Amanda, siempre prolífica como escritora
me ha enviado un nuevo relato, espero que lo disfrutes tanto como
yo:
"Marisa, mi compañera de oficina, es una de esas personas
con las que da gusto trabajar. Eficiente, prolija, cuida cada
detalle de su trabajo, que todo sea perfecto, acepta cualquier
tarea con el mejor de los humores, siempre dispuesta a dar lo
mejor de si por el bien del grupo de trabajo.
Aquel viernes nos quedamos hasta tarde, para el lunes debía
estar terminada la campaña gráfica de nuestro nuevo cliente, y
si bien teníamos el trabajo bastante adelantado, siempre algún
detalle hacía que el tiempo pasara sin darnos cuenta. Que el
fondo del aviso sería mejor con un gris perla, que el producto
quedaría mejor en este o aquel cuadrante; así yo tiraba ideas y
Marisa las pasaba a la computadora Mac. Finalmente pasadas las
once de la noche, nos dimos por satisfechos.
A modo de festejo nos fuimos a comer una pizza a una conocida
pizzería de Buenos Aires que está en la calle Corrientes. Luego
de la tercer cerveza, toda la tensión del trabajo se había
diluido, diría que estábamos un poquito borrachines. Así y
todo yo veía que Marisa estaba triste.
- Que te pasa Marisa, terminamos el trabajo, tomamos unas
cervezas y te veo triste - le dije tratando de sonsacarle que le
pasaba, pero ella se sonrió un poco y me contestó que no le
pasaba nada.
Luego de la quinta cerveza, se largó a llorar. Nunca antes la
había visto así; me contó entre sollozos que su pareja la
había abandonado. En ese momento caí en cuenta que en toda
nuestra convivencia en la oficina, nunca habíamos hablado de
nuestras vidas privadas, todas nuestras conversaciones siempre
giraron en torno de las tareas de la oficina o algún comentario
sin importancia sobre el tiempo o el partido de fútbol del fin
de semana (ella era de Boca y me gastaba por ser yo sufriente de
Rácing).
Por supuesto que nadie en la oficina conoce mi vida como Amanda,
ya que la mantengo lo más oculta posible, así que ella tampoco
conocía nada sobre mi intimidad. Después de que se compusiera
un poco la comencé a mirar, no como a una compañera de trabajo,
si no como el ser humano que era. Fue la primer vez que caí en
cuenta que su aspecto no era exactamente el de una mujer coqueta:
tenía el pelo mas bien corto, muy pocas veces se pintaba los
labios y en general no usaba maquillaje, siempre usaba pantalones
(nunca la vi con pollera), con algún conjunto tipo trajecito lo
que le daba un ligero toque varonil.
Luego de la séptima cerveza, me confesó que la pareja con la
que había convivido y que ahora la había abandonado era otra
mujer, que era lesbiana y ella cumplía el rol activo, que estaba
desesperada, que no sabía como continuar sola en la vida. Un
poco fuera de control, y más que nada por la cantidad de cerveza
que pululaba en mi cerebro, le conté de mi vida como Amanda.
Marisa quedó fascinada con mi relato, así como yo no podía
creer lo que pasaba en su vida privada, a ella le pasaba lo mismo
con la mía.
Quedamos en encontrarnos en su departamento al otro día
(sábado) por la tarde.
Llegué a eso de las tres y media, con mi bolso a cuestas, el
calor de la calle era insoportable. Toqué el portero eléctrico,
del otro lado sentí la voz nerviosa de Marisa que me decía que
pasara. Cuando llegué al departamento la puerta estaba
entornada, desde dentro la voz de Marisa me decía:
- Pasá y cerrá la puerta, al fondo del pasillo que sale hacia
la izquierda está el baño, ahí te podés cambiar y después
vení al living -
Como siempre, mis nervios estaban alterados al máximo, las
mismas cuestiones de siempre martillaban mi cabeza: que hacía
allí?, si me veía alguien que iba a decir?, si con Marisa no
funcionaba la cosa cómo iba a volver a mirarla en la oficina ?.
Adicionalmente el calor de Buenos Aires me estaba matando.
Por suerte cuando entré al departamento me sentí mejor
físicamente debido al cambio de temperatura, se notaba que el
aire acondicionado estaba funcionando a tope.
Me cambié lo más rápido que pude, me puse una bombacha
acolchada amplia para contener mi clítoris, unas medias blancas
con unos hermosos portaligas, sandalias negras de taco cuadrado,
peluca de pelo corto, maquillaje discreto: un poco de rush y tapa
ojeras; para esta ocasión no me puse corpiño.
El solero azul que me puse dejaba mi espalda al aire, los
breteles se anudaban detrás de mi cuello, tenía una falda
amplia por debajo de las rodillas y se abotonaba por el frente.
Me quedaba un poco apretado en la cintura, pero con eso
conseguía mostrar una buena figura. Había logrado el aspecto
del tipo de ama de casa de clase media.
