El martes pasado alrededor de mediodía, la Junta Central Electoral (JCE) emitió el décimo y último boletín electoral con los resultados finales de las elecciones del 2004: el Dr. Fernández obtuvo el 57.11%, Mejía, el 33,65%, y Estrella, el 8,65%.
Tales resultados constituyen el más contundente mandato otorgado a un candidato presidencial en nuestra reciente historia democrática. La diferencia entre el Dr. Fernández y el candidato-presidente supera el 23% de los votos válidos.
Creo que este es el momento adecuado -cuando se cierra un aciago capítulo de nuestra historia- para elaborar algunas consideraciones provisionales sobre las causas de esta memorable derrota del PRD.
El mismo lunes 17, el presidente en funciones del PRD se confesaba consternado y extrañado ante los desastrosos resultados obtenidos por su candidato y señalaba que siempre pensaron que iban a pasar a una segunda vuelta; concluía, subrayando que el peso de la crisis económica fue la razón determinante para la derrota del presidente Mejía.
Al día siguiente, el martes pasado, esta misma valoración la expresaba "l'enfant terrible" del PPH, indicando que: "Nos ganó el supermercado".
Discrepo de este intento de querer presentar como causa única de este hundimiento histórico a la economía. Esta derrota fue -desde mi perspectiva- minuciosamente preparada por el propio presidente-candidato; era una derrota anunciada, y sólo los fanatizados miembros del PPH que vivían en una burbuja fuera de la realidad no llegaron a percibir.
Todos la veíamos venir. Todas las encuestas con cierto grado de credibilidad la daban por descontada. El problema era, para la gran mayoría, con cuanta pérdida de sangre y recursos se iba a cumplir. Todos, con la derrota inminente, sospechábamos que volvería la tragedia a campear entre nosotros.
Se sentía en todos los estamentos de nuestro país, como una nube negra que obnubilaba los caminos inmediatos. Sin embargo, todos estábamos convencidos -como pregonaba el famoso merengue- que para fuera del Estado era que iba el grupo que se movía en la cumbre del poder.
Sin duda, una de las grandes causas de la derrota pepehachista ha sido el torpe manejo de la tremenda crisis económica que hoy envuelve al país; hubo, en ella, algunos factores externos, como fue la quiebra de los bancos, pero el manejo de las finanzas estatales desde el inicio del gobierno fue inadecuado tanto en el ámbito técnico como en el político y, sobre todo, en el comunicacional.
Desde un principio instalaron como visión de la realidad dominicana una incoherente y demagógica retórica hueca; es decir, crearon, al lado de la cruda realidad, un universo paralelo, levantado sobre mentiras, o medias verdades, que eran repetidas hasta el cansancio simulando que se trataba de la auténtica realidad.
Sin embargo, olvidaron que la gente no se alimenta solo de palabras o de imágenes de mundos fantásticos, y que al final espera constatar resultados tangibles, concretos.
Aconteció que se instalaron fuera de la realidad y se extraviaron en su propio laberinto verbal, en el bosque enmarañado de palabras dichas para deslucir el trabajo y el éxito de los otros, a quienes sustituían sin criterio, sin lógica, sin sentido, sin referentes concretos.
Atónitos nos encontramos de un momento a otro con un gobierno cuyos parámetros políticos e históricos estaban anclados en el más descabellado de los esquemas populista.
Pero no sólo era esto, en medio de una crisis única en nuestra historia, este gobierno antes que dedicarse a afrontar las graves necesidades que afectaban a los ciudadanos, prefirió actuar como ente disociador; cotidianamente se abrían nuevos frentes de batalla, se desataban nuevas polémicas estériles; cada día se insultaba con mayor arrogancia, o se respondía al reclamo de los ciudadanos con la burla, la salida soez o con una tomadura de pelo que generalmente afectaba la dignidad de todos.
Por otro lado, con una tozudez rayana en la irracionalidad, el presidente se empeñó en mantener "a sus muchachos", cuando a la saciedad había mostrado ser un equipo de Gobierno incapaz, ineficaz, sin ningún sentido de la altura de los tiempos.
El Presidente se mostró inflexible manteniendo un equipo de fósiles políticos que no comprendían la situación que tenían ante sí y que pretendían manejar sin esquema o plan de gobierno alguno.
