EL ARO

Después de mucho meditar la zoóloga Claudia Bernal decidió ir a visitar a una psicóloga que la trató durante su adolescencia cuando no sabía qué carrera tomar, si administración, la que querían sus padres o zoología, la que más le gustaba. En poco tiempo se hicieron amigas, cada vez que ella tenía un problema por simple que fuera lo consultaba con la experta. Y aunque años después dejó de verla constantemente, se comunicaba con la doctora dos o tres veces al año para charlar.

Ingresó al consultorio de la psicóloga Silvia Piña y al verse se abrazaron y se saludaron efusivamente. Claudia Bernal le agradeció que pudiera atenderla para contarle sus problemas. Su amiga le dijo que no había de que preocuparse y la invitó a sentarse y platicara de lo que quisiera. La zoóloga aunque temerosa de lo que estaba por revelarle, le narró detalladamente los sucesos que le habían provocado una obsesión con descubrir un complot a gran escala sobre una enfermedad provocada con intención de obtener algún beneficio por alguien o algunos y los recuerdos del evento en la Biblioteca México.

--¡Suena como una mala historia de ciencia ficción! --exclamó la psicóloga de piel morena y cabello largo teñido de castaño.

--¡Sabía que no me creerías! --aseveró Claudia.

--De hecho sí te creo, aunque no se que decirte, lo único es que puedo confesarte es que no eres la única a la que le han pasado situaciones fantásticas o descabelladas.

--¿De qué hablas?

--A mí me paso algo similar hace cuatro años. Y tampoco se lo conté a nadie, sonaba a locura --sentenció Silvia.

--Cuéntame.

 

Abrió un viejo sobre de un expaciente suyo, había estado perdido por diez años en un baúl donde guardaba apuntes, archivos y recuerdos, la psicóloga se sorprendió al descubrir el contenido, era un arillo dorado metálico que cabía en la palma de su mano. Era un objeto curioso e intrigante aunque no reparó en si tenía valor alguno o no. Abandonó la bodega y regresó a su consultorio.

El nombre del que fue su paciente era Rodolfo González, un ingeniero en aeronáutica que trabajaba para el gobierno mexicano, lo había atendido debido a que tenía principios de neurosis, creía que toda la gente era su enemiga y querían hacerle daño, esto le ocasionó un divorcio y problemas laborales. Después de unos meses nunca más volvió al tratamiento, tres años más adelante le envió un sobre a Piña, el cual, ella dejó en el olvido, ya que en esa época apenas lograba sostener su consultorio y la poca importancia del sujeto en su vida, ocasionaron que un día arrojara el envío al baúl.

Sin embargo, la doctora había recibido una llamada esa mañana de la oficina de Rodolfo preguntando si tenía archivos de éste ya que el tipo había fallecido hacía dos días en Moscú. La psicóloga dijo que no presintiendo algo extraño en la voz, se excusó diciendo que los había tirado. La persona al otro lado del auricular le dio las gracias y colgó. Las sospechas de la cuarentañera se acrecentaron cuando halló el aro. Sentada en su cómoda silla miraba el objeto y pensaba qué hacer con él, lo guardó en la bolsa de su saco. Levantó la bocina de su teléfono para llamar a un amigo suyo que trabajaba en una joyería. Se sorprendió cuando notó que no había línea.

Creyó escuchar abrirse la puerta de la planta baja de la casa que fungía como local médico. No escuchó pasos como esperaba. Venció su miedo, salió del consultorio y bajó las escaleras sigilosamente, aunque el golpe de sus tacones en la superficie era evidente. La morena mujer ataviada con un conjunto de vestir guinda descubrió que no había nadie en la sala de espera, se dirigió a un cuarto contiguo y tampoco halló nada, así como tampoco en el baño, ni en los patios delantero y trasero, regresó a la planta alta y tampoco encontró cualquier cosa extraña.

