La Regla de San Benito

Prólogo

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ESCUCHA, hijo, los preceptos del Maestro, e inclina el oído de tu corazón; recibe con gusto el consejo de un padre piadoso, y cúmplelo verdaderamente. 2. Así volverás por el trabajo de la obediencia, a Aquel de quien te habías alejado por la desidia de la desobediencia. 3. Mi palabra se dirige ahora a ti, quienquiera que seas, que renuncias a tus propias voluntades y tomas las preclaras y fortísimas armas de la obediencia, para militar por Cristo Señor, verdadero Rey.

4. Ante todo pídele con una oración muy constante que lleve a su término toda obra buena que comiences, 5. para que Aquel que se dignó contarnos en el número de sus hijos, no tenga nunca que entristecerse por nuestras malas acciones. 6. En todo tiempo, pues, debemos obedecerle con los bienes suyos que Él depositó en nosotros, de tal modo que nunca, como padre airado, desherede a sus hijos, 7. ni como señor temible, irritado por nuestras maldades, entregue a la pena eterna, como a pésimos siervos, a los que no quisieron seguirle a la gloria.

8. Levantémonos, pues, de una vez, ya que la Escritura nos exhorta y nos dice: "Ya es hora de levantarnos del sueño". 9. Abramos los ojos a la luz divina, y oigamos con oído atento lo que diariamente nos amonesta la voz de Dios que clama diciendo: 10. "Si oyeren hoy su voz, no endurezcan sus corazones". 11. Y otra vez: "El que tenga oídos para oír, escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias". 12. ¿Y qué dice? "Vengan, hijos, escúchenme, yo les enseñaré el temor del Señor". 13. "Corran mientras tienen la luz de la vida, para que no los sorprendan las tinieblas de la muerte".

14. Y el Señor, que busca su obrero entre la muchedumbre del pueblo al que dirige este llamado, dice de nuevo: 15. "¿Quién es el hombre que quiere la vida y desea ver días felices?". 16. Si tú, al oírlo, respondes "Yo", Dios te dice: 17. "Si quieres poseer la vida verdadera y eterna, guarda tu lengua del mal, y que tus labios no hablen con falsedad. Apártate del mal y haz el bien; busca la paz y síguela". 18. Y si hacen esto, pondré mis ojos sobre ustedes, y mis oídos oirán sus preces, y antes de que me invoquen les diré: "Aquí estoy". 19. ¿Qué cosa más dulce para nosotros, carísimos hermanos, que esta voz del Señor que nos invita? 20. Vean cómo el Señor nos muestra piadosamente el camino de la vida.

21. Ciñamos, pues, nuestra cintura con la fe y la práctica de las buenas obras, y sigamos sus caminos guiados por el Evangelio, para merecer ver en su reino a Aquel que nos llamó.

22. Si queremos habitar en la morada de su reino, puesto que no se llega allí sino corriendo con obras buenas, 23. preguntemos al Señor con el Profeta diciéndole: "Señor, ¿quién habitará en tu morada, o quién descansará en tu monte santo?". 24. Hecha esta pregunta, hermanos, oigamos al Señor que nos responde y nos muestra el camino de esta morada 25. diciendo: "El que anda sin pecado y practica la justicia; 26. el que dice la verdad en su corazón y no tiene dolo en su lengua; 27. el que no hizo mal a su prójimo ni admitió que se lo afrentara". 28. El que apartó de la mirada de su corazón al maligno diablo tentador y a la misma tentación, y lo aniquiló, y tomó sus nacientes pensamientos y los estrelló contra Cristo. 29. Estos son los que temen al Señor y no se engríen de su buena observancia, antes bien, juzgan que aun lo bueno que ellos tienen, no es obra suya sino del Señor, 30. y engrandecen al Señor que obra en ellos, diciendo con el Profeta: "No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria". 31. Del mismo modo que el Apóstol Pablo, que tampoco se atribuía nada de su predicación, y decía: "Por la gracia de Dios soy lo que soy". 32. Y otra vez el mismo: "El que se gloría, gloríese en el Señor". 33. Por eso dice también el Señor en el Evangelio: "Al que oye estas mis palabras y las practica, lo compararé con un hombre prudente que edificó su casa sobre piedra; 34 vinieron los ríos, soplaron los vientos y embistieron contra aquella casa, pero no se cayó, porque estaba fundada sobre piedra".