Cuando asomé al living vi que Marisa estaba acomodada en un
sillón fumando un habano y sobre la mesa tenía lo que parecía
un vaso con Whisky. Su vestimenta consistía en un traje cruzado
color marrón oscuro, camisa blanca y corbata a rayas blancas y
marrones. Se había peinado con fijador, aplastando su pelo lo
más que podía y debajo de su nariz tenía un pequeño bigote.
Al verme me dijo un piropo que me hizo sonrojar, se presentó
como Mariano y luego me pidió gentilmente si podía lavarle
algunos trastos en la cocina.
Encantada fui a la cocina. Me calcé unos guantes de goma y un
delantal blanco que encontré allí, y me puse a limpiar los
platos en el fregadero. Casi sin darme cuenta Mariano se puso
detrás mío y sus manos se deslizaron entre la pechera del
solero y mi busto. Me excité terriblemente y mis manos
enguantadas se sumergieron en el agua enjabonada sosteniéndome.
Los dedos de Mariano recorrían lentamente los bordes de mis
pezones y su cuerpo me iba apretando contra el borde de la
pileta. Mi clítoris de empezó a hinchar y pujaba por salir de
la bombacha. En mi espalda sentía los pechos de Mariano hundirse
suavemente, hasta que el abrazo me dejó casi sin aliento.
Mariano me dio un beso en la espalda y me pidió si le podía
alcanzar un café al living. El aroma del café recién hecho
pronto se fundió con el del habano.
Llevé el café al living, apoyando la bandeja con las tazas
sobre la mesa ratona, allí me estaba esperando Mariano, sentado
en el sillón. Insinuante me paré de espaldas a él y me agaché
para servir el azúcar. La reacción no se hizo esperar, la mano
de Mariano corrió debajo de mis faldas y me tocaba la cola. Mi
clítoris llegó al máximo de erección.
Me abalancé sobre su regazo y comencé a desabrocharle la
bragueta; disfruté cada uno de los botones que destrababa y por
la expresión de su cara, a Mariano le sucedía otro tanto. Metí
mi mano y de entre la abertura del boxer que tenía puesto saqué
una prótesis de buen tamaño. Inmediatamente me puse a
succionarla, no se que placer le transmitía a Mariano, pero por
sus suaves caricias sobre mi espalda, cuello y cabeza, sabía que
estaba haciendo un buen trabajo. Por otra parte mi ano se estaba
dilatando y sentía la urgencia de que algo entrara en él.
Dulcemente me llevó al dormitorio. Allí me puso en cuatro sobre
la cama, quedando mis rodillas en el borde de la misma; se quitó
el saco, los pantalones y el boxer, dejando liberada su prótesis
de cintura. Me levantó la falda, me quitó la bombacha, con sus
bigotes al besar mi trasero me hacía cosquillas; luego de pasar
su lengua por el borde de mi ano, parado detrás mio, me penetró
suavemente. Sus manos se aferraban a mis nalgas y me sacudía
rítmicamente; gocé una eternidad.
Cuando terminamos el perrito, se quitó la prótesis y me acostó
con la falda levantada. Mi clítoris parecía un obelisco.
Mariano se puso encima mío y hundió mi clítoris en su vagina;
permanentemente me marcaba el ritmo en el que moverse, ni rápido
ni lento, sencillamente delicioso y armonioso. Mis manos subían
por su cintura hasta sus pechos y suavemente estrujaban sus
pezones. Las manos de Mariano se apoyaban sobre mis pechos
manteniéndome literalmente aplastada contra el colchón.
Llegó el momento que no pude contenerme más y mi orgasmo llenó
su cavidad. Las dos lanzamos un grito, que, por lo salvaje, debe
haber intimidado a los vecinos.
Mariano cayó exhausto sobre mi pecho. Con un beso en mi boca
selló el acto. Pero yo estaba todavía algo inquieta. Me
escabullí de debajo de Mariano y sacándome el solero, me puse
la prótesis de cintura (que aún estaba embadurnada con mis
líquidos) por encima de mis portaligas. Mariano dormitaba boca
abajo y con las piernas entre abiertas; lo tomé por la cintura
elevando su cola y ensalivando la prótesis se la ensarté en el
ano.
Su cara quedó metida dentro de la almohada y se sentía como
gemía de placer. Le aflojé la corbata y levantándole un poco
la cara se la puse en la boca a modo de mordaza, tenía un
caballo perfecto, que gozaba con el tratamiento que se le estaba
dando.
Cabalgué sobre su cola hasta que sentí que mi clítoris volvía
a tener consistencia. Me saqué la prótesis e inserté mi
clítoris hinchado nuevamente en su vagina, pero esta vez en la
posición de perrito. Fueron los mejores momentos que pasamos,
cuando volví a tener mi orgasmo, caí rendida y, abrazada a
Mariano, nos quedamos profundamente dormidas.
Lo único que resta decir es que la presentación del día lunes
fue un éxito (y aunque no lo hubiese sido, ya a ninguna de las
dos nos importaba). "
Amanda Wells.
Creo no equivocarme si digo que esta es la
fantasía de todas nosotras, encontrarnos con una mujer que al
ser lesbiana se comporta con una como todo un hombre y nos obliga
a asumir una postura totalmente femenina.