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El centro de E.P.A. de Tolosa exhibe con orgullo el nombre de una escritora de la localidad: "Cecilia G. de Guilarte".

 

 

 

Cecilia G. de Guilarte.

Nacida en Tolosa en 1915, desde época muy temprana se despertó en ella su vocación literaria. Antes de la Guerra Civil de España (1936- 1939) ya había publicado artículos periodísticos y tres novelas cortas. Durante la guerra se convirtió en una de las primeras corresponsales de guerra y, al acabar ésta, le tocó sufrir el exilio, primero a Francia y luego a Méjico. En Méjico publica "Camino del corazón", "El milagro de la vida", "La soledad y sus ríos", "La trampa", "Nació en España", "Sor Juana Inés de la Cruz" y colabora en emisoras de radio, revistas y periódicos. Asimismo, impartió clases en la Universidad de Sonora. En 1964 regresa a Tolosa, donde vivió hasta su muerte en 1989. Durante estos últimos años, escribe para un diario artículos y crónicas, y consigue el Premio Águilas de Novela con "Cualquiera que os dé muerte". La editorial Saturrarán, con la ayuda económica del Ayuntamiento de Tolosa, ha editado recientemente dos libros con trabajos de Cecilia: "Trilogía Dramática" y "Un barco cargado de...". El primero recoge tres obras de teatro y el segundo algunos artículos periodísticos. El correo electrónico de la editorial es saturraran@euskalnet.net.

 

 

 

 

CECILIA G. DE GUILARTE

 

Tolosako alaba ospetsua izan arren, tolosar askorentzat ezezaguna egiten da Cecilia G. De Guilarte. 1915ean jaio zen eta herrian bertan egin zituen lehen ikasketak. 19 urte zituenerako garbi erakutsi zuen idazteko zeukan gaitasuna, hainbat liburu eta artikulu idatzi baitzituen.

21 urte zituela gerrate zibila hasi zen . Bere senargaia, Amós Ruiz Girón, Agirre lehendakariak izendatutako komandante zela eta, gerra korrespontsal bezala aritu zen Iparreko frontetan, Bilboko eta Bartzelonako egunkari batzurentzat. Baina gerra amaitu zenean, beste galtzaile askok bezala erbesterako bidea hartu behar izan zuen, lehenbizi Frantziara eta gero Mexikora.

Ceciliak 23 urte egin zituen Mexikoko hainbat lekutan. Urte zailak izan arren ez zen geldi egoteko emakumea izan: oso ondo integratu zen hango giroan, baina ez zuen ahaztu bere euskal izatea. Bere lanik aipagarriena idazle bezala egin zuena izan zen: dozena bat liburu eta artikulu ugari hango eta hemengo aldizkari eta egunkaritan ("Guernica", "Tierra Vasca", "Eusko Deya", "La Voz de España"...). Aipatzekoa da baita ere Sonorako Unibertsitatean irakasle bezala egindako lana.

Cecilia 1964an itzuli zen Tolosara , eta 1989an hil zen arte, lanean jarraitu zuen artikuluak eta liburuen iruzkinak egiten. 

Tolosako emakume ospetsua izanik , "Garaia" emakume taldeak HH-EPA zentruarentzako proposatu zuen Ceciliaren izena eta hala onartu zuen udaletxeak. Helduen Hezkuntzako ikasle eta irakasleontzako eredu bikaina delakoan gaude.

Saturraran argitaletxeak 2001. urtean, eta Tolosako Udaletxearen laguntzaz, Ceciliaren bi liburu atera ditu: "Trilogía Dramática", hiru antzeslan biltzen dituena eta "Un barco cargado de..." zenbait egunkaritan argitaratutako artikuluekin. Argitaletxe honen posta elektronikoa: saturraran@euskalnet.net

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Hona hemen berak idatzitako ipuin bat:

A continuación, uno de los cuentos que ella escribió:

 

 

 

S u p e r v i v e n c i a

Un indio pápago había traído a la hacienda a Papaguito, vendiéndolo por unos pocos pesos. Era un caballito flaco, alazán y de poca alzada, pero muy alegre y retozón. Entró confianzudo y cordial en el potrero; pero ante la hostilidad desdeñosa del garañón y la indiferencia de las yeguas se fue a un rincón a divertirse solo y a su manera. En aquella comunidad de aristócratas bien alimentados, Papaguito adquirió pronto un hermoso color dorado y cierta elegante manera de levantar la cabeza. Parecía hallarse allí satisfecho, pero una mañana no apareció en el potrero.

