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El Tarot consta de 78 cartas simbólicas divididas en 3 grandes grupos: el primero es el de los 22 Arcanos Mayores y constituye una introducción a todo el libro. Aprenderemos a jugar con estas cartas, e iremos dando sus significados una a una. Los otros dos grupos son llamados Arcanos Menores, uno compuesto de 40 figuras numeradas de 1 a 10 en 4 colores o palos, y el otro de 16 cartas, llamadas de la Corte, divididas en 4 jerarquías: Rey, Reina, Caballero y Paje, en cuatro colores. Si con los 10 primeros números puede numerarse todo lo numerable, por grande o pequeño que esto sea, con las 22 letras del alfabeto hebreo puede nombrarse todo lo nombrable, pues ellas constituyen un código, una clave, presente en todos los nombres, o sea en la totalidad de los seres y las cosas del universo, que, como sabemos, están nombrados y numerados (tal nuestra unidad genético-biológica individualizada). Nosotros por medio de los 22 Arcanos Mayores del Tarot iremos dando una serie de pautas psicológicas y filosóficas que permitan ir desentrañando la maraña de este sistema: un modelo del universo en pequeño, y por lo tanto la entraña y la cosmología de nuestro ser. Bástenos ahora nombrar simplemente las cartas que corresponden a estos Arcanos Mayores, y dar sus numeraciones, dejando para más adelante las correspondencias y significaciones mágico-teúrgicas con que están vinculadas.
Puede ser que usted haya obtenido ya su juego de cartas, su Tarot. Pero puede no haber tenido esa suerte. Trate de vincularse con alguna librería especializada, e insista en procurárselo. Si no tuviese fortuna, le sugerimos calque usted mismo los dibujos de los Arcanos Mayores –que constituyen la mejor introducción al juego completo– que aquí se publican, y los pegue sobre una cartulina. Este rústico Tarot, será sin embargo su primer vehículo en el mundo que él simboliza. Memorice los nombres de las cartas y obsérvelas con suma atención tratando de percibir todos los detalles para establecer una buena correspondencia con su instrumento mágico de trabajo. Se ha de señalar que la carta denominada "El Loco" y que es el antecedente directo del "Joker" o comodín de la baraja habitual, no tiene número, asignándosele muchas veces el cero; esta carta puede colocarse antes de la número uno, "El Mago" o después de la XXI, "El Mundo". Por otra parte, en los Tarots de Marsella más antiguos, la lámina número trece designada como "La Muerte" no presenta nombre como las otras. Daremos ahora algunas indicaciones generales para el uso del oráculo y su comprensión. La primera, como ya se ha dicho, es observar atentamente las láminas, grabándolas en la mente, y ver así qué van evocando en nosotros esos símbolos, y con qué los podemos relacionar, esforzándonos en vincularlos con hechos y circunstancias importantes o significativos en nuestras vidas, o en las vidas de los que conocemos; o sea, traer estas imágenes a nuestra cotidianidad y tratar de vivenciarlas en nuestro interior de acuerdo a los elementos y contenidos mentales que poseemos. Otra es la de observar el debido respeto que se ha de prestar a todo oráculo. Entre las condiciones que se requieren para consultar el Tarot se encuentra, antes que nada, la de una honestidad sin prejuicios. Dejar que el oráculo nos hable, y no tratar de imponer nuestra voluntad, forzándolo a seguir interpretaciones previas. Hay también un error posible en el que debe hacerse hincapié: el de consultar el oráculo y comprender sus respuestas sólo en un sentido estrictamente literal (cuando sabemos que la lectura de cualquier texto sagrado incluye tres o cuatro niveles) o sujeta a medidas estrictas de tiempo cronológico, generalmente corto. El Tarot contesta en profundidad, y su "tiempo" no está sujeto a medidas estrictamente estadísticas. Más bien es el conjunto de las imágenes que nos transmite, y aquéllas que oscuramente se van haciendo en lo más