Membresía
La portada de la primera edición en español de Fabrizio Lupo

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PREFACIO A LA EDICIÓN CASTELLANA          [DE 1953]

(Escrito por Carlo Cóccioli [1920-2003] y suprimido en todas las ediciones posteriores. Dicho prefacio solamente aparece en las ediciones de la Compañía General de Ediciones. Posteriormente la novela la publicó Diana - en dos pésimas ediciones- y Altaya, con una mucho mejor edición, recientemente. Los subrayados en color son míos.)

En vísperas de trasladarme de Florencia a París, hace cerca de tres años, decidí escribir un prefacio a La Picolla Valle di Dio, que estaba a punto de publicarse en traducción francesa. Mi decisión obedecía no tanto a que yo estimase que mi libro necesitara, ante el público francés, de un comentario especial, sino porque deseaba establecer, por medio de unas cuantas palabras de introducción, una relación más directa y más inmediata con los lectores del país en el cual me proponía vivir y al que ya me parecía amar. Llegado a México hace unos veinte días y habiendo decidido pasar en él un periodo de mi vida [nota mía: lo cual el muy comodino y cobarde ha hecho hasta la fecha] (exponer las razones de tal determinación me llevaría demasiado lejos: básteme decir que he encontrado en esta asombrosa tierra un clima espiritual como jamás habría esperado), infrinjo una vez más mi vieja costumbre y escribo este prefacio que va dirigido al lector de habla española, el cual debe ver en estas líneas, antes que otra cosa, una muestra de mi simpatía.

Opino, por otra parte, que un breve prólogo a Fabrizio Lupo es también oportuno por otro género de consideraciones. Como la presente novela, o documento, si se prefiere, no ha sido editada hasta el día de hoy en edición italiana, la francesa (publicada en París en el verano pasado en una traducción en la cuala colaboré en parte) debe ser considerada como la original.
Otros editores han adquirido después los derechos de publicación en diversas lenguas, pero hasta el día , ninguna de sus ediciones ha aparecido aún, y la traducción de Aurelio Garzón del Camino es, por consiguiente, la primera que ve la luz después del texto original.  No es por lo tanto inútil en este  momento una ojeada sobre la breve existencia de mi libro.

Sé perfectamente, y siempre lo he sabido, que Fabrizio Lupo no es una obra fácil.  Sé que aceptarla, comprenderla, e incluso leerla tan sólo, son actos a los cuales no puede llegar sino aquel que lo quiera de una manera consciente.   Yo mismo no decidí la publicación de mi novela sin antes haber vacilado mucho y sin haberme planteado durante largo tiempo y con crudeza lo relativo a su "necesidad" y su "oportunidad".   A tal propósito, ya he expuesto mi punto de vista acerca de las conclusiones a las que llegué en varias entrevistas concedidas a la prensa francesa, en dos artículos que escribí para el periódico parisiense Arts, y especialmente en una conferencia que pronuncié en el Palacio de Justicia de Bruselas sobre el tema: "La libertad y la responsabilidad del escritor".   He escrito y hablado ya acerca de la desazón que me invadió (aunque desazón no sea el término adecuado, sino más bien una preocupación extremada, una inquietud que rayaba en la angustia) cuando, después de la publicación de mi novela El cielo y la tierra, la prensa literaria europea, y especialmente la francesa, se complació en hablar de mí como de un "escritor católico" por definición.   He escrito y hablado ya sobre cómo había intentado constantemente rechazar tal denominación, y no porque repudiase mi condición de católico (¡al contrario!), sino porque, a mi manera de ver, una cosa es ser escritor y católico, y otra ser escritor católico. No podía, no puedo y probablemente no podré jamás tolerar el sentirme adscrito a cualquier forma de espiritualidad por noble y elevada que sea; y además no soporto las definiciones: mi propia naturaleza lo rechaza.   No puedo trabajar sino sintiéndome libre, y el único compromiso que acepto es precisamente el que constituye la razón de mi trabajo: un compromiso cuyo objeto es el hombre.   El hombre y los hombres entre los cuales vivo y en los cuales creo, católicos o no, comunistas o no, homosexuales o no.   Sólo el hombre me interesa y me limita  (me limita exaltándome y procurándome el sentido de la libertad): el hombre con su necesidad de amar y con su capacidad de amar y con su esperanza de amar.   Toda definición que restrinja este inimitable objeto que constituye el núcleo de mi vida de escritor -grandeza y miseria del hombre- me parece atentar dramáticamente a los fundamentos del arte.