Actuaban reaccionando, simplemente: sin tener idea de cuál es el papel del Estado en una sociedad posmoderna, que se mueve en un ámbito cultural globalizado, en un mundo en que rige cada día más la internacionalización, tanto de la información como de los intercambios de todo tipo; se le escapaba, además, la necesidad de concertar y sumar voluntades en el momento de la toma de las decisiones; reaccionaban con esquemas clientelistas que habían sido superados desde hacia decenios por la sociedad dominicana; se fue incapaz de percibir la necesidad de transformar el Estado -modernizándolo y desburocratizándolo, facilitando a los ciudadanos el acceso y calidad en los servicios públicos; por ende, no estaban capacitados para planear soluciones creativas a la crisis que de repente crearon con su confusión mental y ética.
El Gobierno se encastilló en la ciega arrogancia de quien se sentía ser dueño de un poderío ilimitado, que estaba ahí, disponible "a perpetuo" para servirse de él en propio provecho sin necesidad de rendir cuenta a nadie; un poder disponible, además, para ser utilizado como pago de la ración de la boa, al servicio de una clientela cada día más numerosa, voraz e impúdica.
Fue así como llegaron al extremo de concebir el Estado como botín de guerra.
A esto habría que agregar, la errada decisión de abrir en medio de una crisis, otra crisis política, y moral, al decidirse a presentarse, contra viento y marea, a la búsqueda de un nuevo período presidencial, propiciando una cuestionable y corrompida reforma constitucional concebida únicamente para saciar la propia desmedida ansia de poderío, transformando en puro vapor de agua sobre un espejo la propia palabra repetida hasta la saciedad de que no se optaría por un nuevo período constitucional, que fue el compromiso que se había asumido al jurar el propio cargo el 16 de agosto del año 2000.
Con ello, las crisis económica, social, política y ética, se coronaron con un último ingrediente explosivo, se abrió, entonces, una crisis de confianza en la palabra del presidente; que equivale a decir, en nuestra latitud, una crisis de confianza en la capacidad del gobierno de cumplir con los propios compromisos -algo de extrema gravedad en nuestro tiempo- ya que, como ha descrito brillantemente, Anthony Giddens, la confianza constituye el fundamento radical que tiene en pie y da cohesión a las sociedades complejas.
La gravedad de las crisis sobrepuestas empujó a la gente -que comenzó a sentirse acorralada, sin salida- a sufrir un desgaste mental, un estado de abatimiento, un gran cansancio, un hastío general; nos cansamos de que, además de comer mal y de peor vivir, se nos agobiara con tanta polémica, con tanto escándalo, con tantos manejos turbios y forcejeos.
Por ello, nos hemos levantado como una sola persona decididos a acabar democráticamente con el predominio del insulto, de la arrogancia; a terminar con tanto sectarismo, con tanta contradicción, con tanta falta de moderación, de modales, de educación y buenas costumbres.
El país se ha visto, nuevamente, en el trance de dar una nueva lección al PRD indicándole muy claramente que tampoco ahora, han podido ni sabido, como en los dos intentos anteriores, gobernar adecuadamente el país.
El PRD ha sido un factor importante en la consolidación de la democracia dominicana cuando ha estado en la oposición, empero, también ha sido un elemento sumamente perturbador para esa misma democracia cuando accede al poder público. Es como si ese fuera el único guión que pudiera ejecutar.
Estimo que el PRD debería revisarse profundamente; debería meditar cuál es el papel de un partido socialdemócrata en una sociedad formada fundamentalmente por gente joven que quiere ver a su país, al fin, despegar hacia un futuro mejor, hacia el progreso efectivo.
Debería comenzar a renovar sus liderazgos; a formarlo científicamente; a mandar en pensión a sus grandes dinosaurios. En fin, renovarse, cambiar, ponerse al día en las ideas y en los métodos. Pero, sobre todo, el PRD debería comenzar a dar ejemplo -en su vida interna e institucional- de cordura, de mesura, de buen comportamiento, de racionalidad, de respeto y de manejo democrático ejemplar; en fin, el PRD debe dar ejemplo de vida ordenada para que pueda volver a convencer.
Es lamentable, absurdo, que en vez de llamar a la reflexión a sus dirigentes y dedicarse a analizar las implicaciones de este descalabro electoral, la camarilla dirigente del PRD mostrara, precisamente, al día siguiente de la derrota electoral, la más absoluta ceguera política ahondando más la división que los atenaza por falta de ideales y metas que compartir y edificar. Si no despiertan rápido y cambian radicalmente, pronto pasarán a ser otro cachivache abandonado en el desván de nuestra historia.
Tal ha sido el veredicto del jurado.