hondo de nosotros, lo que otorga su valor "práctico" a este Libro Sagrado, que a veces actúa de un modo tan paradojal como indirecto. Su "efectividad" no radica tanto en sus manifestaciones vinculadas con nuestros deseos más inmediatos, sino con aquéllos más lejanos, que están latentes en lo ignoto de nuestro ser. El Tarot no se equivoca. Somos nosotros los que aún no hemos terminado de comprenderlo, o descifrarlo. Ese acercamiento paulatino a su esencia, configura un viaje apasionado de relacionessimbólicas. Una de las formas de acercarnos a él, es a través de los colores que lo iluminan, que siguen la simbólica del color, válida, en términos generales, para toda la Tradición Hermética. Estos son siete:
Queremos también insistir en que cada ocasión que se consulte al oráculo debe constituir un pequeño rito. Prenda usted una vela o un palillo de incienso, y comience a jugar con las cartas tratando de no tener ocupada su mente con pensamiento alguno. Déjese usted ir libremente haciendo que sus energías se transmitan a los naipes. Cuando esté relajado, dé comienzo a la ceremonia preguntando cuestiones importantes y con seriedad. Elimine el escepticismo y lo preconcebido de sus imágenes. No haga varias veces la misma pregunta, ni trate de probar al Tarot. Hay circunstancias en que la negativa de contestar del oráculo es de por sí una respuesta. Agregaremos que hacer la pregunta es toda una ciencia, casi lo más delicado de la operación. Cábala La Cábala enseña, como ya hemos señalado, que las energías recorren el Arbol de la Vida desde la unidad, Kether, signada por el número uno, hasta la manifestación formal y sustancial, el mundo y la materia tal cual los conocemos y los perciben los sentidos. Este flujo de energías, o vibraciones, casi imperceptibles, son llamadas emanaciones, y conforman cualquier manifestación, así fuere éste o aquél el género, el tipo o la dimensión en que ella se exprese. Las energías de las sefiroth –todas ellas invisibles, menos Malkhuth, síntesis y recipiente de todo el árbol– realizan un camino descendente sucesivo desde la unidad (1) Kether, hasta la década, la Tierra, o el Mundo, Malkhuth, que es un reflejo invertido de Kether (10=1+0=1). Las demás sefiroth, o numeraciones, son tomadas como intermediarias entre la inmanifestación y la manifestación. Y se las considera como los distintos aspectos, o atributos, de una sola y misma energía. Como las formas que tomara un hilo de agua al bajar de la montaña (manantial, arroyo, remanso, cascada, afluente, río, etc.) hasta llegar al mar. En Alquimia, las sefiroth número 1, Kether, la Corona, y número dos, Hokhmah, la Sabiduría, no tienen correspondencias metálicas. Binah, la Inteligencia, es asociada al plomo, así como Hesed, la Misericordia, al estaño; la número cinco, Gueburah, Rigor, llamada igualmente Din, Juicio, se vincula al hierro, así como la número seis, Tifereth, Belleza, al oro, y la número siete, Netsah, Victoria, al cobre. Finalmente las números ocho, nueve y diez, Hod, Yesod y Malkhuth, la Gloria, el Fundamento y el Reino, se identifican con el mercurio, la plata y la materia primera de la Obra. Ejercicio
práctico Por otra parte, las energías de todos aquéllos que han trabajado o meditado en este símbolo (sabios y grandes Iniciados) se hallan depositadas en él. Y se trata, nada menos, que de su vivificación. Agregaremos que los símbolos metafísicos son de por sí terapéuticos, aunque no hayan sido diseñados con este propósito, y su efecto es derivado de su función principal. Los números
