PRESAGIOS (1924)
[6]
La luna estuvo en la casa
sin que nadie lo supiera.
Por la ventana se entró,
pero estaba ya encendida
la lámpara
y ella se quedó ignorada,
muy humilde, en un rincón.
Dijo el padre:
"Pronto cambiará la luna,
porque me duele la pierna."
La niña estaba callada,
toda en nostalgias románticas
de esos castillos con luna
de los cromos alemanes.
Y mamá que no tenía
ideales ni reúma,
dijo: "Vamos a acostarnos.
Apagaremos la lámpara".
En cuanto todos se fueron,
las flores que estaban puestas
en la mesa
vieron su alma dibujada
con luna y sombra de luna
en la blanca paz del muro.
[7]
"Éste hijo mío siempre ha sido díscolo...
Se fue a América en un barco de vela,
no creía en Dios, anduvo
con mujeres malas y con anarquistas,
recorrió todo el mundo sin sentar la cabeza...
Y ahora que ha vuelto a mí, Señor,
ahora que parecía..."
Por la puerta entreabierta
entra un olor a flores y a cera.
Sobre el humilde pino del ataúd el hijo
ya tiene bien sentada la cabeza.
[8]
¡Cuánto rato te he mirado
sin mirarte a ti, en la imagen
exacta e inaccesible
que te traiciona el espejo!
"Bésame", dices. Te beso,
y mientras te beso pienso
en lo fríos que serán
tus labios en el espejo.
"Toda el alma para ti",
murmuras, pero en el pecho
siento un vacío que sólo
me lo llenará ese alma
que no me das.
El alma que se recata
con disfraz de claridades
en tu forma del espejo.
[9]
Andabas por tierra firme
con ciencia de equilibrista
y pirueta de peligro,
como el que va por maroma
sobre el abismo tendida.
Pero nadie se rió.
Porque un día, al tropezar
- y andabas por tierra firme -
te hiciste el alma pedazos.
¡ Y verdad te fue la muerte,
volatinero fingido!
[10]
Octubre era noche.
Los granos de trigo,
apenas del surco,
germinaban ya
futuros trigales,
otros y los mismos.
Brazo de sembrar
estaba rendido.
Y entonces la lluvia
de lluvia callada
en noche de octubre.
Junio moceaba.
El pan era trigo,
el gozo esperanza
y el futuro tarde
de estío garrido.
Y entonces la nube
negra, torva y lenta,
nube de pedrisco
en tarde de estío garrido.
Años abolidos
sin junio ni octubre,
y el tiempo infinito.
En la tarde ancha,
una nube sola.
En la tierra, nada
- ni temor, ni espera -
sembrado o crecido.
Y en la nube - imán
de íntimos aceros -,
vacíos espléndidos
de arrebol y oro;
en la nube nada,
ni agua ni pedrisco.