Como podrás ver Amanda es una escritora prolífica, aquí me ha
enviado un nuevo relato, esta vez cambiando un poco la historia y
dejando descansar a la vendedora de cosméticos:
"Marcelo estaba harto de ir a lugares comunes. Todo le daba
igual, estaba un poco hastiado de las diversiones mundanas,
permanentemente buscaba algo que lo pudiese sacar de la rutina; y
como sucede en esta vida, cuando uno deja de buscar algo, esto
aparece.
Así fue como una tarde de sábado, vio en un rincón del diario
un aviso muy pequeño, que decía: "Club de los Deseos
Perdidos, si estás harto, vení con nosotros", y una
dirección. Lo miró con desconfianza, como tantas otras cosas
que había probado, pero recortó el aviso y se lo guardó en un
bolsillo.
Terminó el resto de la tarde paseando sin rumbo con su auto y
entrada la noche se dio cuenta que estaba muy cerca de la
dirección que mencionaba el diario. Más que nada por curiosidad
se acercó hasta el lugar. Allí no había nada que indicara que
allí funcionara un Club, solo había una puerta enorme de madera
con una gran mirilla en el centro.
Marcelo tocó con sus nudillos la puerta (no encontró timbre
alguno); se corrió la mirilla y vio unos hermosos ojos rasgados
como de gata que lo miraban de arriba abajo.
- Quién sos ? - le preguntó una melosa voz.
- Mi nombre es Marcelo, vi el aviso en el diario y como estaba
cerca me arrimé hasta acá.
- Tenés invitación ? - lo interrogó de nuevo la voz.
- No, ya te dije, vi el aviso en el diario - no pudo terminar la
frase y la mirilla se cerró de un golpe sin que del otro lado se
escuchara nada más.
Marcelo, decepcionado por la bienvenida, se dio media vuelta y
comenzó a irse. Cuando había dado algunos pasos, escuchó que
la puerta se abría; se dio vuelta y su mente voló hasta Marte
ida y vuelta: la silueta de una escultural rubia se mostraba en
el marco de la puerta semiabierta, un humo rosado la envolvía y
desde atrás una tenue luz remarcaba aún más las armoniosas
curvas de la mujer; que, ahora, con voz melodiosa que
indudablemente se dirigía hacia él, le decía:
- No parece que tengas Deseos Perdidos, se te ve muy bien y
seguro de vos mismo -
- No creas, siempre hay algún deseo que se perdió en el tiempo
- le respondió Marcelo.
- En ese caso, y aunque no tengas invitación, este es el lugar
que necesita tu espíritu, aquí se encuentran todos los deseos,
vení, podés pasar. -
Marcelo dudó un instante, pero que podía perder ?; se acercó a
la puerta; la rubia lo tomó del brazo y lo introdujo al
edificio.
Todo estaba oscuro, pero alcanzaba a distinguir pequeñas mesas
donde departían alegremente grupos de personas, todas con
extrañas vestimentas.
Las camareras vestían una blusa oscura, mini y un delantal
blanco. Llevaban en las bandejas bebidas y algunos entremeses.
La rubia lo llevó a una de esas pequeñas mesas que estaba
desocupada, una vela aromática y un pequeño jarrón con algunas
flores adornaban el mantel blanco. Una camarera se acercó para
preguntarle que iba a tomar, Whisky con hielo fue lo que pidió,
la rubia pidió un café.
No se dijeron una sola palabra hasta que regresó la camarera con
el pedido; solamente se miraban uno al otro. Marcelo tomó un
trago y un poco incómodo por el silencio trató de iniciar la
conversación.
- Shhh, no me digas nada, solo necesito mirarte a los ojos por
unos minutos - fue la respuesta que obtuvo.
Lo miró a los ojos y el celeste de su mirada lo atravesó. Se
sintió desnudo, como si estuviera en alta mar en un pequeño
barco y el viento azotara su cara, su cuerpo entero. Parecía que
su cabeza estaba abierta al medio y la rubia recorría cada una
de los pliegues de su cerebro. Nunca supo cuanto tiempo duró esa
sensación, podían haber sido segundos, minutos, horas; hasta
que la rubia le dijo:
- Ya lo encontré, estaba muy escondido, pero lo encontré -
- Que cosa ? - preguntó extrañado por el comentario Marcelo.
- Tu Deseo Perdido, o acaso no vinistes para eso ? -
- Claro si, ... para eso vine - respondió Marcelo, sin saber
realmente lo que decía él y lo que le estaba diciendo la rubia.
- Vení conmigo, acá no se va a poder. Vamos a mi departamento,
ahí tendremos todo lo que necesitamos -
Marcelo pagó la consumición (se sorprendió de lo barato que
era el lugar) y los dos se marcharon. Caminaron dos cuadras,
entraron a un edificio y luego a un departamento.
- Porque mientras preparo algo no te das una ducha - le dijo la
rubia.
