CAPITULO III 
LA ALQUIMIA DEL TAROT
Alquimia  
Toda la transmutación alquímica, ya sea material o espiritual, es producida por el fuego y se cuece en el Athanor, caldero análogo al alma humana. El aspirante a alquimista ha de tener presente que en todo su trabajo ese fuego interno sea continuo y constante. Que no se encienda tanto, que por su causa arda y se pierda nuestro ánimo, ni que tampoco disminuya al grado de apagarse. En el mantenimiento de ese fuego y en el control natural de su potencia, radican los principios básicos de la Alquimia. Sin embargo, para poder equilibrar esas energías, es imprescindible conocerlas, sin negarlas ni darlas por supuestas. Poco sabe el hombre ordinario de lo más elemental del conocimiento de otras realidades y de sí mismo. Toma sus fobias y manías, o sea su personalidad, como su identidad, sin ver que ha extraído estos condicionamientos del medio, de modo imitativo y carente de significado y trascendencia. La doctrina tradicional, constituye una guía y un camino por donde puede encauzarse nuestra pasión por saber y nuestro amor por el Conocimiento. La mente "personalizada" no puede consigo misma. Por lo que más nos valdría reconocer nuestra ignorancia, que la mayor parte de las veces no es sino apego a descripciones ajenas de la realidad, por intermedio de las cuales inconscientemente hemos tratado de organizar nuestra existencia. La doctrina tradicional es por eso una garantía, en el sentido de que facilita y concentra el mantenimiento y la graduación de ese fuego interno por medio de la comprensión y el aprendizaje. La Alquimia reconoce cuatro elementos básicos, o principios de la "materia", los que combinados alternativamente entre sí producen la sustancia del universo.

Estos elementos son:

 
Cábala  
Para todas las tradiciones siempre han existido dioses, o energías intermediarias entre el Ser Supremo y sus expresiones fenoménicas. En las grandes tradiciones monoteístas actualmente vivas (judaísmo, cristianismo, islamismo), esas funciones son cumplidas por nombres divinos, arcángeles y ángeles. Ellos designan atributos o estados del Ser Universal, y son las sefiroth propiamente dichas.

El Arbol Sefirotico se halla dividido en cuatro planos, o mundos, que en la tridimensión son cuatro niveles o jerarquías, en las que se encuentran estructuradas todas las cosas. Estas jerarquías se escalonan de lo más alto a lo más bajo (del 1 al 10) y van de lo más sutil a lo más denso. De lo invisible a lo grosero. De las causas más profundas y secretas a los fenómenos perceptibles por los sentidos. Este despliegue de energías (de la inmanifestación a la manifestación) constituye la doctrina de las emanaciones de la Cábala, y describe el proceso cosmológico; conforma un modelo del Universo. Y como el macrocosmos (mundo) y el microcosmos (hombre) son análogos, estas sefiroth se corresponden con estados físicos, psíquicos y espirituales del ser humano, que puede conocerlos y vivirlos en su interior.

Nota  
Olam Ha Atsiluth, cuya traducción significa Mundo de las Emanaciones, es el plano más alto y está constituido por las sefiroth Kether (1), Hokhmah (2) y Binah (3), que configuran la triunidad de principios ontológicos anteriores a la solidificación de todas las cosas. De esta tríada emanan las energías más sutiles, que en orden sucesivo numeral (1, 2, 3) van a dar a la sefirah número 4, como primera manifestación de esos principios en el plano de los arquetipos. Olam Ha Beriyah constituye el Mundo de la Creación. Está compuesto por las sefiroth Hesed (4), Gueburah (5) y Tifereth (6). Allí se producen las primeras formas, que se manifiestan sutilmente en el nivel posterior. Olam Ha Yetsirah o Mundo de las Formaciones, está constituido por las sefiroth Netsah (7), Hod (8) y Yesod (9). Su irradiación termina en Olam Ha Asiyah o Plano de la Concreción Material, perceptible por los sentidos, que está integrado únicamente por Malkhuth (10). Esta es la esfera de donde debemos partir en nuestros trabajos ascendentes. En realidad constituye la única sefirah visible de todo el Arbol, estando compuestas las demás de energías sutiles, pero verdaderamente existentes.

Alquimia  
Tres son los Principios básicos en los que se funda toda la Alquimia. Y es con la interacción y conjugación de estos Principios (que se encuentran en todas las cosas), con los que el aprendiz de alquimista cuenta, a fin de realizar su tarea de transmutación. Estos Principios son
 

El Azufre es activo (+). El Mercurio es pasivo (–). Y la Sal, que liga los dos Principios anteriores, tiene una energía que se puede calificar de neutra (N). Está claro que estos Principios son energías presentes en el plan del mundo y del hombre. Y también que ellos no deben tomarse exclusivamente de forma literal y material, en el sentido de que éstos constituyen elementos físicos del mundo sustancial, sino como las instancias productoras y activas de toda la materia. Sin embargo, ellos se encuentran también explícitos en la naturaleza, y los símbolos con los que se los describe no son en absoluto arbitrarios ni casuales. Ejemplo: el color plateado del Mercurio, asimilado también a la luna y la receptividad, y su movilidad y ductibilidad, asociada al principio femenino, etc. Para la Alquimia, entonces, todo lo creado, ya sea lo manifestado en forma concreta, o lo inmanifestado a los sentidos ordinarios (no lo Inmanifestado que por definición es no engendrado), está compuesto de estos tres Principios, de cuya interacción y conjugación nacen todas las cosas.