35. Después de decir esto, el Señor espera que respondamos diariamente con obras a sus santos consejos. 36. Por eso, para corregirnos de nuestros males, se nos dan de plazo los días de esta vida. 37. El Apóstol, en efecto, dice: "¿No sabes que la paciencia de Dios te invita al arrepentimiento?" . 38. Pues el piadoso Señor dice: "No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva".

39. Cuando le preguntamos al Señor, hermanos, sobre quién moraría en su casa, oímos lo que hay que hacer para habitar en ella, a condición de cumplir el deber del morador. 40. Por tanto, preparemos nuestros corazones y nuestros cuerpos para militar bajo la santa obediencia de los preceptos, 41. y roguemos al Señor que nos conceda la ayuda de su gracia, para cumplir lo que nuestra naturaleza no puede. 42.Y si queremos evitar las penas del infierno y llegar a la vida eterna, 43. mientras haya tiempo, y estemos en este cuerpo, y podamos cumplir todas estas cosas a la luz de esta vida, 44. corramos y practiquemos ahora lo que nos aprovechará eternamente.

45. Vamos, pues, a instituir una escuela del servicio divino, 46. y al hacerlo, esperamos no establecer nada que sea áspero o penoso. 47. Pero si, por una razón de equidad, para corregir los vicios o para conservar la caridad, se dispone algo más estricto, 48. no huyas enseguida aterrado del camino de la salvación, porque éste no se puede emprender sino por un comienzo estrecho. 49. Mas cuando progresamos en la vida monástica y en la fe, se dilata nuestro corazón, y corremos con inefable dulzura de caridad por el camino de los mandamientos de Dios. 50. De este modo, no apartándonos nunca de su magisterio, y perseverando en su doctrina en el monasterio hasta la muerte, participemos de los sufrimientos de Cristo por la paciencia, a fin de merecer también acompañarlo en su reino. Amén.

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I. El Monasterio y el Camino monástico

CAPITULO I
LAS CLASES DE MONJES

1. Es sabido que hay cuatro clases de monjes. 2. La primera es la de los cenobitas, esto es, la de aquellos que viven en un monasterio y que militan bajo una regla y un abad.

3. La segunda clase es la de los anacoretas o ermitaños, quienes, no en el fervor novicio de la vida religiosa, sino después de una larga probación en el monasterio. 4. aprendieron a pelear contra el diablo, enseñados por la ayuda de muchos. 5. Bien adiestrados en las filas de sus hermanos para la lucha solitaria del desierto, se sienten ya seguros sin el consuelo de otros, y son capaces de luchar con sólo su mano y su brazo, y con el auxilio de Dios, contra los vicios de la carne y de los pensamientos.

6. La tercera, es una pésima clase de monjes: la de los sarabaítas. Éstos no han sido probados como oro en el crisol por regla alguna en el magisterio de la experiencia, sino que, blandos como plomo, 7. guardan en sus obras fidelidad al mundo, y mienten a Dios con su tonsura. 8. Viven de dos en dos o de tres en tres, o también solos, sin pastor, reunidos, no en los apriscos del Señor sino en los suyos propios. Su ley es la satisfacción de sus gustos: 9. llaman santo a lo que se les ocurre o eligen, y consideran ilícito lo que no les gusta.

10. La cuarta clase de monjes es la de los giróvagos, que se pasan la vida viviendo en diferentes provincias, hospedándose tres o cuatro días en distintos monasterios. 11. Siempre vagabundos, nunca permanecen estables. Son esclavos de sus deseos y de los placeres de la gula, y peores en todo que los sarabaítas.

12. De la misérrima vida de todos éstos, es mejor callar que hablar. 13. Dejándolos, pues, de lado, vamos a organizar, con la ayuda del Señor, el fortísimo linaje de los cenobitas.

