EL SECRETO DE LA ISLA CRISTALIS Angélico viajaba con la vela desplegada. Su tela blanca, ondeaba en lo mas alto del mástil y el barco surcaba las cálidas aguas a toda velocidad. Angelico miró al frente, una asombrosa vista lo alumbraba. Entre la inmensidad del océano se situaba una pequeña isla en el horizonte. Angélico aceleró aun más la marcha. Se puso loco de contento y dando saltos de alegría, se encaramó al mástil llegando incluso hasta el punto mas alto. Desplegó su brazo, dejó que el viento le acariciara y dando gritos de exaltación anunció la llegada a aquella isla paradisiaca. --¡Hemos llegado! -¡Zafiro, saluda a nuestro nuevo descubrimiento! El pequeño mono subió por el mástil hasta situarse en su hombro, y parecía contagiarse de la alegría de su dueño. Por fin pisaron tierra. El barco quedó bien anclado y Angélico y su fiel compañero desembarcaron en aquella isla misteriosa. --¡Ya verás Zafiro!, ¡seguro que está llena de sorpresas! Bajaron a la playa. Caminaban juntos inspeccionando el terreno por la orilla. Las aguas azules y cristalinas mojaban sus pies en cada ola, y no se veían mas pisadas que las que ellos dejaban. --Tal vez sea una isla desierta --murmuró. Las cosas se prometían muy felices. Y después de una meticulosa observación, se adentraron en la isla, que gozaba de una exuberante vegetación. Angelico sacó un pequeño cuchillo para cortar ramas, aunque no era lo suficientemente grande para abrirles el paso. Lo utilizó para cortar un pequeño ramillete de hiervas que se llevó a la boca para mascar. Le dio una a Zafiro. Angelico caminaba por aquel paisaje paradisiaco que se espesaba aun mas por momentos. El pequeño sendero por el que avanzaban se estrechaba cada vez mas y llegó a un árbol situado en medio que obstruía totalmente el paso. Solo quedaba un pequeño hueco por el cabía Zafiro y sin el mayor reparo se introdujo por el. --¡Vuelve aquí, Zafiro! --le gritaba. Zafiro no apareció. Tras una breve espera y numerosos gritos de atención, decidió subirse al árbol e ir él mismo en busca de su amigo. A duras penas lo sorteó, tenía muchas ramas y logró finalmente traspasarlo a costa de unos cuantos rasguños. Cuando bajó de nuevo al suelo, el paisaje había cambiado por completo. Los verdes y frondosos árboles se habían convertido en esqueléticos y negros troncos sin hojas, la extraordinaria frondosidad de la hierva había pasado a tomar un color mas amarillo y homogéneo. El apetecible sendero se había convertido de repente en un camino lúgubre de tierra y piedras. A ambos lados la visión se había tapado como al otro lado del árbol. Pero en vez de altas y espigadas plantas, ahora no eran mas que ramas espinosas de color oscuro. Avanzaba con mucha lentitud. La débil brisa era ahora un viento helado que azotaba la marcha de Angelico. Frotándose los brazos avanzaba. Poco a poco el camino se ensanchaba y parecía que aquel paisaje aterrador era la nota predominante. A lo lejos, montañas. Tan altas y puntiagudas que ningún caminante podría llegar jamas a tocar su cima. Caminaba lentamente. El frío hacia que Angélico se frotara los brazos, mientras no paraba de llamar a Zafiro una y otra vez. Por fin se paró. El terreno ahora se elevaba haciendo un pequeño montículo y pudo divisar las primeras señales de civilización. Una vieja y deteriorada verja lo rodeaba todo. No le alcanzaba la vista hasta ver donde acababa por sus laterales. Hecho un vistazo, llamaba a Zafiro, pero cuanto más alto gritaba el viento azotaba y silbaba con más fuerza sin dejar oír, y sus palabras se perdían en el vacío, casi imperceptibles. De forma que decidió entrar. Asombrosamente aquellas terroríficas puertas de metal enrejadas se abrieron automáticamente, como por arte de magia, y a Angélico