Debemos recordar que el Athanor es el horno, caldero o cocina alquímica, donde se cuecen estos Principios continuamente, y los elementos minerales que de ellos derivan, los cuales llevan dentro de sí esta división tripartita. El mundo entero es un Athanor donde constantemente se separan, se juntan y se resuelven, el Azufre, el Mercurio y la Sal. Del mismo modo, en el interior de todo ser humano, y especialmente en su psique, ánima o alma, es donde estas energías se oponen, se contradicen y se unen, provocando una perenne dialéctica de desequilibrios y equilibrios constantes, los que conforman en su última y más alta instancia, la armonía universal. Ya que el perpetuo desequilibrio de las partes, es al mismo tiempo la posibilidad del orden del conjunto. Esta dinámica es una dialéctica en la que los opuestos no se excluyen, sino que tienden a volver a reunirse, por necesidad. El hombre profano no conoce esta armonía, pues ignora esta ley y tiende a separar, dividir y destruir, aun sin advertirlo, motivo por el cual su mundo es ajeno y está invertido con respecto a la sabiduría que brinda de forma permanente el libro abierto de la naturaleza.

Los niveles del horno alquímico o Athanor, equiparados a niveles o estados de conciencia del ser humano se corresponden con los planos del Arbol de la Vida. Atsiluth es equiparado al espíritu o Espíritu Universal; Beriyah y Yetsirah al alma o alma universal subdividida a su vez en psiquismo superior e inferior, mientras que Asiyah se identifica con el cuerpo. Debemos señalar que las operaciones del alquimista están invertidas con respecto a la manifestación universal, ya que ellas van de lo más grosero a lo sutil, mientras que los efluvios divinos recorren el Arbol de lo sutil a lo grosero.

La Tríada
Lo dicho más arriba, referido a la Alquimia, puede representarse, en verdad, por la figura de un triángulo equilátero. Ya sabemos que el símbolo, y la idea que éste refleja, puede ser expresado por una figura geométrica, un número, un ritmo o un gesto. El triángulo equilátero sintetiza esta realidad de los principios universales, y su figura –y las especulaciones indefinidas a que da lugar– puede mostrar, de una sola vez, las energías y las potencialidades de la Idea, transmitiéndonos así, en forma cabal, su conocimiento y las innumerables sugerencias a que da lugar.

Pueden transponerse ahora a este triángulo, los conceptos de Creación, Conservación y Destrucción (o mejor, Transformación), presentes en toda cosmogonía tradicional, y que constituyen la conocida Trimûrti de la tradición hindú, manifestada por los dioses Brahmâ, Vishnu y Shiva.

Pero no solamente de una única y exclusiva manera se representan los conceptos que los símbolos expresan, sino que pueden figurarse de distinto modo, permaneciendo la Idea invariable, de la cual ellos son un soporte para su meditación. Tomaremos otra tríada que el símbolo de la rueda expresa: espíritu, alma y cuerpo. En este caso el espíritu corresponde al centro, el alma a la recta que une centro y periferia, y a esta última el cuerpo.

Lo mismo es válido para la tríada de cielo, hombre y tierra, e igualmente es claro que el punto central del círculo corresponde a Kether, la periferia a Malkhuth y dentro de esos dos polos se alinean las demás sefiroth, o sea el resto del Arbol cabalístico.

Cábala
Las primeras tres sefiroth, que forman el Mundo de las Emanaciones (Olam ha Atsiluth) son llamadas Kether, Hokhmah y Binah, que significan "Corona", "Sabiduría" e "Inteligencia", como ya dijimos. Aunque se manifiestan como tres cifras o numeraciones (expresadas, respectivamente con los números 1, 2 y 3), la Cábala nos advierte desde el inicio que se trata de una sola energía que constituye lo que es llamado la "Triunidad de los Principios", el Rey del que emana toda la Creación, tanto los seres visibles como los invisibles. Hokhmah es el Padre, Binah la Madre y Kether su Unidad. Expresan un gran misterio, y aunque conforman tres en apariencia (desde el punto de vista de los seres manifestados), realmente son uno solo en su esencia, pues se hallan fundidos en la Unidad del Ser, a la que se refieren.

Hokhmah es el sujeto activo (+) del Conocimiento; Binah el objeto pasivo (–); y Kether el Conocimiento mismo. Pero en su realidad indivisible, es el mismo Ser el que conoce, el que es conocido y el propio Conocimiento. No debemos pretender comprender este misterio insondable, pero sí podemos, en nuestra meditación, intentar elevar el pensamiento y el alma hacia esas esferas, y comenzar a experimentar en nuestro interior, mágicamente, aunque sea en forma refleja, las energías secretas que percibiremos como una presencia de la realidad metafísica, oculta en nosotros mismos, la cual nos trasciende, pero a su vez nos envuelve.

Por arriba de Kether, aún se halla Ain, cuya traducción es "Nada" en el sentido de No Ser: la verdadera idea de lo supracósmico y lo suprahumano. Kether es nuestro antepasado mítico y podemos visualizarlo como el Anciano de los Días, el Gran Abuelo. Hokhmah, el Padre de Padres o Sol de Soles, es la eterna Sabiduría cuyas chispas fecundan perennemente a Binah, la Madre de Madres o Madre Mayor, la que recibiendo la fuerza de Hokhmahque la penetra–, la refleja con su Inteligencia discriminando los seres y dando forma a toda la Creación, aún no manifestada.

Réstanos mencionar que esta Triunidad a la que nos hemos referido, es llamada en términos filosóficos la de los Principios Ontológicos del Ser, y su materia y estudio constituyen la Ontología.

Ya hemos dicho que el segundo plano, en el Arbol de la Vida, es llamado por la Cábala Olam Ha Beriyah, que significa "Mundo de la Creación", y está constituido por tres esferas (números 4, 5 y 6) que forman un triángulo con el vértice hacia abajo, invertido con respecto al primer plano de Atsiluth o "Mundo de las Emanaciones". La N° 4 es llamada Hesed (Gracia, Amor, Misericordia); la N° 5 Gueburah (Rigor) y también Din (Juicio); y la N° 6 Tifereth (Belleza o Esplendor). En este mundo, o plano, constituido por estas tres últimas Sefiroth, residen espíritus sutiles, o Arcángeles, que son los Arquetipos de toda la Creación. Las ideas puras a cuyas leyes obedecen todos los seres manifestados, de las que estos últimos no son sino sus reflejos ilusorios y pasajeros.