y las figuras geométricas Si veíamos el doble aspecto exotérico y esotérico en el simbolismo general, éste se expresa, en el caso de los números, como lo cuantitativo y lo cualitativo, pues ellos no sólo se refieren a cantidades, sino también a cualidades del Ser Universal, que es armónico y numérico en todos sus niveles, tanto en el macrocosmos, como en la naturaleza y en el hombre, pues, según el Evangelio cristiano, "hasta el último de tus cabellos está contado". Los números, como medidas o ritmos, no han sido inventados por el hombre, como a veces se cree, sino que ellos se hallan presentes y hasta visibles en toda manifestación, gracias a lo cual son revelados al ser humano. Los símbolos numéricos están íntimamente ligados a las estructuras y a las figuras geométricas, tanto planas como tridimensionales, las que los expresan también a su manera, pues hay una identidad entre los símbolos aritméticos y los geométricos. Ellos, como todo símbolo (y como la vida misma), no son sólo lógicos, sino que fundamentalmente son mágicos, y de ese modo actúan, al conectarnos con energías invisibles que en su interior se ocultan, permitiéndonos múltiples lecturas de la realidad, y la comprensión de niveles jerarquizados de la conciencia. Los números naturales se suceden unos a otros de forma espontánea, y al llegar al denario vuelven a reciclarse en su propio código, capaz de progredir indefinidamente. Un número es pasivo con respecto al que le antecede y activo con referencia al que le sigue. Así, el número 2 es pasivo con respecto a la unidad y activo referido al 3. Igualmente, el 3 es pasivo con el 2 y activo con el 4. Al llegar al denario, retornan a la unidad (10=1+0=1). Los números admiten una división fundamental entre pares e impares. Recordemos que la Numerología es la Ciencia de las "Proporciones". Las tres operaciones fundamentales de la aritmética son suma (o resta), multiplicación (o división) y la potencia de los números expresada por su propia reproducción. Astrología Tarot a) Por un lado, suelen colocarse los Arcanos Mayores en cada una de las esferas. Sin restar validez a otras posibles formas de ubicar estas láminas proponemos aquí la que nos parece más clara y precisa: la carta 1, El Mago, se coloca en la esfera 1, Kether, y así sucesivamente la lámina 2, la Sacerdotisa, en la esfera 2, Hokhmah; hasta la carta 10, la Rueda de la Fortuna, que se ubica en la esfera 10, Malkhuth, o sea que las primeras 10 cartas coinciden exactamente en su número con las 10 sefiroth y recorren un camino descendente por el Arbol. Las numeradas 11 a 20 emprenderán su recorrido inverso y ascendente de este modo: la número 11, La Fuerza, se coloca también en Malkhuth, esfera número 10; la número 12, El Colgado, en la esfera número 9, Yesod; la 13, La Muerte, en la octava sefirah, Hod, y así sucesivamente hasta la carta 20, El Juicio, que se ubicará en la esfera número 1, Kether. Obsérvese que los dos arcanos correspondientes a cada sefirah suman siempre 21 (ej.: 11+10=21, 13+8=21, 17+4=21, 20+1=21). Finalmente, la carta 21, El Mundo, y la sin número, El Loco, se colocan por encima de Kether en la región denominada Ain, principio y fin de toda posibilidad. b) Los cuarenta arcanos menores se sitúan por su orden numérico en las esferas del Arbol haciéndose con ellos cuatro árboles completos, uno por cada palo de la baraja; las cartas del 1 al 10 de bastos (tréboles) constituirán un árbol entero en el mundo de Atsiluth; las 10 láminas de espadas (picas), otro en el mundo de Beriyah; las 10 de copas (corazones) en el de Yetsirah, y las 10 de oros (diamantes) en el de Asiyah. Estos cuatro palos se identifican también, por su orden, con los elementos alquímicos (fuego, aire, agua, tierra). c) Las
llamadas Cartas de la Corte se suelen identificar también con los
cuatro palos del juego y con los elementos y mundos ya mencionados; es
decir: el Rey con el elemento fuego y el plano de Atsiluth, la
Reina con el elemento aire y el plano de Beriyah, el Caballo
o Caballero con el elemento agua y Yetsirah, y por último
el Paje con la tierra y Asiyah. Igualmente se los asimila a los
cuatro tiempos que integran cualquier ciclo de manifestación, así estos
sean las cuatro fases del día o del mes lunar, las cuatro estaciones
del año, las cuatro etapas de la vida de un hombre, o las cuatro
edades de la humanidad.