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CAPITULO II
COMO DEBE SER EL ABAD

1. Un abad digno de presidir un monasterio debe acordarse siempre de cómo se lo llama, y llenar con obras el nombre de superior. 2. Se cree, en efecto, que hace las veces de Cristo en el monasterio, puesto que se lo llama con ese nombre, 3. según lo que dice el Apóstol: "Recibieron el espíritu de adopción de hijos, por el cual clamamos: Abba, Padre".

4. Por lo tanto, el abad no debe enseñar, establecer o mandar nada que se aparte del precepto del Señor, 5. sino que su mandato y su doctrina deben difundir el fermento de la justicia divina en las almas de los discípulos. 6. Recuerde siempre el abad que se le pedirá cuenta en el tremendo juicio de Dios de estas dos cosas: de su doctrina, y de la obediencia de sus discípulos. 7. Y sepa el abad que el pastor será el culpable del detrimento que el Padre de familias encuentre en sus ovejas. 8. Pero si usa toda su diligencia de pastor con el rebaño inquieto y desobediente, y emplea todos sus cuidados para corregir su mal comportamiento, 9. este pastor será absuelto en el juicio del Señor, y podrá decir con el Profeta: "No escondí tu justicia en mi corazón; manifesté tu verdad y tu salvación, pero ellos, desdeñándome, me despreciaron". 10. Y entonces, por fin, la muerte misma sea el castigo de las ovejas desobedientes encomendadas a su cuidado.

11. Por tanto, cuando alguien recibe el nombre de abad, debe gobernar a sus discípulos con doble doctrina, 12. esto es, debe enseñar todo lo bueno y lo santo más con obras que con palabras. A los discípulos capaces proponga con palabras los mandatos del Señor, pero a los duros de corazón y a los más simples muestre con sus obras los preceptos divinos. 13. Y cuanto enseñe a sus discípulos que es malo, declare con su modo de obrar que no se debe hacer, no sea que predicando a los demás sea él hallado réprobo, 14. y que si peca, Dios le diga: "¿Por qué predicas tú mis preceptos y tomas en tu boca mi alianza? pues tú odias la disciplina y echaste mis palabras a tus espaldas" y 15. "Tú, que veías una paja en el ojo de tu hermano ¿no viste una viga en el tuyo?".

16. No haga distinción de personas en el monasterio. 17. No ame a uno más que a otro, sino al que hallare mejor por sus buenas obras o por la obediencia. 18. No anteponga el hombre libre al que viene a la religión de la condición servil, a no ser que exista otra causa razonable. 19. Si el abad cree justamente que ésta existe, hágalo así, cualquiera fuere su rango. De lo contrario, que cada uno ocupe su lugar, 20. porque tanto el siervo como el libre, todos somos uno en Cristo, y servimos bajo un único Señor en una misma milicia, porque no hay acepción de personas ante Dios. 21. Él nos prefiere solamente si nos ve mejores que otros en las buenas obras y en la humildad. 22. Sea, pues, igual su caridad para con todos, y tenga con todos una única actitud según los méritos de cada uno.

23. El abad debe, pues, guardar siempre en su enseñanza, aquella norma del Apóstol que dice: "Reprende, exhorta, amonesta", 24. es decir, que debe actuar según las circunstancias, ya sea con severidad o con dulzura, mostrando rigor de maestro o afecto de padre piadoso. 25. Debe, pues, reprender más duramente a los indisciplinados e inquietos, pero a los obedientes, mansos y pacientes, debe exhortarlos para que progresen; y le advertimos que amoneste y castigue a los negligentes y a los arrogantes.

26. No disimule los pecados de los transgresores, sino que, cuando empiecen a brotar, córtelos de raíz en cuanto pueda, acordándose de la desgracia de Helí, sacerdote de Silo. 27. A los mejores y más capaces corríjalos de palabra una o dos veces; pero a los malos, a los duros, 28. a los soberbios y a los desobedientes reprímalos en el comienzo del pecado con azotes y otro castigo corporal, sabiendo que está escrito: "Al necio no se lo corrige con palabras", 29. y también: "Pega a tu hijo con la vara, y librarás su alma de la muerte".

