Colegio de señoritas (parte II).


Le envié a Amanda un pedido, que continuara con su relato del colegio pues me estaba muriendo de curiosidad por saber que había pasado con Ricardita cuando llegó a su casa, y al poco tiempo Amanda me sorprendió una vez mas enviándome este relato que me enloqueció:


"Luego que sonara el timbre del recreo, todas las chicas en perfecto orden salieron del aula.


La profesora Elisa miró con desdén a Ricardo que había quedado en una posición un poco incómoda. Lo desató; sacó de su maletín un pañuelo grande y con un gesto de asco sacó el candado que fijaba el miembro de Ricardo a la tapa de inodoro, lo limpió prolijamente y lo guardó. Le tiró la falda escocesa y la bombacha a la cara y con tono más que autoritario le dijo:


- Vamos niña salga al patio, en la hora de recreo esta prohibido quedarse en el aula - con la fusta le propinó dos golpes en el hombro, y con paso majestuoso se retiró.


Ricardo se puso la bombacha y la falda y salió al patio. Quiso sacarse la peluca pero no pudo, estaba firmemente pegada a su cuero cabelludo. De pronto sintió un enorme deseo de orinar y comenzó a buscar un baño. Demás está decir que no había baño para varones en el colegio de señoritas.


Finalmente lo encontró y se metió. Había solo un cubículo libre; de los otros se veía emerger volutas de humo de cigarrillo. Se metió en el libre y sentándose en el inodoro sintió gran alivio al desagotar su vejiga. Pero su tranquilidad no duraría mucho; la puerta se abrió, dos chicas lo tomaron por los brazos y sin darle tiempo a subirse la bombacha lo arrodillaron frente al inodoro e inmediatamente le metieron la cabeza adentro.


- A ver como toma agüita la nenita - gritaban todas.


Con el rabillo del ojo alcanzó a ver como una chica se calzaba una prótesis sobre la pollera. Era tarde para huir; otra le metió la cabeza bien adentro del inodoro, y le levantó la falda. La que tenía puesta la prótesis no tuvo compasión, casi tomando carrera le clavó la prótesis hasta la mitad.


Se escuchó que la puerta del baño se abría violentamente. Todas las chicas salieron corriendo. Ricardo sentado ahora frente al inodoro, vio como un montón de colillas de los cigarrillos rodaban hacia él.


Tronó una voz en el pasillo:


- Quién está fumando aquí -


- Ella, ella, ella - gritaban las chicas mientras apuntaban al cubículo donde estaba Ricardo.


Una sombra se paró delante de él. Subió la mirada y allí estaba la celadora: los brazos cruzados sobre el pecho, en una mano llevaba unas cintas de cuero y una cadena. Vestía una campera de cuero escotada sobre una camisa blanca, que marcaban sus grandes senos, un gran cinturón entallaba la campera en la cintura; una pollera de cuero negro; medias negras y botas acordonadas de taco alto completaban su atuendo. En la cabeza tenía una boina de cuero, parecía más una compañera de aventuras de Stallone o Schwarzeneger, que una celadora.


- Así que la nena está fumando en el baño y miren el desastre que hizo acá !!, todo mojado !! si tenías sed hubieras usado un vaso !! asquerosa !! y mirá la facha que tenés, toda desarreglada !! Vammos arrrriiibbaa - y de un empellón lo hizo parar.


Ricardo bajo la atenta mirada de la celadora que controlaba cada uno de sus movimientos, trató de mejorar su aspecto como le era posible, se puso la bombacha con puntillas, se enderezó las medias tres cuarto blancas con encajes, se pasó la mano para limpiar los zapatos negros de tacón, se acomodó la pollera cruzada escocesa cerrando las presillas que tenía a los costados; abotonó como pudo la blusa de mangas largas; se armó en el cuello el moño de seda de color azul con pintas blancas; y finalmente se acomodó el moño entre los rubios bucles de su peluca rubia.


Cuando terminó de arreglarse, la celadora le puso un collar de perro en el cuello del que ató una cadena para llevarlo. Con un tono áspero le dijo:


- Ahora vamos a ir a la celaduría, te juro que no te van a quedar ganas de fumar de otra vez ... - tiró de la cadena y saliendo cruzaron el patio, las chicas se hacían señas entre si y lo miraban socarronamente al pasar.