le recorrió de nuevo un escalofrío por su espalda. Según avanzaba el suelo se iba haciendo más pesado, --¡Zafiro!, ¡Dónde te has metido! ¡Regresa aquí se una vez! El viento que azotaba con rigor, se había convertido ahora en espesa niebla, pero que no se disipaba a pesar de la corriente de aire. --¡Zafiro maldita sea, vuelve aquí de una vez! El suelo por el que andaba sé embarraba por momentos y dificultaba la andadura de Angélico. --!Zafiro, si me estás escuchando, regresa de una vez! Un rancio olor invadía ahora el ambiente, y de pronto una visión que le detuvo, al menos por un momento. De frente suyo, se encontraba una enorme lápida, como si de un cementerio se tratase. Angélico no tuvomas remedio que bordearla mientras seguía clamando el nombre de Zafiro. Las piernas cada vez le pesaban mas al andar por aquellos terrenos farragosos, y de pronto notó como del propio suelo se elevaba un ataúd. Le dio un sobresalto, se apartó como pudo de aquella imagen y de pronto otro emergió a su derecha.. Aceleró la marcha, andaba todo lo rápido que podía mientras a su paso se elevaban ataúdes de todas formas y tamaños. Salían de la tierra farragosa y Angélico no tuvo más remedio que echar a correr. A medida que corría los ataúdes surgían de lo mas profundo y se situaban en posición vertical. La terrible imagen le impulsaba a seguir corriendo aunque cada vez estaba el terreno más embarrado. Casi no podía con sus pies. Los ataúdes salían de todos lados y casi en las propias narices de Angélico, el cual no podía hacer otra cosa que esquivarlos. El suelo se ponía húmedo cada vez mas, casi pantanoso. De pronto las maderas casi podridas de uno de los ataúdes se abrieron, y la tapa se tornó de modo inexplicable. Veía ahora como salían a cada paso que daba los esqueletos de sus lápidas, mientras sus piernas apenas podían moverse ya entre aquellas aguas pantanosas. Notó como algo frío y aterrador le cogió la pierna. Tiró con fuerza y descubrió como había desmembrado a uno de los esqueletos. Estos eran ahora los que abrían con furia los ataúdes. El agua pantanosa, de barro y lodo le llegaba ahora mas allá de la cintura, y se encontró de repente con cabezas huesudas flotando a su alrededor, mientras él gritaba de espanto y se los quitaba lo mas rápidamente que podía. Decenas de cráneos aparentemente inertes flotaban ahora a su alrededor mientras el nivel del agua seguía subiendo. Notaba como le agarraban de brazos y piernas. Intentaban sujetarle y hacerle caer, se movían lentamente hacia su posición y Angélico parecía estar en una situación desesperada. De pronto miró al frente. El agua pantanosa acababa ya y encima de la orilla había una lápida enorme que parecía tener una inscripción. El agua le llegaba ahora por el cuello y gastó sus últimos esfuerzos en acercarse a aquella inscripción. A duras penas avanzó unos metros, tenía a varios esqueletos tirando de él, y uno de ellos le tiraba del pelo. Sentía que iba a ser el final. No podría aguantar por mucho más tiempo pero intentaba leer la inscripción tallada en la piedra de la enorme lápida. Logró mirar un momento pero los esqueletos lograron meterle la cabeza en el agua, salió con fuerza de un salto y ahora trató de descifrar el mensaje. Notó que estaba escrito en una lengua extraña a la suya, por lo que no pudo leerlo. De nuevo le hundieron la cabeza en el agua, los números esqueletos se agolpaban en mayor número por momentos para lograr que se lo tragara el pantano, y mientras el luchaba por mantener la cabeza fuera, montones de manos trataban de hundirle. Con gran esfuerzo logro sacar los ojos por un momento, y levantar la mirada. No le sirvió para salir y tomar aire, pero entonces logró entender una de las frases escrita en la lápida. Ponía; "In