Hesed y Gueburah emanan simultáneamente, siendo el primero el Creador y Constructor, y el segundo el Discriminador y Destructor. Hesed es una energía expansiva, de la que brota a borbotones la Gracia ilimitada, produciendo constantemente nuevas criaturas, a las que inunda con su Amor y Misericordia. Pero para que pueda haber equilibrio en la Creación, precisa la acción también constante de Gueburah, que se encarga de negar todo lo que no es la Unidad, permitiendo por su poder destructivo que todos los seres retornen nuevamente a ella, de la que provienen y a la que habrán de volver indefectiblemente. Hesed es el Demiurgo, que puede ser visualizado como un Rey o Emperador sentado en su trono, en tiempo de paz, ordenando y permitiendo la construcción de su imperio o reinado. Es padre bondadoso y generoso que se encarga de legislar, afirmar y dar, mientras no se manifiesta como un ser terrible.

Gueburah en cambio puede ser observado como un rey montado en su carro de guerra, portando las armas que son sus atributos. Es también un hierofante o iniciador en los misterios, guardián y transmisor de la Tradición y la doctrina, que con el profundo rigor que lo caracteriza destruye la mentira y enseña la verdad.

Sin embargo, dice la Cábala que Hesed y Gueburah son uno solo, y no podrían existir el uno sin el otro, siendo la esfera N° 6, Tifereth, la Belleza Divina, la que se encarga de neutralizarlos y unirlos, constituyendo el Centro de Centros o Corazón del Arbol, que se encarga de ligar tanto lo derecho y lo izquierdo como lo de arriba y abajo. En Tifereth se entrelazan todos los colores y se interrelacionan todas las sefiroth. Se puede ver a esta esfera como un niño que nace, como un Rey esplendoroso, o como un dios o héroe que se sacrifica; y asimismo como un puente, o como una puerta estrecha que separa el mundo inferior del superior.

El Símbolo de la Rueda
La rueda o el círculo (la esfera en la tridimensionalidad) es la figura geométrica más perfecta, y sin duda el símbolo más universal, pues se lo encuentra repetidamente, tanto en la naturaleza, como en las expresiones culturales de todos los pueblos. Constituido por un punto central y la circunferencia a que da lugar, nos brinda innumerables posibilidades de comprensión e interpretación a las que nos iremos refiriendo poco a poco 
  
El punto geométrico es la expresión de la unidad aritmética y ambos simbolizan a la Unidad metafísica, la deidad inmanifestada o Gran Espíritu del que todos los seres provienen y al que todos finalmente retornan, en virtud de ese doble movimiento de expansión y contracción –solve et coagula en Alquimia–, el primero centrífugo y el segundo centrípeto, que también la aspiración y la expiración respiratoria y la diástole y sístole cardíaca expresan.

El punto simboliza pues lo inmanifestado –lo más pequeño, lo más sutil y poderoso– y la circunferencia la manifestación. Esta última no podría existir si no fuera por aquél, que le da vida y sentido, y realmente cada uno de los puntos de la circunferencia es sólo un reflejo del punto central, como todos los seres son la representación de ese Espíritu único que reside en el interior de cada cual. Por otra parte el punto de la rueda es inmóvil y la circunferencia simboliza al movimiento. Si no fuera por la inmovilidad de su centro, la rueda no podría girar, encontrando por lo tanto todo movimiento su causa en la inmovilidad, y toda manifestación su causa en la inmanifestación.

El universo entero es una esfera, como lo son también todos los astros que lo pueblan, los que a su vez realizan rotaciones alrededor de su propio eje o centro. Por otra parte los movimientos aparentes que realizan el sol, la luna y los planetas alrededor de la tierra –que son obviamente circulares, o mejor aún, elípticos– nos permiten tener idea del tiempo. Y la rueda o círculo es también el símbolo que nos sirve para representar los ciclos temporales, tanto los diarios, mensuales, anuales, etc., como los grandes ciclos cósmicos. Recordemos que el Zodíaco es una rueda.

También el punto y el círculo son el símbolo astrológico del sol, que se corresponde con el signo alquímico del oro, ambos, como hemos visto, símbolos centrales.

Agreguemos, para meditar en ello, que al Ser se lo ha descrito como "un círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna".

La horizontal y la vertical
Otro símbolo geométrico de fundamental importancia es el de la línea recta, que a su vez es susceptible de ser representado como una horizontal o como una vertical. Lo horizontal simboliza a la materia y a la tierra, al tiempo sucesivo que transcurre en una dimensión determinada y uniforme, en un solo nivel plano y limitado. Por extensión viene a representar al materialismo y a la visión literal de las cosas que no logra traspasar la mera apariencia formal. Aunque también simboliza la rectitud en el comportamiento y la estricta observancia de la ley. Lo vertical, en cambio se refiere a lo auténticamente espiritual y celeste, al tiempo absoluto y siempre presente, que no transcurre, cuya experimentación a distintos grados nos haría conocer otras dimensiones espacio-temporales y otros niveles escalonados y jerárquicos de nosotros mismos, del Universo y del Ser, que nos conducirán finalmente a lo ilimitado y absoluto, simbolizado por el punto superior de la línea. Lo vertical pues, va más allá de la ley y es capaz de conectarnos con otros mundos que sin embargo coexisten con éste y están presentes aquí y ahora.

