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EL FASCISTA DEL MES

Donde se desenmascara a esa gente tan respetable


LE PEN : Anda Europa revuelta (convulsionada, dicen los periódicos) por el inesperado (ja!) triunfo de Le Pen en la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas. Pero francamente, el que aún no se haya enterado de cómo se está derechizando la sociedad europea (empezando por sus políticos, y entre estos, por los de izquierdas) es que es un verdadero hipócrita. Y es que cuando políticos que se etiquetan de izquierda (como Blair o el intragable y ahora merecidamente linchado Jospin) hacen política de derechas (especialmente una recurrente felación política a los USA) el resultado lógico es justo el que han tenido: absoluta frustración de la gente de izquierdas y entrega del terreno político en bandeja a las posiciones más reaccionarias.

Y ahí está Le Pen, que después de muchos años de sembrar fascismo ha conseguido un éxito sonado. Dicen que Bossi está contento, aunque públicamente no lo demuestre. Y es que esto de Le Pen a quien favorece principalmente es a la derecha. Por ejemplo, ahora Chirac aparece como un personaje moderado, casi un hombre del pueblo: algo tan funesto que sólo de pensarlo dan arcadas... Y que a nadie le quepa duda que esto servirá para una mayor derechización de la derecha no radical, es la gran oportunidad. Porque es bien sabido que ser de derechas no vende (ahora se lleva el centro-derecha o el centro izquierda que equivalen a lo que antes llamábamos derecha y derecha moderada respectivamente!). Pero claro, si le enseñamos a la gente el monstruo, nosotros apareceremos como los que "teníamos la razón", y por tanto está más que justificado darle una vuelta de tuerca a nuestras políticas neoliberales, en el fondo todo el mundo se ha dado cuenta de que "nosotros no somos como el monstruo".

Pero basta ya del corrupto Chirac; que hoy le toca a Le Pen. Lo que sigue es un extracto de un artículo publicado en EL PAÍS (no se pierdan la referencia al papel de Miterrand en su ascenso político):

El programa es para echarse a temblar. Jean-Marie Le Pen mantuvo amistades y relaciones en la España de Franco, donde vivían protegidos por el régimen un puñado de exilados fascistas como Louis Darquier de Pellepoix, que fue comisario para la Cuestión Judía del mariscal Petain y responsable de millares de deportaciones a los campos de exterminio; Abel Bonnard, ex ministro de Educación del régimen de Vichy y conocido como Gestapette por sus aficiones sexuales, o Leon Dregrelle, caudillo del rexismo y amigo de Hitler, entre muchos otros. Poco se ha indagado sobre este exilio y tampoco sobre las relaciones españolas de Le Pen, pero son conocidas las que mantenía con Fuerza Nueva de Blas Piñar. Pues bien, lo que permite a un lector español entender algo de lo que quisiera hacer Le Pen si venciera en la segunda vuelta lo puede encontrar en su memoria o en la memoria de sus padres respecto al franquismo más genuino, el régimen que se constituyó en puerto de asilo para buen número de los fascistas derrotados en la Segunda Guerra Mundial. En vez de Isabel la Católica, Juana de Arco. En vez de José Antonio, Petain. Pero la misma censura cultural, la reimplantación de la pena de muerte naturalmente, los controles sobre las fronteras, la policía con más poderes, la persecución del aborto, la legislación contra la pornografía... Y además, la ruptura con la Unión Europea, a la que califica de 'cárcel de los pueblos', el abandono del euro y el regreso al franco francés, la salida de la OTAN, la imposición de aranceles y barreras comerciales para proteger los productos franceses. En resumen, autarquía y autoritarismo.