memorium Angélico Costa". ¡Su nombre¡. La lapida parecía pertenecerle a él, y todavía estaba vivo. Esto hizo a Angélico reunir de nuevo sus últimas fuerzas. Tenía el cuerpo completamente hundido ya y decenas de brazos sobre él, empujando. Pero los esqueletos no poseían mucha fuerza, todavía seguía luchando por sobrevivir el solo contra decenas de ellos que tiraban hacia dentro. No eran poderosos pero quizá se habían agolpado demasiados. De todas formas lo intentaría una vez más. Apretó los dientes, tensionó todos los músculos de su cuerpo y con un brusco movimiento logró de nuevo salir. Empujó con sus brazos y piernas y logró saltar entre todos aquellos. Tocó por un momento el borde sobresaliente de la orilla, encima tenía la lápida y logró encaramarse hasta el borde de la orilla. Puso ahora las manos sobre la cima de la lápida, y con una asombrosa flexión fue saliendo poco a poco del agua pantanosa. Subío a salvo. Estaba subido en la lápida al pie del pantano y vio como aquellos brazos seguían señalando a su dirección, que se movían con movimientos lentos y torpes. Una manada de cabezas flotaba en torno suyo y observó como poco a poco se iban hundiendo y perdiéndose de nuevo en las entrañas del pantano. Angélico levanto la vista. La niebla no se había disipado del todo, pero pudo fijarse ahora detenidamente en aquella extraña lápida. Lo leyó con asombro y descubrió la lengua en que estaba escrito. No entendía muy bien lo que decía pero sin duda estaba escrito en latín. Al pie del mensaje, se escribía: En memoria de Angelico Costa Vortimer. No era su nombre el que estaba escrito. Él se llamaba Angélico Costa Trevinton, pero le pareció una sorprendente coincidencia que le hizo recapacitar. Él se había criado sin padre, el cual había muerto en batalla, al poco tiempo de nacer él. Su abuelo tampoco podía ser, sabía perfectamente sus apellidos, y... Vortimer... Pensó ahora en su bisabuelo. No lograba recordar su nombre completo, a decir verdad creo que nunca lo supo. No era una idea demasiado retorcida, al fin y al cabo aquella isla no estaba tan lejos de su casa y tal vez en aquellos tiempos lejanos. Lo cierto es que se sintió sorprendido. Estaba descansando al pie de ella mientras hacía todas estas reflexiones hasta que llegó el momento de volver de nuevo la vista al frente. Estaba totalmente empapado, pero después de lo que acababa de ocurrir tal vez un poco curado de espanto. Jadeaba del cansancio. El pantanoso lago se veía ahora completamente desierto y sintió que la única salida que le quedaba era seguir su camino hacia delante. No podría jamás andar el camino de regreso después de lo que acababa de sufrir. No le quedaba otra cosa que seguir adentrándose por aquel siniestro paraje. Reanudó la marcha. La inscripción de la cripta supuesta de algún familiar suyo escribía algo como un título honorífico. Pronto se arrepintió de haber partido de su casa por su cuenta, pero no podía haber creído lo cara que le estaba costando su fuga de su tierra natal. Caminó, ahora por un sendero. Todo el suelo parecía estar rociado con arena y lodo lo que le daba un aspecto tétrico, pero al menos seguía siendo estable. Caminó dándose cuenta que se había internado de lleno en un frondoso bosque. Un bosque como aquellos de las leyendas que nunca se creyó, que se decían tenebrosos y llenos de criaturas extrañas. Aunque pronto descubrió que al menos algunos seres vivían allí. A juzgar por la choza que acababa de divisar parecía algo rústica pero, de seres urbanizados. Tal vez era demasiado grande para tratarse de humanos como él, y se adentró con sumo cuidado imaginándose en tamaño que deberían tener aquellos seres. La casa estaba vacía. Un salón en la planta baja y unas escaleras de