Tales son los motivos que el año pasado me hicieron vencer toda vacilación y me movieron a publicar Fabrizio Lupo, que, según Gabriel Marcel (quien había apoyado con valentía El cielo y la tierra, publicado en la célebre colección que él dirige), haría aullar de horror al mismo público "católico" que había ensalzado mi otra novela.   Acepté el riesgo de escandalizar a dicho público, pero sin temerlo demasiado.   Siempre he creído que el hombre es más capaz que un público de poder y saber comprender.   Así, pues, respondí a Gabriel Marcel que no me importaba tanto la opinión del público como la del hombre o la mujer que, en la confiada intimidad de sí mismos, habrían reconocido probablemente que si yo no me hubiese atrevido a publicar Fabrizio Lupo por temor a enajenarme su simpatía (aun comprendiendo toda la trágica urgencia y la necesidad moral de publicar la obra) hubiese sido el más miserable de los hombres y el más inútil de los escritores.   Esta fe inalterable mía en la capacidad que posee la gente de sentir y de comprender no fué desmentida por todo lo que se ha dicho y se ha escrito en Francia desde que mi libro se publicó:  en realidad, Fabrizio Lupo no ha hecho prorrumpir a nadie, o a casi nadie, en el grito de escándalo que Gabriel Marcel temiera.   Por el contrario, mi libro ha suscitado un interés amplio y duradero, un diálogo que parece todavía muy lejos de terminar, y una serie de artículos polémicos que, en su sinceridad y a veces en su aspereza, no manifiestan, pese a todo, en quienes los han escrito, el menor indicio de horror o de desagrado.
En suma, Fabrizio Lupo no ha provocado ningún escándalo: todo lo más, el de algunos
pequeños burgueses a quienes ciega el sentido de la respetabilidad.   Pero no es esto lo que puede preocuparnos, ni a mí ni a los demás.

Efectivamente, Fabrizio Lupo no está en contradicción con el espíritu de El cielo y la tierra; antes bien, lo continúa, lo clarifica y -al menos en mi intención- lo exalta.   Porque, lo mismo que El cielo y la tierra, Fabrizio Lupo es un libro de amor la historia de un caso de amor.   El cielo y la tierra y Fabrizio Lupo, como todos los demás libros que he escrito, y probablemente todos los que escribiré, no son sino exposiciones de casos de amor, mejor dicho:   de casos límite del amor.   Pero, ¿por ventura las cosas del corazón y del espíritu, lo mismo que las de la vida cotidiana, no se definen en función de sus fronteras?   Sí:  yo creo que entre el amor de un hombre por lo absoluto (amor a Dios), tema de El cielo y la tierra, y el amor de un hombre por otro hombre, tema de Fabrizio Lupo, existe una coherencia intensa, irrefutable, fundamental:
se trata, tanto en uno como en otro caso, de un amor por el cual se está dispuesto a renunciar
a la propia vida. (¿Y a quién puede escandalizar un amor de este género sino a aquellos que
desean el escándalo, a los profesionales del escándalo?)

Fabrizio Lupo es la historia de un homosexual.   He aquí una palabra que, específicamente en nuestros países latinomeridionales se pronuncia con cierto temor (o no se pronuncia en absoluto, no obstante todo cuanto vemos a nuestro alrededor cotidianamente).   Yo quisiera que todo aquél que se disponga a leer el presente libro se desprenda, antes de franquear sus umbrales, de toda idea preconcebida.   Fabrizio Lupo no es una criatura perversa, ni tampoco un enfermo:  no es sino un hombre que ama según las leyes que su naturaleza -respecto a la
cual es totalmente irresponsable- le dicta.   Y puesto que un hombre se juzga no por lo que ama, sino por el modo y la intensidad con que ama, Fabrizio Lupo, caso límite del amor, es probablemente un héroe del amor, un campeón, un ejemplo.