Marcelo pasó al baño, se desnudó y se metió en la ducha. El
agua tibia lo relajó; cuando terminó de secarse se dio cuenta
que su ropa no estaba más en donde la había dejado.
- Vení al living, acá vamos a estar cómodas - le escuchó
decir a la melodiosa voz.
Con una toalla como taparrabo, se fue hacia donde lo estaban
llamando. La habitación estaba a media luz, la rubia con un
negligé negro lo esperaba al lado de un sillón y le hizo una
seña para que se sentase.
Marcelo se sentó. La rubia le dijo:
- Ahora te voy a vestir tal como lo leí en tu mente -
Le comenzó a poner unas medias de mujer blancas de lycra, las
manos eran cálidas y al pasar desde los tobillos hasta la parte
superior de los muslos le produjeron escalofríos de placer. Una
vez puestas las medias se paró, un hermoso corpiño de encaje
blanco cubrió su pecho, notó que unos pequeños suplementos le
hacían parecer que tenía busto. Ahora las manos de la rubia se
paseaban por su pecho y espalda enhebrando los ganchos del
soutien y acomodándolo bien.
En la cintura lentamente le calzó unos portaligas de encaje,
esas mágicas manos con largas uñas, cerraron los broches con
maestría tensando las medias. Las bragas también eran blancas
de encaje y el camino que recorrieron desde sus tobillos hasta
atrapar su miembro hinchado, fueron acompañados por dos ángeles
transformados en manos.
El calce de los zapatos de charol negros fueron con un poco de
susto, ya que casi se cae al hacer equilibro por primera vez
sobre los tacos altos.
El vestido blanco cerrado hasta el cuello, con manguitas y mini
se abrochaba por detrás con infinidad de pequeños botones, en
el cierre de cada uno de ellos desde la nuca hasta el final de la
falda sentía el placer del roce de las manos de la rubia.
Cuando le pusieron la peluca con el mismo formato que el pelo de
la rubia, tuvo que contener un grito y casi llega al orgasmo; fue
el primer momento que sintió que su ano se dilataba.
La rubia lo hizo sentar en el sillón acomodándole las piernas
para que pareciera una señorita y lo maquilló: Base para borrar
las imperfecciones, sombra de ojos, un poco de rimmel, colorete
en los cachetes y rush bien rojo en la boca.
Se paró y se dirigió hacia el espejo que estaba en medio de una
pared, se contempló un rato largo; su miembro se ponía tenso,
su ano se dilataba.
La rubia se acercó por detrás y dándole la vuelta lo abrazó y
besó en la boca. Lo fue empujando hasta acorralarlo contra la
pared. Sus blandos pechos y los postizos de Marcelo se hundieron
unos en otros. La dulce mano que antes lo había vestido ahora
hurgaba por debajo de su pollera, entre su bombacha para
acariciar cíclicamente su cola y su miembro.
- Marcela siempre te quice tener entre mis brazos, vestida con
esta ropa - le decía dulcemente la rubia; la excitación de la
ahora Marcela crecía cada milésima de segundo.
Marcela se sentó en el sillón con las piernas abiertas y la
pollera levantada hasta la cintura (nada digno de una señorita
recatada, pero a esa altura ya el recato no existía). La rubia
le tomó el clítoris y se lo metió en la boca, mientras uno de
sus dedos entraba y salía de su ano.
Al poco tiempo invirtieron los papeles, la rubia, que se había
quedado en bombacha y corpiño, en el sillón y Marcela con su
lengua en su clítoris y su dedo en su ano. De vez en cuando
Marcela frotaba su cuerpo contra el monte de Venus de la rubia,
alcanzando con su boca un pezón que saltaba fuera del corpiño;
al principio con delicadeza y luego cuando estaba duro como una
roca, succionaba tratando de extraer leche para alimentarse.
Rodaron por la alfombra y se trenzaron en un 69. Marcela abajo
besando la vulva y dando besos negros y la rubia arriba con el
miembro completo de Marcela en la boca y con una mano
introduciéndole un dildo en el ano que a esa altura estaba
dilatado al máximo.
Cuando un líquido tibio salió de la vagina de la rubia
inundando la cara de Marcela, ella sucumbió y llegó al orgasmo,
llenando la boca de la rubia. Suavemente se separaron. Marcela
volvió a cambiarse como Marcelo.
Cuando se despidieron le dijo a la rubia:
- Hermosa experiencia, como supistes de mi Deseo Perdido, lo
tenía tan lejano, tan allá, justamente tan perdido que casi lo
había enterrado; realmente te debo una -
- No creas, mi Deseo Perdido fue siempre tener relaciones con una
lesbiana que tuviese un clítoris de más de 20 x 5 cm. Estamos
iguales -
Los dos se sonrieron y se prometieron que volverían al Club;
siempre queda algún otro Deseo Perdido... "
Amanda Wells.
Que te parece, realmente una experiencia sensacional, lástima que mujeres así sean tan difíciles de encontrar. A continuación hay algunos dibujos que encontré y que pueden ilustrar el relato de Amanda