madera al fondo. Todo parecía bastante rudimentario. El olor de comida recién hecha le llevó a echar un vistazo. Una caldera a fuego lento sin vigilancia. Se paró a pensar si debería tomar un poco o no, pero pensó que más tarde cuando la necesidad mas le obligara tal vez podía estar ocupada la choza por lo que se adelantó y tomó un par de grandes cucharadas. El caldo estaba bastante malo y no quiso pararse a pensar con que podía estar hecho. Removió un poco para comprobar que no hubiera un hueso de esqueleto o algo parecido. Subió a las habitaciones. La casa estaba hecha de piedra y madera y las camas y el interior de las habitaciones estaba bastante ordenado. Oyó un ruido. Decidió salir por la ventana para ganar tiempo y se encaramó a una rama cercana. Allí observó. Los seres que habitaban la casa eran una especie de elfos de leyenda aunque más grandes y corpulentos. Hablaban en una lengua incomprensible para Angélico, pero que parecía tener un parecido con las lenguas romances. Uno de ellos, el que podía ver desde la habitación, hecho mano de un puñado de polvos centelleantes que habían en un saco que había pasado inadvertido para Angélico y los echó al aire con una risotada. De pronto, dibujaron una estela en el aire y todos los muebles que habían sido rociados por ellos comenzaron a volar, moviéndose en todas las direcciones, al compás de la música que parecía marcar aquel joven elfo. Ante ese asombroso espectáculo y viendo que no podía sacar nada en claro, bajo del árbol. Caminó un largo trecho, y desde allí, pudo divisar con claridad aquellas empinadas montañas. Se Veía situado a lo alto un enorme castillo, al cual Angélico decidió subir. Camino larga y duramente, pero el camino parecía no acabar nunca. Y así era, cuanto más andaba mas se alejaba la visión de la fortaleza. Ni siquiera optando por correr, adelantó nada, por lo que finalmente dejó por imposible aquel sendero encantado. Pensó en buscar ayuda en los elfos, ya que con sus poderes tal vez podrían ayudarle de algún modo y se dirigió hacia su casa. Se encaramó de nuevo al árbol y se coló en la habitación del joven elfo. Este se volvió. Los juegos de magia habían acabado ya y le miró de un modo extraño. Angélico quiso ser amigable con el, intento ser gracioso y comunicarse. Intentó explicar su situación hablando en latín, el cual no hablaba muy bien pues lo descifraba con dificultad, y no era capaz de hablarlo con soltura. El elfo parecía entenderle por momentos, pero no medió palabra, hasta que la puerta se abrió. Entró lo que parecía ser un elfo más mayor y fornido. Parecía ser el padre de la criatura y antes de que pudiera asomar la cabeza, Angélico ya había desaparecido por la ventana. Habló con el pequeño y le apagó la luz de la vela, como despidiéndose hasta el dia siguiente, pero acto seguido el joven elfo se asomó a la ventana. Y allí encontró a Angelico. Le dijo con un gesto que lo siguiera. El joven obedeció y bajaron hasta el suelo. Una vez allí, cerca del arrollo, Angelico volvió a intentar explicarse. El elfo parecía estar intrigado con él, y no parecía tenerle temor, no era de extrañar, pues sus poderes mágicos mas bien hacían temer Angélico. Habló en latín, explicó su largo recorrido en barca y su andadura por el cementerio, le habló de la enorme lápida y le dijo su nombre. Al oírlo el elfo pareció escandalizarse. --Si, yo tambien soy así, ese es también mi nombre. A estas palabras, el joven elfo hecho mano de su bolsillo y cogió un puñado de polvos brillantes. --Espera un momento, que vas a hacer, somos amigos no es así. El joven arrugó la cara, levantó lentamente una ceja y tras un momento de meditación se los arrojó directamente a Angelico. --¡Por poco! Consiguió esquivarlos, pero no del