cuenta de que el propio interés y la competencia traicionaban a veces el interés público al que se suponía debían servir, y estaba preparado para que el Gobierno ejerciera alguna medida de control sobre ellos donde fuera preciso y cuando el Gobierno demostrara tener la suficiente competencia para acometer la tarea.
Su simpatía por el humilde y el pobre, por el agricultor y el obrero era evidente. No tuvo un éxito completo en su intento de liberarse de las ilusiones mercantilistas, y tuvo sus propios prejuicios peculiares, doctrinales y de clase. Pero sus prejuicios estaban contra el poderoso y el acaparador, y fue el interés de las masas lo que deseó promover por encima de todo, en una época en que incluso los filósofos raramente condescendían a tratar con simpatía sus necesidades.
Tenía poca confianza en la competencia o en la buena fe del Gobierno. Sabía quién lo controlaba y qué propósitos intentaba servir, aunque su acusación contra la magistratura local fue probablemente excesivamente dura.
Vio, sin embargo, que era necesario, ante la falta de un instrumento mejor, confiar en el Gobierno para la realización de muchas funciones que el individuo como tal no podía llevar a cabo, o en caso de asumirlas, lo haría deficientemente. No creía que el laissez faire fuera siempre bueno o siempre malo. Dependía de las circunstancias; y Adam Smith tuvo en cuenta lo mejor que pudo todas las circunstancias que pudo hallar.
En estos días de escuelas contendientes, cada una de ellas con el convencimiento profundo, aunque momentáneo, de que ella y sólo ella está en posesión del conocimiento del único camino a la verdad económica, resulta revivificador volver a La Riqueza de las Naciones con su eclecticismo, su moderación, su sentido común y su inclinación a admitir que aquellos que veían las cosas de modo distinto al suyo sólo en parte estaban equivocados.
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