SEGURO AZAR (1924-1928)
[1] Cuartilla
Invierno, mundo en blanco.
Mármoles, nieves, plumas,
blancos llueven, erigen
blancura, a blanco juegan.
Ligerísimas,
escurridizas, altas,
las columnas sostienen
techos de nubes blancas.
Bandas
de palomas dudosas
entre blancos, arriba
y abajo, vacilantes
aplazan
la suma de sus alas.
¿Vencer, quién vencerá?
Los copos
inician algaradas.
Sin ruido choques, nieves,
armiños encontrados.
Pero el viento desata
deserciones, huidas.
Y la que vence es
rosa, azul, sol, el alba:
punta de acero, pluma
contra lo blanco, en blanco,
inicial, tú, palabra.
[2] Figuraciones
Parecen nubes. Veleras,
voladoras, lino, pluma,
al viento, al mar, a las ondas
- parecen el mar - del viento,
al nido, al puerto, horizontes,
certeras van como nubes.
Parecen rumbos. Taimados
los aires soplan al sesgo,
el sur equivoca el norte,
alas, quillas, trazan rayas,
- aire, nada, espuma, nada -,
sin dondes. Parecen rumbos.
Parece el azar. Flotante
en brisas, olas, caprichos,
¡qué disimulado va,
tan seguro, a la deriva
querenciosa del engaño!
¡Qué desarraigado, ingrávido,
entre voces, entre imanes,
entre orillas, fuera, arriba,
suelto! Parece el azar.
[3] Otra tú
No te veo la mirada
si te miro aquí a mi lado.
Si miro al agua la veo.
Si te escucho,
no te oigo bien el silencio
. En la tersura
del agua quieta lo entiendo.
Y el cielo
- tú le miras, yo le miro -,
no es infinito en lo alto:
el cielo
- en su baranda te apoyas -
tiene cuatro esquinas, húmedo,
está en el agua, cuadrado.
[4] Vocación
Abrir los ojos. Y ver
sin falta ni sobra, a colmo
en la luz clara del día
perfecto el mundo, completo.
Secretas medidas rigen
gracias sueltas, abandonos
fingidos, la nube aquella,
el pájaro volador,
la fuente, el tiemblo del chopo.
Está bien, mayo, sazón.
Todo en el fiel. Pero yo...
Tú, de sobra. A mirar,
y nada más que a mirar
la belleza rematada
que ya no te necesita.
Cerrar los ojos. Y ver
incompleto, tembloroso,
de será o de no será,
- masas torpes, planos sordos -
sin luz, sin gracia, sin orden
un mundo sin acabar,
necesitado, llamándome
a mí, o a ti, o a cualquiera
que ponga lo que le falta,
que le de la perfección.
En aquella tarde clara,
en aquel mundo sin tacha,
escogí:
el otro.
Cerré los ojos.