La crítica en lengua francesa, desde la más grave y docta a la más avanzada, ha puesto en evidencia cómo la novedad del presente libro reside en que, por primera vez, el "fenómeno"
homosexual está considerado como un hecho sentimental.   Creo que esta opinión es exacta.
Pensaba yo, en efecto, que, sobrepasando el intelectualismo de Gide, los mitos poéticos de Cocteau y el erotismo de Genet, se podía -se debía- aplicar al homosexualismo otro método:
el mismo que ha permitido al amor heterosexual liberarse de la absurda red de convenciones en que, hasta hace unos cincuenta años, lo mantenían prisionero las gentes "de orden".   Por el amor todo se explica y se justifica y se purifica.   El lenguaje del amor es universalmente comprensible;  en presencia del amor los ciegos ven y los cojos caminan.   La respetabilidad abdica frente a su fuego, los conformismos se desvanecen y la voz del prejuicio se pierde dominada por la más auténtica del corazón.   Fabrizio Lupo ama a Lorenzo, lo ama de verdad:
este es el motivo de que, desde hace casi un año [1952] , reciba yo, de Francia y de fuera de
Francia, un número de cartas como, probablemente, pocos escritores reciban.   Centenares y centenares de cartas que constituyen el más extraordinario de los documentos, el más conmovedor, el más delicado, y ciertamente uno de los que más honran al hombre.   Lágrimas y risas, esperanzas y atroces desilusiones, ahora un temor y más tarde una sensación de seguridad exaltada:   he aquí la materia ardiente de que están tejidas las misivas que sigo recibiendo.   y en el fondo de cada una de ellas, escritas por manos distintas (estudiantes, sacerdotes, profesores de universidad, artistas, militares, burgueses, artesanos), no hay sino el eco de esta insensata e increíble palabra:  amor, amor, amor.   Tales gentes, que sólo tienen sed y hambre de amor, creen haber encontrado en Fabrizio Lupo un intérprete, un mensajero y, además, -y sobre todo- , un sortilegio que les ayuda a atraer sobre ellos ese amor verdadero, el único que podrá explicarlos y justificarlos.   He dicho: ese amor verdadero.  ¿Y quién osará arrojar la primera piedra contra los que creen aún en la verdad del amor?

(Pero, a los oídos de algunos, acaso éstas no sean más que palabras.   Permítaseme una observación de orden más positivo. Se me dice que la civilización ibérica y las civilizaciones que de ella proceden, o en las que aquella ha influido a través de su historia secular, presentan formas particular y específicamente adversas a la condición humana o al estado psico-físico si se prefiere, que Fabrizio Lupo representa.   Sólo lo creería en el caso de que se quisiera ver en Fabrizio Lupo un ultraje monstruoso a ese sentido de virilidad triunfante e imperante que sin duda se encuentra en la base de la mentalidad latinoibérica; pero ¿y si, por el contrario, no se pudiera ni se debiera ver en Fabrizio Lupo tal ultraje?   He aquí la cuestión que la mayor parte de los documentos que poseo me autorizan a proponer a la atención de quienes lean este libro. Sin pretender generalizar de modo excesivo -ya que los casos son numerosos y la palabra homosexual me parece estar muy lejos de poseer un significado preciso, tanto en el lenguaje corriente como en el científico- séame permitido decir que Fabrizio Lupo y Lorenzo, los personajes de este libro, son y siguen siendo hombreshombres en la completa acepción del término, física y psicológica y espiritual; hombres con la fuerza, la violencia, el valor, la voluntad y la nobleza que constituyen el patrimonio del hombre.   Por consiguiente, los citados personajes no pretenden justificar ni perversiones morales ni inversiones patológicas.   Este es otro problema.)