30. El abad debe acordarse siempre de lo que es, debe recordar el nombre que lleva, y saber que a quien más se le confía, más se le exige. 31. Y sepa qué difícil y ardua es la tarea que toma: regir almas y servir los temperamentos de muchos, pues con unos debe emplear halagos, reprensiones con otros, y con otros consejos. 32. Deberá conformarse y adaptarse a todos según su condición e inteligencia, de modo que no sólo no padezca detrimento la grey que le ha sido confiada, sino que él pueda alegrarse con el crecimiento del buen rebaño.

33. Ante todo no se preocupe de las cosas pasajeras, terrenas y caducas, de tal modo que descuide o no dé importancia a la salud de las almas encomendadas a él. 34. Piense siempre que recibió el gobierno de almas de las que ha de dar cuenta. 35. Y para que no se excuse en la escasez de recursos, acuérdese de que está escrito: "Busquen el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se les darán por añadidura", 36. y también: "Nada falta a los que le temen".

37. Sepa que quien recibe almas para gobernar, debe prepararse para dar cuenta de ellas. 38. Tenga por seguro que, en el día del juicio, ha de dar cuenta al Señor de tantas almas como hermanos haya tenido confiados a su cuidado, además, por cierto, de su propia alma. 39. Y así, temiendo siempre la cuenta que va a rendir como pastor de las ovejas a él confiadas, al cuidar de las cuentas ajenas, se vuelve cuidadoso de la suya propia, 40. y al corregir a los otros con sus exhortaciones, él mismo se corrige de sus vicios.

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CAPITULO III
CONVOCACION DE LOS HERMANOS A CONSEJO

1. Siempre que en el monasterio haya que tratar asuntos de importancia, convoque el abad a toda la comunidad, y exponga él mismo de qué se ha de tratar. 2. Oiga el consejo de los hermanos, reflexione consigo mismo, y haga lo que juzgue más útil. 3. Hemos dicho que todos sean llamados a consejo porque muchas veces el Señor revela al más joven lo que es mejor.

4. Los hermanos den su consejo con toda sumisión y humildad, y no se atrevan a defender con insolencia su opinión. 5. La decisión dependa del parecer del abad, y todos obedecerán lo que él juzgue ser más oportuno. 6. Pero así como conviene que los discípulos obedezcan al maestro, así corresponde que éste disponga todo con probidad y justicia.

7. Todos sigan, pues, la Regla como maestra en todas las cosas, y nadie se aparte temerariamente de ella. 8. Nadie siga en el monasterio la voluntad de su propio corazón. 9. Ninguno se atreva a discutir con su abad atrevidamente, o fuera del monasterio. 10. Pero si alguno se atreve, quede sujeto a la disciplina regular. 11. Mas el mismo abad haga todo con temor de Dios y observando la Regla, sabiendo que ha de dar cuenta, sin duda alguna, de todos sus juicios a Dios, justísimo juez.

12. Pero si las cosas que han de tratarse para utilidad del monasterio son de menor importancia, tome consejo solamente de los ancianos, 13. según está escrito: "Hazlo todo con consejo, y después de hecho no te arrepentirás".