-¡Sacan las mañas del indio, patrón!- dijo el caballerango.

Por lo que había costado no valía la pena de correr tras él en la inmensa sabana del desierto sonorense. Pero mi hija le había tomado cariño y ante su desolada expresión decidimos correr al rescate de Papaguito.

Fueron tres horas largas envueltos en espesas nubes de polvo, sin más vegetación que aislados paloverdes, pitahayas y sahuaros. De no sé qué grietas invisibles, el infierno dejaba escapar ardientes bocanadas. Ya cerca del poblado, el repique de una campanita que nos llegó por el suelo reverdeció nuestra esperanza de un descanso a la sombra.

De la iglesia sale un rumor sin compás, de rezos y cantos. Y allá nos precipitamos, irremediablemente atraídos por la fresca penumbra, seguidos por las moscas que zumban y zumban. Poco a poco, la sombra compacta se desintegra y personaliza. En el centro de la reducida pieza hay un muerto tendido en un petate. Y en torno, los vecinos rezan y cantan a intervalos.

Sin sacerdote y seguida en la lengua indígena de la que se desprenden algunos "tata Diosito" "Santa María" y "la Teresita", la ceremonia resultaría grotesca. El muerto contribuye a darle solemnidad. Yo me voy olvidando de las moscas que impunemente pasean por mi cara, por seguir los movimientos del indio viejo que parece encomendar el muerto a una borrosa litografía. Me cuesta creer que se llamase Teresita el muerto pero es apenas lo que logro entender.

Una mujer se acerca también, cubierta con un velo negro, y pone en el suelo un cestillo del que saca el indio primero unas tortillas de maíz y después una botella de tequila Orendain. Se la muestra a la imagen y luego la pone junto a las tortillas junto al cadáver de Teresita. Y aquí parece dar fin la ceremonia, porque unos hombres enrollan el petate con el muerto, las tortillas y el aguardiente y se lo cargan al hombro. Estallan en ese momento los primeros cohetes y las tripas de unos viejos violines se arrancan con el "Gavilán pollero". Mientras el cortejo se forma me acerco al altar y apenas puedo reconocer la imagen de Santa Teresita. Es a ella, sin duda, a la que con campechana familiaridad llaman los indios "la Teresita".

Los cohetes atruenan el espacio y al "Gavilán pollero" ha sucedido el "Juan Charrasqueado". Y de pronto, el cortejo se arranca con un galope desesperado. Nunca los hubiéramos alcanzado si ellos no se detienen. Llegamos apenas con tiempo para otra extraña ceremonia:

Frente a una colmena, a la salida del pueblo, el indio que hablara antes con "la Teresita" se dirige ahora a las abejas. Aquí es donde comienza mi verdadero asombro: Al señalar al muerto, el indio ha pronunciado claramente su nombre: Juan Beldarrain.

Es inútil seguirlos. Reemprendida la veloz carrera, se pierden a lo lejos, camino del cementerio. Lentamente regresamos al pueblo y nos metemos en la primera casa que hallamos abierta. Una vieja inverosímilmente arrugada nos ofrece un banco y nos habla sin cesar aunque debe darse cuenta de que no le entendemos. Un perro encanjado y lleno de costras viene a frotar su cabeza en mis piernas. Ante mi instintivo gesto de repugnancia, la mujer trata de alejarlo con grandes gritos sin color entre los que de pronto me golpea vivamente la palabra "beltza". Y lo curioso, lo verdaderamente curioso es que el perro es efectivamente negro.