Ha sido toda la vida un pendenciero y un lenguaraz, con dotes de mando y una enorme capacidad histriónica

El capítulo más original y moderno, en el que el Frente Nacional está en la vanguardia de las extremas derechas y de la xenofobia europea, es el tratamiento de la inmigración. En su panoplia de medidas encuentran inspiración los partidos xenófobos más jóvenes que están surgiendo en toda Europa. El concepto de preferencia nacional es una fabricación del Frente Nacional y lleva a excluir del trabajo, de los servicios sociales, de las ayudas para vivienda, familia o enseñanza, a quien no tenga la nacionalidad francesa. La adquisición y mantenimiento de la nacionalidad es objeto también de un tratamiento especial, que conduce indefectiblemente a la posibilidad de desposeer de la nacionalidad a muchos inmigrantes que la han adquirido en los últimos años. La inmigración legal queda prohibida. Los inmigrantes sin papeles deberán ser expulsados inmediatamente, al igual que los delincuentes extranjeros. Se anula cualquier tipo de reagrupamiento familiar. Queda prohibida la doble nacionalidad. Se suprimen los permisos de residencia. Se abre un capítulo de incentivos para la repatriación de los inmigrantes, en forma de un impuesto patronal y de un tipo de ahorro incentivado para regresar al país de origen. La ayuda a los países desarrollados queda también condicionada al regreso de sus inmigrantes. Las medidas más drásticas y brutales se combinan con ideas sofisticadas, elaboradas por ideólogos que cuentan con un buen arsenal teórico.

Aunque estas medidas están dirigidas a todos los extranjeros, incluidos los ciudadanos de la Unión Europea, que se verán desposeídos del derecho de voto en las elecciones locales, el objetivo principal de Le Pen son los inmigrantes del norte de África y de Turquía, es decir, árabes y musulmanes. Históricamente, la extrema derecha francesa ha sido siempre xenófoba, ya fuera contra los inmigrantes italianos, polacos o españoles -principalmente los exilados republicanos-. Pero ahora es una xenofobia especial, focalizada contra lo árabe y lo musulmán, en la que el historiador Benjamin Stora ha visto la explotación del complejo de petit blanc de las colonias frente al indígena, pero trasladado ahora a la metrópolis. Esta nueva forma de exclusión y de rechazo del otro no es un cuerpo de ideas estables, sino que se halla todavía en fase dinámica de elaboración. La estampa más plástica de la movilidad de estas nuevas fobias la proporcionó la recepción violenta que ofrecieron grupos de extrema derecha próximos a Le Pen al líder antiglobalización José Bové a su llegada al aeropuerto Charles de Gaulle después de visitar a Yasir Arafat en su reclusión de Ramala.

En su panoplia de medidas encuentran inspiración los partidos xenófobos más jóvenes

Los árabes y el islam son un elemento a la vez de atracción y de perturbación para Le Pen y su Frente Nacional. Le sucede algo similar a Jörg Haider y su FÖP. Por un lado, un antisemitismo histórico y de profundas raíces les conduce a buscar la amistad de los árabes y musulmanes frente a los judíos e Israel. Lo demuestran las excelentes relaciones de Le Pen con Sadam Husein y de Haider con Gadafi. Por la otra, su xenofobia y su racismo son fundamentalmente antiárabes. Los enemigos más nítidos de Le Pen son los jóvenes beurs de los suburbios. Y su supremacismo blanco y cristiano les lleva a una enorme prevención respecto a la extensión del islam en Europa. La cruzada norteamericana contra Bin Laden y la culpabilización indiscriminada del mundo islámico emprendida por personajes como el presidente del Consejo italiano, Silvio Berlusconi, o la escritora de la misma nacionalidad Oriana Fallaci son de una enorme utilidad para Le Pen, aunque puedan entrar en contradicción con su antisemitismo radical. El 11-S ha jugado claramente a favor de Le Pen, a pesar de su antiamericanismo. No es anecdótico que de la comunidad judía francesa haya salido una importante corriente de votos hacia el candidato del Frente Nacional y que uno de los principales dirigentes de dicha comunidad haya expresado su satisfacción por los resultados de la primera vuelta. El traslado de la tensión de la Intifada palestina a los suburbios de París, donde proliferan los ataques e incidentes violentos contra ciudadanos e instalaciones de la comunidad judía ha sido un elemento central en la creación del clima de inseguridad que ha favorecido a Le Pen.

