NOCTURNAL
El cuarto estaba bien iluminado: un foco de poderosos 100 vatios caía del techo y descubría cada objeto y mueble en el interior; los objetos y muebles de una recámara común. Era tarde y por la ventana acosaba la presión incoercible de la obscuridad, que, añoraba callada y obsesivamente, adueñarse de la luminisencia del pequeño cuarto rebelde. «Ahuuum...» bostezó quien miraba la tele... El sueño le consumía; era la hora de dormir y no de ver insulsas películas de hombres lobo. Palpó el brazo derecho del sillón vencido: «¿Y el pinche control?», dijo el rictus de su rostro. Rastreó con la vista y lo halló sobre el mismísimo televisor. Se puso de pie en medio de un lamento --o maldición-- y caminó
resignado, casi sin levantar los pies, hacia el frente del aparato. Tomó el emisor de infrarrojos --aunque ya estaba encarado contra el televisor--, y aplastó el botón con la etiqueta "PODER". El artificio crea-imágenes obedeció durmiendo hasta nuevo aviso. Ahora dormiría él. Caminó hasta el interruptor del foco con la mano alzada y dispuesta para dar el clic. Clic... «Oh oh» chilló después de su hazaña. La opacidad absoluta estaba ahora dentro y aniquilado había, hasta al fotón más tierno sin la más tenue brizna de mortificación. La negritud había penetrado hasta el mismo foco, y habíale matado el filamento, y habíale estallado el cristal. El hombre escuchó claramente el «plop» y la dulce armonía de los nimios al tocar el mosaico invisible. Las siluetas, más negras que las penumbras mismas, dibujaron a seres mortales; percibió una presencia a su lado que aproximaba su hocico peligroso, maligno, al rosa desvalido de su cuello desnudo; agazapó el cuerpo violentamente y aspó el vacío con torpes golpes. Dirigió su mirada a donde debía estar su cama: se metería cuanto antes en ella, siempre le protegía de los demonios nocturnos; sus sensuales sábanas seguro serían de micro-láminas durísimas de acero, y las cobijas y la colcha de fibras de carbono o de algún material repugnante, pués, acorazado bajo ellas, los entes malditos ya no intentaban ofenderle... y podía dormir tranquilo. Corrió a la cama desaforado, zigzageó para evadir fauces y uñas como navajas, manoteó con sus torpes golpes para desviar picos y garras, y presintió que una decena de centímetros frente a él estaría su refugio. Palpó con la siniestra: efectivamente, ahí estaba su mullido colchón y su cálido recubrimiento. Desesperado aferró con ambas manos la sábana, las colchas y el
cobertor en conjunto; jaló recio para refugiarse debajo. ¡Se le escaparon de la manos! Mamá tenía la insana costumbre de meter muy bien las telas colgantes bajo el colchón... ¡y ahora él estaba a punto de fenecer debido a estúpidos prejuicios estéticos! Afianzó de nuevo los textiles y respiró profundo, el jalón tendría que ser exacto, justo, ni muy suave para no descubrir el colchón, ni demasiado fuerte para hacer volar los escudos. Los estiró un poco para tantear la potencia... Predijo al animal irreal erigirse sobre él. Una turbulencia en el estómago, y otra en el corazón, le anunciaron que podría ser demasiado tarde. Tiró aún así de las telas... ¡Bellamente preciso! ¡De película! Los textiles se alzaron solo un metro, él se arrojó bajo ellas y el ser infame cayó sobre y se deshizo en medio de gritos miserables. El sonrió en una expresión siniestra... De nuevo había vencido. No podía negar que siempre le annegaba el horror, pero algo muy dentro de sí le tranquilizaba, anticipaba su victoria. Tantas noches de lo mismo. Un momento... ¡la cama se mueve! El la siente húmeda y espesa. Su cuerpo se agobia de un calor
intenso y claustrofóbico. Suda, se retuerce. En sus pies desvestidos, en su cara, en cualquier región desnuda, siente aquella masa como una lengua revestida de delgadas vellocidades de tacto crespo. ¡Repugnante!
Le carcome un deseo incontenible de gritar su desesperación; pero no, no quiere asustar a su familia, ni a los vecinos... Además, su cama jamás lo traicionaría. Siente leves punzadas, agudas, terriblemente dolorosas... Grita y solo escupe un chillido. Su cuerpo se disuelve.
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