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CAPITULO IV
LOS INSTRUMENTOS DE LAS BUENAS OBRAS

1. Primero, amar al Señor Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas;
2. después, al prójimo como a sí mismo.
3. Luego, no matar;
4. no cometer adulterio,
5. no hurtar,
6. no codiciar,
7. no levantar falso testimonio,
8. honrar a todos los hombres,
9. no hacer a otro lo que uno no quiere para sí.
10. Negarse a sí mismo para seguir a Cristo.
11. Castigar el cuerpo,
12. no entregarse a los deleites,
13. amar el ayuno.
14. Alegrar a los pobres,
15. vestir al desnudo,
16. visitar al enfermo,
17. sepultar al muerto.
18. Socorrer al atribulado,
19. consolar al afligido.
20. Hacerse extraño al proceder del mundo,
21. no anteponer nada al amor de Cristo.
22. No ceder a la ira,
23. no guardar rencor.
24. No tener dolo en el corazón,
25. no dar paz falsa.
26. No abandonar la caridad.
27. No jurar, no sea que acaso perjure,
28. decir la verdad con el corazón y con la boca.
29. No devolver mal por mal.
30. No hacer injurias, sino soportar pacientemente las que le hicieren.
31. Amar a los enemigos.
32. No maldecir a los que lo maldicen, sino más bien bendecirlos.
33. Sufrir persecución por la justicia.
34. No ser soberbio,
35. ni aficionado al vino,
36. ni glotón
37. ni dormilón,
38. ni perezoso,
39. ni murmurador,
40. ni detractor.
41. Poner su esperanza en Dios.
42. Cuando viere en sí algo bueno, atribúyalo a Dios, no a sí mismo;
43. en cambio, sepa que el mal siempre lo ha hecho él, e impúteselo a sí mismo.
44. Temer el día del juicio,
45. sentir terror del infierno,
46. desear la vida eterna con la mayor avidez espiritual,
47. tener la muerte presente ante los ojos cada día.
48. Velar a toda hora sobre las acciones de su vida,
49. saber de cierto que, en todo lugar, Dios lo está mirando.
50. Estrellar inmediatamente contra Cristo los malos pensamientos que vienen a su corazón, y manifestarlos al anciano espiritual,
51. guardar su boca de conversación mala o perversa,
52. no amar hablar mucho,
53. no hablar palabras vanas o que mueven a risa,
54. no amar la risa excesiva o destemplada.
55. Oír con gusto las lecturas santas,
56. darse frecuentemente a la oración,
57. confesar diariamente a Dios en la oración, con lágrimas y gemidos, las culpas pasadas,
58. enmendarse en adelante de esas mismas faltas.
59. No ceder a los deseos de la carne,
60. odiar la propia voluntad,
61. obedecer en todo los preceptos del abad, aun cuando él - lo que no suceda - obre de otro modo, acordándose de aquel precepto del Señor: "Hagan lo que ellos dicen, pero no lo que ellos hacen".
62. No querer ser llamado santo antes de serlo, sino serlo primero para que lo digan con verdad.
63. Poner por obra diariamente los preceptos de Dios,
64. amar la castidad,
65. no odiar a nadie,
66. no tener celos,
67. no tener envidia,
68. no amar la contienda,
69. huir la vanagloria.
70. Venerar a los ancianos,
71. amar a los más jóvenes.
72. Orar por los enemigos en el amor de Cristo;
73. reconciliarse antes de la puesta del sol con quien se haya tenido alguna discordia.
74. Y no desesperar nunca de la misericordia de Dios.

75. Estos son los instrumentos del arte espiritual. 76. Si los usamos día y noche, sin cesar, y los devolvemos el día del juicio, el Señor nos recompensará con aquel premio que Él mismo prometió: 77. "Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni llegó al corazón del hombre lo que Dios ha preparado a los que lo aman". 78. El taller, empero, donde debemos practicar con diligencia todas estas cosas, es el recinto del monasterio y la estabilidad en la comunidad.

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CAPITULO V
LA OBEDIENCIA
1. El primer grado de humildad es una obediencia sin demora. 2. Esta es la que conviene a aquellos que nada estiman tanto como a Cristo. 3. Ya sea en razón del santo servicio que han profesado, o por el temor del infierno, o por la gloria de la vida eterna, 4. en cuanto el superior les manda algo, sin admitir dilación alguna, lo realizan como si Dios se lo mandara. 5. El Señor dice de éstos: "En cuanto me oyó, me obedeció". 6. Y dice también a los que enseñan: "El que a ustedes oye, a mí me oye". 7. Estos tales, dejan al momento sus cosas, abandonan la propia voluntad, 8. desocupan sus manos y dejan sin terminar lo que estaban haciendo, y obedeciendo a pie juntillas, ponen por obra la voz del que manda. 9. Y así, en un instante, con la celeridad que da el temor de Dios, se realizan como juntamente y con prontitud ambas cosas: el mandato del maestro y la ejecución del discípulo. 10. Es que el amor los incita a avanzar hacia la vida eterna. 11. Por eso toman el camino estrecho del que habla el Señor cuando dice: "Angosto es el camino que conduce a la vida". 12. Y así, no viven a su capricho ni obedecen a sus propios deseos y gustos, sino que andan bajo el juicio e imperio de otro, viven en los monasterios, y desean que los gobierne un abad. 13. Sin duda estos tales practican aquella sentencia del Señor que dice: "No vine a hacer mi voluntad, sino la de Aquel que me envió".