El Frente Nacional es un partido comunitarista, blanco y cristiano, basado en la identidad mitológica de Francia, que se mueve como pez en el agua en la pelea identitaria, en la que puede tomar partido por uno o por otro en función de sus cálculos y conveniencias. Prefiere a Sadam Husein frente a Bush, pero también a Sharon frente a Arafat, y a Milosevic frente a Itzebegovich, y no digamos frente a Javier Solana. El abismo del choque de civilizaciones es para Le Pen la cancha ideal donde se jugarán las partidas del futuro. Aunque apele a la República y use los colores de la bandera republicana, su concepción es claramente opuesta a los ideales de igualdad, libertad y fraternidad. En todo caso, lleva a una lectura comunitaria y excluyente de estos ideales, aplicables únicamente a los franceses. Y mejor todavía la tríada trabajo, patria, familia. 'Defendemos una cierta idea de Francia', dice en un mimetismo calculado de una frase célebre de De Gaulle. Pero sigue: 'No es ni de izquierdas ni de derechas, ni de ayer ni de mañana. Es consustancial a nuestro devenir. Está indisolublemente ligada a nuestra sangre, nuestra tierra y nuestra memoria. Para que haya política hace falta que se combinen tres elementos fundamentales: un pueblo homogéneo, que viva sobre un territorio heredado de sus padres y que lo haga de acuerdo con su tradición'.

Le Pen y su FN son ante todo un genuino producto de los dos últimos siglos de historia francesa

'El fondo sobre el que se asienta el crecimiento del partido de la exclusión, según expresión ya consagrada periodísticamente, es la crisis de sociedad que atraviesa Francia. Crisis de identidad hacia fuera, consecuente al doble juego entre el terreno nacional y el terreno europeo, siempre bajo el síndrome de la debilidad y el complejo de segundón. Crisis de identidad hacia dentro, ocasionada por el peso de la inmigración y de la variedad de sus culturas en la vida francesa. Crisis económica, con la tendencia a la estabilización de una sociedad dual, estimulada por las políticas neoliberales del último Gobierno socialista y del Gobierno conservador. Crisis demográfica, más que relativa, en comparación con las tasas de natalidad del resto de Europa, donde Francia todavía va en cabeza de la fecundidad. Sobre estas crisis, Le Pen edifica sus dictaduras del miedo'. Así describía EL PAÍS lo que estaba sucediendo en la campaña presidencial de 1988. Apenas habría que añadir y matizar algunas pocas cosas para actualizar el fenómeno Le Pen 14 años después. Ha desaparecido el gran enemigo y a la vez el espantajo de la extrema derecha que era el comunismo, las crisis de la política y de las ideologías se han cebado cruelmente con la izquierda y la derecha democráticas, la corrupción entonces apenas denunciada ha destruido la imagen entera del establishment político, el peso de la Unión Europea es incomparablemente superior ahora que hace 14 años, y ya no hay personajes paternales con aura y carisma presidenciales capaces de parar al más demagogo y astuto de todos los candidatos. La fragmentación política, la cohabitación, la confusión entre los mensajes de Chirac y de Jospin son consecuencia de todo lo anterior.

