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No conciliaba el sueño, los últimos y extraños eventos la tenían intranquila. Se levantó de su cama y fue a la cocina a prepararse un café, ya que la bebida, usual para mantenerse despierto, a ella la adormecía. Además los sucesos anteriores desencadenaron viejos recuerdos de cinco años atrás cuando aún estudiaba su carrera universitaria.

La muchedumbre asistente a la Biblioteca México parecía confundir e irritar a la estudiante de zoología, Claudia Bernal, quien no podía concentrarse en su lectura, el sudor provocado por el intenso calor encerrado en la sala de ciencias le bañaba y pegaba el pantalón de mezclilla y la blusa escotada de tiras que vestía a su figura casi perfecta.

Muchachos de distintas edades se daban cita todos los días en el recinto para investigar sus tareas escolares en los libros guardados a través de 20 años. Sus risas, bromas y alharaca eran desesperantes para la joven que batallaba por comprender su texto sobre biología.

La veinteañera mujer cerró el escrito para luego guardarlo en su portafolio. La mirada de un chico alto se posó en aquel tomo y fue hacia la mesa regada de libros en donde estaba sentada Claudia.

--Buenas tardes, ¿me podría indicar donde consiguió la edición que guardó?

--Es viejísimo, me lo regaló un profesor que tuve en la universidad --respondió la muchacha de tez clara y cabello lacio negro.

--¿Podría vendérmelo? --inquirió el muchacho vestido de traje café.

--No, es muy valioso para mí.

El tipo de cabello raso enfurecido al escuchar la respuesta, se fue lanzándole una mirada retadora mientras desaparecía entre la multitud cargando algo entre sus brazos. La aspirante a doctora reía para sí. Al terminar de guardar sus pertenencias accidentalmente tiró su portafolio. Mientras recogía sus útiles descubrió que su vieja edición no estaba. Molesta se preguntaba si aquel joven fue tan hábil como para haberse llevado el libro sin que lo notara.

Levantándose rápidamente y mirando de reojo la sala, por el fondo del extenso recinto, creyó notar que el muchacho entraba por una puerta amarilla de metal. Con empellones lograría abrirse paso entre la muchedumbre hasta alcanzar la esquina opuesta al acceso del recinto. Era la única zona que se respiraba fría y tenebrosa. Bernal quería que alguien se acercara, pero hizo a un lado sus temores y al empujar la puerta se abrió.

Bajando con sigilo unos escalones, ella sólo escuchaba los tacones de sus botas negras al avanzar. Mientras recorría un largo pasillo se topó con otro acceso, al empujarlo con más fuerza pudo ingresar a un nuevo sitio. Era una pequeña bodega con artículos de limpieza, sin querer, al derribar una escoba un pasadizo se abrió ante sus ojos cafés. Quería dar marcha atrás pero al intentar volver la puerta estaba cerrada. Luego, al escuchar un grito de júbilo, espontáneamente, fue a descubrir de donde provenía.

Caminó por otro corredor sin luz, hasta arribar a un gran ventanal donde observó unos maniquíes sentados frente a un televisor. Los dos muñecos portaban unos lentes de plástico para ver imágenes en tercera dimensión, los cuales, recordaba la muchacha, habían sido comercializados por Televisa para que la gente pudiera observar anuncios y programas en 3-D. Aquél día se realizaría la primera transmisión.

En la pantalla del monitor apareció el inicio de uno de los mensajes, para sorpresa de la chica, cincuenta segundos después, las cabezas de los maniquíes comenzaron a humear y luego explotaron. La atractiva pasante horrorizada corrió de regreso a la biblioteca, esta vez todas las puertas estaban abiertas, hizo una pausa para tomar un respiro y decidió hablarle a la policía. Al caminar a través de la sala de ciencias, fuera de sí, tuvo varios choques con diferentes personas, trastabillándose para seguir su alocado avance, recogió su portafolio que había dejado en la mesa donde estaba y aún sin recapitular la experiencia, cruzaba el inmenso patio del edificio mirando si nadie la seguía, cuando pasó por los retenes de seguridad las alarmas sonaron y la joven sentía más angustia.

La guardia de seguridad le pidió que mostrara el contenido de su portafolio. Ella lo hizo tratando de no levantar sospechas. Sin embargo, durante la revisión encontraron un libro perteneciente a la biblioteca. La estudiante debido al ajetreo no comprendía como se introdujo aquel ejemplar por error. La vigilante le ordenó a que se dirigieran a su oficina, y aunque Bernal ofrecía disculpas tuvo que acatar la decisión.

Entraron a un cuartito donde la oficial le pidió a Claudia que se sentara mientras llamaba a su supervisor. La muchacha quería decirle lo que vio pero dudaba en hacerlo. Al levantarse y dirigirse a una ventana creyó mirar al joven que le había robado el libro. Antes de que lograra hacer algo, un pañuelo con cloroformo le tapaba la nariz y la boca mientras una mano lo oprimía, quiso zafarse, pero la policía seguía presionando con más y más intensidad, finalmente Bernal fue vencida cayendo inconsciente.

Anocheció en la ciudad, las puertas de la Biblioteca México habían cerrado y Claudia Bernal despertó para encontrarse sujeta con las manos a la espalda y sus tobillos también atrapados por cinta canela. Quería pedir auxilio pero otro trozo la amordazaba. Temerosa ni siquiera sabía él porque de todo el asunto. Alguien abrió la puerta de la oficina de súbito. Eran la mujer de vigilancia y el muchacho, este le dijo a su acompañante que liberara las piernas de la universitaria. Con una navaja cortó las ataduras, incorporando a la chica con fuerza la obligaron a ponerse en movimiento.