Con ademanes casi desesperados trato de conseguir que repita la palabra. Me acerco al perro y se lo señalo interrogadoramente. No me responde lo que espero. Insisto y entonces ella repite despaciosamente la palabra, añadiéndole claramente : "beltza".

Ya no me cabe la menor duda. Ella ha dicho perro beltza como podía haber dicho hombre José. Se enreda la madeja de mis deducciones. Las ideas se me encabritan y topetean. Recuerdo vagamente que en nuestro folklore vasco hay algo parecido a este comunicar a las abejas la muerte del dueño de casa.

Entretanto, las gentes del cortejo han regresado. Sus gritos agudos taladran mis pensamientos y me distraen. Nos vamos en busca de Papaguito y arreglado el asunto con unos pesos más, nos invitan a la fiesta en casa de "la doliente". Aquello es algo más que la choza que podíamos esperar. Hay varias sillas en la estancia y una mesa larga. En la pared, cuadros de santos, calendarios y, casi en trance, puedo admirar un viejo grabado que reproduce Bilbao, allá por los comienzos del ochocientos.

Interpretando mal mi asombro "la doliente" viene a excusarse por las huellas innúmeras que las moscas han dejado en el vidrio. Y ya las cosas se suceden rápidamente. Ha llamado a una chiquilla esmirriada Maitea y, después de pronunciar entre otras indígenas la palabra "garbi", la chiquilla se pone a frotar desesperadamente a Bilbao con la punta de su rebozo. Y es inútil preguntar, porque nadie me entendería. Tal vez tampoco me lo podrían explicar.

Ya para salir se nos agrega el comerciante, único enlace entre la población y los blancos. Alcanzamos al caballerango que cabalga sobre Papaguito y lo dejamos atrás. Corre ahora un aire fresco y el ruido del motor invita al sueño. Pero yo no puedo. Beltza, Beldarrain y la Maitea hacendosa me persiguen. Mi esposo, al volante, tiene que hacer esfuerzos para no ceder. Y busca la charla del pápago, que como un rey en su trono ocupa todo el asiento trasero.

-¿Por qué os lleváis tan de prisa al muertito?

-Pos pa que no li alcancen los malos, jefe...

Y de su charla deshilada voy sacando que el aguardiente y las tortillas serán su alimento en el largo viaje. Los cohetes ahuyentan los malos espíritus y los aturden con la música.

- ¿Y a las abejas qué les dicen?

-Pos que ya se jué el viejo y que orita queda el joven -dice-. Es la vieja costumbre que dejó dicha el tata Beldarrain.

-A ver, cuéntame eso...-No tiene ganas de contestarme y finge un bostezo. Yo insisto:- ¿Eso que enterrasteis es el tata Beldarrain?

-¡Ese es el nieto de sus nietos! -dice desdeñosamente. Y ahora finge un ronquido. No hablará. No hablará más aunque lo maten. También es posible que sepa ya menos que yo.

Yo sé que por aquí ha pasado un vasco.

Hace unos meses una amiga me escribía desde Euskadi, lamentándose de la desvasquización de nuestro pueblo. Confieso que me contagió su amargura y su pesimismo. Pero hoy, de pronto, he sentido que nadie podrá nada ahora, como no pudieron antes, como no podrán jamás.

Por este poblado de indios pápagos perdido en el desierto pasó un vasco. Un solo vasco. Y hoy, los nietos de sus nietos siguen siendo Beldarrain clara y hermosamente pronunciado. Y su lengua se adorna con la lengua de la vieja lengua de Euskalerria. Ha pasado un vasco por aquí, y cuando están enterrando a los nietos de sus nietos el impacto de su huella es tan hondo y fresco, tan vigoroso, que bastan unos instantes para que otro vasco lo sienta como un aldabonazo en el corazón.

Y si un vasco, un solo vasco hizo este milagro, ¿quién podrá contra el fervososo deseo de vivir de todo un pueblo? Habrían de dar vuelta a nuestros viejos montes, hundir sus orgullosos picachos en las profundidades y aún así, las raíces de lo vasco, de cara al cielo, darían hermosas flores de nacionalidad.

 

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