Le Pen, por su parte, también ha introducido algunas novedades en su discurso ultraderechista de siempre. Entonces era ultraliberal, thatcheriano y reaganista, ahora está en contra del librecambismo y de la globalización y en favor del proteccionismo económico y comercial. Entonces el anticomunismo era el núcleo más ardiente de su mensaje de combate, ahora ha sido sustituido por el antiamericanismo y la eurofobia, y sobre todo por la concentración del discurso en el odio al extranjero, en la xenofobia. 'La vía nacional es ahora la única posible', dice su programa. 'Es la auténtica vía francesa. No busca sus soluciones ni en las utopías socialistas ni en el librecambismo, no cree en los ensueños mundialistas ni en la edad de oro prometida por los cosmopolitas. Saca su coraje y sus virtudes sólo del pueblo francés y de su resurrección'. La democracia orgánica -de claras referencias españolas- está inscrita en su ideario. Pero, a pesar de estas novedades, las bases de su éxito de ahora estaban ya echadas en su éxito de 1988.

Le Pen es la extrema derecha de toda la vida, pero esto no significa que cinco millones de franceses sean fascistas

Uno de los tópicos más trillados sobre Le Pen es que su despegue electoral se debe a François Mitterrand, el presidente socialista que alentó el crecimiento del Frente Nacional para dividir a la derecha, liderada ya entonces por Jacques Chirac. Como en todos los tópicos, hay una parte de verdad indiscutible. Con Mitterrand, la televisión pública francesa le dio entrada por primera vez en programas de gran audiencia, pero sobre todo, con la introducción del sistema proporcional en las elecciones generales de 1986, Le Pen entró en la Asamblea Nacional encabezando un nutrido grupo de 35 diputados, que pudo formar grupo parlamentario y preparar la elección presidencial de 1988, en la que ya obtuvo más del 14% de votos. La otra cara del tópico es la actitud de la derecha democrática francesa en los primeros años de la presidencia de Mitterrand, una época llena de rencores políticos en la que el neogaullista RPR (Unión para la República) y la giscardiana UDF (Unión para la Democracia Francesa) no dudaron el aliarse con el diablo con tal de vencer a los socialistas. En septiembre de 1983 las elecciones municipales en Dreux, una ciudad dominada por la izquierda a 80 kilómetros de París, auparon por primera vez a un alcalde del Frente Nacional encabezando una lista de alianza FN-RPR-UDF. En 1984, el FN obtuvo casi el 11% en las elecciones europeas y diez diputados en el Parlamento Europeo. Sólo cuatro años antes, en las presidenciales de 1981, Jean-Marie Le Pen no había conseguido las 500 firmas de alcaldes necesarias para presentar su candidatura. Su partido tenía entonces 270 militantes y se le consideraba como un marginal y apestado. 'Inmigración, inseguridad, desempleo, fiscalismo, laxismo moral, ¡estamos hartos!', fue el lema electoral de Le Pen en los primeros años del mitterrandismo. Seis años después, se situaba ya en un porcentaje temible, mejorado en 1995 y superado ahora en 2002, pero de un rango parecido.

François Mitterand consideraba a Le Pen, a pesar de su pésima imagen de político marginal y antisistema, como un notable de la IV República. Se hizo a sí mismo en la pelea callejera, pero también en el Parlamento, primero como diputado poujadista, luego como enemigo del general De Gaulle y de la independencia de Argelia, y finalmente como caudillo federador de todos los extremismos e integrismos ultras. Sin una providencial y polémica herencia que recibió de un multimillonario ultra probablemente jamás habría llegado tan lejos, ni en el control y apropiación personal del Frente Nacional ni en su carrera electoral. Le Pen es plenamente un personaje del establishment francés que tanto denigra, un cacique con fortuna que controla los resortes de poder local y regional del FN y que confunde sus intereses personales con su ideario político. Al igual que Mitterrand, no salió de la ENA (Ecole Nationale d'Administration), la gran institución que ha fabricado prácticamente a toda la clase política francesa de los últimos 50 años. Su programa presidencial, que integra todas las obsesiones de sus partidarios, incluye un copioso apartado dedicado a la protección de la vida animal, en honor de su amiga Brigitte Bardot. Como incorpora un capítulo entero sobre Francia y el mar, en homenaje a su afición de navegante. Pero también incluye la supresión de la ENA. Lisa y llanamente.
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