Amanda me ha enviado un nuevo relato, en el nos cuenta como se
imagina su primer encuentro con Giselle, otra de mis amigas. Lo
interesante es que creo que sin darnos cuenta, estamos formando
un club en esta página.
Genial !!, que otra cosa puedo pensar, me imagino que en algún
momento, podremos incluso llegar a reunirnos todas juntas.
"Por razones de trabajo, de quien yo llamo mi carcelero (mi
versión masculina que se mueve libremente por el mundo, mientras
yo peno en los rincones) llegué un sábado a la mañana a
Brasil, más específicamente a la ciudad de Río de Janeiro.
Al llegar a la habitación del hotel lo primero que hice fue
llamar a Giselle por teléfono. Nos habíamos conocido por
Internet por medio de nuestra hada madrina la maravillosa Ana
Raquel, pero, por razones de distancia, nunca nos habíamos
encontrado personalmente.
Cuando por teléfono le comenté que estaba hospedada en el Hotel
"Santos" se puso loca de contenta , ya que era a apenas
a tres cuadras de su departamento; sin dejar de hablar me dijo si
podía ir inmediatamente allí ya que Helena (su pareja) había
ido a una reunión del Club y no regresaría hasta dentro de tres
o cuatro horas y podríamos aprovechar ese tiempo para charlar y
conocernos.
Sin dudarlo un instante tomé un pequeño bolso, puse alguna ropa
interesante y me fui corriendo al departamento de Giselle. Tan
rápido llegué que no le di tiempo a cambiarse y aún se
encontraba con ropas de hombre.
Me hizo entrar y me señaló el dormitorio para que fuese a
cambiarme allí, mientras ella hacía lo propio en el baño.
Acomodé prolijamente la ropa que traía en el bolso sobre la
cama y me desvestí. Cuando estaba a punto de ponerme el
corpiño, sentí que la puerta de entrada se abría y cerraba
violentamente y en un santiamén se abrió la puerta del
dormitorio donde ahora estaba yo completamente desnuda.
La que había entrado era Helena, a quien le habían cancelado la
reunión sin avisarle (cosa que la puso de muy mal humor) y
había regresado a casa.
- Giselle !! que hace esta putarraca en nuestro dormitorio - fue
el grito gutural que salió de sus entrañas y tomándome de los
pelos me llevó hasta el baño.
Allí estaba Giselle con el corpiño y los portaligas puestos y
tratando de ponerse las medias. Helena bramó:
- Vos también, puta de cuarta, aprovechás que me voy un rato
para invitar a quién sabe que basura humana, para divertirte a
mis espaldas - y con tono desafiante finalizó - Ahora van a ver
lo que les pasa a las putas que no tienen categoría ! -
Helena le quitó la poca ropa que tenía puesta a Giselle y
tomando dos largas correas de cuero nos ató fuertemente nuestros
testículos. Luego nos hizo poner en cuatro y tomando los
extremos de las correas (que pasaban por nuestras colas) hizo que
paseáramos como dos perritas por todo el departamento.
De vez en cuando nos pegaba un tirón con la correa; a mi eso me
hacía ver las estrellas del dolor que me producía; dolor que
luego se transformaba en placer, hasta que nuevamente venía el
tirón. Cansada y con las rodillas y manos lastimadas le pedí a
Helena tomar algo; generosa como era, llenó un tacho con agua y
nos hizo tomar de él sacando solamente la lengua y mojándola en
el agua, como si efectivamente fuésemos dos perras.
Cuando Helena se cansó de pasearnos, nos llevó al living, nos
liberó de las correas; se sacó su pollera y bombacha, liberando
su magnífica vulva que chorreaba por la excitación que le
habíamos provocado al ser tan sumisas. Enrolló la alfombra y
dejándome en cuatro sobre la cerámica del piso se sentó encima
mío. A Giselle la obligó a lamerle primero los pies, luego ir
subiendo por sus piernas, entrepierna, llegar a los labios de su
vulva y lentamente succionar su pequeño clítoris.
Sentada sobre mi como estaba, con una mano me tomó de los pelos
y me tironeaba haciendo que me arqueara un poco; y el dedo mayor
de la otra mano me lo insertó en mi ano, causándome un gran
placer por un lado y dolor por el otro.
Por suerte Giselle conocía bien los puntos débiles de su ama y
pronto la llevó al orgasmo; fue cuando me clavó cuatro uñas en
mi cola y casi me arranca los pelos con su otra mano. Cuando
acabó su orgasmo, liberó todo el líquido que tenía retenido
en su vejiga sobre mi espalda y la cara de Giselle. El tibio
líquido amarillo recorrió todo mi cuerpo dándome una
sensación de placer y confort.
