Autores que me
han ayudado
a la hora de hablar
de Jesús
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En el verano de 1995 cumplí los veinticinco años de sacerdocio.
Y así escribía en una de mis cartas:
Lo empecé a leer y a resumir, y el primer capítulo tenia este título: El habla de la muerte de Dios en cuanto expresión de la aporía que afecta a la reflexión moderna sobre Dios. Y escoge dos autores: Hegel i Bonhoefffer, para hacer este estudio. Bonhoeffer me ha obligado a retroceder unos veinticinco años, a los años de mis estudios de teología. Honest to God del obispo inglés , seguido por las cartas desde la cárcel de Bonhoeffer, y por Van Buren i por San Juan de la Cruz, marcaron un poco mis estudios de teología, con el telón de fondo durante unos años de una lectura lenta de Karl Barth. Los sermones de la Parroquia de Egara (Terrassa), mucho antes de que Jesucristo el liberador de Leonardo Boff apareciera en los escaparates de la Claret, no supusieron ninguna ruptura teológica: Jesús nos liberaba etsi Deus non daretur, nos liberaba cuando nosotros sabíamos “vivir sin Dios”. Pienso que aquí puede yacer una de las diferencias
de talante teológico con algunos de mis compañeros: que ellos
han “chupado” la teología de la liberación directamente de
los libros latinoamericanos, o a través de sus cantos, o a través
de expresiones de la piedad popular…, donde parece que Dios está
ya presto a intervenir de un momento a otro.
¿Cómo
voy hablando de Jesús?
Jesús, ciertamente, sería una anilla de esta cadena. La más importante tal vez, pero quizás no siempre para todos. Pero no es la primera: ¿qué hubiera sido de Jesús sin un Isaías o sin un Ezequiel? Precisamente porque Jesús era un eslabón de una determinada tradición fue escuchado, y entendido y seguido por una determinada gente; y, por la misma razón, se encontró, ya de salida, con los adversarios. Ni la última y definitiva, la inmediata a nosotros: ¿qué hubiera sido Jesús para mí sin un Dostoiewski o sin un Bonhoeffer o sin un Charles de Foucauld? ¿O sin una Thérèse de Lisieux?
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Ya no eres una niña, María. Ya, para cruzar la calle, no tienes que ir de la mano de tu madre. Y, además, aunque quisieras, no podrías “ir de la mano de Jesús”, no puedes coger su mano. Jesús vivió hace veinte siglos y ninguno de nosotros puede volver a repetir aquellas palabras del principio de la carta llamada Primera de San Juan: “Lo oímos, lo vieron nuestros ojos, lo contemplamos, lo palparon nuestras manos”. Jesús nos queda muy lejos. Recordar a Jesús, hacer memoria de él es aceptar esta primera verdad: que Jesús nos queda muy lejos |
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