RAZÓN DE AMOR (1936)
[26]
Ahora te quiero,
como el mar quiere a su agua:
desde fuera, por arriba,
haciéndose sin parar
con ella tormentas, fugas,
albergues, descansos, calmas.
¡Qué frenesíes, quererte!
¡Qué entusiasmo de olas altas,
y qué desmayos de espuma
van y vienen! Un tropel
de formas, hechas, deshechas,
galopan desmelenadas.
Pero detrás de sus flancos
está soñandose un sueño
de otra forma más profunda
de querer, que está allá abajo:
de no ser ya movimiento,
de acabar este vaivén,
este ir y venir, de cielos
a abismos, de hallar por fin
la inmóvil flor sin otoño
de un querer quieto, quieto.
Más allá de ola y espuma
el querer busca su fondo.
Esa hondura donde el mar
hizo la paz con su agua
y están queriéndose ya
sin signo, sin movimiento.
Amor
tan sepultado en su ser,
tan entregado, tan quieto,
que nuestro querer en vida
se sintiese
seguro de no acabar
cuando terminan los besos,
las miradas, las señales.
Tan cierto de no morir
como está
el gran amor de los muertos.
[27]
Beso será. Parecen otras cosas.
Parecen tardes vagas, sin destino
errantes por el tiempo: y nos esperan.
Al borde de los labios, de la vida,
se estremecen palabras, nombres, síes,
buscándose su ser, y no lo encuentran;
retornan al silencio, fracasadas.
No querían hablar, lo que querían
es hablarte, y no estás.
Pero ellas, todo
esto que nada es, esto que vive
en tierna primavera distraída,
espera su cumplirse, cuando llegues.
Todo es labios, los míos o los tuyos,
hoy separados. Lo llamamos hojas,
brisa, tarde de abril, papel, palabras.
Pero si te presentas,
correrán todos, largos frenesíes
impacientes de espera, a reunirse.
Y la nube, la luz y las palabras,
y esta gran soledad
de bocas solas con sus almas solas,
beso será, se encontrarán en beso,
dado por esos besos ardorosos
que se llaman la ausencia, cuando acaba.
[28]
Mundo de lo prometido,
agua.
Todo es posible en el agua.
Apoyado en la baranda,
el mundo que está detrás
en el agua se me aclara,
y lo busco
en el agua, con los ojos,
con el alma, por el agua.
La montaña, cuerpo en rosa
desnuda, dura de siglos,
se me enternece en lo verde
líquido, rompe cadenas,
se escapa,
dejando atrás su esqueleto,
ella fluyente, en el agua.
Los troncos rectos del árbol
entregan
su rectitud, ya cansada,
a las curvas tentaciones
de su reflejo en las ondas.
Y a las ramas, en enero,
- rebrillos de sol y espuma -,
les nacen hojas de agua.
Porque en el alma del río
no hay inviernos:
de su fondo le florecen
cada mañana, a la orilla
tiernas primaveras blandas.
Los vastos fondos del tiempo,
de las distancias, se alisan
y se olvidan de su drama:
separar.
Todo se junta y se aplana.
El cielo más alto vive
confundido con la yerba,
como en el amor de Dios.
Y el que tiene amor remoto
mira en el agua a su alcance,
imagen, voz, fabulosas
presencias de lo que ama.
Las órdenes terrenales
su filo embotan en ondas,
se olvidan de que nos mandan:
podemos, libres, querer
lo querido, por el agua.
Oscilan los imposibles,
tan trémulos como cañas
en la orilla, y a la rosa
y a la vida se le pierden
espinas que se clavaban.
De recta que va, de alegre,
el agua hacia su destino,
el terror de lo futuro
en su ejemplo se desarma:
si ella llega, llegaremos,
ella, nosotros, los dos,
al gran término del ansia.
Lo difícil en la tierra,
por la tierra,
triunfa gozoso en el agua.
Y mientras se están negando
- no constante, terrenal -
besos, auroras, mañanas,
aquí sobre el suelo firme,
el río seguro canta
los imposibles posibles,
de onda en onda, las promesas
de las dichas desatadas.
Todo lo niega la tierra,
pero todo se me da
en el agua, por el agua.