República Dominicana obtuvo su independencia el 27 de febrero de 1844, como fruto del movimiento patriótico de los Trinitarios, fundado el 16 de julio de 1838. La independencia fue el resultado de la lucha librada contra la ocupación haitiana, que se había iniciado 22 años antes, en 1822. El gestor de dicho movimiento y de la proclamación de República Dominicana como país independiente y soberano, fue Juan Pablo Duarte (1813 -1876), nuestro Padre de la Patria, título que comparte con otros dos luchadores patrios, Francisco del Rosario Sánchez (1817-1861) y Matías Ramón Mella (1816-1864).
República Dominicana se constituyó así, en el segundo país de las Antillas en alcanzar su independencia. Hasta ese momento, en el Caribe insular sólo Haití la había logrado, cuarenta años antes, en 1804. De manera paradójica, fue precisamente de este último, y no de España, de quien vino a independizarse la antigua colonia española de Santo Domingo. A España, más bien, los sectores conservadores dominicanos en el poder le pedirían nuevamente la anexión, dieciséis años después del país haberse independizado, como veremos más adelante. Cuba, por su parte, tendría que esperar más de medio siglo para alcanzar su independencia, en 1902; y el resto de los países del Caribe insular continuaría, con diferentes status políticos, bajo dominación colonial de Francia, Inglaterra, Holanda o de Estados Unidos. No sería sino en 1962 cuando se iniciaría una nueva etapa de descolonización, que denominamos tardía, y que se prolongaría hasta 1983, en la que trece países de la región se independizaron.
Veintitrés años antes de proclamarse la independencia dominicana, en 1821 se produjo la denominada Independencia Efímera, frustrado movimiento impulsado por José Núñez de Cáceres (1772-1846), con el que intentaba que la nación se incorporara a la Gran Colombia de Simón Bolívar. Fracasado el movimiento, Núñez de Cáceres salió del país -el que más tarde sería ocupado por Haití hasta 1844- con rumbo a Venezuela, donde viviría algunos años, hasta trasladarse en 1827 a Tamaulipas, México, donde residiría hasta su muerte, en septiembre de 1846.
Tras la independencia del 27 de febrero de 1844, como plantea Juan Bosch, en República Dominicana se inicia una fuerte lucha social entre la pequeña burguesía nacional, propulsora del movimiento trinitario, y el sector ganadero, mejor conocido como hateros. Esta clase social, bajo el supuesto de que el país era incapaz de gobernarse por sí mismo, propugnaba la anexión a una potencia extranjera, y de esa manera evitar una nueva ocupación haitiana. "Antes de aceptar su desaparición como poder social y político, y su suplantación en ambos campos por la pequeña burguesía, los hateros prefirieron la desaparición de la República", señala Juan Bosch en su conocida obra Composición Social Dominicana. Y en efecto, en 1861, el general Pedro Santana, líder de los hateros, y quien ejercía la Presidencia de la joven nación, anexó el país a España. Tuvo que producirse un amplio movimiento social armado, bajo el liderazgo del general Gregorio Luperón, para que se lograra restaurar la independencia, en la conocida Guerra de Restauración, en que fueron derrotadas las tropas españolas. Por ello, República Dominicana tiene, oficialmente, dos fiestas patrias, el 27 de febrero, en que se conmemora la independencia nacional, y el 16 de agosto, la restauración de la misma.
Pero el peligro de que la Patria sucumbiera, sometida a un poder extranjero, no se limita a la anexión a España en 1861; posteriormente se producirían otros intentos. Este anexionismo conoce, por lo menos, dos etapas perfectamente diferenciables. La primera transcurre desde principios de siglo, hasta mediados de la década de los sesenta del siglo XIX, es decir, hasta la Guerra de Restauración (1863-1865), y estuvo orientada fundamentalmente hacia metrópolis europeas. La segunda etapa se desarrolla en las últimas tres décadas del siglo XIX, y en cambio se orientó hacia la emergente potencia de Estados Unidos. Sin embargo, esta segunda etapa coincidía con la irrupción en el escenario político dominicano de la pequeña burguesía liberal, una fuerza capaz de movilizar a amplios sectores sociales populares, en pos de una consigna nacionalista, y preservar la soberanía nacional. Fue así como se impidió que se consumaran los intentos anexionistas a Estados Unidos del Presidente Buenaventura Báez, uno de los principales caudillos dominicanos, y quien llegó a ocupar la Presidencia del país en varias oportunidades.