todo, miró al suelo y miró como la hierba se consumía. Luego miró a su brazo. --!Demonios! Su hombro afectado había desaparecido. Lo tocó con insistencia, y parecía seguir ahí, simplemente un extraño efecto de invisibilidad. El elfo se echó a reír. Dijo unas palabras entre risas que Angélico no pudo entender muy bien, pero parecía haberle perdido totalmente el respeto. Pareció decir: Así que eres un humano. En cualquier caso aquellos polvos no habían hecho en él, un efecto destructivo, solo ahora parecía tener un brazo separado de su cuerpo. El elfo siguió riéndose y las luces se habían encendido en la casa. El elfo parecía querer ser seguido con sigilo. Estaban solos y la luz de la luna alumbraba la tierra pálida ahora. El elfo dirigió una serie de preguntas. Angélico solo pudo traducir palabras sueltas por lo que se limitó a escribir su nombre en la arena, con ayuda de una rama. El elfo lo miró con atención y hablaba lentamente señalando al castillo de las montañas. Angélico asintió, le pidió que le llevara hacia allí, o que le explicara qué debería hacer. El joven elfo se preparó para contar una larga historia. Habló durante largo tiempo sobre épocas pasadas, la historia de la convivencias con otras razas, batallas, etc. y habló de un tal Angélico Costa Voltimer. Él debía ser el gobernador de todo, el que se encargaba de la convivencia de todos los pueblos en la región y de eliminar las diferencias entre las razas. Hablo de gigantes, ogros, humanos y elfos. Habló de realeza. En pocas palabras, estaba explicando a Angelico su importancia allí en esa isla y el papel que sus ancestros habían desempeñado. Estaba trantandole de explicar que el era el sucesor de un rey. Y que debía comunicarse su llegada, señalando al castillo. Pidió que le contase algo mas sobre esas cruentas batallas que señaló. Comenzó hablando de la debilidad de los humanos, la magia de los elfos, y la crueldad de los ogros. En definitiva, parecían haberse puesto de acuerdo entre todos en que los humanos reinaran esas tierras, que no eran mas poderosos que los elfos y demás, pues tenían muchos problemas para elaborar su magia, y no se podían comparar físicamente con los ogros. Se estableció entonces que fuera un humano quien velara y regulara la convivencia. Pensaban así los elfos de aquellos tiempos, que así no surgirían las envidias de los ogros por el poder, y dejarían que una raza débil y que un hombre sabio de ella gobernara, aunque de probado valor y coraje. Les entregarían así las llaves del templo, los secretos de los antiguos Neijus, raza ya desaparecida con poderes magicos increibles y les dejarían que dispusieran de la fortaleza y la defendieran con su ejército para poner fin de esta forma, a las continua guerras, entre las razas que poblaban la isla. Otra cosa que Angélico conprendió, fue que la isla estaba encantada. Era muy pequeña en apariencia pero enorme cuando se exploraba por dentro, quizás así para mantenerla en el anonimato. También le explicó el origen de la revuelta, la rebelión del mago Meltrom y por que suscitó las iras de los cadáveres enterrados, antiguos guerreros que tal vez culpaban a su antepasado de todos los males. Su presencia aquí, provocó todo esto, y ahora era tiempo de volverlo a poner en su sitio, con la subida al trono de Angélico. No sería tarea fácil, la historia de Meltrom era escalofriante. Había sido un humano con vocación de brujo que logró rescatar los libros de los poderosos Neijus, extinguidos ya, y en contra de todo lo que se suponían de la débil magia que los humanos podían llegar a desarrollar, con ayuda de esos conjuros secretos, elaboró una magia poderosa, y desterró a su antepasado Angélico y a sus sucesores. Era hora de acabar con su tiranía. Rivers |