La Iniciación Alquimia Numerología El 1 es aparentemente el más pequeño de todos los números, pero sin embargo es el más grande, pues toda la serie numérica está en él contenida de modo potencial. De esta manera, el número 10.000, por ejemplo, pareciendo 10.000 veces mayor que la unidad, es sin embargo la fragmentación de ésta en 10.000 partes. El 1 es pues, el mayor de los números y al mismo tiempo el más pequeño de todos. Es el símbolo de la Unidad metafísica –es decir, de la Deidad– que está en todo, como la unidad aritmética en la totalidad de los números. Relacionado con el punto geométrico, el 1 aritmético es también el origen y el destino de todos, pues de él vienen y a él vuelven, ya que los números indefinidos, a pesar de su ilusoria multiplicación, siempre retornan al 1 al terminar su ciclo (10 = 1 + 0 = 1). La unidad se ve reflejada a sí misma en el binario; y a partir de esta primera polarización, todo lo que se expresa en el orden sensible es sexuado en sus principios: macho y hembra, vida y muerte, luz y tinieblas, cielo y tierra, espíritu y materia. El punto se polariza, dando lugar a la línea recta. Pero para que dos cosas se opongan, tiene que haber algo de común en ambas, que es aquello que une los contrarios y los complementa. El macho y la hembra se unen en el hijo; el cielo y la tierra en el hombre; el espíritu y la materia en el alma intermediaria, etc. Es a partir de un punto de referencia central, que es posible tener idea de lo alto y de lo bajo, de lo derecho y lo izquierdo, de lo de adelante y atrás. En los 3 primeros números se sintetizan todos los demás, y ellos representan los Principios de los que emana toda la existencia. El número 3 se simboliza geométricamente con el triángulo equilátero, al que se considera la primera forma plana bidimensional, a la vez que la estructura primaria arquetípica. Y si esos 3 primeros números se consideran inmanifestados, la primera manifestación se halla en el 4, que nace como un punto central en el interior del triángulo, dando lugar a la primera figura tridimensional: el tetraedro regular, formado de 4 caras triangulares, al que se ve como el primer sólido. El 4 es la unidad que se manifiesta en la creación, según la famosa ley de la Tetraktys pitagórica, 4 = 1 + 2 + 3 + 4 = 10 = 1 + 0 = 1. Este número regula todas las leyes creacionales, signando, como hemos visto, las 4 direcciones del espacio y las 4 estaciones del tiempo, y también los 4 elementos y los 4 mundos, con las innumerables posibilidades de relaciones y desarrollos que esto nos puede permitir. En su faz estática, el 4 se simboliza geométricamente con el cuadrado, y en su aspecto dinámico con la cruz. Sin embargo estas figuras geométricas no podrían existir, si no fuera por su punto central, o quintaesencia, que es lo que las origina y donde todas sus energías se concentran. El 5 hace que todo retorne nuevamente a su origen, como después de 4 estaciones la quinta vuelve a ser la primera. Si la vida de un hombre tiene cuatro fases (infancia, juventud, madurez y vejez), el quinto punto es donde se unen el nacimiento y la muerte: el Ser de ese hombre. El aquí y el ahora donde tiempo y espacio se funden en la unidad perfecta del eterno presente. También se dice que el 5 es el número del microcosmos, por sus múltiples relaciones con el ser humano, que percibe la realidad con 5 sentidos, posee 5 dedos en cada una de sus extremidades, y cuya imagen suele inscribirse en una estrella de 5 puntas. El número 6 repite el proceso de la unidad reflejándose en el binario, pero aquí es el número 3, o triángulo, el que se espeja a sí mismo, creando al senario, lo