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El buen humor se parece a esas vertientes de agua cristalina, refrescante, que no hace mucho ruido ni ocupa mucho espacio... es como una reconfortante salida de una luz interior. Es como un manantial de sinceridad. Aquel que lo expresa, es un bienhechor de la humanidad...

En todas las circunstancias de la vida tenemos que manifestar el buen humor... ¿por qué no? Viviremos más felices; los que nos rodean se sentirán también felices, y será una benéfica influencia. ¿Por qué no empezar ahora? La persona de buen humor, siempre es bien recibida en todas partes. Tengamos siempre una sonrisa a flor de labios y recibirá otras de los demás. La simpatía es muy superior a la antipatía; el ser huraño sólo lo relega a la soledad, lo priva de afecto y lo arrincona en los círculos sociales.

Cultivemos una vida interior elevada, rica, religiosa y real; si pretendemos producir alegría o sonrisas, debemos extraer esa gracia de un interior sano, limpio y puro.

Los arrebatos de mal humor, de enojo, emanan de una mente enferma, de un interior que parece un volcán de penas, preocupaciones y rencores. Que nunca salgan de nosotros. Desterrémoslos.

Seamos afectuosos con toda persona, sin mirar su condición. Brindemos el regalo de nuestra sonrisa y veamos cómo podemos cambiar un gesto huraño en el otro, por una respuesta de afecto. Quien trata al prójimo con cariño, recibe del otro el mismo trato.

Ayudar a otros nos hace ser felices; quien trata a una persona de mejor forma de lo que es tratado por ella, es un ser superior. Procuremos ser lo más amable posible, el buen humor es un gozo para los que nos rodean, una esperanza para el que está sufriendo, una luz brillante para los momentos obscuros. ¡Ayudemos a otros a ser felices!