14. Pero esta misma obediencia será entonces agradable a Dios y dulce a los hombres, si la orden se ejecuta sin vacilación, sin tardanza, sin tibieza, sin murmuración o sin negarse a obedecer, 15. porque la obediencia que se rinde a los mayores, a Dios se rinde. Él efectivamente dijo: "El que a ustedes oye, a mí me oye". 16. Y los discípulos deben prestarla de buen grado porque "Dios ama al que da con alegría". 17. Pero si el discípulo obedece con disgusto y murmura, no solamente con la boca sino también con el corazón, 18. aunque cumpla lo mandado, su obediencia no será ya agradable a Dios que ve el corazón del que murmura. 19. Obrando así no consigue gracia alguna, sino que incurre en la pena de los murmuradores, si no satisface y se enmienda.

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CAPITULO VI
EL SILENCIO

1. Hagamos lo que dice el Profeta: "Yo dije: guardaré mis caminos para no pecar con mi lengua; puse un freno a mi boca, enmudecí, me humillé y me abstuve de hablar aun cosas buenas". 2. El Profeta nos muestra aquí que si a veces se deben omitir hasta conversaciones buenas por amor al silencio, con cuanta mayor razón se deben evitar las palabras malas por la pena del pecado.

3. Por tanto, dada la importancia del silencio, rara vez se dé permiso a los discípulos perfectos para hablar aun de cosas buenas, santas y edificantes, 4. porque está escrito: "Si hablas mucho no evitarás el pecado", 5. y en otra parte: "La muerte y la vida están en poder de la lengua". 6. Pues hablar y enseñar le corresponde al maestro, pero callar y escuchar le toca al discípulo.

7. Por eso, cuando haya que pedir algo al superior, pídase con toda humildad y respetuosa sumisión. 8. En cuanto a las bromas, las palabras ociosas y todo lo que haga reír, lo condenamos a una eterna clausura en todo lugar, y no permitimos que el discípulo abra su boca para tales expresiones.

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CAPITULO VII
LA HUMILDAD

1. Clama, hermanos, la divina Escritura diciéndonos: "Todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado". 2. Al decir esto nos muestra que toda exaltación es una forma de soberbia. 3. El Profeta indica que se guarda de ella diciendo: "Señor, ni mi corazón fue ambicioso ni mis ojos altaneros; no anduve buscando grandezas ni maravillas superiores a mí." 4. Pero ¿qué sucederá? "Si no he tenido sentimientos humildes, y si mi alma se ha envanecido, Tú tratarás mi alma como a un niño que es apartado del pecho de su madre".

5. Por eso, hermanos, si queremos alcanzar la cumbre de la más alta humildad, si queremos llegar rápidamente a aquella exaltación celestial a la que se sube por la humildad de la vida presente, 6. tenemos que levantar con nuestros actos ascendentes la escala que se le apareció en sueños a Jacob, en la cual veía ángeles que subían y bajaban. 7. Sin duda alguna, aquel bajar y subir no significa otra cosa sino que por la exaltación se baja y por la humildad se sube. 8. Ahora bien, la escala misma así levantada es nuestra vida en el mundo, a la que el Señor levanta hasta el cielo cuando el corazón se humilla. 9. Decimos, en efecto, que los dos lados de esta escala son nuestro cuerpo y nuestra alma, y en esos dos lados la vocación divina ha puesto los diversos escalones de humildad y de disciplina por los que debemos subir.

