Ciérrase al ojo
el bosque:
un claro en la isla
comprende senderos,
aquellos caminos de vacas
que pacen somnolientas
ante lo que no pasa. La
acción virada al tedio
de una noche sin estrellas.
Una noche que no guía
al pescador más allá
de lo que huele: orillas
de humus, desperdiciadas;
siembra imposible o cosecha
que de buena se transformó
en mala.
Un claro en el bosque
es una emboscada, la sequedad
que inunda los ojos, el ocio
que oficia de anfitrión
de toda idea.
Un claro, entonces, para no ver
lo que viene, lo que se arrastra
entre la arena. Una isla vacía.
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Soy sed y fuente.
No dejo de caminar
hacia el río que habla,
y desmiente
el Diario de estos días
pasados en cuarentena.
La luz se observa más clara
desde el mar. La voz reposa
abatida sobre la arena.
Aquí o allá seré la mujer
de otra mujer. Soy vieja
para desconocer la altitud
de este lugar. Vieja para
la comida salteada
de la miseria.
El hogar tiene otra forma
entre tus brazos.
Las líneas de las manos
gastadas por el lavado
de una vieja tela,
hablan acerca de mi muerte.
No doy el brazo, vida mía,
a torcer en el nudo que el miedo
despliega antes de acostarse.
La hilacha de sueño que me mantiene
en vilo jurándome vida eterna,
no me es menos familiar. Y soy
clave, música que ronda
entre las faldas de mi madre.
Yo hurgo en los bolsillos del tiempo
con miedo. No hay
lo que me prometieron; hay
un ábaco, un rosario; un río
que me obliga a volver .
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© 1998-2002, Gabriela De Cicco.