RAZÓN DE AMOR (1936)

[23]

¡Gloria a las diferencias
entre tú y yo que llaman
nuestro amor a la alerta,
cara a cara, a probarse!
¡Qué fácil unidad
de los que son iguales!
¡Qué entenderse tan liso,
de arena con la arena,
de agua con agua o luz
y luz!
En lo que nos separa
laten, nos llaman, ávidas,
las victorias futuras,
esperando.
Cuando hallamos lo igual
de ti y de mí descansa
el amor de su lucha
sobre triunfos floridos
que en el beso se cumplen,
horizontales. Luego,
lo distinto se alza,
nos pone en pie, nos llama
otra vez a vencernos
por las minas oscuras.
Tempestades amantes
igual que las celestes
desembocan en fúlgidas
sorpresas: en más luz,
en la cándida
novedad de lo mismo.
Delicadas, ardientes,
nuestras almas se buscan
por nuestro diferir
como por un camino
donde no hay despedidas.
Y al final, el hallazgo,
el contacto, la nueva
separación vencida,
la unión pura brotando
de lo que desunía.
Y tu cara y mi cara
mirándose en el triunfo
como en un agua quieta,
no verán diferencias
- uno y uno, tú y yo -:
sólo veran un rostro,
amor, que les sonríe.

[24]

¡Cómo me dejas que te piense!
Pensar en tí no lo hago solo, yo.
Pensar en tí es tenerte,
como el desnudo cuerpo ante los besos,
toda ante mí, entregada.
Siento cómo te das a mi memoria,
cómo te rindes al pensar ardiente,
tu gran consentimiento en la distancia.
Y más que consentir, más que entregarte,
me ayudas, vienes hasta mí, me enseñas
recuerdos en escorzo, me haces señas
con las delicias, vivas, del pasado,
invitándome.
Me dices desde allá
que hagamos lo que quiero,
unirnos, al pensarte.
Y entramos por el beso que me abres,
y pensamos en ti, los dos, yo solo.

[25]

¿No sientes el cansancio redimido
hoy, al servir de muda y honda prueba
de las vidas gastadas en vivirnos?
No quiero separarme
de esa gran transpresencia de ti en mí:
el cansancio del cuerpo.
Siempre te están abiertos en mi ser,
albergues vastos, mínimos,
donde guardarte si te vas:
celdas de la memoria, y sus llanuras.
En el alma te encierro,
como el vuelo del ave
encierra el aire suyo preferido,
en una red de ansiosas idas y venidas,
de vuelos
en torno tuyo, en cerco sin prisión,
toda adorada en giros, rodeada.
O prendida te quedas, al marcharte,
como por obra de casualidades,
reclinada en mi vida,
igual que ese cabello rubio que se queda
olvidado en un hombro.
Pero hoy la fervorosa
negación de tu ausencia, tu recuerdo,
va por mi ser entero, por mis venas,
fluye dentro de mí, y es el cansancio.
De pies a frente, sin dolor, circula
tan despacio
que si en él me mirase nos veríamos.
Floto en su tersa lámina,
lento aquietarse en arrobada calma
de las contradicciones que en la noche
buscaron su unidad labio con labio.
Me acuno en el cansancio
y en él me tienes y te tengo en él,
aunque no nos veamos.
Y si al ánimo torpe se le apaga
la llama donde vive aún lo pasado,
luz de memoria,
recuerda el cuerpo fiel,
vela por no olvidar, y es el cansancio
corporal el que salva
lo que el rendido espíritu abandona.
Y la carne se siente
júbilo de asunción al encargarse
hoy, para el ser entero,
de recordar, de la misión del alma,
cuando hasta por las venas,
la misma sangre va vuelta en recuerdo.

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