RAZÓN DE AMOR (1936)
[11]
A veces un no niega
más de lo que quería, se hace múltiple.
Se dice "no, no iré"
y se destejen infinitas tramas
tejidas por los síes lentamente,
se niegan las promesas que no nos hizo nadie
sino nosotros mismos, al oído.
Cada minuto breve rehusado,
- ¿eran quince, eran treinta? -
se dilata en sin fines, se hace siglos,
y un "no, esta noche no"
puede negar la eternidad de noches,
la pura eternidad.
¡Qué difícil saber adonde hiere
un no! Inocentemente
sale de labios puros, un no puro;
sin mancha ni querencia
de herir, va por el aire.
Pero el aire está lleno
de esperanzas en vuelo, las encuentra
y las traspasa por las alas tiernas
su inmensa fuerza ciega, sin querer,
y las deja sin vida y va a clavarse
en ese techo azul que nos pintamos
y abre una grieta allí.
O allí rebota
y su herir acerado
vuelve camino atrás y le desgarra
el pecho, al mismo pecho que lo dijo.
Un no da miedo. Hay que dejarlo siempre
al borde de los labios y dudarlo.
O decirlo tan suavemente
que le llegue
al que no lo esperaba
con un sonar de "sí",
aunque no dijo sí quien lo decía.
[12]
Lo que queremos nos quiere
aunque no quiera querernos.
Nos dice que no y que no,
pero hay que seguir queriéndolo:
porque el no tiene un revés,
quien lo dice no lo sabe,
y siguiendo en el querer
los dos se lo encontraremos.
Hoy, mañana, junto al nunca,
cuando parece imposible
ya,
nos responderá en lo amado,
como un soplo imperceptible,
el amor
mismo con que lo adoramos.
Aunque estén contra nosotros
el aire y la soledad,
las pruebas y el no y el tiempo,
hay que querer sin dejarlo,
querer y seguir queriendo.
Sobre todo en la alta noche
cuando el sueño, ese retorno
al ser desnudo y primero,
rompe desde las estrellas
las voluntades de paso,
y el querer siente, asombrado,
que ganó lo que quería,
que le quieren sin querer,
a fuerza de estar queriendo.
Y aunque no nos dé su cuerpo,
la amada, ni su presencia,
aunque se finja otro amor
un estar en otra parte,
este fervor infinito
contra el no querer querer
la rendirá, bese o no.
Y en la más oscura noche.
cuando
desde otra orilla del mundo,
la bese el amor remoto
se le entrará por el alma,
como un frío o una sombra
la evidencia de ser ya
de aquel que la está queriendo.
[13]
A esa, a la que yo quiero,
no es a la que se da riendiéndose,
a la que se entrega cayendo,
de fatiga, de peso muerto,
como el agua por ley de lluvia,
hacia abajo, presa segura
de la tumba vaga del suelo.
A esa, a la que yo quiero,
es a la que se entrega venciendo,
venciéndose,
desde su libertad saltando
por el ímpetu de la gana,
de la gana de amor, surtida,
surtidor, o garza volante,
o disparada - la saeta -
sobre su pena victoriosa,
hacia arriba, ganando el cielo.