LECTURA 72
Reflexionamos un instante en nuestros propios recuerdos. Si pensamos en María, de Junín, una persona amiga, nos vendrá a la memoria muchos datos: nombre, edad, color de pelo, estatura, ocupación, formación educativa, familia, casa, experiencias que hemos compartido de las cuales podemos hasta recordar hábitos de comida y de bebida, aficiones y preferencias y así. Todos esos hechos se articulan y constituyen nuestro recuerdo de esa persona. La forma cómo recuperamos de nuestra memoria este tipo de recuerdos nada tiene que ver con una agenda donde tenemos nombre, dirección y teléfono. En lugar de direcciones de almacenamiento se utilizan fragmentos de la propia información. Imaginemos un espacio de muchas dimensiones cartesianas, cada uno de cuyos ejes estuviese rotulado con uno de los atributos que puede tener una persona. Un eje sería de estaturas; otro el de color de cabello, éste el de peso, aquél el de todas las personas que al comer mariscos en buen estado sienten placer, el de más allá el de todas las Marías, en otro eje todos los residentes de Junín, y así sucesivamente. Cada uno de nuestros amigos ocupa un punto particular de ese espacio. Dado que el número de nuestros amigos es muy pequeño en comparación con el conjunto de todos los individuos posibles, si pusiéramos una marca en la posición de cada una de las personas que conocemos, serían muy pocos los puntos marcados en el seno de un espacio muy grande. Cuando alguien nos da información parcial acerca de una persona, por ejemplo sexo, color de pelo y peso, pero no el nombre, está describiando aproximadamente una porción del espacio de gente posible. La tarea de una memoria asociativa se aplica en este caso a la de hallar, entre nuestros conocidos, aquél que mejor se ajuste a los datos parciales.
23.feb.2001
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Colección de lecturas de Biología- Carlos von der Becke.