En el simbolismo constructivo del templo, o la casa-habitación, la verticalidad se logra con la plomada, que junto con el nivel realiza la escuadra perfecta, en la que lo horizontal es un reflejo de lo vertical. Lo horizontal se logra gracias a la proyección de la vertical con la que se realiza el plano perfecto del piso. En términos esotéricos, el iniciado camina por este plano horizontal, atravesando los diversos laberintos que lo conducirán finalmente al centro (altar, ara u hogar), que allí cobra verticalidad. Es a partir de ese centro que realiza el ascenso que lo llevará fuera del templo o la casa-habitación (a través del punto central de la cúpula, vértice de la pirámide o chimenea) donde conocerá sus posibilidades supraindividuales y supracósmicas, y encontrará su verdadera y suprema Identidad.

El punto que une la vertical y la horizontal es el hombre mismo, que como intermediario entre ambas, se manifiesta materialmente en el tiempo horizontal, sin perder por ello la posibilidad de tomar conciencia y de vivir esas otras dimensiones verticales, espirituales y celestes.

Cábala
El tercer plano del Arbol de la Vida Sefirótico es llamado Olam ha Yetsirah, o Mundo de las Formaciones, constituido por las esferas 7, 8 y 9, denominadas, respectivamente, Netsah (Victoria), Hod (Gloria) y Yesod (Fundamento). Este es el mundo de las aguas inferiores y del denso psiquismo; de las influencias astrales de las que nos liberamos al atravesar Tifereth, pues no habiendo "nada nuevo bajo el sol", salvo la vanidad y sus formas cambiantes, todo lo verdadero se halla superándolo, atravesándolo.

Netsah y Hod emanan simultáneamente de Tifereth llevando su Belleza a toda la manifestación, a la que se encargan de formar, multiplicando ilusoriamente la Unidad por medio de indefinidos "colores". La función cósmica de estas dos sefiroth, es pues, la de proyectar la Unidad en toda la Creación, reabsorbiendo a su vez esta aparente multiplicidad y conduciéndola nuevamente hacia lo Unico.

El Arbol de la Vida puede también ser comprendido como un carro o carroza divina (que la Cábala llama Merkabah), del que Netsah y Hod son sus ruedas. Desde la perspectiva del hombre, Netsah es el Arte verdadero, capaz de conducirnos a los arquetipos y al Espíritu, y Hod es el Rito con el que sacralizamos el tiempo y el espacio y vivificamos a los seres míticos, identificándonos con ellos. Netsah, el aspecto masculino y activo de este plano, se encarga de manifestar a Hesed, del que proviene cualitativamente, siendo por lo tanto una energía plena y expansiva, a la vez que "benéfica". Hod, en cambio, es el aspecto restrictivo, su cara pasiva, que se ocupa de separar a las criaturas surgidas de Netsah, otorgándoles forma y a la vez dándoles la muerte y la transformación. Sin embargo, estas dos sefiroth son también, como los opuestos de todo el Arbol, una sola (el Arte verdadero es "ritual" y todo Rito "artístico"), y encuentran su equilibrio en la novena sefirah, Yesod, el Fundamento, la Madre Menor gracias a la cual las energías sutiles descienden a la materia. Esta última sefirah es el resultado de la constante interacción de las fuerzas de las otras dos que la conforman, y refleja sus energías, proyectándolas en Asiyah, el plano de la concreción material. Yesod es por definición un receptáculo que emite su luz empañada por lo que en la terminología hindú sería Maya, la ilusión.

Lo sagrado y lo profano
Es necesario, para una adecuada comprensión de los símbolos y temas que venimos tratando, que tengamos una clara idea de la diferenciación entre lo sagrado y lo profano, como dos maneras distintas de encarar la vida y el mundo, que corresponden, de manera precisa, a dos niveles diferentes de la conciencia. En una sociedad tradicional, que aún no ha recibido el germen de la decadencia, toda la realidad –incluyendo usos, costumbres, oficios, rituales, vida cotidiana, etc.– es sagrada, puesto que es significativa y jerarquizada, permitiendo esta visión de la misma la conexión con otras dimensiones del Ser y la apertura de la conciencia, así como el orden social que esta actitud naturalmente promueve, al ser siempre las cosas de la tierra un reflejo claro del orden celeste. Lo profano, en cambio, es una visión chata, uniforme e insignificante de la realidad, una manera de enfrentar el mundo siempre personalizada, pequeña y relativa, carente de toda jerarquía y orden e incapaz de generar estados superiores. En un sentido podríamos decir que lo sagrado se encuentra emparentado con el concepto de la verticalidad, y lo profano con el de la horizontalidad. Pero no pensemos –como a veces ocurre en el lenguaje ordinario– que lo sagrado sea lo religioso, o lo piadoso moral, o que lo profano se halle emparentado con el pecado o con el "mal". En realidad se trata solamente de dos distintos grados del Ser –que también corresponden al cielo y a la tierra, al espíritu y a la materia– y que únicamente dividimos conceptualmente, con el objeto de que posteriormente podamos unirlos, como siempre haremos con las oposiciones cuando apliquemos el solve et coagula de la Alquimia.

Cábala
Todas las energías celestes, simbolizadas por las nueve primeras sefiroth, se concretan en el mundo de la realidad sensible, Olam ha Asiyah, donde se encuentra únicamente la esfera de Malkhuth (N° 10), la Tierra, Madre Inferior, receptáculo de todos esos efluvios que en ella toman formas perceptibles por nuestros sentidos, las que se encuentran en una perenne transformación. Malkhuthcuya traducción es "El Reino"– es, según la Cábala, la presencia real de Dios, llamada también la Esposa del Rey y la Virgen de Jerusalem. Como divina inmanencia, constituye el descenso de la shekhinah o presencia verdadera de la deidad, "luz del mundo", principio manifestado de toda la Creación.