Pero así y todo, Helena seguía furiosa:
- Ahora vos, putita extranjera, vas a limpiar todo lo que
ensuciamos - me llevó a la cocina y allí me puso un uniforme de
mucama: vestido negro con cuello y puños blancos de encaje, un
delantal blanco, medias de red negras, peluca de pelo corto, ni
se molestó en ponerme zapatos, ni bombacha y con un lápiz de
labios me pintó la boca y los cachetes, dándome un aspecto
vulgar, de prostituta barata. Me ordenó que llevara un balde con
agua y un trapo de piso y me pusiera a limpiar el living.
Arrodillada para limpiar, los nuditos de las medias de red se
clavaban en mis sensibilizadas rodillas causándome nuevamente un
terrible dolor. Helena de vez en cuando venía y me daba una
patada en el trasero que hacía que mi cara cayera en el orín
desparramado en el suelo. Mientras le colocaba a Giselle en su
clítoris una especie de preservativo de cuero anudado como un
zapato a lo largo con un cordón de cuero que luego anudó en su
espalda, haciendo parecer su verdadero miembro como una
prótesis.
Cuando terminé de limpiar las tres estábamos (por distintos
motivos) muy excitadas; personalmente mi ano estaba dilatado y mi
clítoris al máximo, al notar esto Helena nos llevó al
dormitorio.
Tiró toda mi ropa al suelo, se puso en cuatro sobre la cama; le
ordenó a Giselle que la penetrara con el preservativo de cuero
puesto y a mi que penetrara a Giselle. Me subí el delantal y la
falda y penetré el delicioso ano dilatado de Giselle. Formamos
un trencito maravilloso, lo único que lamenté en ese momento es
que yo fuese el furgón de cola y nadie alimentase mis deseos
posteriores.
Mis manos se aferraban al trasero de Giselle masajeándolo en
forma circular y las manos de ella se aferraban y masajeaban los
senos de Helena. Ella (como buena locomotora del tren) marcaba el
ritmo y las tres nos movíamos acompasadamente. Giselle era la
que más sufría, el preservativo le impedía llegar a una
erección total y bajo ninguna circunstancia podía llegar al
orgasmo. Helena recibía la mejor parte al estar enfundado el
miembro de Giselle en cuero las costuras rozaban sus paredes
internas brindándole un placer extra, así llegó al éxtasis
varias veces.
Al cabo de unos pocos minutos mis líquidos llenaron el orificio
de Giselle y me retiré. Con la sábana limpié mi clítoris
manchado con líquidos amarillos y marrones; y caí exhausta
sobre la cama.
Giselle seguía al loco ritmo que le indicaba Helena, hasta que
estuvo satisfecha. Entonces la llevó al living, la sentó en una
silla con las manos esposadas por detrás del respladar y fue a
buscarme al dormitorio.
Helena liberó a Giselle de su preservativo de cuero; su miembro
inchado sintió alivio al estar libre nuevamente. Luego me
obligó a arrodillarme frente a Giselle y a succionarle el
clítoris. Mientras hacía esto con gusto, me levantó la pollera
y de un golpe me introdujo una prótesis de cintura que se había
puesto. El empellón fue tan grande que el miembro que estaba
succionando llegó a mis amígdalas provocándome una arcada.
Enseguida me repuse y siempre con el ritmo que marcaba Helena nos
pusimos a movernos.
La prótesis de Helena salía y entraba en mi ano y mis labios
iban y venían sobre el clítoris de Giselle. Me hubiese gustado
que durara una eternidad, pero Giselle, que ya estaba re-excitada
desde el trencito del dormitorio, no pudo contener más sus
fluídos y acabó dentro de mi boca. Fue mágico !, un placer
indescriptible, los chorritos chocaban contra mi paladar y
bajaban por las paredes interiores de mi boca, envolviendo mi
lengua y dejándome ese gusto saladito tan particular del semen
bien eyaculado.
Pero mi gozo no duró mucho más tiempo. Helena cuando vio que
Giselle estaba satisfecha, se levantó, me sacó el uniforme de
mucama y desnuda, me sacó al pasillo de entrada del
departamento. Me tiró toda mi ropa y mi bolso por la cabeza y me
gritó intimidatoriamente:
- Puta de mierda, no te quiero ver más en mi casa, si tan solo
pasás por la vereda del edificio te corto el clítoris en cuatro
pedazos - y hablándole a Giselle le escuché decir - y vos
preparate para esta noche ! -
Los vecinos, por el griterío, se asomaron a la puerta. Me vestí
como pude y con lo que encontré más facilmente, una bombacha,
el pantalón de hombre encima, la blusa blanca de encaje. El
resto lo metí en el bolso y limpiándome con un pañuelo el rush
de mi cara me fuí al hotel. Mientras caminaba y mi ano todavía
palpitaba, rogaba para que Helena se apiadara de mi y me invitara
a la noche a cenar con ellos o que por lo menos Giselle me
escribiera lo que había sucedido después de que me echaron.
"
Amanda Wells.
Además, Amanda me ha enviado un dibujo para
ilustrar su relato
Han visto estas dos niñas, realmente tienen una
vocación de sumisas que no puede parecerme otra cosa que
sensacional. Me encantaría algún día poder ocupar el lugar de
Helena en este relato.