Hay todavía en Fabrizio Lupo otro aspecto digno de ser considerado con la mayor atención, y que ha provocado muchas y muy amplias reacciones en Francia (otra novedad de este libro, que la crítica ha patentizado): el hecho de que Fabrizio Lupo es católico, es decir, adscrito a una iglesia -y, por consiguiente, a una forma de moral rígida y determinada- en el seno de la cual ha nacido y en el seno de la cual quiere permanecer.   En otras palabras:  el drama de un
hombre que se siente justificado ante Dios, pero no ante la iglesia que el cree legítima representante de Dios y con la cual, a causa de esto, querría no encontrarse en oposición.   El alcance de este drama, que puede llegar a marcar fatalmente toda una existencia, es proporcional -no hay ni que decirlo- a la mayor o menor intensidad de la exigencia religiosa del individuo.   Creo que sería interesante para el lector latinoamericano (es decir, para un lector tradicionalmente rodeado por una atmósfera católica, tanto si la acepta como si la rechaza) conocer las opiniones que los portavoces del catolicismo francés han emitido acerca de las conclusiones a las que Fabrizio Lupo está obligado a llegar.   No puedo hacer sino resumirlas aquí en la pregunta que Fabrizio Lupo, católico, no se cansa de dirigir a la Iglesia a la cual pertenece: "Dado que, por una parte soy irreparablemente homosexual, y por otra irreparablemente refractario a la vida monástica, ¿en qué orden humano y espiritual se me concede que viva?"   Acerca del "irreparablemente" de Fabrizio Lupo, no creo que se pueda admitir discusión alguna:  una copiosa literatura médica prueba que no basta con querer no ser homosexual para dejar de serlo, y una secular práctica católica prueba que no se puede imponer la total represión de la carne a quien no ha nacido para santo.   En esta pregunta que Fabrizio Lupo no se cansa de dirigir con corazón dócil y libre de orgullo, se encuentra, a mi juicio, toda la esencia católica de mi libro.   Y ya que no se pueden considerar racionalmente como respuestas las varias opiniones que a título personal han sido y continúan siendo emitidas por los muchos representantes católicos que han tenido conocimiento de mi libro, hay que decir que la pregunta de Fabrizio Lupo ha quedado hasta hoy sin respuesta (con lo cual, ciertamente, no se elude ni su urgencia ni su vehemencia).

He de decir algunas palabras sobre la fisonomía de esta novela, que con tan gran simpatía y con tan profunda comprensión del texto ha traducido Aurelio Garzón del Camino.   Mucho se ha escrito, en efecto, sobre la técnica que he adoptado, y especialmente se fija la atención en la segunda parte, que constituye, dentro de la novela, la "novela" de Fabrizio Lupo, a saber: la larga serie de páginas dominadas por la misteriosa figura del Mancebo.   Al hablar de técnica, se ha querido indicar no sólo el tipo de redacción empleado por mí (o, por decir mejor, los tipos de redacción), sino más aún las sombras que envuelven episodios y personajes, y el simbolismo no siempre de fácil interpretación que tales episodios y tales personajes encierran.
Por lo que a mí respecta, me parece inútil advertir que esas dificultades, esas sombras, ese aparente juego en el discurso y más allá del discurso, ese incesante recurrir a imágenes; en suma, ese incesante y quizá monótono retraerse bajo un lenguaje oscuro -presencia constante,
casi vociforme, del mito-- lo he querido de manera consciente y, al quererlo, he tratado de prever, y por lo tanto de regular, los efectos de orden espiritual que todo ello habría podido provocar en el ánimo del lector.   (Nadie se asombre de que hable tan frecuentemente del lector, de mi lector: dado mi sentido de la literatura como mensaje, no puedo prescindir, cuando escribo, de la idea de que mis palabras van dirigidas a algo que es vivo, que es verdadero, que es determinado.   Toda literatura cuya finalidad resida en sí misma y se reduzca a un monólogo sin eco y sin consecuencias es a mi juicio un vano funambulismo totalmente ajeno a la función del arte)   No: no lamento en absoluto -y sería superfluo consignar aqu&í los motivos- que en esa parte central de mi libro, quizá para mí la más importante, sea tal que desaliente a los lectores menos pacientes y experimentados; no lamento en absoluto que varios lectores, como ellos mismos me han confesado, hayan sencillamente dividido el volumen en tres partes, con objeto de poder unir la primera con la tercera y eliminar la segunda, tan incomprensible y, en su opinión, tan inútil a los probables fines de la obra.   No lo lamento porque yo sé que no pocos de esos lectores, no menos sinceros que expeditivos, se han sentido impulsados a acudir de nuevo a esa segunda parte cuando, por el concurso de acontecimientos genuinamente personales, han visto y sentido finalmente en Fabrizio Lupo no ya una expresión formal más o menos válida, sino el testimonio, el símbolo y casi el presagio de los ecos felices o dolorosos de su corazón.   La "novela" de Fabrizio Lupo, esos 200 párrafos que en mi opinión deberían reflejar más indirecta que directamente el mundo en el cual un homosexual puede vivir (el mundo del espíritu y de la fantasía, el mundo de la sensibilidad y del sexo, el mundo social y cotidiano), no se puede leer en verdad, es decir no se puede penetrar, sino cuando se tiene el corazón macerado, o herido, o exaltado, o envilecido, o glorificado, por las innumerables aventuras que constituyen el amor.

Tal es el libro que presento hoy al lector de lengua castellana.

Carlo Cóccioli

Ciudad de México, 15 de mayo de 1953.


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