cual puede representarse geométricamente con la conocida Estrella de David o Sello Salomónico, donde el macrocosmos y el microcosmos, o en otra lectura, el espíritu y la materia, se encuentran inseparablemente unidos, gracias a su origen central que los reúne. Desde otro punto de vista, el 6 nace del cuadrado, que llevado a la tridimensionalidad se convierte en un cubo, en el que podemos observar tres caras visibles o manifestadas, quedando siempre las otras tres invisibles, representando la inmanifestación. Esta oposición 3 a 3, a diferencia de la cruz plana, donde se oponen las energías 2 a 2, es la que produce la cruz tridimensional o volumétrica, donde el zenit y el nadir vienen a agregarse a la figura. Pero como ocurre con los números pares vistos anteriormente (el 2 y el 4), también el número 6 cobra todo su sentido cuando le es agregada la unidad. El 7 es el punto central de la Estrella, el cubo y la cruz; su origen y su síntesis. Este número es igualmente la expresión de la unidad en otro plano, pues 7 = 1 + 2 + 3 + 4 + 5 + 6 + 7 = 28 = 2 + 8 = 10 = 1 + 0 = 1. Son 7 los días de la Creación y los de la semana, relacionados a su vez con los 7 planetas y metales; 7 los Chakras de la tradición hindú; 7 los ángeles y arcángeles principales y las sefiroth de "construcción cósmica"; también las notas musicales; y en algunas tradiciones son 7 los grados de la Iniciación. Este número está en íntima relación con el simbolismo de la escala, y también con la idea de jerarquía a la que nos referiremos más en detalle. Del 8 se dice que es un número de "pasaje", pues simboliza el cambio de estado, y también la muerte iniciática (en Astrología, la casa 8ª es la de la muerte). El octógono, la doble cruz, y el doble cuadrado, son sus figuras geométricas correspondientes, y las encontramos en las pilas bautismales (que separan el mundo profano del sagrado), en las cúpulas (a través de cuyo centro se "pasa" de lo humano a lo sobrehumano, de lo cósmico a lo supracósmico), en la Rosa de los Vientos (ahora son 8 las direcciones del espacio) y en el timón de los barcos. El 9 es el número de la circunferencia, la que consta tradicionalmente de 360 grados (3 + 6 + 0 = 9), pudiendo dividírsela en dos semicircunferencias de 180 (1 + 8 + 0 = 9), 4 ángulos rectos de 90 (9 + 0 = 9), 8 semirectos de 45 (4 + 5 = 9), etc. Como ella, este número tiene la particularidad de retornar siempre a sí mismo, pues todos sus múltiplos son reductibles a 9. (Ejemplo: 4.831 x 9 = 43.479 = 4 + 3 + 4 + 7 + 9 = 27 = 2 + 7 = 9, y así cualquier múltiplo hasta el infinito). Pero como los indefinidos puntos de la circunferencia, que no pueden existir sino a partir de un punto central, del que son su reflejo aparente, todos los números naturales deben retornar a la unidad al finalizar su ciclo con el 10, que es verdaderamente el signo numérico de la rueda, pues al 9 de la circunferencia, le ha sido añadida la unidad central. Cábala A continuación ofrecemos un cuadro con las veintidós letras del alfabeto hebreo, sus nombres y valores numéricos. Cada letra de este alfabeto sagrado se corresponde con un número, como fue también el caso entre los griegos antes de la anotación arábiga. Los números eran designados en esas épocas con las letras alfabéticas correspondientes. Algunos tarotistas
han identificado las letras del alfabeto hebreo con cada una de las 22
láminas de los arcanos mayores del Tarot, lo que no deja de ser
significativo, como lo ejemplifican, entre otras, la letra Mem,
correspondiente a la lámina 13, La Muerte, y la Nun,
relacionada con la número 14, La Templanza, símbolos de
muerte y resurrección, respectivamente.