Volvió a ingresar a la bodega donde estaba el baúl, miró el desorden que había. Cajas con archivos, libros y revistas tiradas, tubos oxidados, un librero, un baúl y un gran espejo eran lo único relevante del cuarto. Se miró en este, se ajustó su blusa blanca, su saco y su falda guindas y se acicaló el cabello con su mano, sonrió a la imagen, dio media vuelta y sintió un empujón que la hizo trastabillar, asustada se volteó y quedó atónita al contemplar una mujer igual a ella, vestida igualmente y exhibiendo una sonrisa.

--¿Quién eres? --preguntó azorada Silvia.

--Soy tu parte más obscura --respondió la otra Silvia.

--¿Mi qué?

--Tu parte salvaje, todos los humanos la tienen, soy tu equilibrio, tu odio, tu egoísmo, tu desesperación, tus temores, tu me alimentas cada vez que tienes un sentimiento negativo, me haces poderosa, aunque no tanto como yo quisiera, la verdad no eres tan obscura como lo necesito.

La original Silvia Piña no sabía qué hacer o qué decir sentía que alucinaba y estaba muy nerviosa, lo único que se le ocurrió hacer fue sacar el arillo y mostrárselo a su yo salvaje. Le preguntó si reconocía el objeto o si lo quería. Su contraparte le dijo que ningún aro mítico la detendría esta vez, luego recogió un tubo y trató de golpear a la doctora, quien esquivó el golpe pero tiró la metálica circunferencia al suelo.

Se echó a correr perseguida por la otra mujer, cuando bajaba los escalones, fue derribada por su adversaria, ambas cayeron hasta la planta inferior. La original quedó en mala situación ya que tenía encima a la parte salvaje ahorcándola. Piña le asestó un puñetazo en el mentón y logró arrojarla a un lado, se incorporó pero la imagen del espejo la tomó de un tobillo y le hizo perder el equilibrio, se golpeó con la puerta al caer y cuando quiso abrir la entrada, recibió un golpe en el estómago, se dobló del dolor y quedó en cunclillas.

Luego, la segunda Silvia le propinó una patada en el rostro, aturdiéndola, la sujetó y la lanzó sobre una mesa de centro de cristal la cual se rompió en pedazos, ella "volvió a visitar la lona", sintió como su adversaria la levantó de los cabellos y fue arrojada a un sillón. Aturdida, miró alejarse a la morena, arrancar el cordón que corría unas cortinas y regresar para enlazar su cuello y ahorcarla.

--¡Déjame, ambas podemos vivir! --gritó con dificultad la doctora.

--No, no cometeré ese mismo error otra vez --respondió mientras apretaba más el lazo.

--¡Auxi..!

--¡Cállate, no podemos coexistir, cuando mueras volverás a nuestra alma y quizá un día puedas liberarte, aunque no sin el aro que destruiré!

Silvia luchaba por zafarse pero su rival se le había montado encima impidiéndole movilidad, sentía una pesadez para respirar, se ahogaba, agitaba las manos desesperada, finalmente, perdió el conocimiento no sin antes escuchar un par de disparos.

Despertó minutos después tosiendo copiosamente en la bodega, trató de levantarse pero una voz masculina le ordenó que se sentara sobre el baúl. Piña obedeció y reconoció a Rodolfo González apuntándole con un revólver.

--¿No estabas muerto? --cuestionó la mujer de mediana altura.

--No. ¿Cómo estas?, tanto tiempo sin verte --contestó el hombre albino.

--¿Qué rayos quieres?

--El arillo, es tiempo de usarlo --dijo el tipo mientras lo encontraba tirado para luego recogerlo.

--¿Qué clase de locura es esta?

--¡Es real, es cósmica! --exclamó Rodolfo.

--¿Cósmica?

--Sí, esta cosita viene de muy, muy lejos, quién sabe de dónde, tiene como cien años, cuenta una historia que lo encontraron en Tunguska, Rusia cerca de donde cayó un asteroide. Y se supone que fue hallado por un grupo opositor al zar Romanov, ellos descubrieron su poder el cual ya viste tú.

--¿Hace duplicados de las personas?

