Los Cuentos de Don Jorge.
Por Oscar Natividad Ramírez
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Directamente a los cuentos
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Don Jorge
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Era el sastre del rancho. No recuerdo si recibía ese nombramiento porque conocía su oficio o simplemente porque no había otros que hicieran pantalones. Vale el comentario porque al peluquero, a quien llamaban "El Bacheo" no se por qué, no le preocupaba mucho la competencia, ya que aunque la inmensa variedad de cortes que dominaba se reducía solo a dos: "oscurito" y a "rapa", Polo, solo hacía el "oscurito", que en muchas ocasiones salpicaba con algunas gotas de sangre al no ser muy ducho con la navaja.

La cuestión es que a Don Jorge todavía lo recuerdo sentado frente a su máquina de coser, colorado, escurriéndole el sudor desde la frente y pasando por sus abultados cachetes; con sus lentes redondos, pequeños y transparentes para poder pasar el hilo por el hoyo de la aguja, con su pelo risado y tan blanco que parecía un capullo de algodón; con las entradas profundas en las sienes. Su cabeza era redonda, la nariz achatada, la boca pequeña y los ojos negros, muy vivaces, aún detrás de sus lentes. Era robusto, con un abultado abdomen que abría ostensiblemente el frente de su camisa y cuyos botones sufrían para mantenerse en su lugar. Su cinta métrica de tela colgada del cuello y con sus dos extremos cayendo paralelamente al frente en su pecho le daba el toque característico de los sastres.

Un trozo de tubo pendía horizontalmente, sujeto en sus dos puntas con sendos lazos amarrados a una viga de la enramada, y sobre el, algunos pantalones y cortes esperando turno. En la mesa que estaba a su derecha se encontraban las tijeras, la escuadra, el gis y algunos carretes de hilo junto a pedazos de tela. Entonces el se inclinaba sobre la máquina sujetando con sus manos la tela mientras le pasaba encima la aguja en su incesante subir y bajar, al mismo tiempo que sus pies se movían sobre la plataforma pedal haciendo el vaivén que le daba vida al armatoste.

La casa constaba de dormitorio, enramada y cocina, ocupando la esquina del solar y de la calle. El dormitorio era un cuarto de adobe, como todas las casas del rancho(así se les llama a los pueblos no urbanizados en la Región Lagunera y en otros lugares del norte), gris, chaparro, con piso de tierra y una ventana chiquita de madera que daba a la calle. Estaba separado de la cocina por la enramada. La cocina no era de adobe sino de carrizo con su enjarrada de zoquete, que no es otra cosa sino tierra y paja hechos lodo; tanto cocina como cuarto tenían techo de tierra sostenida por una plataforma de carrizo y unas vigas.

El solar de Don Jorge, de 1500 metros cuadrados aproximadamente, estaba delimitado por una cerca de ramas de mezquite acostadas entre series sucesivas de pares de palos mas gruesos del mismo árbol. A la espalda de Don Jorge en su máquina, se distinguía la tranca por donde se entraba al corral, muy agitado por cierto, donde había marranos, gallinas, cóconos, pollos, un burro y hasta un caballo.

La entrada a la casa era una puertita también de palos que se aseguraba con un alambre o con un mecate. No había necesidad de mas, al menos que anduviese un perro del mal(rabioso) dando guerra, lo que era bastante común en verano; en ese caso, se revisaba que estuviese bien cerrada. El clima era extremoso, muchísimo frío en invierno y demasiado calor en el verano. En realidad, el rancho es el último asentamiento humano antes de entrar al desierto coahuilense. La gente es alegre, bailadora, cantadora, tomadora y dicharachera. Cualquier situación es motivo para bromas y risas.

Tal vez todo lo anterior no sea digno de llamar la atención, pues puede haber muchos sastres y muchos pueblos así, pero una imaginación tan fantástica como la de Don Jorge no será nada fácil de encontrar, de verdad era grandiosa. En aquel entonces, no le dábamos demasiada importancia a sus relatos, como niños nuestra mente los asimilaba como algo normal, pero ahora, después de tanto tiempo, pienso: -¿De dónde sacaría tantas cosas? Quién sabe, pero yo me divierto mucho recordándolas y contándolas, asombrándome de nuevo cada vez.

Esta página contiene una recopilación de algunos relatos de sus aventuras. Increíble pero el las contaba como verídicas, y llegado el caso, si había alguna duda, ahí estaba Cosme, su hijo, para sacarlo del atolladero. Ahora, déjenme decirles, que en el rancho encontró discípulos que después se convirtieron en maestros en estos menesteres, lo cual comprobarán después si siguen accediendo a esta página. En fin, estos son:

Los Cuentos de Don Jorge.
El Fin del Mundo Esta es la primera entrega de Los Cuentos de Don Jorge, esperamos que sea de su agrado.
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Profr. Oscar Natividad Ramírez
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