Cuando entraron a la celaduría vio que allí había otras celadoras, todas vestían igual, Ricardo se sintió más intimidado aún.


- Aquí tenemos una Señorita Fumadora ! - les dijo alzando la cadena de modo que Ricardo debía ponerse en puntas de pie para no ser ahorcado.


- Bueno al rincón de castigo de las fumadoras - ordenó una celadora que se encontraba detrás de un enorme escritorio; señalando hacia un rincón.


Mientras Ricardo era conducido en esa dirección, otra celadora esparcía maíz por el piso del rincón. Lo arrodillaron sobre el maíz, mirando hacia la pared; en las muñecas le pusieron unos grilletes que, por el otro extremo, estaban fijos al muro. Intentó acomodarse para que no le dolieran las rodillas, pero apenas lo intentó escuchó el silbido de una varita y un golpe feroz sobre los muslos.


- Quietita o te va a doler mas ... - fue la advertencia que escuchó a sus espaldas.


Resignado comenzó a estudiar el lugar donde se encontraba, vio que frente a él había un agujero redondo de unos 10 cm de diámetro y sobre el agujero un cartelito que decía: Atención! : ni una sola gota al suelo. Curioso y extrañado por la leyenda miró por el agujero.


Del otro lado vio la sala de profesores; estaban sentados alrededor de una mesa departiendo amigablemente. Se escuchó que alguien que golpeaba la puerta pidiendo permiso, entraba. Era una de las celadoras que había visto hace un rato. Con respeto a quienes se dirigía dijo:


- Señores, debo informarles que tenemos a una fumadora. -


- Al fin - dijo un viejo profesor que se levantó de la mesa. Llevaba puesto un raído y arrugado traje marrón, una camisa de un color que alguna vez fue blanco pero ahora lucía gris. El chaleco que se veía debajo del saco parecía sucio de manchas de comida.


Lentamente se iba acercando hacia el agujero, y mientras lo hacía se iba desabrochando el cinturón y abriendo la bragueta. Cuando llegó al lado del agujero metió su miembro por el agujero y golpeando la pared dijo: - Vamos, vamos, nenita, a ver como ahora te fumás este habano y te tragás el humo. Vamos,... que papito no tiene todo el día para estar acá.


Ricardo escuchó nuevamente el silbido y el chasquido de la varita. No necesitó ninguna instrucción adicional, tomó el pene del viejo profesor dentro de su boca y empezó a mamarlo, entonces comprendió la leyenda y pensó "si por fumar me dieron este castigo, que será si mancho el piso". Cuando el profesor eyaculó, tragó, tragó y tragó .....


Cuatro profesores más pasaron y, (hay que decirlo) ni una gota al suelo .....


El timbre de fin de clases finalmente sonó y Ricardo suspiró aliviado cuando una celadora lo sacó del rincón.


De a uno se estaba sacando los granos de maíz que tenía incrustados en las rodillas cuando entró Matilde a la celaduría. Traía la mochila rosa y el blazer azul de Ricardo. Parecía desencajada, le gritó fuera de si:


- Pero mirá el papelón que me haces pasar, aquí en el colegio donde soy la directora, donde deberías ser un ejemplo para las demás, no estudiás !, te pusieron un cero !, te ponés a fumar en el baño !!, todo eso en tu primer día de clase. Ahora vas a ver en casa.-


De su bolsillo, Matilde sacó unas tiras de cuero, le levantó la pollera, le ató los testículos de tal forma que le quedaba una correa de la cual podía tirar y llevar a Ricardo donde le pareciera. Así volvieron a la casa.


Cuando entraron Electra lo estaba esperando. Dulcemente le preguntó:


- Como te fue hoy querido - No pudo contestar, Matilde a los gritos le contó todo lo que había pasado en el colegio. La cara de Electra se transformó:


- Como podés comportarte así !! - le dijo con los dientes chirriando - subí ya mismo al baño - le ordenó.


En el baño lo desnudaron, le sacaron con un líquido especial la peluca y lo metieron la bañera con agua caliente, tan caliente que casi se quema. Las dos tomaron unos enormes cepillos de cerda dura y con jabón de lavar la ropa y frotándole todo el cuerpo, le repetían:


- A ver si con esto se te va la maldad que llevás adentro - y más y más frotaban; hasta que Ricardo empezó a sentir que el dolor lo llevaba casi al desmayo.