El Arbol de la Vida nos muestra cómo de una fuente común proceden todos los números naturales que designan los atributos cualitativos de la Unidad, expresados por las propias energías de esos números y los conceptos e ideas con que se relacionan y a que dan lugar. Ellos van de lo inmanifestado a la manifestación, y son los arquetipos de pensamiento que se reiteran una y otra vez en toda creación divina o humana, y que la simbolizan, la velan y la revelan simultáneamente.

Tanto la Cábala, como la escuela pitagórica, la cosmogonía medioeval y gnóstica, etc., nos enseñan a ver a los números naturales como nueve reflejos o manifestaciones de la Unidad metafísica; y estando el Todo en todo –según la máxima hermética–, debemos comprender que en cada sefirah hay un árbol completo, con sus diez sefiroth, habiendo a su vez en cada una de ellas otro árbol entero, y en cada sefirah de este último, otro árbol entero, etc., progrediendo sucesivamente ad infinitum. También en cada plano o mundo hay igualmente un árbol completo, y en el caso de Olam ha Asiyah, que estamos viendo, éste se encuentra asimismo partido en cuatro divisiones correspondientes al cuaternario de los elementos alquímicos, astrológicos, filosóficos y simbólicos, en su manifestación física. En cada uno de ellos habitan "espíritus" llamados "elementales", únicamente perceptibles para los iniciados e inspirados, y que a veces se presentan como seres burlones y "truqueros", verdaderos enemigos-aliados, con los que nos podemos topar en el camino, y que algunas veces nos prueban y otras nos guían. En el fuego se hallan las salamandras, en el agua las ondinas, en el aire las sílfides y en la tierra los gnomos.

Debemos saber que es en este mundo de Asiyah, donde realizamos nuestro trabajo, hasta que comprendamos que el espíritu único fecunda siempre a la materia y constituye una unidad con ella.

Alquimia  

El Athanor alquímico y los cuatro planos del Arbol cabalístico.
En la gráfica anterior podemos observar un grabado hermético medioeval, donde se reproduce la forma del Athanor alquímico. En este instrumento se producía la cocción en que los alquimistas lograban encontrar, aún físicamente, el elixir de larga vida, el oro alquímico y la piedra filosofal.

En este grabado hemos hecho una transcripción de los cuatro niveles, planos o mundos cabalísticos, al aparato alquímico. Tanto el trabajo alquímico, como el cabalístico, se refieren a la sublimación que va de lo más denso a lo sutil. En efecto, la materia grosera que se introduce en el horno alquímico es activada por el fuego de la pasión por la verdad y del amor a ella, y lentamente se va produciendo esta cocción. Mientras los gases, cada vez más sutiles, se desplazan hacia lo más alto o superior, la materia más densa queda en lo más bajo o inferior. La Alquimia considera también a estos planos como tres, pues suele unir los mundos de Beriyah y Yetsirah (el psiquismo superior y el inferior) en uno solo, constituyendo éste el plano intermedio donde se realizan las operaciones químicas, o dicho de otra forma, el Athanor u horno alquímico propiamente dicho. La entera combustión acaba por la salida de los gases y aires más ligeros, por la cúpula del instrumento reproducido.

El simbolismo del árbol
El árbol ha sido tomado universalmente como símbolo de la vida, y también del eje vertical (como la montaña, el poste ritual, etc.), intermediario entre cielo y tierra. Con sus raíces en el suelo, extiende su tronco y sus ramas hacia las alturas. Y ese gran cuerpo, que nos protege con su sombra y purifica el ambiente, ha nacido apenas de una pequeña semilla, que en un proceso de años ha logrado evolucionar hasta dar frutos, en cuyo interior se encuentran nuevas semillas, capaces de multiplicarse indefinidamente y recrear la vida. El árbol es igualmente una imagen del cosmos (el árbol cósmico) y unánimemente ha sido visto de esta manera en forma tradicional. El mundo entero es, pues, un árbol gigantesco, y sus características son análogas a las fases por las que atraviesa una planta. Desde los preparativos previos a la siembra y a la recolección de los frutos, hasta la inevitable muerte final a través de fases y estaciones. Este es el prototipo del proceso cosmogónico, y también el de toda Iniciación.

Réstanos mencionar que el Arbol de la Vida está invertido con respecto al hombre, pues tiene sus raíces en el cielo y sus frutos son terrestres.

La Cruz
La horizontal significa la posibilidad de la expansión indefinida de un estado del ser o mundo, mientras que la vertical simboliza los grados de existencia o realidad de ese ser o mundo, dividido en planos o grados de existencia del Ser Universal, tal cual se lo puede ver en el diagrama del Arbol Sefirotico. Todo esto se conjuga en el hombre, que de este modo es capaz de unir los complementarios presentes en la creación universal y en toda creación particular.

En el centro de la cruz se halla un lugar de reposo del que se derivan todas las direcciones, haciendo girar la rueda del mundo. En él todo es potencial y por lo tanto cualquier posibilidad se halla implícita en sí mismo. Su radiación genera el espacio y el tiempo –y por lo tanto el movimiento– y se imprime como una señal cuaternaria en todo ser o cosa, manifestada o no, visible o no visible, del cosmos entero. (Ejemplo: las 4 divisiones del tiempo, ya fuesen las del día, mes o año; las 4 direcciones del espacio o puntos cardinales; los 4 elementos de la materia; las 4 edades del hombre o del mundo). Ese punto central es llamado en alquimia la quintaesencia, o éter –es también el corazón en la cruz cristiana– y corresponde a la proyección del eje vertical, creadora del plano horizontal en que se manifiesta y a cuyos efectos ocupa el punto central. O el punto en que se resuelven todas las oposiciones, lugar neutro de reposo y encrucijada virginal de lo posible, o sea, la dirección alto-bajo que da lugar a las 4 direcciones del espacio, el elemento etéreo que ha de generar los otros 4, y el no tiempo u otro tiempo que ha de originar la temporalidad. Es de notarse que los opuestos se dividen ahora dos a dos, y se complementan de esa misma manera.