--¡Todo por tu maldito libro!, parece que no podías irte sin reclamar --gruñó el joven de cabello raso mientras atavesaban el recinto rumbo a la sala científica. Con violencia le quitó la mordaza y le dijo que no se atreviera a gritar.

--¿Qué les pasa a ustedes? --reclamó Claudia.

--Decidí que sea parte del experimento.--¿De qué hablas?

--Creo que ya lo sabes.

Hicieron todo el recorrido de vuelta al pasillo oculto, ingresaron a un salón donde había decenas de monitores apilados en hileras formando una pirámide que llegaba hasta el techo, todos estaban encendidos en el canal cinco de Televisa. A un par de metros había una sillón de barbería fija al piso, varios cables tendidos a los lados de este cruzaban toda la sala y salían por un ducto de ventilación en una de las paredes y por la entrada del extraño lugar.

--¿Qué es todo esto? --cuestionó la chica nerviosa.

--Siempre quise un voluntario, una ratita asustada, verás a unos metros de la biblioteca se encuentra Televisa, pues bien, lo que casi nadie conoce es que hay un túnel subterráneo que conecta ambos lugares. Casualmente llegan a los controles de su señal generadora de transmisión de donde me conecté para filtrar mis imágenes al aire.

--¡Qué locura es esta, cuáles imágenes!

--Como sabrás hoy lanzarán la campaña de tercera dimensión a las nueve de la noche, en sólo quince minutos, la cual llegará a millones de personas. Para esto, deben usar los lentes especiales que yo les fabriqué a bajo costo, de tal modo que los distribuyeron gratis. Cincuenta segundos después de que generen la señal, esta se mezclará con la grabación que reproduciré desde mi salón de control, la cual básicamente es estática pero con un mensaje subliminal.

--¿Mensaje subliminal?

--Sí, son millones de partículas de información obtenidas de películas o filmaciones reales de violencia condensadas a través de un moderno hechizo tecnológico. ¡Basta de palabrerías, átala a la silla!

La oficial lanzó a Claudia la silla de barbería, para que no fuera a levantarse, rodeó con más cinta su cuerpo al mueble, ataron otra vez sus tobillos mientras le colocaban unos lentes y una máscara transparente para cubrirle la cabeza y no pudiera quitarse los anteojos al agitarse. No podía hablar y se asfixiaba.

--¡Esta es una nueva era, la tecnología para dominar, armas químicas, manipulación de la energía y ahora mi aportación, hechicería científica, el mito y el método juntos, y apenas empezamos, hay otros como yo! --gritó alocadamente el sujeto antes de salir con la vigilante del lugar.

Claudia se zangoloteó en el sillón, no podía zafarse, y tanto esfuerzo le impedía respirar, se ahogaba. Repentinamente observó un cable extendido cerca del asiento hasta un contacto eléctrico a un costado de la pirámide de televisores. Tal vez si lo desconectaba lograría apagar algo, espero que así sucediera.

Con esfuerzo, pudo sacar sus pies de los botines mientras los deslizaba por entre la cinta, a punto de liberarse, el anuncio hizo su aparición en la pantalla provocando en ella un gran miedo. Estiró su pierna derecha al máximo para alcanzar el cable. Habían pasado veinticinco segundos a partir del inicio del mensaje. Repentinamente, y aunque cerró los ojos, sentía como si millones de clavos entraran a su cerebro.

Ya no quedaba más aire para respirar, sentía que su esfuerzo era inútil, pensaba en la muerte cuando al fin su pie alcanzó a tirar del cable desconectándolo. Los monitores se apagaron de inmediato y la cinta que sujetaba sus manos se había roto por el esfuerzo intenso provocado al tratar de escapar del dolor. Se quitó de inmediato la máscara y los lentes, aunque tosía copiosamente, se calzó sus botas y se fue de ahí. Al cruzar por enfrente de la enorme ventana miró al tipo y a la mujer con las cabezas reventadas, prefería no mirar la escena mientras buscaba un teléfono para llamar a las autoridades. Pensaba que mucha gente había corrido el mismo destino que sus captores. Después de caminar varias cuadras fue descubriendo que la vida en la ciudad seguía igual, al entrar en una cantina buscando ayuda se desvaneció.

 

Despertó en una cama de un hospital, su madre estaba con ella. Al tratar de levantarse su progenitora se lo impedía.

--¿Qué pasó, casi me matas del susto!

--No sé... los lentes... la gente... ¿qué pasó? --Claudia volvió a dormir.

Bernal seguía bebiendo su café, recordaba que nunca le contó a nadie lo ocurrido dejando que se creyera que la habían asaltado y golpeado en la cabeza. Nunca supo la verdad de los misteriosos hechos, pero si que el hechizo no se llevó a cabo. Sin embargo aún su memoria estaba impregnada la sensación de dolor que le produjo el comercial, aunque ahora dudaba si es que fue eso o la presión que tuvo al creer que moriría. Pero las imágenes de los cadáveres descabezados circundaban sus recuerdos y sobre todo las palabras del muchacho: "La tecnología para dominar, y apenas estamos empezando, hay otros como yo". El sueño la venció quedándose dormida recostada sobre la mesa.

Daniel Flores Chávez

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