Una vez terminado el baño lo llevaron al comedor. Matilde se apareció con un extraño aparato, era un consolador con varios cinturones alrededor. Electra le puso abundante crema y se lo metió en el ano a Ricardo, Matilde cerraba los cierres de los cinturones que abrazaban sus piernas y cintura, de tal forma que era imposible que se saliera. Por una extraña razón Ricardo empezó a sentirse reconfortado.


Electra trajo un pañal y con un enorme alfiler de gancho se lo puso. Mientras Matilde le ponía una cofia de bebé y un babero con dibujitos de Cenicienta. Lo sentaron en una gran silla con mesada reclinable, como las que usan para dar de comer a los bebés y le ataron de pies y manos.


En ese momento Electra le dijo a Matilde que se iría a cambiar para su paseo nocturno y se retiró.


Ricardo en su silla cuanto más trataba de desatarse, más se le clavaba el consolador y más disfrutaba. Matilde apareció con un enorme plato con papilla color marrón que era el resultado de licuar manzanas, papas, zapallos y otros ingredientes que Matilde guardaba secretamente. Con una mano le apretó las quijadas tan fuertemente que le obligó a abrir la boca, y con una cuchara le metió una porción grande de la papilla, realmente era asquerosa.


Por cada cucharada, Matilde le limpiaba la boca y los cachetes con el babero. Cuando comió la mitad del plato, volvió Electra:


- Mamá, es hora de mi paseo - dijo. Estaba vestida como una amazona: el pelo recogido en una cola de caballo, en su cabeza tenía un casquete negro con visera, sobre la blusa blanca tenía un saco marrón con levita. Un ancho cinturón fijaba el pantalón bombachudo, y las altas botas de cuero que cubrían sus piernas remataban en unas hermosas espuelas de plata. En una mano traía una fusta y en la otra varios arneses.


Matilde limpió con el babero una última vez la cara de Ricardo. Lo desató y le sacó el consolador. Ricardo sintió como le pulsaba el ano, ahora extrañaba al aparato.


Luego comenzó la transformación: le puso a Ricardo un pasamontañas que le dejaba la cara libre y tenía una cresta de cabello de caballo; lo hizo ponerse en cuatro y le calzó una montura en la espalda fijada con una cincha que le oprimía el pecho; finalmente (con la técnica de las quijadas) le puso un freno de caballo en la boca y sobre la cabeza acomodó el resto del arnés ajustando cada una de las correas y quedando las riendas acomodadas sobre la montura.


Electra se subió sobre la montura y le propinó un buen fustazo a Ricardo para que empezara a caminar. Se notaba que tenía experiencia en la conducción, lo guió por toda la casa, Ricardo sentía que el freno se le clavaba en la comisura de los labios y cada vuelta aumentaba su dolor. Como final de la demostración lo hizo corcovear y quedarse en dos patas con ella fija a la montura. Todo un espectáculo digno de verse !.


- Bueno, basta de diversión, que todavía tiene que cumplir su castigo por lo mal que se portó en el colegio - sentenció Matilde.


Matilde y Electra le sacaron a Ricardo el atuendo de caballo y como única ropa le pusieron un delantal, una cofia y unos grilletes en los tobillos. Lo llevaron a la cocina y le dieron instrucciones para lavar cinco pilas en las que se entremezclaban sucios platos, cacerolas percudidas, tazas con rush y vasos conteniendo líquidos misteriosos. Mientras tanto ellas se fueron al living a charlar.


Muy pasada la medianoche Ricardo terminó con la tarea. Tan cansado estaba que se durmió frente al fregadero.


A la mañana y todavía entre sueños escuchaba como hablaban Matilde y Electra sentadas a la mesa de la cocina.


- Me parece que nos equivocamos -

- Si, tenés razón, no está preparado para el colegio -

- Y bueno, paciencia, ya es nuestro, no lo podemos devolver, tendremos que empezar de más abajo con su educación. -

- Y si, no queda otra, hoy mismo lo llevo al Jardín de Infantes de las Hermanas -

- Si, Mamá, tenés que hacerlo, es por su bien -

Ricardo empezó a temblar. Como lo llevarían y que haría él en un Jardín de Infantes ?. La respuesta es otro cuento. "


Amanda Wells.


Bueno, que te ha parecido, no me puedes negar que Ricardo ha tenido mucha suerte y que la pasa realmente bárbaro


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Vamos, anímate vos también a escribirme tus fantasías

 

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