10. Así, pues, el primer grado de humildad consiste en que uno tenga siempre delante de los ojos el temor de Dios, y nunca lo olvide. 11. Recuerde, pues, continuamente todo lo que Dios ha mandado, y medite sin cesar en su alma cómo el infierno abrasa, a causa de sus pecados, a aquellos que desprecian a Dios, y cómo la vida eterna está preparada para los que temen a Dios. 12. Guárdese a toda hora de pecados y vicios, esto es, los de los pensamientos, de la lengua, de las manos, de los pies y de la voluntad propia, y apresúrese a cortar los deseos de la carne. 13. Piense el hombre que Dios lo mira siempre desde el cielo, y que en todo lugar, la mirada de la divinidad ve sus obras, y que a toda hora los ángeles se las anuncian.

14. Esto es lo que nos muestra el Profeta cuando declara que Dios está siempre presente a nuestros pensamientos diciendo: "Dios escudriña los corazones y los riñones". 15. Y también: "El Señor conoce los pensamientos de los hombres",16. y dice de nuevo: "Conociste de lejos mis pensamientos". 17. Y: "El pensamiento del hombre te será manifiesto". 18. Y para que el hermano virtuoso esté en guardia contra sus pensamientos perversos, diga siempre en su corazón: "Solamente seré puro en tu presencia si me mantuviere alerta contra mi iniquidad".

19. En cuanto a la voluntad propia, la Escritura nos prohíbe hacerla cuando dice: "Apártate de tus voluntades". 20. Además pedimos a Dios en la Oración que se haga en nosotros su voluntad. 21. Justamente, pues, se nos enseña a no hacer nuestra voluntad cuidándonos de lo que la Escritura nos advierte: "Hay caminos que parecen rectos a los hombres, pero su término se hunde en lo profundo del infierno", 22. y temiendo también, lo que se dice de los negligentes: "Se han corrompido y se han hecho abominables en sus deseos".

23. En cuanto a los deseos de la carne, creamos que Dios está siempre presente, pues el Profeta dice al Señor: "Ante ti están todos mis deseos".

24. Debemos, pues, cuidarnos del mal deseo, porque la muerte está apostada a la entrada del deleite. 25. Por eso la Escritura nos da este precepto: "No vayas en pos de tus concupiscencias".

26. Luego, si "los ojos del Señor vigilan a buenos y malos", 27. y "el Señor mira siempre desde el cielo a los hijos de los hombres, para ver si hay alguno inteligente y que busque a Dios", 28. y si los ángeles que nos están asignados, anuncian día y noche nuestras obras al Señor, 29. hay que estar atentos, hermanos, en todo tiempo, como dice el Profeta en el salmo, no sea que Dios nos mire en algún momento y vea que nos hemos inclinado al mal y nos hemos hecho inútiles, 30. y perdonándonos en esta vida, porque es piadoso y espera que nos convirtamos, nos diga en la vida futura: "Esto hiciste y callé".

31. El segundo grado de humildad consiste en que uno no ame su propia voluntad, ni se complazca en hacer sus gustos, 32. sino que imite con hechos al Señor que dice: "No vine a hacer mi voluntad sino la de Aquel que me envió". 33. Dice también la Escritura: "La voluntad tiene su pena, y la necesidad engendra la corona." 34. El tercer grado de humildad consiste en que uno, por amor de Dios, se someta al superior en cualquier obediencia, imitando al Señor de quien dice el Apóstol: "Se hizo obediente hasta la muerte".

35. El cuarto grado de humildad consiste en que, en la misma obediencia, así se impongan cosas duras y molestas o se reciba cualquier injuria, uno se abrace con la paciencia y calle en su interior, 36. y soportándolo todo, no se canse ni desista, pues dice la Escritura: "El que perseverare hasta el fin se salvará", 37. y también: "Confórtese tu corazón y soporta al Señor". 38. Y para mostrar que el fiel debe sufrir por el Señor todas las cosas, aun las más adversas, dice en la persona de los que sufren: "Por ti soportamos la muerte cada día; nos consideran como ovejas de matadero". 39. Pero seguros de la recompensa divina que esperan, prosiguen gozosos diciendo: "Pero en todo esto triunfamos por Aquel que nos amó". 40. La Escritura dice también en otro lugar: "Nos probaste, ¡oh Dios! nos purificaste con el fuego como se purifica la plata; nos hiciste caer en el lazo; acumulaste tribulaciones sobre nuestra espalda". 41. Y para mostrar que debemos estar bajo un superior prosigue diciendo: "Pusiste hombres sobre nuestras cabezas". 42. En las adversidades e injurias cumplen con paciencia el precepto del Señor, y a quien les golpea una mejilla, le ofrecen la otra; a quien les quita la túnica le dejan el manto, y si los obligan a andar una milla, van dos; 43. con el apóstol Pablo soportan a los falsos hermanos, y bendicen a los que los maldicen.

