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  Las dos caras de Adam Smith

por Alvaro Fischer Abeliuk (*)

Nota ELPE: El enlace original es http://www.iing.cl/docs/Smith.doc , en formato Word. Tomado del sitio web del Instituto de Ingenieros de Chile .

(*) Ingeniero matemático y empresario. Presidente del Instituto de Ingenieros de Chile. Miembro de la NY Academy of Science y de la Human Behavior and Evolution Society.

Adam Smith decía que una “mano invisible” guiaba al mercado hacia la eficiencia. De ahí su famosa frase en La Riqueza de las Naciones: "…no es de la benevolencia del carnicero, cervecero o panadero de donde obtendremos nuestra cena, sino de su preocupación por sus propios intereses …que proviene de nuestra propensión a intercambiar una cosa por otra. El mercado determina precios y asigna recursos y bienes de manera eficiente cuando todos los actores defienden con egoísmo sus intereses.

Por otra parte, el propio Adam Smith había dicho en su Teoría de los Sentimientos Morales que "por muy egoísta que se suponga a las personas, hay algo en su naturaleza que los insta a preocuparse por la ventura y felicidad de los demás, no obteniendo de ello otro beneficio más que el placer de observarlas". Esta aseveración parece contradictoria con la primera, pues no parece coherente sostener que la eficiencia económica se funda en el egoísmo de las personas, si la naturaleza humana no es egoísta.  El economista Vernon Smith se refiere a esta dicotomía como "las dos caras de Adam Smith".


La solución de este puzzle surge de los resultados que arrojan experimentos recientes con juegos como "el ultimátum". En él, se entrega a un sujeto una cantidad de dinero y se le instruye a transferir la proporción que desee a otro sujeto, quien  puede aceptarla o rechazarla; si la rechaza, ambos jugadores se quedan sin nada. Según la teoría de las expectativas racionales, en la que se basan los modelos económicos actuales, el primer jugador debería entregar la cantidad más baja posible que el segundo jugador no rechace, para así quedarse con el monto más alto que pueda. Sin embargo, los resultados muestran que tanto estudiantes universitarios norteamericanos como cazadores recolectores de tribus de Africa suroriental tienden a compartir, en promedio, una cantidad sorprendentemente cercana a la mitad del dinero. ¿Es que las personas no son egoístas? ¿Cómo funciona el mercado entonces?


Esos juegos se han repetido en situaciones que simulan distintos contextos sociales, desde aquélla en que ambos jugadores se miran las caras, hasta aquélla en que los sujetos son elegidos al azar y nunca se ven. En esta última, la cantidad que el primer jugador ofrece al segundo es, en promedio, menos que el 10%. Es decir, cuando los sujetos son puestos en situaciones de intercambio social, tienden a compartir el dinero, y cuando actúan de manera anónima, tienden a quedarse con él.


La explicación de lo anterior la entrega la psicología evolucionaria. En el caso de situaciones de intercambio social, hemos aprendido a través de la evolución que debemos ganarnos la reputación de otorgadores y receptores de favores, pues esa es la mejor estrategia de sobrevivencia. No es que lo hagamos calculadamente, sino que nuestros circuitos neuronales, codificados genéticamente a través de las generaciones, inducen a nuestro sistema emocional, frente a una situación social, a comportarnos de esa manera, en promedio. En cambio, cuando la situación se da en un contexto impersonal, podemos darnos el lujo de ser egoístas sin que se note, y actuamos acorde.


Para los mercados impersonales, la eficiencia se logra siguiendo una estrategia egoísta de no cooperación. La ciencia económica ha demostrado que siguiendo ese patrón de comportamiento, y bajo el supuesto que todos están tratando de obtener el mayor beneficio para sí mismos, se maximiza la torta a repartir. En cambio, en las situaciones de intercambio social, la estrategia que conduce a la eficiencia es la cooperación, como cuando nuestros antepasados cazaban mamuts hace 40.000 años, o cuando los jugadores de fútbol se esfuerzan en conjunto por ganar un partido.


Vernon Smith nos propone extender nuestra  "propensión para intercambiar una cosa por otra", para incluir entre esas "cosas", además de bienes y servicios, a la "generosidad, humanidad, gentileza, compasión, amistad mutua y estima", es decir, incluir también lo que Adam Smith decía que las personas hacen "sólo por el placer de observarlas". Bajo esa perspectiva, las dos caras de A. Smith, aparentemente inconsistentes, dejan de serlo, pues la propensión al intercambio ocurre para ambas "caras". En efecto, en contextos impersonales, la gente intercambia  bienes siguiendo sus propios intereses, y es la mano invisible del mercado la que opera; en cambio, en situaciones de alto intercambio social, es su propensión a intercambiar solidaridad, afecto, compasión y ayuda la que opera. En cada caso nos comportamos de acuerdo a la estrategia que maximiza la eficiencia. Es más, dice Vernon Smith, como la mano invisible "no la vemos", pero sí "vemos" los resultados de nuestros sentimientos hacia el prójimo, ello genera naturalmente una desconfianza hacia el mercado y una tendencia a interferir con él.


En resumen, nos movemos a lo largo del eje altruismo-egoísmo conforme al contexto social que enfrentamos, porque nuestro sistema emocional, diseñado por selección natural hace decenas de miles de años, nos induce a ello. Es un eje clave, pues sobre él descansan nuestros sentimientos morales y nuestras doctrinas políticas.

Todos exhibimos sus dos caras durante nuestras vidas: un empresario es solidario cuando hace donaciones anónimas y egoísta cuando compite en el mercado; un legislador de izquierda se muestra altruista en sus motivaciones legislativas y egoísta cuando quiere ser reelecto; un campesino es compasivo cuando comparte lo poco que tiene con un extraño y egoísta cuando defiende el precio de su siembra en la plaza.


El conocimiento que de la naturaleza humana nos está develando interdisciplinariamente la economía y la psicología evolucionaria, se hace crucial al momento de diseñar las políticas públicas y vital para formarse las convicciones necesarias para implementarlas desde el gobierno.


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