Amanda me ha enviado un nuevo relato sobre
su imaginario viaje a Río, parece que nos encontramos frente a
una nueva serie (fantástico no?)
Cuando llegué al hotel "Santos" me metí bajo la ducha
y luego me tiré en la cama. Mis rodillas estaban rojas y me
dolían, por otro lado mi ano no lograba calmarse. Estaba
dormitando cuando sonó el timbre del teléfono, atendí
solícita y escuché una voz dulce que me decía:
- Hola Amanda, soy Helena, quería pedirte disculpas por la
escena de esta tarde. El tema es que estaba muy enojada porque me
habían suspendido la reunión sin avisarme y por otra parte no
sabía que eras vos la que estaba con Giselle y por eso sobre
reaccioné en ese momento. Después que te eché Giselle me
contó como fueron las cosas. Quería reparar el daño causado y
se me ocurrió que podrías venir a cenar con nosotras esta
noche.
- Encantada !! - fue mi respuesta.
- Lo único que te pido es que vengas puntualmente a las 9
cambiada - me solicitó finalmente Helena.
Todavía me quedaban más de dos horas, revolví toda la ropa que
había llevado y finalmente me decidí por ponerme un corset
negro con portaligas, medias de lycra color gris, la bombacha
haciendo juego, mis sandalias negras, peluca de pelo corto y
maquillaje discreto, para no llamar la atención en la calle. Me
puse mi vestido favorito, el gris perla que me hace buena figura,
al tener incorporada unas enaguas debajo de la pollera plisada me
agranda un poco la cola, dándome una mejor figura. En la cartera
cargué algunos elementos que podrían ser útiles más adelante.
Aunque ya estaba oscuro, para salir del hotel me puse unos lentes
de sol, creo que quedaba un poco ridícula pero de esa forma, me
sentía mas confiada; luego de mi desastroso retorno por la
tarde.
La gente de Río es maravillosa, caminé las tres cuadras que me
separaban de la casa de Giselle sin que casi nadie me notase. Tan
solo un mulato me dijo algunas cosas que parecían amables (ya
que me miraba y se sonreía), pero la verdad es que no le
entendí lo que me quiso decir.
A las nueve en punto toque nuevamente el timbre en el
departamento de Giselle, un escalofrío corrió por mi espalda,
seguiría Helena enojada y esto era una trampa para atraparme y
hacerme su esclava para realizar los quehaceres domésticos ?.
Mis temores se disiparon enseguida, Giselle me abrió la puerta
vestida de mucama (ya sabía quién haría las tareas del
hogar!). Estaba magnífica con su pelo rubio hasta los hombros y
su uniforme: minifalda de lycra rosada y su blusa de seda de
igual color, los guantes, delantal y cofia eran blancos, las
medias caladas negras, y las sandalias de charol de taco alto.
Enseguida Helena me recibió y deshaciéndose en disculpas por lo
de la tarde, me hizo pasar al comedor. Allí estaba puesta una
pequeña mesa para dos personas (con todos los cubiertos y las
copas de vino y agua) y una vela aromática en medio.
Nos sentamos enfrentadas y Giselle trajo el primer plato: jamón
glaseado y palmitos; acompañado por un vino blanco excelente
(del norte Argentino) a la temperatura ideal.
Cuando Giselle retiró los platos de la entrada y estaba tomando
un trago de agua sentí que un pie de Helena se metía por debajo
de mi pollera, entre mis piernas avanzaba suavemente hasta
tocarme el clítoris. La sensación fue tan placentera que
inmediatamente mis piernas se abrieron y mi cola patinó sobre la
silla hasta quedar al borde de la misma.
El pie seguía realizando sus masajes; apenas pude apoyar la copa
de agua sobre la mesa y mis manos se aferraron a los costados de
la silla. Mis ojos giraban y se ponían en blanco, mi lengua se
paseaba por mis labios mostrando satisfacción. Helena retiró de
golpe su pie y noté de pronto en la situación incómoda en que
estaba sentada. Con un pequeño salto logré una postura más
recatada, carraspeando y tomando nuevamente la copa de agua
logré tomar algo de ella, tratando de disimular el momento.