Astrología
De las energías celestes que emiten sus influencias en la tierra y afectan las vidas de los hombres, es la de la luna la más cercana, y también la más notable, pues su magnetismo es perceptible aun físicamente, regulando las mareas, las lluvias, la savia de las plantas, las siembras, los ciclos femeninos, los partos, los crecimientos, etc., etc. Pero también afecta la luna poderosamente el psiquismo humano, que se ve profundamente influenciado por sus fases.

La Astrología establece las relaciones entre la inmanifestación y la manifestación, entre el creador y la criatura, a través de las energías, los ciclos y los ritmos de los astros, que son las causas mediadoras entre Dios y lo terrestre. Estos agentes naturales son también dioses, y sus comportamientos, andanzas y carácter constituyen un modelo ejemplar para los humanos. La contemplación del cielo y sus constantes invariables es una manera de conocer, apoyándose en la manifestación sensible como vehículo del Arquetipo Eterno  

En un mundo indisolublemente unido en todas sus partes, que se corresponden, el cielo y sus habitantes es un espectáculo fascinante de armonía y un inmenso libro abierto para los que tienen oportunidad de leerlo.

En la arquitectura del cosmos los astros juegan un papel importantísimo y todos los pueblos del mundo han reparado en él y lo han conocido. Sin embargo, los meros procedimientos de tipo predictivo, por interesantes que ellos sean, no agotan la perspectiva de la astrología y la astronomía herméticas, cuyo verdadero sentido se encuentra en su adaptación a la cosmología, o sea a su utilización con el fin de alcanzar el Conocimiento de la verdadera esencia y naturaleza del universo y del hombre, lo que equivale también a conocer, entonces, la huella, o la firma, del Arquitecto invisible y creador. Debe aclararse que la astrología utiliza al hombre como punto fijo y central en el que se relacionan los movimientos de los astros. Esta concepción, que señala el sentido de eje que tiene el ser humano en la creación, hace que la tierra que él habita sea considerada de la misma manera, y no se tome en cuenta ningún otro punto, de los indefinidos entre las coordenadas posibles en el multidimensional espacio sideral, aunque se le otorga al sol el rol central –y principal– dentro de su propio sistema. Es desde el punto de vista del hombre, que recibe la energía infinita de la luz del cosmos, y que es la causa y el efecto de ella, desde donde deben efectuarse todas las observaciones y mediciones, para que éstas tengan sentido.

Numerología
Si se piensa, se distingue, se separa, se divide, se compone, se relaciona una cosa con otra, se compara. Es decir: se numera, y los signos aritméticos son los que expresan estos conceptos, que provienen de lo más íntimo, y mediante los cuales, dado su carácter simbólico, se conforma la inteligencia y se promueve el conocimiento. Los números son la manifestación de la armonía universal, y módulos, que conjugados con otros, generan conjuntos y modelos de pensamiento, los que por su reincidencia y exactitud designan igualmente proporciones, ciclos y ritmos, verdaderamente mágicos, presentes en la totalidad de los fenómenos universales a los que ellos "cifran", o designan, con su estructura invariable. De la Unidad, también llamada Mónada, es de donde proviene la serie de los nueve números naturales, con el agregado del cero, y de ellos la multitud numérica, capaz de numerar todo lo numerable. Sin embargo, todos los números pueden sintetizarse en los nueve "naturales", y éstos en la primera tríada, de la que, como de un triángulo arquetípico, proceden todas las cosas, emanadas de la triunidad de los Principios. Por otra parte, debemos recordar que un número se forma con el "cuerpo" del que le antecede, al que se suma la unidad, motivo por el que puede afirmarse que la unidad está presente en todos los números, y por tanto en cualquier cosa numerable, lo que equivale a decir, según lo expresado anteriormente, en cualquier concepto o imagen posible. En algunas lenguas sagradas como el hebreo (y también el griego y el árabe) existe una correspondencia entre números y letras, e incluso la notación aritmética se realizaba con el alfabeto. Letras y números son los que nombran. Y estos nombres, restituidos a su más puro origen, nos revelan la esencia de las cosas, o seres, a los que ellos designan.

Construcción del Arbol de la Vida

Primer paso: dibuje la columna central o eje vertical.

Segundo paso: dibuje 4 círculos tal como se muestra abajo, usando el eje vertical y los puntos de intersección de los círculos anteriores, como punto central de los siguientes.

Tercer paso: dibuje las sefiroth usando las intersecciones exteriores de las circunferencias como puntos centrales, como se ve en el gráfico.

  

Los tres principios
Recordaremos que los principios alquímicos son tres: Azufre, Mercurio y Sal. Uno es activo, el otro pasivo y el tercero neutro. Son también asimilables a espíritu, alma y cuerpo, y en la representación del símbolo de la rueda corresponderían al punto central, a la periferia o circunferencia, y al radio, o rayo que los conecta. El espíritu sería activo, el cuerpo pasivo, y el medio plástico que los une neutro. La figura del triángulo equilátero ilustra esta tri-unidad de principios, origen arquetípico de cualquier manifestación, que se halla inmanente en todo lo creado. En el diagrama del Arbol sefirotico estos principios están representados por las tres columnas: la de la fuerza o positiva, la de la forma o receptiva y la del equilibrio o neutra, la que constantemente las conjuga. Esto, si consideramos al diagrama en su partición vertical. Pero si dividimos el Arbol en su forma horizontal, obtendremos tres planos equivalentes a la trinidad a la que nos estamos refiriendo. En este caso el espíritu estará representado por la primera tríada, el cuerpo por Malkhuth, y el alma por las dos tríadas intermedias, subdivididas a su vez entre el psiquismo superior, o mundo de Beriyah, y el psiquismo inferior, o mundo de Yetsirah. En Alquimia se suelen combinar a menudo los tres principios con los cuatro elementos y de diversa forma. En numerología esto se expresa así: 3+4 = 7; 3 x 4 = 12. Resulta obvio que esta formulación está ligada a la simbología astrológica y por lo tanto también a ritmos y ciclos que asimismo obedecen a Principios Universales.