Algunos tarotistas invierten las letras correspondientes a los dos últimos arcanos, El Mundo y El Loco. Los siete
metales El caldero alquímico, el horno donde se cuecen las combustiones, es llamado en Alquimia Athanor. Es asimismo una reproducción en miniatura del macrocosmos e igualmente del microcosmos, o sea del universo y el hombre. Este Athanor está construido a niveles superpuestos. En el primero se encuentra el fuego indispensable para la Obra. El segundo y el tercero, donde se cuecen propiamente las sustancias, son verdaderamente transformadores, y a veces se los suele considerar como un solo cuerpo. En el cuarto nivel las formas y la materia se han volatizado y existen de una manera distinta y trascendente. Los gases, que ocupan la parte superior del Athanor, están vinculados con lo sutil, mientras que la sustancia de la Gran Obra se relaciona con lo denso. Este proceso de perpetuo refinamiento y reciclaje de energías es la clave de la Alquimia, la cual acostumbra trabajar con el favor del Tiempo. La transformación de la materia en un modo de realidad diferente, es el propósito del sabio alquimista. La Tradición
Hermética El Hermetismo debe su nombre a Hermes Trismegisto, el Tres Veces Grande, personaje mítico, intermediario y Mensajero de los Dioses, que con distintos nombres ha aparecido en diversos momentos históricos y lugares geográficos, siempre como educador de los hombres y transmisor de la Doctrina y la Enseñanza Tradicional. Entre los egipcios se lo llamó Thoth y fueron los griegos los que le dieron el nombre de Hermes. Los romanos lo asimilaron al planeta Mercurio; y las tradiciones judeo-cristiana y árabe lo relacionaron con diversos ángeles y profetas, como Rafael, Enoch, Elías e Idrish, y hasta con el Maestro Jesús, el que jugó también un papel de mensajero y educador. De hecho, en todas las demás tradiciones podemos encontrar mitos similares y personajes con idénticos atributos, que tomando distintos nombres han sido la manifestación de esa misma energía, espíritu o dios, al que nos estamos refiriendo. El Hermetismo se ha expresado más como una ciencia que como una religión, y de hecho podríamos decir que se trata de una Ciencia de Ciencias, al ser el origen y el principio de todas las ciencias conocidas. Hay innumerables textos sagrados que se han considerado como integrantes de estas ciencias hermético-alquímicas, comenzando por aquéllos a los que se ha dado el nombre de Corpus Hermeticum. Ya tendremos oportunidad de irnos refiriendo a ellos (ver bibliografía), y sobre todo a sus Ideas, que fundamentalmente a través de la Cábala, la Alquimia, la Numerología y la Geometría, la Astrología-Astronomía y el Tarot (también denominado Libro de Thoth), han llegado hasta hoy con toda la fuerza que tantos sabios, a través de los siglos, les fueron otorgando. Lo exotérico
y lo esotérico Lo esotérico es por lo tanto unificador y esclarecedor y sólo lograremos comprenderlo cuando estemos dispuestos a traspasar y penetrar las simples apariencias de las cosas y los símbolos, permitiendo que éstos nos revelen esas energías ocultas que ellos poseen, y que son capaces de despertar las fuerzas invisibles que todos tenemos en nuestra propia interioridad. De este modo podemos penetrar a otros espacios de nuestro ser; otras aulas y ámbitos unidos extrañamente a la memoria, que serán los pasos previos al ingreso a nuestra Iglesia Secreta, simultánea; y por lo tanto completamente atemporal. Cábala – Kether, Hokhmah y Binah constituyen su cabeza, estando estas dos últimas sefiroth vinculadas al ojo derecho y al izquierdo, respectivamente, aunque asimismo corresponden a cada uno de los hemisferios cerebrales. – A Hesed se le asigna el brazo derecho, y el izquierdo a Gueburah, mientras que el corazón, o centro del Arbol, debe atribuirse a Tifereth. – A Netsah la pierna y la cadera derecha, y a Hod las análogas del lado izquierdo, siendo Yesod la que se asimila a los genitales, quedando finalmente Malkhuth en relación con los pies. Hemos de recordar sin embargo que de acuerdo a las leyes de la analogía y la naturaleza de los símbolos, lo que es derecho desde un punto de vista puede ser izquierdo desde otro. Por lo tanto, puede también verse al Arbol de manera invertida a como se indicó, correspondiendo en ese caso a la columna del amor lo izquierdo y a la del rigor lo derecho. |