Giselle notó mi cambio de postura, pero sin hacer ningún
comentario sirvió el plato principal: pollo con una salsa
agridulce. Helena me comentó que la que había cocinado y
preparado toda la cena era su mucama: la entrada, el pollo y
hasta el postre que vendría luego.
La conversación que manteníamos con Helena giraba en torno de
las aventuras que había tenido Giselle con sus amigas. Ella se
asomaba desde la cocina y se le notaba que algunas cosas le daban
vergüenza que su ama las contara, pero no dijo una sola palabra.
A cada nuevo comentario de Helena mi clítoris se hinchaba y mi
cola se relajaba.
Cuando terminamos de comer el pollo, Giselle retiró todos los
platos, las copas y la vela, dejando la pequeña mesa únicamente
con su mantel blanco.
- Ahora viene el postre - me dijo misteriosamente Helena; y
Giselle entró al comedor con las manos vacías. Se acercó a mi
y levantándose la mini rosa, entre sus portaligas, me dejó ver
su clítoris hinchado y untado con miel (parece que era algo que
aprendió en la casa de una de las amigas de Helena).
Arrodillándome en el suelo comencé a quitarle la miel con mi
lengua.
Giselle se sentó en la silla y yo seguía con mi operación
limpieza, era delicioso; y ella parecía apreciar mi tarea,
suavemente me sostenía mi cabeza. Pronto comencé a succionarle
hasta el fondo su clítoris y mi ritmo iba en aumento; un
pequeño grito me alertó de que Giselle llegaba al orgasmo. Fue
supremo, el gusto de su leche mezclado con la miel hacía juego
con las combinaciones de comidas de la entrada y el plato
principal: salado y dulce; excelente postre: batido de banana con
miel !
Mientras comía mi postre, Helena se había ido a cambiar. Se
apareció con un corset negro que dejaba ver sus majestuosos
pechos, medias negras lisas sostenidas por portaligas, zapatos
taco aguja y entre sus piernas lucía un falo de medianas
proporciones. Se acercó a nosotras y nos pidió que nos
recostáramos sobre la mesa, en esa posición nos levantó las
faldas: a Giselle su mini rosa y a mi la triple color gris perla,
me quitó mi bombacha (que a esa altura estaba mojada con mis
líquidos interiores).
Nos contempló la cola por un instante y viendo que Giselle
estaba más dilatada acometió contra ella con el falo de
siliconas. Mientras con una mano me masajeaba la cola y metía un
dedo en mi ano. Al estar tan juntas sobre la mesa, la cabeza de
Giselle y la mía se golpeaban un poco, nos miramos y comenzamos
a lamernos mutuamente los labios.
Mi miembro estaba al máximo cuando Helena me dio vuelta y
arrodillándome frente a ella me obligó a lamerle la prótesis
que aún tenía líquidos de Giselle. Mientras hacía esto con la
boca, no aguanté más y comencé a masturbarme. Helena parecía
disfrutar de todo y cuando vio que estaba por llegar al orgasmo
se tiró al suelo y permitió que lo tuviera sobre sus blandos y
preciosos senos. Mi leche corría como un arroyo entre las
serpenteantes montañas, fue un espectáculo hermoso.
Les puedo asegurar que nunca antes me habían invitado a una cena
con tan delicioso postre y tan amena sobremesa.
Ya pasadas las once y media de la noche y cuando las tres apenas
nos habíamos recompuesto, sonó el timbre del departamento. Lo
que sucedió después seguramente nos lo contará algún día
Giselle.
Amanda Wells.
Nuevamente he buscado algunas ilustraciones para
el relato de Amanda, tal como dicen, creo que una imágen vale
mas que mil palabras y estas representan bastante bien a Giselle
en su papel de mucama y a Amanda luego en el Hotel escribiendo el
relato. Espero que les gusten