Cábala
Cuando se dibuja en el plano el Arbol de la Vida prototípico, se lo divide, como ya sabemos, en cuatro niveles o mundos. Sin embargo, y ya que nuestro Arbol es tridimensional, y las sefiroth esferas, sería más conveniente visualizarlo como un diagrama volumétrico en el que hubiera un árbol prototípico para cada plano. Ya que no sólo cada plano es susceptible de poseer un Arbol sefirotico completo, sino que a su vez esto es posible aún para cada una de las sefiroth, según lo hemos afirmado. Hay pues un Arbol sefirotico completo en el plano de Asiyah, otro en el de Yetsirah, otro más en el de Beriyah, y finalmente el último en el de Atsiluth. Esto es igual que sostener que el Arbol de la Vida prototípico, o Arbol cósmico, admite cuatro lecturas diferentes de sí mismo, a cuatro niveles escalonados de la "realidad", o cuatro grados de conocimiento. Laboraremos con el Arbol cabalístico prototípico, dibujado en el plano, considerándolo al nivel de la sefirah Malkhuth, a saber: nos ubicaremos en el plano de la concreción y solidificación material, propia del hombre profano, condicionado por sus aprendizajes e identificaciones, y finalmente por sus sentidos, para que allí, invocando a Kether, podamos ir ascendiendo, paso a paso, por distintos mundos, de lo más grosero a lo más etéreo, de lo más obvio a lo más secreto, de lo exterior a la esencia, lo que es lo mismo que labrar la piedra bruta que somos, o conocer otros estados del Ser Universal, o cósmico, llamado para la Cábala Adam Kadmon, el Adán Primordial.

Los diferentes planos de lectura de las cosas
En los acápites dedicados a la Cábala hemos estado viendo la división en cuatro planos, o mundos, del Arbol de la Vida Sefirotico, modelo del universo (macrocosmos). Agregaremos aquí que todos los textos y libros sagrados admiten también cuatro lecturas de su contenido. Esto se explica en la Cábala judía y en el cristianismo, y de ello nos hablan Dante y los Padres de la Iglesia. Sabemos igualmente que el símbolo del Libro de la Vida como imagen del cosmos, es el de la totalidad de lo creado. La realidad, cualquier realidad, tiene entonces cuatro niveles de lectura, o mundos jerarquizados, que no son sino un mismo hecho o cosa, visualizado a distintos grados de profundidad, que van de lo más grueso y superficial, a lo más sutil e interior. Así por ejemplo, un árbol anónimo, físico, natural, puede ser considerado a distintos niveles: 1°) por los frutos y las ganancias económicas que esos frutos pueden dar, o bien como leña o tablones para la carpintería. A este nivel el árbol es considerado como un simple objeto material e inanimado que posee valor en cuanto es un producto. No se tiene por qué amar a este árbol; interesa sólo su aprovechamiento económico. Este grado de lectura podría equipararse al del plano o mundo de Asiyah. 2°) En un nivel más elevado el árbol anónimo al que nos referimos podría ser vivenciado de otro modo y visto como un generoso dador de sombra y frescor, como un purificador de la atmósfera y embellecedor del paisaje. Su fragancia y sus colores alegrarían la vida, y su perseverancia y paciencia serían un ejemplo para los hombres. Este grado de lectura, que estaría más cerca del arte y del amor, correspondería en nuestro modelo sefirotico al mundo de Yetsirah. Podría verse en un árbol cualquiera el símbolo del Arbol Cósmico o Arbol de la Vida, o sea, el árbol tomado como un símbolo de la creación íntegra, vale decir, como un soporte del Conocimiento, o de los Principios Universales que lo han engendrado. A saber: de lo visible a lo invisible, o de la criatura a su Creador, de lo manifestado a lo inmanifestado. Esta lectura equivaldría al plano de Beriyah. Sobre una cuarta lectura correspondiente al mundo de Atsiluth nada diremos. Desde la ubicación en que nos encontramos ahora, y con los medios de que disponemos, no tendría ningún sentido especular sobre ella.

El Sello Salomónico
Entre los símbolos más conocidos y universales, queremos destacar el llamado Sello Salomónico. Este pantáculo, presente en las tradiciones hindú, budista, judía, cristiana e islámica, se encuentra igualmente en la Tradición Hermética. Esto es así por su estrecha vinculación con la analogía, tomada como forma de Conocimiento. El triángulo inferior refleja y espeja al superior, y es una expresión del mismo, con el que se complementa. Numéricamente esto es también así, porque el número seis es una proyección del tres, y su duplicación.

Podemos ver arriba el Sello Salomónico o Estrella de David, en relación con los tres colores primarios, simbolizados por los vértices del triángulo superior. Estos colores, que son el azul, el amarillo y el rojo, al combinarse entre sí, producen los colores compuestos o intermedios de los vértices del triángulo inferior. El azul y el rojo combinados crean el violeta; el azul y el amarillo, el verde; y el rojo y el amarillo, el naranja. Se reserva para el lugar central, o punto a partir del cual se ha construido toda la figura, el blanco, como manifestación simbólica de la luz esencial. Estos son los siete colores del arco iris. El negro sería la inmanifestación oculta en la luz, o su negación. El No-Ser o la negación del Ser (las tinieblas interiores y las exteriores). Hemos dicho que este sello que tratamos es el símbolo de la analogía, o sea, de la correspondencia de un orden superior con otro inferior, y viceversa. De allí también su vinculación con la Magia, la Alquimia y el Tarot. Se debe hacer especial mención de que los triángulos que conforman el sello designan al macrocosmos y al microcosmos, a saber: al universo y al hombre, y que se encuentran invertidos el uno con respecto al otro; el punto más alto (o más alejado) de uno, es el que se opone con el otro, a pesar de que el propio símbolo los reúne y complementa, significando igualmente el matrimonio indisoluble de lo masculino y lo femenino, del cielo y de la tierra, del espíritu fecundador y el alma fecundada.