44. El quinto grado de humildad consiste en que uno no le oculte a su abad todos los malos pensamientos que llegan a su corazón y las malas acciones cometidas en secreto, sino que los confiese humildemente. 45. La Escritura nos exhorta a hacer esto diciendo: "Revela al Señor tu camino y espera en Él". 46. Y también dice: "Confiesen al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia". 47. Y otra vez el Profeta: "Te manifesté mi delito y no oculté mi injusticia. 48. Dije: confesaré mis culpas al Señor contra mí mismo, y Tú perdonaste la impiedad de mi corazón".

49. El sexto grado de humildad consiste en que el monje esté contento con todo lo que es vil y despreciable, y que juzgándose obrero malo e indigno para todo lo que se le mande, 50. se diga a sí mismo con el Profeta: "Fui reducido a la nada y nada supe; yo era como un jumento en tu presencia, pero siempre estaré contigo".

51. El séptimo grado de humildad consiste en que uno no sólo diga con la lengua que es el inferior y el más vil de todos, sino que también lo crea con el más profundo sentimiento del corazón, 52. humillándose y diciendo con el Profeta: "Soy un gusano y no un hombre, oprobio de los hombres y desecho de la plebe. 53. He sido ensalzado y luego humillado y confundido". 54. Y también: "Es bueno para mí que me hayas humillado, para que aprenda tus mandamientos".

55. El octavo grado de humildad consiste en que el monje no haga nada sino lo que la Regla del monasterio o el ejemplo de los mayores le indica que debe hacer.

56. El noveno grado de humildad consiste en que el monje no permita a su lengua que hable. Guarde, pues, silencio y no hable hasta ser preguntado, 57. porque la Escritura enseña que "en el mucho hablar no se evita el pecado". 58. y que "el hombre que mucho habla no anda rectamente en la tierra".

59. El décimo grado de humildad consiste en que uno no se ría fácil y prontamente, porque está escrito: "El necio en la risa levanta su voz".

60. El undécimo grado de humildad consiste en que el monje, cuando hable, lo haga con dulzura y sin reír, con humildad y con gravedad, diciendo pocas y juiciosas palabras, y sin levantar la voz, 61. pues está escrito: "Se reconoce al sabio por sus pocas palabras".

62. El duodécimo grado de humildad consiste en que el monje no sólo tenga humildad en su corazón, sino que la demuestre siempre a cuantos lo vean aun con su propio cuerpo, 63. es decir, que en la Obra de Dios, en el oratorio, en el monasterio, en el huerto, en el camino, en el campo, o en cualquier lugar, ya esté sentado o andando o parado, esté siempre con la cabeza inclinada y la mirada fija en tierra, 64. y creyéndose en todo momento reo por sus pecados, se vea ya en el tremendo juicio. 65. Y diga siempre en su corazón lo que decía aquel publicano del Evangelio con los ojos fijos en la tierra: "Señor, no soy digno yo, pecador, de levantar mis ojos al cielo". 66. Y también con el Profeta: "He sido profundamente encorvado y humillado".

67. Cuando el monje haya subido estos grados de humildad, llegará pronto a aquel amor de Dios que "siendo perfecto excluye todo temor", 68. en virtud del cual lo que antes observaba no sin temor, empezará a cumplirlo como naturalmente, como por costumbre, 69. y no ya por temor del infierno sino por amor a Cristo, por el mismo hábito bueno y por el atractivo de las virtudes. 70. Todo lo cual el Señor se dignará manifestar por el Espíritu Santo en su obrero, cuando ya esté limpio de vicios y pecados.

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© Fernando Gil - Ricardo Corleto, 1998-2002
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