Ya en pleno siglo veinte, República Dominicana sufrió dos ocupaciones armadas de Estados Unidos. La primera, durante ocho años, de 1916 a 1924, en que se produjo una importante resistencia armada, y el país vio modificada sus estructuras económicas, políticas y militares; la segunda, de 1965 a 1966, en que la resistencia fue lidereada por el Coronel Francisco Caamaño Deñó, el más destacado defensor de la soberanía nacional en el presente siglo.
La continuidad de las fuerzas políticas conservadoras en el poder, que a mediados del siglo XIX se expresaban como hateras, ha deparado una difícil situación para los defensores de la independencia nacional. José Núñez de Cáceres, el abanderado de la Independencia Efímera, tuvo que vivir en el exilio el resto de su vida, después de su frustrado intento independentista de 1821, para morir en Tamaulipas, México, en septiembre de 1846. Juan Pablo Duarte, el Padre de la Patria, corrió prácticamente la misma suerte; durante años vivió en Venezuela, donde murió el 15 de julio de 1876. Gregorio Luperón, héroe de la Guerra de Restauración, y uno de los defensores, junto a Ramón Emeterio Betances, Eugenio María de Hostos y Antonio Maceo, entre otros, de la formación de una Federación Antillana, tuvo que vivir largos años de su vida exiliado en la isla de Saint Thomas, para regresar a Santo Domingo, prácticamente a morir, en mayo de 1897. El Coronel Francisco Caamaño Deñó, héroe de la Guerra Patria, tuvo que abandonar el país en 1966, pocos meses después de haber culminado su lucha contra las tropas de ocupación norteamericanas, para regresar siete años después, en 1973, encabezando un movimiento armado, y morir en un nuevo intento por hacer realidad sus ideales patrios.
Como se puede observar, los intentos por hacer realidad y consolidar los ideales de Juan Pablo Duarte, han sido una verdadera odisea, una lucha titánica en el país. No pocos consideran que hoy en día en República Dominicana uno de los grandes retos de las nuevas generaciones es hacer realidad el sueño de Duarte, concluir su obra, acorde a las nuevas condiciones históricas nacionales e internacionales.
Parte significativa de ese gran reto consiste en consolidar "un Estado de Derecho, fundamentado en principios democráticos, donde impere la justicia social"; viejo anhelo que desde Juan Pablo Duarte ha sido el horizonte de no pocos luchadores desde el siglo XIX, pero que ha encontrado múltiples escollos a lo largo de los 154 años de vida independiente. El caudillismo y los regímenes autoritarios han constituido el principal obstáculo a la realización de tales anhelos; han corroído la institucionalidad y debilitado la cultura política democrática. Afortunadamente, el país se encuentra hoy en día viviendo una estapa de transición, donde existen amplias posibilidades de sepultar de una vez y para siempre el caudillismo y el autoritarismo, y de esa manera desarrollar la reforma y modernización del Estado, que permitan fortalecer las instituciones en que debe sustentarse todo sistema democrático.
Los partidos políticos en República Dominicana históricamente han expresado los intereses de los sectores conservadores, de los hateros del siglo XIX, o de sus nuevas modalidades en el siglo XX; o por el contrario, han expresado los intereses de los sectores liberales, defensores de la independencia y la soberanía nacional. Es en esta última línea donde se inscribe el Partido de la Liberación Dominicana, PLD, fundado el 15 de diciembre de 1973 por Juan Bosch; organización que asumió el poder en agosto de 1996, bajo la Presidencia del Dr. Leonel Fernández. El PLD se define como un partido que "tiene el propósito de completar la obra iniciada el 27 de febrero de 1844 por los trinitarios republicanos que proclamaron la independencia nacional, encabezados por Juan Pablo Duarte.
De ahí que en estos momentos la conmemoración del 27 de febrero, día de la independencia nacional, tenga mayor significado y actualidad, y trascienda la festividad de carnaval, con diablos cojuelos, comparsas y disfraces, con el que las grandes mayorías populares celebran cada año la gesta patria, bajo el ideario de Juan Pablo Duarte, para poder así hacer realidad su proyecto democrático, tantas veces interrumpido, y que hoy en día se constituye en el gran reto del nuevo milenio.
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