--No exactamente, materializa una parte del alma, la esencia más oculta. Sólo que ha sido utilizada tantas veces que ha empezado a cobrar conciencia propia, quiere un alma, quiere existir.

La psicóloga no daba crédito a lo que escuchaba aunque lo había visto con sus propios ojos. Agachó su cabeza y metió su rostro entre sus manos. Tenía dolor en todo el cuerpo por los golpes que había recibido. Sin embargo le intrigaba saber más del dorado objeto.

--¿Cómo lo conseguiste?

--En un viaje a Moscú hace diez años conocí a un colega ruso que me contó la leyenda en una plática de cantina. Me relató que durante los tiempos del último zar misteriosamente sus principales funcionarios lo traicionaron, había quien juró que se trataba de una maldición ya que había rumores de fantasmas y hasta visiones de que existían dos personas idénticas entre la corte del monarca y en el grupo opositor. Hay quien dice que uno de esos individuos era el propio Rasputín y que él conocía el poder del aro pero antes de que pudiera comprenderlo en su totalidad fue asesinado. Luego el objeto fue encontrado por los revolucionarios y guardado como una joya más del botín de la guerra civil.

--¿Pero cómo cayó en tus manos?

--Mi amigo me dijo que conocía al dueño del artículo; me propuso robarlo esa noche. Estaba tan borracho que accedí aunque no tanto por el aro sino por las ricas posesiones del tipo. Fuimos a su casa, lo asesinamos y mientras buscábamos el botín el otro yo del sujeto eliminó a mi colega y luego yo acabé con él. Me di cuenta que era cierto y lo robé. Aquél sujeto era miembro del Kremlin y beneficiado por el sistema, fue jefe de mi compañero y le contó otra historia en la que el propio Stalin descubrió la joya, le gustó y la conservó, el día anterior a su muerte se supone que el "clon" apareció y se desvaneció de inmediato, como si no tuviera esencia para subsistir, tal vez porque el dictador no poseía alma.

Rodolfo hacía girar entre sus dedos el arillo y se sentó en el suelo, siempre le había agradado que alguien lo escuchara y tenía toda la atención de Silvia.

--Días después del robo, agentes de la KGB quisieron matarme pero escape a Polonia de donde te mandé el sobre, luego me capturaron, me torturaron y me llevaron a una cárcel siberiana. Al caer el socialismo me olvidaron y ya que no tengo familia ni amigos pasé otros siete años hasta que me soltaron. Sólo tú sabías de mi existencia y tampoco me hiciste caso.

--¿Y ahora?

--Es mi turno de usar el poder.

--¿Y yo?

--Morirás.

Tiró al suelo a Piña y luego le echó encima el librero que estaba en la bodega sobre sus piernas, ella sintió un gran dolor por el peso del mueble. González roció con gasolina el lugar y a la doctora. Terminó su labor y cuando se disponía a encender un cerillo ante la mirada impávida de Silvia, del espejo emergió otra figura masculina abriendo fuego con su revólver, impactó al albino y lo mató. La morena mujer identificó al "clon" de Rodolfo. Este sólo se limitó a observarla, se acercó al cuerpo inerte de su original, buscó el aro entre las ropas del tipo, lo encontró y se encaminó hacia la psicóloga.

Levantó el librero para liberarla, volvió a mirarla y sólo dijo "Esto ya ha causado muchos daños". Se acercó al espejo lo atravesó y desapareció, ahora sólo se reflejaba la imagen tendida y sin vida del ingeniero aeronáutico.

--¡Eso es más increíble que lo mío! --expresó irónica Claudia.

--Pero es cierto.

--¿Por qué volvió al espejo?

--Quizá porque se trataba de la parte obscura de Rodolfo, era lo bueno que nunca pudo llegar a ser.

La zoóloga miró pensativa a la psicóloga, ambas sonrieron, ninguna podía concebir la historia de la otra pero sentían un reconfortamiento después de que sacaron a flote sus extraños recuerdos. Bernal se despidió de ella, Silvia le dijo que cuando quisiera la llamara. Se abrazaron con un sentimiento de comunión.

 

Daniel Flores Chávez

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