Pitágoras
A pesar de que Pitágoras es un griego perfectamente histórico (siglo VI a.C.), su vida, sus enseñanzas y su extraordinaria irradiación en la cultura de occidente –al punto de que con Platón, constituye su columna vertebral, donde se articula aún hoy todo pensamiento–, son prácticamente míticas. Nacido en Samos, viajó por todo el mundo antiguo, incluidos Egipto y Babilonia, antes de retornar a su ciudad treinta y cuatro años después. Comenzó a enseñar su síntesis iluminada y magistral, y tuvo alumnos que como él fueron perseguidos y exterminados después de haber brillado en Grecia, a la que a través de sus enseñanzas cosmogónicas, esotéricas, aritméticas, geométricas, musicales, gramaticales, metafísicas, simbólicas y artísticas, abonaron, creando la realidad de su Civilización. Para la doctrina pitagórica, el "Número" es la "medida" de todas las cosas y la raíz de las proporciones de la Armonía Universal, manifestada por la música, las matemáticas y la gramática, como lo atestiguan sus famosos versos de oro, donde estas ciencias están allí reunidas, conformando una Cábala de la que tampoco están excluidas las estrellas y los planetas y que tiende a la transmutación del ser humano mediante la Inteligencia, la Sabiduría, el Amor y la Belleza. Su Escuela, famosa hasta el presente, conformó una pléyade de sabios y artistas que constituyeron la sabiduría del mundo antiguo. Como sucede con determinados otros grandes maestros, se suele pensar que además de su existencia o vida histórica, encarnaba una entidad espiritual, que por su intermedio se expresó de manera grupal y social. Para su misma época, otros grandes iniciados aparecen en el mundo, influenciando en forma notoria el pensamiento y la cultura de donde nacen, sin que su aparición sea casual, si se tiene en cuenta otra visión de la Historia, en la que ésta aparece como significativa, providencial o sagrada (ejemplo: Lao Tse, Shâkyamuni Buddha, Jaina, etc.). Conocemos su cosmogonía fundamentalmente por el Timeo de Platón, y ésta es la misma que la hindú, la china, la persa, la egipcia, la precolombina, las arcaicas en general, etc., es decir, coincide exactamente con el esoterismo de la Tradición Unánime. Sus teoremas son ampliamente conocidos, y sus conocimientos aritméticos, astronómicos, filosóficos y musicales, han sido la base del pensamiento de occidente, y por lo tanto conforman también –para mal o para bien– la esencia del mundo moderno. Los aprendices de la Escuela Pitagórica (donde según se dice había un gran letrero con la leyenda "Conócete a Ti Mismo") debían guardar cinco años de silencio, como período preparatorio imprescindible para abordar el Conocimiento.

Platón
Como en el caso de Pitágoras, Platón es heredero de la Antigua Tradición Orfica y de los misterios iniciáticos de Eleusis. Platón sintetiza, da a luz, revela, este pensamiento, recibido por boca de Sócrates y adquirido a través de viajes y estudios de toda índole, a lo largo de años. La influencia de Platón es decisiva para la Filosofía, que a partir de él y de uno de sus discípulos, Aristóteles, se genera. Ni qué decir que la Filosofía promueve la historia del pensamiento, y que de su aplicación práctica a diversos niveles (que van desde los acontecimientos cívicos, económicos y sociales, a los usos y costumbres, la moral y la religión, para acabar determinando las modas, las ciencias, las técnicas y las artes), surge el mundo en que los occidentales vivimos, querámoslo o no. No en vano se ha llamado "divino" a Platón. En la Antigüedad no se tomaba este apelativo como alegórico, sino que se acreditaba en la divinidad de Platón, al que también se ha considerado una entidad, porque en sus diálogos (que ocurren entre varios personajes de la Grecia clásica, los cuales exponen sus ideas, mientras Sócrates las ordena y las rebate) no aparece jamás, o mejor, una sola vez en tercera persona. Los errores denunciados directamente por Sócrates, y los mostrados por Platón a través de los distintos interlocutores, y de la fina trama del diálogo, son, curiosamente, los que desarrollándose desde entonces de manera equivocada, y en progresión geométrica, han desembocado en la crisis del mundo moderno. En las obras de Platón está perfectamente explicada la Cosmogonía Tradicional y su pensamiento filosófico y esotérico está tan vivo hoy en día como en el momento en que el maestro escribió. Basta acercarnos a sus ideas, para ir penetrando, cuando se lo lee con suma concentración y sin prejuicios culturales y formales, en un mundo de imágenes y signos que vamos recorriendo llevados de su mano. Queremos hacer notar que esto mismo sucede con los evangelios cristianos.

Símbolo de los atenienses y de la cultura griega, Platón nació en 429 a. C. Al igual que Pitágoras, describió un mundo de Ideas, o Arquetipos (los "números" pitagóricos, las "letras" de la Cábala) que generaban todas las cosas, y en las cuales las cosas se sintetizaban. Como su maestro Sócrates sufrió, si no la muerte por veneno, la amargura del exilio, la desgracia y el cautiverio.

Tarot
La totalidad de las ideas o símbolos anteriormente mencionados están estrechamente ligados con la simbólica del Tarot, su arquitectura y el espíritu que animó a quienes lo plasmaron. Comprendiendo estas ideas se logrará desentrañar los arcanos más oscuros de nuestra baraja.



 
Indice del LIbro
Indice

Capítulo IV
 
Federico González. Pág. principal.
1